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Inicio / Cuenteros Locales / jorval / Encuentro de dos mundos - Capítulo V

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Pedro Román y su familia se encontraban tomando desayuno en la amplia cocina-comedor de su nuevo hogar. El agua hervía en la tetera que se encontraba sobre uno de los platos de la gran cocina a leña que calefaccionaba la casa entera. Los tres estaban sentados alrededor de la mesa redonda en la que había pan recién hecho por la señora Domitila.
—Pensar que ya llevamos una semana acá en Puerto Edén y no sé cómo han pasado los días, pero aún me recuerdo del Micalvi —dijo la señora Domitila.
—Sí, pero todavía lamento que no hayamos pasado a puerto Pelantaro a buscar mármol, el Contra me dijo que pasarán en el viaje de regreso a Punta Arenas y me contó la historia de ese lugar —manifestó el suboficial Román y luego continuó—; en el año 1928, Pascual Ríspoli, lobero napolitano que vivía en Punta Arenas descubrió un gran yacimiento de mármol en la isla Cambridge, actual isla Diego de Almagro, ubicada en el Estrecho Nelson al norte del Estrecho de Magallanes. En el área, en esa época, vivía un importante grupo de alacalufes. En 1929, Ríspoli comenzó la explotación de la mina, pero por motivos desconocidos los indígenas mataron a uno de los obreros de la compañía. Al poco tiempo la extracción de mármol paralizó y la mina fue abandonada.
—Pedro, hasta ahora no hemos visto ninguna embarcación con kawaskar que se acerquen a la bahía ¿será por temor a los hidroaviones que han amarizado en el canal? —preguntó Raquel.
—Puede ser, pero hay que tener paciencia —contestó Pedro.
Pedro, especialista en radiotelegrafía se preocupó personalmente de instalar en su nuevo hogar un receptor de radio para que tanto Raquel como la señora Domitila se sintieran más acompañadas. Así ambas mujeres, mientras trabajaban en las labores propias del hogar se enteraban de lo que sucedía en el lejano mundo.
Prácticamente todas las noches Raquel permanecía en el comedor, después que Pedro y su madre se retiraban a sus dormitorios, escribiendo en su Diario. “Puerto Edén, 26 de febrero de 1936. Captamos muchas noticias de que hoy día Hitler, el Canciller y Primer Ministro alemán inauguró la fábrica de automóviles Volkswagen destinada a fabricar un vehículo que esté al alcance de todos los ciudadanos, ojalá que se cumplan los deseos de este señor que parece ser bastante bien intencionado.” Otra noche escribió: “7 de Marzo de 1936. Recibimos noticias que hoy día Alemania ocupó Rumania, las noticias no eran muy precisas del porqué de la invasión”.
Los hidroaviones, volaban cada quince días, en viajes de ida y vuelta, entre Puerto Montt y Punta Arenas amarizando en el Paso del Indio y luego llegaban hasta el interior de la bahía por sus propios medios. Entregaban y recibían carga e informes, pero al tercer mes de funcionamiento del puesto, Pedro Román fue notificado que habían decidido suspender por tiempo indefinido el vuelo de los hidroaviones; el puesto debería concentrar sus esfuerzos en la observación meteorológica y en censar y apoyar la civilización de los alacalufes.
Habían transcurrido casi seis meses de su llegada a Puerto Edén cuando una fría y lluviosa tarde de junio, en pleno invierno, Pedro llegó a la casa muy agitado. Una canoa, con aproximadamente seis o siete alacalufes había entrado en la bahía y se había varado al sur del puesto, cerca del río.
—¡Raquel!, ¡suegra! vengan a mirar la primera familia de alacalufes que ha llegado a acompañarnos —dijo Pedro, dirigiéndose hacia el ventanal que miraba hacia el sur.
Ambas mujeres corrieron hasta la ventana y se pusieron a observar, pero la distancia y los arbustos les impedían ver con claridad lo que estaba sucediendo.
—No distingo lo que hacen, ¿iremos nosotros hacia ellos? y ¿cómo nos entenderemos? —dijo Raquel.
—Creo que lo mejor será esperar hasta mañana, dejar que ellos se instalen tranquilamente —dijo la señora Domitila y continuó—, lo primero que hay que hacer es aprender su idioma y para ello tenemos que tener bastante contacto pero, ¿dónde? ¿aquí en la casa?
—He dispuesto que desde hoy haremos guardias de seis horas observando lo que hacen —dijo Pedro en voz alta y continuó—. A los que se acerquen los recibiremos en el hangar y mañana a las nueve, si no han venido al puesto, nosotros iremos a tomar contacto con ellos.
Al día siguiente ingresó otra embarcación y al poco tiempo se habían establecido seis grupos en tierra, que formaban un conjunto de treinta a cuarenta personas, con un número igual o superior de perros. Todos habían armado sus típicas chozas a ambos lados de la desembocadura del río.
Raquel continuaba todas las noches anotando en su Diario las novedades diarias como la fecha y hora del arribo de los primeros kawaskar y también noticias mundiales. “Puerto Edén, 17 de Julio de 1936 nos enteramos que en el Protectorado español de Marruecos se ha iniciado un golpe militar contra el gobierno central. El jefe de la revuelta es un general Mola”.

El aspecto del conglomerado indígena era realmente lamentable. Los niños, que formaban el grupo más numeroso, la mayoría andaba completamente desnudo, sólo unos pocos llevaban unas largas chaquetas inmundas y raídas. Los mayores, hombres y mujeres, andaban con ropas obtenidas puesto y de los trueques en las naves; rotas y sucias y su aspecto era de verdaderos pordioseros, solamente había tres o cuatro nativos de más edad, que usaban su vestimenta ancestral, sólo una capa de piel de foca o de nutria sobre sus hombros y otra mas corta amarrada a la cintura, pero estos prácticamente nunca salían de sus chozas por lo que era difícil verlos. El olor que despedían era nauseabundo.
—Esto no puede continuar así —dijo Pedro en voz alta, mientras almorzaba junto a Raquel y su suegra—, el olor en el hangar es insoportable. Creo que la única solución será advertirles que no le entregaremos más ropas ni víveres a los que continúen untándose el cuerpo con grasa de foca, sean adultos o niños.
—Te apoyo totalmente —contestó Raquel—, además que esa grasa, rancia y descompuesta a veces infecta las heridas que trato de curar en los niños, pero lo peor es el olor.
—He estado reflexionando sobre lo que estamos haciendo con esta gente, ¿no será perjudicial darles ropa y prácticamente obligarles a que la empleen?, los niños desnudos se veían bastante saludables, pero ahora noto que andan como con frío, no sé, algo raro sucede con este cambio —comentó la señora Domitila y agregó—; lo otro que no me gusta es que ahora están prácticamente todo el tiempo dentro de las chozas, sin hacer nada, están de ociosos todo el día, eso no puede ser bueno.
—Suegra, las instrucciones que tengo son que debo repartirles ropas y víveres regularmente, el gobierno está decidido en civilizar a estos grupos indígenas, lo mismo están haciendo los marinos en el Canal Beagle con los Yamanas —manifestó Pedro.
El gobierno del presidente Alessandri estaba empeñado en poblar el extremo sur del país y ayudar a integrarse a la civilización a los pueblos indígenas; los yamanas y los alacalufes. Planificaron proporcionarles alimentación y vestuario en sitios bien establecidos, con el fin de radicarlos en un lugar y civilizarlos. La iglesia católica también estaba interesada en evangelizarlos por lo que esperaba enviar pronto un sacerdote a Puerto Edén.
Esta etnia que no dejará ninguna huella en la historia de la humanidad comenzó a ser exterminada lentamente por el hombre blanco civilizado. Primero fueron los navegantes que pasaron por los canales patagónicos, luego los balleneros y loberos, de quienes contrajeron enfermedades venéreas y la afición por el alcohol y finalmente las políticas aplicadas por los sucesivos gobiernos chilenos. La creación del puesto de Puerto Edén fue el último acto de este exterminio, inconsciente, pero sí previsible si se hubiesen analizado con más detenimiento las necesidades de estos pobres seres.
Cuando se instaló el puesto de Puerto Edén, no hacía más de 30 años que el contacto de los kawaskar con los blancos y con los mestizos de Chiloé se había hecho continuo, de modo que estos utilizaban productos y herramientas de origen industrial que combinaban con los producidos según sus técnicas primitivas milenarias. Su estado sanitario era deficiente pues enfermedades como la sífilis y la tuberculosis hacían estragos entre ellos.
Casi al final del primer año de permanencia en el puesto, Raquel escribió en su Diario de Viaje: “Domingo 20 de Diciembre de 1936. Pedro y el cabo Llano han aprendido ya a hablar kawaskar, los cabos Pinto y Tapia regresaron a Punta Arenas hace ya un mes; para mamá y para mi aún resulta difícil comunicarnos con los kawaskar porque hemos tenido menos contacto. Pedro, desde que redujeron la dotación de la repartición ha aumentado su trabajo, pero está feliz y se siente realizado con lo que está haciendo. Ambos hombres han participado en una expedición de caza de nutrias y focas, han ayudado a una familia a construir una nueva canoa y cada uno ha tallado su propio arpón de hueso, Pedro parece niño chico pregonando ante nosotras sus cualidades como fabricante de arpones; con esto han conseguido aprender el idioma y ya pueden comunicarse sin dificultades.
Para nosotras ha resultado más difícil porque, aunque hemos tratado no lo hemos conseguido, nuestro aprendizaje se limita a lo que aprendemos en nuestro contacto con los niños, pero con los mayores hemos fracasado hasta ahora. Primero quisimos participar en la búsqueda de mariscos y no tuvimos ninguna respuesta de la mujer que fue a mariscar; llegamos hasta la orilla y allí nos quedamos mientras ella se sumergía en el mar completamente desnuda, con su canasto afirmado con sus dientes y luego de un minuto o poco mas, emergió con este repleto de cholgas y erizos y emprendimos el regreso a la choza. En toda esta faena, que debe haber durado unas dos horas, no intercambiamos ni una sola palabra con nuestra amiga kawaskar que nos ignoró olímpicamente. Pero peor nos fue cuando decidimos ir a visitar una de las chozas; mi mamá insistía que teníamos que ir a tomar el té con ellos y Pedro replicaba que no fuésemos porque, según él, aún no estábamos preparadas. Por supuesto, al fin, mi mamá ganó y ayer fuimos a tomar té con nuestros amigos kawaskar; por suerte, Pedro insistió en acompañarnos para espantar a los perros, según nos dijo. En esta época tenemos luz hasta tarde y aunque está lloviendo copiosamente la visibilidad es muy buena, caminamos por la orilla de la playa hasta el riachuelo y desde allí penetramos hacia el interior de la selva, donde está instalada una de las chozas. El terreno de helechos y musgo estaba empapado de agua y había partes en que nos hundíamos hasta casi el borde de nuestras largas botas de agua. Cuando estábamos llegando a la choza salió de su interior una jauría de diez o quince perros que se abalanzaron sobre nosotros ladrando y mostrándonos sus filudos dientes y atacándonos violentamente, por fortuna, Pedro, con su acción decidida y enérgica los mantuvo alejados con fuertes golpes de su bastón hasta que logramos llegar a la entrada de la choza. Agachadas penetramos, pero mejor no lo hubiésemos hecho, adentro el humo apenas nos dejaba distinguir, pero el calor sofocante y el hacinamiento de hombres, mujeres, niños y perros era indescriptible. La mugre en el suelo y sobre todo el olor eran insoportables nadie se movió para recibirnos, afortunadamente, porque ambas sentimos deseos de vomitar, por lo que haciendo un gesto de saludo salimos rápidamente nuevamente al aire libre. Creo que nunca volveré a sentir una sensación de alivio tan grande como la que experimenté en ese instante. Me aferré a mi mamá y ambas permanecimos inmóviles unos momentos, rodeadas nuevamente por los aullantes perros que Pedro mantenía a distancia”.

En el mundo indígena

A los pocos días de haber regresado de la expedición al islote Solitario, Yuras le pidió a su suegro, Meseyem, que lo ayudara a construir una nueva canoa pues la que tenían había vuelto demasiado deteriorada del viaje a buscar piedras de fuego.
—La canoa está haciendo mucha agua, tengo que fabricar otra. Iré al bosque a buscar el árbol que dejé marcado hace tiempo —dijo Yuras.
—Yo también iré —fue la corta respuesta de Meseyem y preguntó—. Terwa Koyo ¿también irá?
—Sí —le respondió Yuras.
Yuras el año anterior había recorrido el bosque de coihues que está hacia la cordillera, en un valle abrigado del viento, en el que los árboles crecen rectos, En esa oportunidad marcó uno grande que cubicó previamente rodeándolo con sus brazos y al verificar que sus manos no se topaban, estimó acertadamente que el diámetro del árbol era apropiado; estaba muerto desde hacía varios años, pero continuaba en pie y no presentaba signos de podredumbre en su tronco, recto y sin ramas por unos cinco metros. La construcción de la canoa es una de las actividades más importantes en la vida de los alacalufes, actividad que les tomará varias semanas de trabajo, motivo por el cual reviste gran importancia la selección del árbol. Ambos hombres estaban interesados en que Terwa Koyo comenzara a aprender los distintos procesos involucrados en esta actividad. Encontrado el árbol seleccionado tiempo atrás, Yuras, con su hacha comenzó a cortarlo en dos biseles opuestos y a unos sesenta centímetros de la base, luego de una hora de trabajo, el árbol se desplomó en el sentido apropiado, la cara de Yuras y de sus dos compañeros era de una intensa alegría. Inmediatamente comenzó a descortezarlo en búsqueda de posibles defectos, el tronco estaba en perfecto estado. Ese primer día regresaron satisfechos a la choza y así estuvieron haciéndolo por más de una semana. Primero adelgazaron la proa, que corresponde a la base del árbol y luego ambos hombres cada uno desde un extremo comenzaron a excavar la madera con golpes precisos bajo la atenta mirada de Terwa Koyo. Los hombres quitaron madera hasta dejar el tronco de un grueso de tres a cuatro centímetros y un poco mas en ambos extremos. Con el tronco ahuecado y ahora bastante más liviano, lo arrastraron hasta la costa, en esto demoraron otra semana. Finalmente, Yuras solo, con una azuela terminó de ahuecar el casco, hizo un trabajo tan prolijo, que este no se rompió en ninguna parte y consiguió que el ensanchamiento fuera de tal magnitud que al menos triplicara la capacidad de la futura embarcación. Para efectuarlo tuvo que trabajar por unas dos horas en una posición incómoda, agazapado en el interior del casco en proyecto, cuya abertura apenas le permitía moverse. Terminado el agotador trabajo de Yuras, mojaron profusamente el tronco-canoa y lo dejaron con agua por cinco días, esto en preparación de la separación de los bordes del tronco para transformarlo en una embarcación. Luego clavaron unos pilotes de madera cerca de la choza y a un lado juntaron abundante leña de cipreses secos, los encendieron hasta convertirlos en brasas; colocaron el tronco-canoa en los pilotes y repartieron las brasas bajo la canoa, abarcando toda su longitud y sometiéndola a una alta temperatura. Alternativamente colocaban el fondo y las paredes hacia el calor de las brasas, hasta que la madera, interna y externa estuvo ligeramente carbonizada y bastante flexible. A continuación, Yuras colocó un trozo de madera de unos setenta centímetros de largo, en forma oblicua entre los bordes y con golpes fue forzando a que tomara una posición perpendicular al eje de la canoa. Hecho esto, junto con Meseyen, colocaron otros travesaños mas cortos hacia la proa y la popa, dándole así su forma definitiva. Esta operación que duró alrededor de tres horas fue seguida con particular interés por toda la familia que miraba desde una cierta distancia, excepto Terwa Koyo, que orgulloso se movía entre ambos hombres pasándoles los trozos de madera cuando se lo pedían. La canoa permaneció por una semana en esa posición, días en que los hombres aprovecharon de rasparle, con conchas de cholgas, la película carbonizada que tenía en su superficie. Pasada esta semana el proceso culminó al agregarles unas tablas a ambos bordes, para subirle los costados y con su calafateo con trapos, tierra y musgo seco. Toda la familia quedó feliz con la nueva embarcación que esperaban les duraría los próximos tres o cuatro meses o quizás más. Terwa Koyo había aprendido lo suficiente para tener una mayor participación en la próxima construcción.
—Padre, ¿Cómo obtuvimos las hachas y la azuela con que construimos la canoa?— preguntó Terwa Koyo.
—Tu abuelo sabe bien de eso, porque participó en su obtención—. Respondió Yuras.
Toda la familia tomó posición alrededor del fuego para escuchar al abuelo, quién
en voz baja y hablando lentamente contó: “Hace aproximadamente diez años, varios hombres blancos se instalaron en el seno Eyre, construyeron casas y galpones y trajeron ovejas, muchas ovejas, caballos y vacas. Al poco tiempo de instalados el ventisquero los expulsó, huyeron en su cutter dejando abandonados los animales, utensilios, herramientas y las casas. Un grupo de kawaskar sacamos las herramientas y nos quedamos con los animales, yo personalmente encontré tres hachas y una azuela”
Esta historia es una de los pocos intentos de colonización efectuados en la zona. A fines de 1924, Peter Samsing, colono noruego establecido en Punta Arenas, recorrió en su cutter los canales patagónicos llegando hasta el seno Eyre, muy cercano a Puerto Edén, hacia la cordillera. Allí encontró lo que buscaba, un lugar donde instalarse e iniciar la crianza de ovejas, formando su propia estancia. En febrero de 1925 trasladó personal y materiales con los que construyó tres casas y galpones para la esquila y almacenamiento de la lana y llevó 200 ovejas, tres vacas y cuatro caballos. El duro invierno casi los hizo desaparecer y cuando llegó la primavera y comenzaban a recuperarse, vieron con espanto que el glaciar avanzaba rápidamente cortándoles la salida hacia el mar; Samsing se apresuró en salvar a sus hombres abandonando todo antes que el glacial bloqueara la salida del valle. Los alacalufes que rondaban la pequeña estancia dieron cuenta de ella, quedándose con todo lo que encontraron, un verdadero tesoro y uno más de los pocos acontecimientos que cada cierto tiempo ocurrían en esas apartadas y solitarias latitudes pero que quedaban grabados en la memoria de los indígenas.
En pleno invierno, Kostora se encontraba en el canal mariscando cuando vió que una canoa kawaskar penetraba en la bahía de Puerto Edén. Al día siguiente, Yuras observó como otras dos canoas se acercaban a Puerto Edén y decidió trasladarse también pues algo debía estar sucediendo ahora que habían dejado de venir los tremendos hidroaviones que amarizaban en el canal, frente a donde ellos estaban.
Yuras y su familia llevaban casi seis meses en Puerto Edén, habían levantado su tradicional choza y esa noche de intensa lluvia estaba toda la familia alrededor de la fogata que los calentaba.
—¿Qué piensa abuelo de lo que nos está sucediendo? —preguntó Yuras mirando fijamente la fogata.
—Creo que nada bueno nos ocurrirá. Esto que nos regalen la comida y la ropa nos llevará a la perdición. Kostora ¿cuánto tiempo hace que no vas a mariscar? Y tú, Yuras, ¿cuando fue la última vez que saliste a cazar? —respondió Meseyem mirando directamente a los ojos de Terwa Koyo.
Todos permaneciron en silencio por largo tiempo hasta que finalmente Kostora dijo: “Mañana iré a mariscar, pero los víveres que nos dan en la Casa Grande también sirven para alimentarnos. Las mujeres blancas me están enseñando a cocinar los tallarines y los porotos”.

JORVAL

Texto agregado el 14-06-2006, y leído por 903 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
25-12-2007 hijo de puta... anciano de mierda...activa mi cuenta Ciberbaco
13-08-2006 Pedro, Raquel y Domitila ya instalados en su nuevo hogar en Puerto Edén muy dispuestos a realizar con entusiasmo la labor que les fue encomendada, en Europa la segunda guerra mundial y los alacalufes ya deteriorados por la cercanía de la civilización, hacen de ésta novela documental, una verdadera historia, felicitaciones nuevamente por este nuevo capítulo y mis cinco estrellas, de esas que brillan allá en la Patagonia. Ignacia
13-07-2006 El acopio de datos y detalles historicos y regionales hacen de esta historia un rico aporte de conocimientos. El Milcavi y la canoa de Yuras en viaje impagable. *************** Shou
11-07-2006 Fascinante ***** SorGalim
04-07-2006 Deseo dejar constancia que en tu aventura de escribir una novela, empresa ardua sin duda, vas afinando la pluma en forma clara, porque ya en las primeras frases uno se mete en esta historia de sabores marinos. Mis saludos! mandrugo
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