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A Juaco, Alex y Fabio:
Porque las palabras se repiten y uno sigue sin creer en ellas.
Gracias.

Me fue imposible seguir jugando a estar dormida por más tiempo y me aventuré a abrir los ojos con el siguiente clic del reloj. Me quede ahí, tendida en la cama, cubiertas solo las piernas con una sabana caliente mientras miraba el techo que se extendía a lo largo de la habitación y cuyas líneas formaban una cuadricula casi perfecta para una partida de damas chinas; bastaría sólo con delinear los espacios y conseguir…conseguir con que delinear, claro; con quien jugar y con que jugar; conseguir unas fichas gigantes que se adhirieran al techo de una manera no muy difícil y maquinar el modo de moverlas desde ésta posición incómoda sin que cayeran en mi cabeza y me hicieran perder el juego.

Esa noche moría de calor, de sed, de divagaciones; moría de la imposibilidad para hallarme esa y el resto de las noches que seguían golpeando en mi ventana al compás del reloj que se encontraba en la torre de la iglesia; una tras otra desfilaban ceremonialmente ante mí con largos vestidos de color rojo, una tras otra me seguían burlando tal y como me burlaban las horas del día, y yo me dejaba porque me importaba poco. Sentía el calor en la ropa, lo sentía en todo, en cada cosa que tocaba o que mi cuerpo rozaba fuera por descuido o coincidencia, no lo sé, pero lo sentía incluso en las manos que, a pesar de no ser así, las hallaba sucias y pegajosas.

Mis piernas tomaron distancia con movimientos torpes y pesados por la densidad del aire que se concentraba en el cuarto. Separé mis muslos despegando la piel húmeda que parecía haberse fundido en una sola imagen amorfa escondida detrás de las telas amontonadas y enredadas entre si que cubrían mi figura, y me volteé para abrir la ventana y dejar que el aire fresco asaltara la habitación y excitara los pensamientos, pero las cortinas largas y pálidas, adornadas de encaje, enmarcaban aquel cuadro perfecto de un salto al vacío o a la oscuridad del no día que se eternizaba afuera de mi habitación. La noche era así: misteriosa, enamorada y vampiresa, todo a la misma vez.
Encontré la ventana abierta, con el vidrio inferior a media altura y apoyado sobre la delgada muleta de madera que nunca supe como conseguí pero que de alguna manera evitaba que el vidrio se deslizara por los rieles verticales de la ventana. Así había estado toda la noche, abierta, y no supe en que momento la había abierto o en que momento había cerrado la puerta frente a ella. Pensé que pude haber sido yo o quizá…la duda fue deteniendo la velocidad del movimiento y mi brazo derecho quedó suspendido en el aire; pensar en el viento era ridículo porque esa palabra no existía en ese pueblo, no existía el viento o las estrellas, tampoco la luna y sin embargo un azul claro atravesaba el encaje y se plasmaba sobre la pared. Mi mano retrocedió y cayó de nuevo sobre mi vientre, mi cuerpo perdió todo intento por alargarse y ganar unos milímetros de más y el codo flexionado, el brazo recogido, armonizaban ahora sutilmente con la el triangulo que formaba mi brazo izquierdo.


No recordé entonces mis movimientos en esa velada de soledad que se sumaba a la rutina de ir a la cama a las tres de la madrugada, y me conformé con creer que tal vez había dejado los vidrios así cobijando la esperanza de abanicar esa noche quieta que se sostenía en un solo segundo infernal, perenne e inmortal que se volvía mi amante y me consumía por completo.

Me incorpore en el catre individual, halando mi camisa por encima de mi cabeza y cosí la espalda a la pared para calmar los poros, sostuve la tela en mi pecho, con los ojos cerrados y asiéndola con fuerza contra mi como si quisiera no alejarme nunca de ella, la sostuve cerca a mi cuello y sobre mis senos por el corto periodo de unos cuantos minutos mientras el sueño me fue atacando despacio y me fue tumbando en el colchón, pero la espalda abrazada a la pared me sostuvo en posición y desperté más cansada que cuando comencé a dormir. La pared ya no estaba fría y yo tomaba plena conciencia de ello y de que todo el cuarto se iba convirtiendo en un solo horno.
Me acerque al borde de la cama y miré por la ventana, aún vivía ese algo claro que iluminaba la noche de los abandonados como yo. Me levanté, despacio, apoyando mis pies en las baldosas color hueso, jugando como siempre a no pisar las líneas que unían una segunda cuadricula que podía transformar en tablero de ajedrez si acaso me aburría con las damas, damas rojas, damas negras…damas de compañía. Mientras me levantaba de la cama cubría mi espalda con el camisón, lo devolvía a su punto de partida más por pudor que por otras cosas, un pudor estúpido que hubiera querido acabar esa misma noche desafiando la costumbre de verme vestida y desvestida cada vez, pero ignoré mis divagaciones y me dejé guiar por una serie de movimientos mecánicos casi estudiados toda una vida. En medio del ritual que propiciaba mi soledad sentí caer una de las pinzas que sostenían mi cabello en trenzas mal formadas y deformadas por el movimiento de la noche. Todo lo que se cae se lo traga la tierra por que no vuelve a aparecer, y sin embargo me incliné para no encontrarla y perder en el juego de evitar las ranuras de cemento gris de un centímetro de espesor. Después de revolcar el polvo del piso con mis dedos, erguí de nuevo el cuerpo y suspire...¡mañana hay que barrer!

Caminé y mojé mis manos en la vasija con agua que permanecía sobre la cómoda del cuarto, justo frente a mi cama; y acaricie mi rostro para bajar la intensidad del calor. Sequé mis labios con mis labios y la lengua saboreó la sal que siempre aparecía, sudor de todas las noches que era absorbido por la almohada y las sabanas y que me obligaba a cambiarlas cada 48 horas; entonces dudé de haber traído agua limpia esta vez y estar untándome el mismo sudor de ayer en la mañana y en la noche, pero supe que no era así porque recordé que esta vez el crujir de la arena no había sido tan fuerte como la primera vez que cambie el agua y la arroje sobre el polvo acumulado por años en las piedras y los adobes grises del patio.


Miré mis manos y ví reflejado en ellas el tejido de flores de la cortina que jamás había detallado, imagine que toda mi silueta habría de estar empapelada de aquel reflejo y que a la distancia se convertía en una sola con la planicie de la pared, ambas cubiertas graciosamente por el tapizado simétrico sobre nuestros cuerpos. Sentí mis manos secas al instante y me pareció inútil volverlas a humedecer, me pareció que repetiría la historia y que vería de nuevo mis manos bordadas con las flores de hilo blanco que armonizaban la caída de las colgaduras. ¡Las colgaduras, eso era!, no había abierto la ventana y por eso el sofoco me ahorcaba más que las otras veces; giré para buscar la estaca y sostener el cristal pero el espacio en negro que se abría ante mí fingió tragarme de una bocanada y me sentí caer sobre el techo de la casa dando vueltas y quebrando las tejas. Abrí los ojos ¿cuándo los había cerrado? sacudí mi cabeza y preferí no pensar de nuevo en el momento en que había abierto la ventana o si acaso acababa de abrirla con mi imaginación; yo seguía de pie frente a mi propia sombra, mirándome las manos por encima del agua que aún ondeaba.

No caminé por el cuarto ni me acerque de nuevo a la ventana, me dirigí a la cama reanudando el juego de las líneas pero me detuvo la pinza que deje caer y que ahora tallaba en la planta de uno de mis pies, la retiré con el cuidado de no perder el equilibrio y continué avanzando como en un transe ya sin importarme si perdía o ganaba, igual el juego era siempre mío y podía hacer trampa cuando quisiera. Me senté de nuevo en la cama y prendí la lámpara sin bombillo que estaba encima del nochero, sin luz me daría lo mismo no leer y fumar, entonces alcancé el cigarrillo que me había robado esa noche de la barra del bar cantinesco que revivía cada fin de semana en el primer piso de esta casa donde ahora pagaba una pieza barata pero decente, más decente que las otras que había tenido antes.

Prendí el cigarrillo y la costumbre de abrir la ventana cuando se fuma en cuartos cerrados me empujó de nuevo fuera de la cama. Imbecil. Tomé impulso para respirar, respirar el cigarrillo y botar el humo por la ventana. Imbecil, esta abierta desde siempre, desde que llegué, y a pesar de todo el humo se iba a encerrar aquí conmigo y se iba a pegar del techo. Yo no olvidaba abrir la ventana, nunca lo hacía, por el contrario olvidaba cerrarla siempre que salía a la calle; abrir y cerrar la ventana, la puerta, mis piernas; abrir y cerrar mis ojos, mi mente; era todo lo que sabía hacer.
Devolví mis pasos y me tiré de nuevo en el animal de cuatro patas que me recibía siempre sola o acompañada, y que jamás me delataba en mi soledad cuando tenía que esconderla.
Las cenizas cayeron al suelo, mi cabeza sobre la almohada y el cigarrillo, haciendo anillos de humo en espiral que ascendían al cielo, sobré la bandejita de plata que mi madre me regaló cuando cumplí 14 años. Mis pies empujaron la sabana hasta que se escurrió por el espacio que siempre queda entre colchón y la pared por donde tantas veces tantas cosas se caen y se pierden, pero ya no sé con seguridad por que la hebilla de cabello había hecho que me tragara mis palabras y sin embargo al caer la sabana la fui perdiendo de vista; me di la vuelta apretando de nuevo mis muslos y esta vez me acerque a coser mis rodillas al hielo de los ladrillos y el revoque, frió que se renovaba cada vez que dejaba de transmitirle mi calor corporal y que traspasaba las capas de pintura blanca que inmaculaban la escena. Posición fetal, la vista fija sobre la pared y el cuarto que me absorbe.


“Ideas”, pensé que talvez podría vender ideas y que con suerte alguien las estaría comprando en algún lugar, que con suerte serían buenas ideas y que…El cigarrillo se fumaba solo mientras yo le daba la espalda, seguía desvaneciéndose y por momentos creía apagarse pero no era así porque el humo subía en una sola columna y se estancaba en el techo formando lo que parecía un cielo raso de algodón
Ideas, jamás podría venderle una idea a nadie, ni siquiera al más abandonado; jamás podría venderla por que era torpe y falta de táctica en las ventas, y por que esa noche la sumaba a las tantas noches de rutina en que iba a la cama con las manos vacías sin haber podido vender mi cuerpo a los clientes espontáneos necesitados de compañía como yo.

(30-03-2005)

Texto agregado el 23-06-2006, y leído por 137 visitantes. (0 votos)


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