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Camila es una muchacha que se aísla y no por convicción. Le pasa. No es que crea que los demás no tienen nada para darle, ni que en realidad le guste estar sola. Nada que ver, y cuando se dice algo así, es mentira. Puras mentiras. Lo mismo que cuando abandona lo que está haciendo para descansar un rato. La verdad es que cualquier pretexto le sirve para no hacer lo que tiene que hacer. Ni hablar de ir al gimnasio, empezar dieta o leer un libro. Bueno, leer un libro es quizá lo único que puede hacer sin que enseguida le agarren ganas de estar haciendo otra cosa. Pero en general se desconcentra, se distrae, se aburre hasta el infinito. Con todo y con todos le pasa lo mismo, en algún momento la invade una incontrolable sensación de hastío, de hartazgo, que le dibuja en el rostro incontables y evidentes caras de fastidio y la persuade al mismo tiempo de que le llegó la hora de irse. Cada minuto que pasa de ahí en más es una tortura para Camila, que se pierde en inservibles diálogos internos, su mente se convierte en una sala de debates sin sentido que lo único que hacen es despojarla de toda su energía. Para mi, que la conozco tan bien, todas esas actitudes cotidianas aunque terribles son esperables. Pero para quien no entiende lo que le pasa a esta chica, relacionarse con ella es por demás difícil y no hay mucha gente que no la juzgue por lo que hace. Por eso muchos pasan por su vida y sin dejar huella se van; se quedan a su lado sólo quienes pueden ver que detrás de esa personalidad solitaria, a veces soberbia, irónica y un tanto negativa, hay un ser que no es nada de eso y que sufre mucho, que se siente encerrado y por sobre todas las cosas se siente solo, muy solo.
No hay día en que no la escuche a Camila proponerse hacer las cosas de una manera diferente. Dice un montón de frases para convencerse de que esta vez no va a fallar, de que va a ser distinto y de que por fin va a poder hacer lo que tanto quiere. Pero no hay caso. Pasan los días, los años y todo sigue igual. Aunque esporádicamente se siente invadida por ráfagas de entusiasmo, adrenalina, energía, voluntad, no es ese su estado habitual, y tal vez podría no ser un problema, pero lo es porque ahí estoy yo recordándole que ella puede hacer las cosas de otra manera y que su estado habitual puede ser otro. Por supuesto que Camila se enoja conmigo y vocifera toda una serie de barbaridades. Me exige que la deje tranquila, que no la atormente. Trata de hacer de todo para alejarse de mi, pero lo que no sabe es que nuestras vidas ya están unidas para siempre y nada ni nadie nos va a separar. Pero por ahora solamente yo lo sé, y no es aún el tiempo para que ella lo sepa.
Yo vivo con ella y la quiero ayudar, mi único propósito es guiarla en su crecimiento. Pero por ahora casi ni me consulta, solamente lo hace cuando está verdaderamente desesperada. Las pocas veces que vino a mi cuando era más pequeña, una profunda tristeza se había apoderado de su corazón. Mi compañía y mis palabras lograban apartarla de ese lugar, pero eso fue hace mucho tiempo, y ahora que ya es toda una adolescente no me escucha. Hay más gente viviendo en la casa y ella prefiere pedirles consejo a ellos; me tiene tan cerca y a veces ni percibe mi presencia.
Para mi es realmente muy triste ver lo que le pasa a esta chica. Por más de que lo intenta, emocionalmente no puede dejar de ser la nena que fue, como si se hubiera quedado detenida en el tiempo, quizás allá por sus cinco años. Pero al mismo tiempo es una mujer cada día más hermosa, valiente y muy especial, tiene en sus manos la posibilidad de alcanzar mil y una formas. Pero hay algo que no le permite avanzar, que la retiene para sí impidiéndole crecer. No importa lo que esté haciendo, todo el tiempo la interrumpe, la molesta, le habla, la persigue por todos lados. El también vive con ella y, a pesar de mis consejos, Camila a él lo quiere más que a nadie, o no sé si lo quiere, pero siempre está con él prestándole atención, escuchándolo, confiando en sus palabras. Es su mejor amigo, su aliado, quien la consiente, y yo la verdad es que esto no lo puedo aceptar, porque sé que a Camila no le hace ningún bien, sino justamente todo lo contrario. Veo como la desvía de todo lo que desea hacer, la incita a desatender todos sus asuntos. Hasta logró ponerla en mi contra; influenciada por él Camila comenzó a verme como su adversaria hasta que un día lo declaró abiertamente:
- Yo no estoy bien, pero tu presencia me hace peor – me dijo - porque no te entiendo, porque no creo en las cosas que me decís. Son todas especulaciones acerca de mí, al final ese “algo” que según vos llevo dentro jamás se manifiesta. Tus palabras no son más que eso, y no quiero seguir perdiendo el tiempo con tu filosofía. Me decís que sos mi amiga, pero más que eso pareces mi enemiga.
Sin embargo, sé que la única que puede salvarla soy yo, porque estoy dentro de ella y sé lo que siente. Y la pena de su alma, también es la mía.
Cómo explicarle que no soy yo su enemiga, que la presencia que la debilita no es la mía sino la de él. Que es él quien le impide cambiar, que es él quien sabotea todos sus intentos de hacer algo distinto y de emprender un camino nuevo en su vida. Si tan sólo observara lo que sucede cando él se va, su paso devastador tan solo le deja decepción y desilusión. Aferrada a él, no se decide a vivir, por eso está constantemente aburrida, molesta, fastidiosa. Pero, al fin, me di cuenta de que no importa lo que yo le diga. Hasta que por sí misma no comprenda que su amistad con él no es nada buena, lo único que yo puedo hacer es estar cerca, y ampararla de esa manera.
Y como lo que tiene que pasar, sucede inevitablemente, llegó el día en que Camila despertó de su sueño profundo. Y lo único que tuvo que hacer fue animarse a pensar de otra manera.
Fue a correr en la cinta como todas las mañanas y la programó como para cuarenta minutos. Recién habían pasado veinte cuando lo vio a él acercarse hasta donde ella estaba. Le traía decenas de argumentos para convencerla de parar: que veinte minutos estaba más que bien, que cuando estuviera más entrenada iba a poder correr más tiempo, entre muchos otros. Pero esta vez no la pudo convencer; Camila, que nunca le ofrecía mucha resistencia, esta vez no cedió, no aceptó irse con él. Corrió los cuarenta minutos que se había propuesto. Y por primera vez, tan fuerte para ella como un choque, vio la repetición: vio como él, aquel aspecto de su personalidad, venía a apoderarse de su voluntad.
Después se puso a trabajar. Había unos temas que tenía que resolver y necesitaba concentrarse y dedicarse. Se sintió entusiasmada, ni ella podía creer lo compenetrada que estaba con las cuentas y los balances. Pero cuando llegó al meollo del problema, otra vez él se acercó. Con pensamientos y recuerdos trató de distraerla, de apartarla de su tarea. Pero nuevamente, y con firmeza, Camila se rehusó. Y otra vez vio el eterno retorno: ese rasgo de su forma de ser que constantemente la tironeaba para atrás, que la forzaba a detenerse apenas había comenzado algo. Esa visión la impulsó, le dio fuerzas, y con más perseverancia que antes, se entregó a su trabajo y lo terminó.
Más tarde se fue a un bar para festejar el cumpleaños de su mejor amiga. Camila quería ir, distraerse un rato. Su amiga había invitado a un montón de gente, era una persona extremadamente sociable y ésto a veces a Camila le daba un poco de celos, porque en algún lugar ella se sentía descontenta con la soledad en la que de a poco se había ido sumergiendo. Llegó, se sentó, y cuando estaba empezando a divertirse, llegó él, la venía a buscar. Te sentís incómoda, este no es tu lugar, esta gente no tiene nada que ver con vos, le repetía una y otra vez al oído. Y en otro momento Camila se hubiera levantado y se hubiera ido con él a recluirse en el vacío de su habitación, pero esta vez no lo hizo. Se negó a que él, la parte oscura de si misma, siguiera gobernando su vida.
A la noche la fue a visitar su novio, porque Camila así y todo como era tenía novio. Uno, que le aguantaba todas sus cosas, pero no sin protestar. Y justo esa noche empezaron a discutir por algo y Camila, aconsejada por aquello, se empezó a sentir molesta, furiosa. No me reclames más, acéptame así, bancátela, se escuchó decirle al muchacho. Y de pronto, por un segundo, como si fuera una espectadora, vio la terrible escena que estaba protagonizando e hizo lo que nunca antes había podido hacer: paró. Detuvo dentro de sí a esa voz que la alentaba a seguir defendiendo sus razones, decidió renunciar a su acostumbrada manera de hacer las cosas. Calló y escuchó lo que su novio tenía para decirle, por primera vez dejó de escucharse sólo a sí misma.
Ya al final del día Camila se recostó en la cama a escribir. Esto es lo que a ella más le gusta hacer por sobre todas las cosas. Es su pasión. Y fue este día, este bendito día, cuando por fin asumió que tenía un serio problema. Y se acordó de sus amigas, las pocas que tenía, que le decían que su problema era ella, y que nunca hacía lo que decía, que era demasiado complicada y que se perdía en su confusión. Se acordó de todos los jefes que había tenido alguna vez que siempre le llamaron la atención por lo distraída que estaba casi todo el día. Y se acordó de las cosas que le decía su novio, y de todos los lugares en los que había estado sin estar y de las personas que había conocido sin conocerlas. Se dio cuenta que se pasó su vida haciendo de todo y no haciendo nada al mismo tiempo. Y esto que parece una paradoja, no lo es tanto. A muchísimas personas les pasa lo mismo. Y fue este día, cuando lo peor de sí misma se empeñaba en que ella no pudiera escribir, le escondía muy profundo las palabras que a ella pertenecían para que Camila pensara que ya no estaban y desistiera, que la muchacha acudió a mi. Comprendió que la única que podía revelarle la forma de salir adelante era yo, la que antes había sido su enemiga ahora era su redentora. Y cerró los ojos, y como alguna vez le hubo dicho un Maestro, se concentró en la respiración dejando que sus pensamientos fluyeran libremente. Y recién en ese estado de introspección aparecí yo. No importa bajo qué forma, eso sólo Camila lo sabe. Pudo haberme visto como una mujer o hasta como un hombre. Quizás como nena, animal o como algún personaje extraño, indescriptible. Camila finalmente me reconoció como lo que soy, como el Yo de ella que puede liberarla de las prisiones en las que pueda encontrarse y que puede enseñarle el camino para destilarse y llegar a su parte más esencial.


- FIN -













Texto agregado el 30-06-2002, y leído por 446 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-03-2003 me acaba de pasar lo mismo con tu cuento.. dulcilith
15-03-2003 Con todo y con todos le pasa lo mismo, en algún momento la invade una incontrolable sensación de hastío, de hartazgo, que le dibuja en el rostro incontables y evidentes caras de fastidio y la persuade al mismo tiempo de que le llegó la hora de irse dulcilith
 
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