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¡Muerta en la oscuridad!

Un día Priscilla fue llamada por su madre, que la cogió de la mano y sin mediar palabra, la hizo recorrer los innumerables pasillos, alumbrados con numerosos candelabros, y adornados con impresionantes cortinajes de color carmín e interminables retratos de la familia de ignota antigüedad, hasta alcanzar la mas remota de las estancias de la mansión, allí donde la pared era de roca y olía fuerte a humedad.
La hizo entrar en una bóveda, en la cual al fondo se intuía una verja, y al verla Priscilla sintió un cosquilleo de temor presintiendo que en su negrura se escondía algo horrible.
Entonces Stella la madre de Priscilla la cogió por los hombros y le hablo cara a cara con suavidad.
-Siéntate ahí en el suelo- le dijo-...y veas lo que veas...o escuches lo que escuches no te muevas de ahí....-su voz reverberaba por las desnudas paredes cuando prosiguió con cierto tono angustioso.
-y sobretodo querida....pase lo que pase…veas lo que veas...nunca, nunca...te acerques a ese foso que está ahí detrás de la verja...promételo hija mía...-
-Te lo prometo mama...-atinó a decir la asombrada Priscilla
-Pero mama… ¿Qué hay en el foso?-
-El reino de las catacumbas…hija…un lugar innombrable, indescriptible y maligno- y empujándole con suavidad los hombros, la hizo sentarse en el suelo junto a la húmeda pared.
-Obedece hija, quédate aquí y no te muevas- acto seguido Stella se alejo con sus sedas susurrantes, y cerro la puerta tras de sí dejando a Priscilla sola en la mas ominosa oscuridad.
Entonces Priscilla empezó a ver sombras furtivas que se movían por el rabillo de sus ojos, pero que su mirada no las podía atrapar.
Una punzada de terror abismal le atenazo la garganta y empezó a temblar como una telaraña bajo la lluvia sacudiéndose en pequeños espasmos.
Oía estruendosos golpes disonantes que no podía identificar…talvez eran los caóticos latidos de su corazón, que le subían a la cabeza de puro vértigo de pavor, y estallaban en sus oídos.
A sus pies sentía reptar cosas crujientes, rasposas y viscosas. Ella encogía las piernas debajo de la falda y sentía cosquilleos por sus tobillos y pantorrillas pero nunca llegaba a alcanzar los insectos, ni a nerviosas palmadas de manos sobre si misma, ni encogiéndose en su más ínfima plexión. Oía ruidos que venían de abajo, como un rugir indefinido que desde el centro de la tierra, subía por el foso…muy, muy lentamente.
Oía respiraciones ajenas como si hubieran presentes en la penumbra un montón de fieras feroces esperando a que se moviera para abalanzarse sobre su desobediente persona. Pero ella solo movía los labios para repetirse una y otra vez Pase lo que pase, vea lo que vea, no me tengo que mover de aquí…y nunca, nunca… tengo que asomarme al foso.
Entonces finalmente y tras una terrorífica agonía.., se abrió la puerta y entró su madre, y entre la tenue luz que las acariciaba, se quedaron ambas un buen rato abrazadas intensamente.
Y así empezó a suceder que día tras día…cuando el enorme reloj-péndulo de el salón daba la única campanada de las seis y cuarto del atardecer, su madre Stella la cogía delicadamente de la mano…y ambas se dirigían silenciosas hasta la estancia recóndita, aquella donde la dejaba sentada en el suelo en la oscuridad y donde Priscilla gimoteaba a diario sacudiéndose de la ropa y los brazos los diabólicos intrusos de la oscuridad que la atormentaban, entre golpes atronadores que la compungían, y maléficas bestias que la observaban y bailaban burlonamente a su alrededor…hasta el momento en que aparecía su madre por la puerta y quedaban las dos exaltadas en un sublime abrazo.
Un día su madre Stella enfermó…Priscilla no quería moverse del borde de su lecho, pero su madre le dijo seriamente en un aliento exiguo.
-Ve Priscilla ve, ya sabes…- y Priscilla obedeció.
Fue por los sinuosos pasillos que por intuición reconocía, hasta llegar a ese terrorífico lugar y allí se sentó en el suelo y se puso a llorar…
Estuvo muchísimo tiempo de cuclillas…su madre no vino, pero una campanada espectacular y un quejumbroso entreabrir de la puerta fornida del fondo, la animaron a salir por aquel día de su encierro en la oscuridad.
Aquella noche fue Edwina la nodriza quien le puso el camisón y la metió en la cama.
Al día siguiente cuando fue a la habitación de su madre, vio a los mayores de la casa con ropajes negros, esgrimiendo pañuelos sobre sus rostros. La puerta estaba completamente bordada de lánguidas flores púrpura. Hans el mayordomo cuando la vio aparecer, con suavidad se la llevo de allí.
Edwina la nodriza le hablo parcamente del acontecimiento que llenaba la casa de mujeres como mariposas negras en un revoloteo de faldas crujientes.
-Querida Priscilla ahora debes entenderlo, mama se ha reunido con papa en el cielo- Y Priscilla comprendió inmediatamente que nunca mas volvería a ver a su queridísima madre.
Aquel atardecer a las seis y cuarto cuando sonó aquel único gong, Priscilla supo sin duda lo que tenía que hacer…
Así que disciplinadamente en los días que prosiguieron, se dirigía resignada a la bóveda maldita donde estaba la boca de las catacumbas y se sentaba ahí a soportar los embistes del terror.
Pronto fue una niña con el cabello blanco y con los ojos exasperados por una inquietud indefinida que la hacía parecer una niña anciana y victima de una locura prematura. Se pasaba horas a los pies del lecho de su madre, una cama primorosamente hecha y vacía…y pasaba sus manos una y otra vez sobre los bordados de las sabanas, aplastando arrugas inexistentes. Luego cada día al atardecer después del caer del péndulo de las seis y cuarto cumplía su cometido, se dirigía a ofrecer su ofrenda de terror a lo desconocido.
Y un nuevo terror estaba aconteciendo en esas displicencias…ahora oía que la llamaba su madre…
Primero en forma de susurros, la oía decir su nombre, tan tenuemente como sonidos invisibles y cristalinos, para que cada vez mas alto acabar gritándolo desde el centro de sus oídos, como si su cabeza fuera una enorme cueva, y ella estuviera en medio desnuda y sin protección…cuando esto sucedía ella también acababa gritando su propio nombre y se ponía de pie y daba saltos potentes contra el suelo para sacudirse la voz de su madre de su interior…
¿Cómo puede ser una vida mas vacía?…la vida de Priscilla era un deambular por habitaciones, sin cruzar palabra con persona alguna, los habitantes de la mansión, la ocultaban a las visitas, pero toleraban su liviana presencia en la intimidad, pues no parecía ser peligrosa su locura, mas que por su figura fantasmal que asustaba a los mas jóvenes de la casa.
Un día pasó por delante de un espejo de cuerpo entero y se detuvo a mirarse, se puso en frente de su imagen, se empezó a tocarse la cara, como si dudase de su propia existencia, su pulso temblaba eternamente, sus ojos negros se escondían tras unas profundas ojeras cóncavas, su rostro era lánguido como la lagrima de una vela e igual de blanco y marmóreo, y era muy alargado, recortado por los cabellos como si estuviera a punto de desaparecer en cualquier momento como una línea borrada de un paisaje olvidado. Se pasó varias horas delante de ese espejo. Se tocaba los pechos sorprendida de semejante evolución de su cuerpo, sus uñas tan y tan largas vibraban con el temblor de sus manos, mientras recorría su cuerpo con curiosidad, de pronto sonrió, o acaso fue una mueca, y de su propio gesto se asusto al verse los dientes asomando de la línea de su petrificada boca, y se quedo así fingiendo su propia sonrisa, para poder contemplarse en esa extraña expresión, luego como si una nube hubiera pasado sobre su frente trayéndole una certidumbre, cerro los puños y con ambos golpeo el espejo hasta romperlo.
Otro día vio una ventana ,estaba lloviendo y el paisaje crepitaba de rumores de agua saltando y deslizándose por todas las superficies y rincones confiriendo de brillos perlados todos los objetos que como si estuvieran colgados a la ventana lucían tal como si fueran regalos de un árbol de navidad.
Y así se pasó toda la mañana deslizando sus acartonados dedos por la superficie del cristal hasta que vio sus manos con sus larguísimas uñas caracoleándose sobre si mismas como las ramas de un árbol. Entones se pasó la tarde mirándose la escultura de sus uñas en sus manos, allí de pie junto a la ventana, hasta que oyó de nuevo el gong y volvió a hacer el recorrido que hacia cada día a las seis y cuarto..
Llego a la bóveda se sentó en el suelo…y allí se quedo, no sentía nada, ni voces, ni golpes, ni presencias furtivas y amenazadoras…hacia tiempo que no lo sentía, desde que un día gritándole a las voces que oía de su madre en su cabeza, se dio cuenta de que estaba de pie, Que se había movido y recordó a su madre repitiéndole…pase lo que pase veas lo que veas no te muevas y en cierta forma se dio cuenta que con los años que llevaba realizando este exorcismo…nunca, nunca le había pasado nada de nada…que todo seguía igual, un vacío lleno de bruma, que la incitaba, pero que nunca se resolvía en forma de monstruosidad tangible. Desde entonces no había dejado de acudir a su cita … pero ya no sentía, solo sentía el vació, solo se sentía eternamente extraña, solo sentía un creciente odio hacia su madre, y también se sentía vieja y agotada, su piel era de papel,y múltiples arrugas fruncían su cuerpo alrededor de su cintura.
Aquel día después de mirar otra vez por la ventana en la que vio que era otoño y que el suelo estaba lleno de hojas...que revoloteaban como bailarinas ocres…con esa única visión...tomo la determinación…se fue directamente a la bóveda, animada por una prisa a la que su encogido cuerpo se resistía a imprimir...llego a la bóveda aciaga…se fue hacia el fondo…abrió la verja a tientas...se asomo al foso...y sus ojos acostumbrados encontraron unos escalones hacia la profundidad
…busco los escalones con los pies...y empecinada empezó a descender....llego al fondo tanteando una viscosa pared...y vio una luz al otro lado de un largo túnel...mientras telarañas le resbalaban por la cara...caminando rápidamente despacio....dando muchos pasos pero muy cortitos...llego hasta la luz y allí vio asombrada a Hans el anciano mayordomo...curvado sobre una tumba…a la luz tenue de una espalmatoria.
El anciano se incorporó y con una voz como de hojas secas rompiéndose entre las manos, le dijo lo siguiente a la asombrada anciana Priscilla.
-Querida señorita Priscilla…la estaba esperando hace largo tiempo...pues tengo algo que decirle...
Yo que ya cumplí ciento doce años...estoy aquí por el maleficio de una razón...
Porque le prometí a su madre, que esperaría al momento oportuno para transmitirle este mensaje...pues era tanto el celo que ella le tenía a usted...como el que yo le profesaba a ella....
Ella que había perdido en la guerra a su marido John...tenía pavor ante la idea de perderla a usted también... y era tanto su afán por conservarla a su lado, querida princesa, que por medio de rituales ancestrales llego a un pacto con el diablo...en el que usted solo moriría cuando usted quisiera....y eso solo ocurriría cuando usted venciera sus miedos y se atreviera a bajar por el foso hasta llegar hasta mi…
Y el precio de sus diarios abrazos maternos, fue el precio su miedo infantil…una vida plagada de temores que la mantendría agazapada tras su falda…una vida atormentada a cambio de la flor del consuelo materno, tan deseado por ambas partes, que cada abrazo resultaba un exultante himno floreado a la necesidad virtual de la una hacia la otra…
Y todo esto lo hizo…querida, porque desde la muerte de su marido John
…había quedado en extremo trastornada…sin embargo así como su pacto con el diabólico, la mantuvo a usted a salvo de perecer prontamente de una forma natural…el diablo en su burla constante a la humanidad, se la llevo a ella alegando, que ella no tenia inmunidad pactada para su propia inmortalidad…y llevándosela quebró, como traidor que es, la alianza que le había hecho a ella, y con la que ella llego a crear a su alrededor una farsa tal para atrapar en fervor su estima para siempre…y el sentido que con el pacto compraba su larga existencia para su deleite, se tornó sin objeto a su muerte, dejándola a usted suspendida en un cometido sin sentido ni beneficio…que usted sufrió por toda su existencia….ahora las dos pertenecen al diablo y serán sus esclavas en la ciénaga infernal eternamente…
Y al decir esto un relámpago surgido del suelo estalló entre los dos... y una enorme grieta se abrió a sus pies y una monstruosidad enorme brotó de las profundidades, rugosa, grumosa, escamosa, una bestia llena de protuberancias, que envolviéndolos con un hedor a sulfuro, hizo que ellos, el mayordomo Hans y Pricilla la desatinada…tosieran hasta arrojar sangre y entrañas, hasta llegar a la asfixia y de tal putrefacta visión…perecieron los dos simultáneamente conservando retratados en sus ojos abiertos desmesurados, tal ominosa presencia objeto de su mortandad…
Y desvaneciéndose en cadáveres sobre si mismos...como un vestido usado que se deja caer al suelo junto a la cama…él Hans con ciento doce años y ella Priscilla la niña con ochenta y dos y aparentando tener mas de mil…expiraron el aliento…de su truculentas vidas pesadumbrosas..
-¡Ya era hora!- dijo el diablo incorporándose de la brecha abierta desde el infierno, hasta plantarse sobre el agreste suelo lleno de calaveras huesos y tumbas secretas.
- ¡Que manera de resistirse a morir!-
Y alejándose mientras se enroscaba y desenroscaba su cola colorada a cada tambaleante paso apisonador...que aplastando a la vez descuidadamente los cadáveres de Hans y de Pricilla desfallecidos e inertes en el suelo…sentenció al añadir…
- Tanto amor y tanto celo maternal, para acabar en odio filial, y tanto miedo, tanto miedo, y aun no me han visto cuando me enfado y me pongo feo- el diablo burlonamente se rió de su propio chiste…y las paredes temblaron con los trepidantes graves de su voz.…
-Morirse no es el mal, el mal es vivir como ellos, en pasiones desaforadas, que cuando son truncadas se convierten en locura…y conducen a querer vivir mas de lo natural o amar mas de lo recomendable…¡pobres infelices! ¡nunca aprenderán!- y su risa restalló de nuevo de pared a pared por los innumerables conductos de las catacumbas infernales y sus pasos tronaron, mientras aplastante, se alejaba del lugar del trágico suceso, dejando tras de si los cuerpos marchitos de dos cadáveres de cartón.
En el infierno una madre se encontró con su hija, la madre era Stella, y al verla le pidió con angustiosa premura un suplicante perdón y su hija que era Priscilla, le giró la cara y pasó de largo…

Silvia Escario 16-05-06



Texto agregado el 26-06-2006, y leído por 181 visitantes. (0 votos)


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