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Cuando tenía siete años, muchas cosas nos las lograba comprender.
En realidad a esa edad, comprender todo no era algo que me preocupaba en demasía.
Recuerdo una vez en que mis padres me llevaron a la playa, tenía siete años, aunque en un mes más cumpliría los ocho. Parecería que decir que en un mes más sería mi cumpleaños no fuere importante, ya que aun faltaba treinta días para ello, pero a decir verdad para una niña de siete años, que estaba a un mes de cumplir los ocho era realmente importante. Ello por varios motivos; en primer lugar, era mínimo un mes el tiempo en que me dedicaba a recordarle a todo el mundo que en un mes más sería mi cumpleaños, la idea era que nadie lo olvidara, y pensaran en que iban a regalarme, y en segundo lugar cada día que pasaba era uno menos de la larga espera por cumplir los añorados dieciocho años. Si, ese maldito número 18, que nunca llegaba, y que prometía mi libertad. Aunque a decir verdad las cosas no cambiaron mucho aquel día. Cuanto tiempo soñando con ser libre, y volar por mi propio rumbo, y al final, ese día fue a fin de cuentas un cumpleaños más, uno que más que traerme mi libertad, me la coartó al máximo. Si, ahora inevitablemente era ciudadana de mis país, y con sus consecuentes obligaciones. No sé si por sentirme “importante”, o por ser responsable, o por hacer algo con mis nuevos 18 años, pero lo hice; caí en la trampa, me atraparon en momentos de debilidad, en momentos en que sentía que ser ciudadana de este país era el honor más grande que una persona podía tener, y con ese sentimiento de cumplir con mi “deber” de ciudadana lo hice, si, me inscribí en los registros electorales.
Ese día, que no se bien si catalogar de “gran” o “desafortunado”, fue inolvidable. Desde que no representaba la edad que tenía, hasta plasmar mi huella digital en un papel, que nunca más supe donde fue a dar, pero por ahí estará. ¿Quien se habría imaginado que ese día comenzaría la tortuosa vida de mi dedo pulgar entintado?.

Aquel año fuimos a Isla negra, era una tarde agradable. Era jueves; ese día conocí a Juan Pablo; estaba haciendo un castillo de arena con sus hermanos. Cuando me vio, sonrío y me invito a participar en la construcción.
El castillo era enorme, y muy lindo. Estábamos todos felices. Cuando recuerdo ese momento, recuerdo perfectamente todo, la textura de la arena en mis pies, el olor, el calor que hacía aquella tarde, todo. Celebramos con un vaso de bebida y pan de huevo. No se si tenía mucha hambre, o es que a esa edad nada importaba, lo que si sé es que comí más arena que pan.
Juan Pablo tenía 10 años; era el mayor del grupo. Luego venía Carlos y Antonio, los hermanos de Juan Pablo, con ocho años cada uno (eran gemelos), luego estaba yo, con mis siete (casi ocho) años, y la menor era la Daniela, mi hermana con cinco años.
Lo mejor de todo fue que antes de irnos a casa tuvimos el agradable placer de derrumbar nuestra obra de arte. Al principio nadie se atrevía, pero después nadie nos podía sacar de la arena.
Bueno algo malo tenía que tener tanta alegría; había que volver a la realidad; había que bañarse., y no es que no fuésemos limpios, pero es que no había nada más fome que perder nuestro preciado tiempo, sacándonos la arena del día, que sabíamos que al otro día recuperaríamos. Es que a esa edad debo reconocer, que nos regíamos por la ley del menor esfuerzo, ley que aún no ha dejado de regirme del todo. A esa edad por ejemplo no comprendíamos porque teníamos que hacer la cama, si a la noche la volveríamos a desarmar.
Juan Pablo, y sus hermanos nos invitaron a jugar taca taca, en el negocio de la esquina. Juntamos plata, y compramos fichas.
Esa noche fue la más larga de todas, solo quería que llegara el otro día para jugar con mis nuevos amigos.
Los días transcurrieron rápidamente, y ya había que regresar a Santiago. Aquella noche jugamos hasta tarde. Los dos gemelos se fueron a acostar temprano, eran los más chicos, y mi hermana ya dormía desde las ocho de la noche.
Pero con Juan Pablo aprovechamos que éramos los más grandes, para ir a dormir más tarde.
Después de jugar con otros niños taca taca, o sea más bien cuando se terminaron nuestras fichas, fuimos a caminar un rato por los alrededores.
Yo estaba un poco triste, porque tal vez no nos veríamos de nuevo. Pero el prometió que me llamaría para volver a vernos.
Cuando tomó mi mano comprendí que ya era hora, que todo se terminaba. Quise creer que su promesa sería cumplida, pero en el fondo no tenía esperanzas.
Después de eso, solo recuerdo que ya llegábamos a mi casa, cuando el se detuvo, y me dijo que nunca me olvidaría, luego me besó en la mejilla y se fue.
Al día siguiente no pude verlo; nos fuimos temprano.
Pasaron los meses, y yo ya tenía mis tan preciados ocho años. Todos los días esperaba que sonara el teléfono, y fuera él.
Recordé, de pronto algo terrible; no le había dado mi teléfono. No podía creerlo; mi mundo se derrumbaba en esos instantes. Nadie comprendió en casa porque es que no quise salir de mi pieza durante el resto del día.

...Cuando Macarena me llamó, estuve a punto de decirle que me sentía mal, y que mejor no fuéramos a la fiesta. Pero ella nunca me dejaba hablar, que en realidad ni tiempo tuve de decirle lo que pretendía. En realidad estaba cansada, era ya septiembre, y durante el año no habíamos dejado de ir a fiestas todos los sábados. Bueno, a nuestra edad era comprensible, pero a decir verdad yo no sé por que a todas les gusta tanto celebrar sus 15 años.
En fin, como puede comprenderse, fuimos a la fiesta.
Esa noche me encontré con Natalia, una ex compañera de mi primer colegio. Conversamos harto rato, pero la sentía tan lejana. Era como estar conversando con alguien a quien sabía que conocía, pero que en realidad nada sabía de ella. En realidad ni siquiera la había reconocido en un principio. Me dijo que había venido con su primo, y que más tarde me lo presentaría.
En realidad todas íbamos a esas fiestas con hermanos, primos o simplemente conocidos.
Recuerdo haber ido con Javier, el hijo de un amigo de mi papá, de quien nada sabía más que su nombre. Bueno tenía 18 años y todas querían conocerlo. Nunca supe por qué ; en realidad nunca me cayo muy bien que digamos.
Fui a saludar a Lorena, le entregué mi regalo, y saludé a su acompañante.
Para mi sorpresa era Juan Pablo, ni siquiera escuche cuando me lo presentaron. No podía creerlo, después de tanto tiempo. No es que siguiera igual que antes, pero es que nunca lo olvidaría; el color de su pelo; sus ojos tampoco.
El también me reconoció, nos abrazamos. Fue como retroceder en el tiempo, y darnos cuenta que nada había cambiado. Debo reconocer que esa noche fue la mejor de todas las que he vivido en mi vida, y que nunca la olvidaré.
Su voz no era la de antes, pero él si. Bailamos, conversamos, y nos olvidamos del resto del mundo. Ahora si le di mi teléfono, y él el suyo. Prometió llamarme y así lo hizo al día siguiente; aunque yo no estaba, pero más tarde volvió a llamar.
Aquella noche nos encontramos en un banco de la plaza que está cerca de mi casa. Fuimos a tomar helado, y luego a caminar. Teníamos tantas cosas de que hablar. Tantos recuerdos en común; tantas cosas que nunca nos dijimos creyendo que habría otra oportunidad.
El ahora estudiaba en la universidad, iba en primer año de periodismo.
Yo aún iba al colegio.
Sentí que nuestras vidas ya no eran las de antes, y por un instante sentí mucho miedo de que mi mejor amigo ahora me rechazara en su nuevo mundo.
Pero no lo hizo, es más me invitó a la fiesta de su mejor amigo de entonces.
Ese año fue maravilloso, recuperé a quien creí que nunca más volvería a ver, y era feliz.
Fue un tiempo demasiado perfecto, que aún recuerdo con cierta nostalgia. Juan Pablo y mis amigos de entonces eran lo más importante de entonces. Recuerdo cada segundo de mi vida de ese tiempo y en cierta manera no quisiera olvidar todo lo que viví en ese entonces.

Macarena, me llamó para que la acompañara a la peluquería. Nadie le quitaba de la cabeza la idea de “cambiar su look”. Quería impresionar al hombre de sus sueños. Estaba según ella “profundamente enamorada”. No lo creo, siempre era así.
Fuimos a una tienda comercial después de la peluquería. Debo reconocer, que me costó convencerla de que me acompañará. Pero lo hizo.
Quería comprar un libro de mi escritor favorito. Además ese día iría el escritor a firmar los libros. No podía perder esa oportunidad; tenía que estar allí.
Llevé conmigo todos los libros que tenía de él. No eran tantos, pero eran mi gran tesoro.
El escritor firmó, todos los libros, pero tuve la mala suerte de que el último libro, estaba agotado.
Cuando llegué a casa, a eso de las siete de la tarde, mi mamá me dijo que Juan Pablo me había llamado, y que lo llamara.
Llegó a mi casa temprano, lo invité que se quedara a comer y acepto.
Mis padres lo querían mucho, yo también lo quería mucho.
Después de la cena fuimos a caminar un rato. No nos mirábamos, solo caminábamos.
No había un destino al cual llegar, solo caminábamos. Al rato de estar en esas, Juan Pablo tomó mi mano, entre las suyas. Me puse algo nerviosa, no sabía que vendría ahora.
Nos detuvimos, y me dijo que tenía un regalo para mi; para que lo recordara siempre.
Lo miré impaciente; me encantan las sorpresas, pero igual sus palabras me asustaron un poco.
Puso en mis manos un paquete envuelto en papel de regalo. Nos sentamos en un banco de la plaza por la que caminábamos, y comencé a abrir mi regalo.
Para mi sorpresa, se trataba del libro que esa tarde estaba agotado. Lo abrasé fuertemente, venía firmado por mi escritor favorito.
Juan Pablo había cumplido mi sueño, y solo pude abrazarlo.
Al día siguiente no llamó. Me extraño que no lo hiciera, pero yo tampoco lo llamé. No sé porque no lo hice, y siempre me he arrepentido de ello. Tal vez le hubiera dicho cosas que aquella noche no le dije. Tal vez si se lo hubiera pedido el no se habría ido.
A veces creo que el sabía que si se lo pedía se quedaría. Por eso es que creo que no me lo dijo.

Mucho tiempo pasó desde ese día. Nunca leí el mencionado libro. Después que él se fue, lo guarde en el baúl de los recuerdos, como si con ello pretendiera que era posible olvidar lo que mi corazón sentía por él.
De cierta manera me sentía enojada con él, y guardar ese libro por muchos años sin siquiera leerlo era como mi venganza. Me dio mucha rabia que no me hubiera dicho nada, y de cierta forma aún no logró entenderlo. Pero me da rabia también lo cobardes que fuimos ambos, nuca fuimos capaces de decir lo que sentíamos el uno por el otro frente a frente. Aunque se que su destino era ir a perfeccionarse, y que no podía ser yo quien se lo impediese, debo reconocer que eso no me hace dejar de sentir toda esta rabia que he tenido guardada por tanto tiempo. Aún cuando pueda ser cierto que todo en cierto modo fue para mejor, no puedo evitar sentirme así; enojada, molesta.

Nunca ha dejado de escribirme. Me cuenta como es la vida en Boston, y que es lo que hace desde que se levanta hasta que se acuesta. Creo que podría formar un diario de vida de Juan Pablo si juntara todas sus cartas. Ha sido bastante constante.
Yo nunca le he escrito, no se bien porque. A decir verdad, creo que aún estoy enojada por no habérmelo dicho aquella noche. También creo que él espera que algún día lo perdone. En sus cartas nunca me ha hablado de lo sucedido aquella noche, pero sus palabras denotan cierta nostalgia. Creo que el de alguna u otra forma sabe que leo sus cartas, aún cuando nunca haya recibido respuesta alguna de mi parte. Es que el me conoce muy bien; demasiado tal vez.

Han pasado ya ocho años desde que no lo veo, pero sigue en mi sus recuerdos y sus cartas. En algún momento quise botar esas cartas, pero no se bien por que las conserve conmigo; tal vez de alguna manera a través de esas cartas el sigue conmigo.

Leí hace una semana el libro. Descubrí que después de la dedicatoria del autor, Juan Pablo había escrito algo.
Que rabia tengo. Nunca pude decirle todo lo que hubiera querido. El si lo hizo. Tal vez quiso decirlo aquella noche, y no se atrevió.
Tal vez el creyó que yo leería su nota al llegar a casa, y que lo iría a buscar para que no se fuera.
¿Cómo poder decirte después de tanto tiempo que tu también fuiste mi primer amor?; ¿Cómo decirte que aún lo eres?.

...Tu última carta llegó esta mañana. Estoy impaciente, igual que el día del regalo. Ahora el regalo de esa carta no es un libro. Pero siento miedo, no se como debo reaccionar, no se que debo decirte.
Solo se por ahora, que después de tanto tiempo volveré a verte. ¿Te reconoceré?

Texto agregado el 04-01-2004, y leído por 286 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-03-2004 Me gustó mucho. Me hace recordar a algo que llegó hace poco pero que en fin, todavía no llega. ma1u
 
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