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INVASIÓN AL MUNDIAL


Omar G.Barsotti


Al final, Jacobo Zim resultó un genio. Era feliz poseedor de una pedantería limpiamente repugnante que lucía con la humildad del Empire State. A mi pesar aprendí a soportarlo, hay que mantener a la familia y los puestos de Secretario de Ministerio no se ofertan en las góndolas de los supermercados.
Cuando la paciencia amenazaba con abandonarme llegaron a la Tierra los parahumanos del planeta Vigón. Ahí comprendí que hasta un Ministro vanidoso, calvo y flatulento es capaz de brindar un instante de heroica gloria y ganarse el respeto hasta de quienes ha abusado.
Fue justamente en el año en que se jugaba la Gran Copa Mundial de Fútbol., lo que tuvo decisiva importancia en la solución del problema más grave que enfrentara la humanidad después del Diluvio Universal y la creación de la carrera de abogacía.
Los invasores eran...¿cómo decirlo?...Bien...Si Ud. hace una mezcla de los más simpáticos y seductores actores y personajes de la televisión, el cine y la música, le agrega el físico de Arnold Swazeneger, o el de Burt Lancaster en su juventud,- si tiene Ud. un pasado tan remoto como para recordarlo -, el dulce rostro de Bruce Willis, cuando no está apretando una automática, o el de Gary Grant, - si es que le gusta el cine de colección y suspira por los mentones con pocitos - y le agrega la fuerza de Superman antes de tocar la Kriptonita, se empieza a aproximar. Si prefiere afinar el concepto póngale un gesto pícaro de Brad Pitt y una pizca de la ternura del Topo Gigio y bata todo hasta obtener una mezcla cremosamente homogénea. El resultado será algo empalagoso, pero irresistible.
He aquí la historia:
Un día, sin previo aviso, toda la televisión de la Tierra mostró un inesperado show fuera de programa. Los técnicos enloquecieron cuando en lugar del box o un recital de Julio Iglesias o Luis Miguel, o una melosa escena de brujas venezolanas intrigando contra sus asexuados maridos, aparecieron en pantalla los Parahumanos anunciando su próximo descenso en distintos puntos de la Tierra, comunicando, a la vez, sus intenciones de hacerse buenos amigos de los humanos e informándonos de sus costumbres, simpatías, ideales y emociones. Transmitieron escenas de su vida cotidiana, algunas de las cuales pusieron los pelos de punta a la Comisión de Censura y Moralidad..Tarde: para ese entonces, la humanidad entera estaba cautivada por los simpáticos invasores.
Porque eran invasores, y no temían confesarlo. Al menos no aburrieron con justificativos hipócritas, como es usual.
El día fijado para el arribo, muchedumbres anhelantes se concentraron portando cartelones de bienvenida en los puntos de aterrizaje anunciados, plegándose en masa a la fiesta de bienvenida donde, como resaltó con su reiterativa originalidad el periodismo, “no faltaron las notas sencillas y emotivas”.
Jacobo Zim y yo flotábamos solitarios en la sonora soledad del edificio del Ministerio, y éramos, con algunos perros vagabundos que sabiamente no miraban televisión y rondaban volcando tachos de basuras en las avenidas, los únicos seres vivientes en toda la Gran Metrópoli. Desde los grandes ventanales podía ver como las hojas secas y los papeles rotos se arrastraban impulsados por el viento, cruzando y recruzando las calzadas. Pesadumbre, nostalgia, tristeza, en fin... un tango algo ventoso.
El resto de nuestros compatriotas se encontraba rodeando la pista de aterrizaje asignada a la Argentina, ubicada en el mismo centro del Parque Pereyra Iraola donde diligentes topadoras abrieron un espacio suficientemente grande. Más tarde, como quien no quiere la cosa, una Cía. constructora aprovecharía el lugar para hacer una docena de Monoblocks de viviendas. Que así de intangibles son los negocios humanos que ni los más solemnes sucesos ni las máximas tragedias pueden detenerles, siempre que se pague la coima correspondiente.
A las 18 hs. de aquel inolvidable día, entre el sonar de bandas militares y as de estruendo, una enorme esfera plateada de 650 mts. de diámetro, refulgiendo a los rayos del sol poniente ( lo que para desgracia del género inspiró a innumerables poetas nativos) inició el descenso con sus retrocohetes encendidos a toda potencia y una infinidad de luces de colores titilando con” resplandores ambarinos sobre el verde esmeralda de los árboles “(sic).
Por televisión, observamos conturbados la aparición de los parahumanos en las portillas de la nave. Eran tal cual los habíamos imaginado: fascinantes. Ese día todos los ídolos populares pasaron al más herrumbroso olvido. Ejércitos de fanáticas jovencitas cayeron en histérico éxtasis, no sin antes arrancarse los corpiños y los calzones a jirones.
Jacobo Zim apagó el televisor, se levantó y con paso inseguro pero veloz, enfiló hacia el baño. Me retiré en respetuoso silencio. Un Ministro con diarrea merece el mayor respeto.
La fiesta de recepción terminó cuarenta días después, más que nada debido a la escasez de vituallas. Los problemas reales empezaron después de la farra, como es costumbre.
Los parahumanos, según su propia explicación, expresadas con la mayor cortesía y cordialidad, deseaban integrarse a la civilización humana (revelando un gusto deplorable) en igualdad de condiciones con cualquier ciudadano del mundo. No tenían intenciones de introducir cambios en el habitual desarrollo de nuestros asuntos políticos y costumbres, pero si "querían ser considerados candidatos a puestos públicos y privados en franca, amistosa y abierta competencia siguiendo los hábitos locales" (sic).
Se les concedió eso y mucho más y, cuando un parahumano fue elegido presidente de Brasil, el cerebro de Jacobo Zim rechinó, vibró, bufó, humeó y se puso penosamente en funcionamiento. A través del tiempo y los sucesos adquirió cada vez mayor velocidad dando lugar a una de las más audaces páginas de la historia humana y a mí, el privilegio de relatarla. Ni Cesar frente al Rubicón, ni Aníbal frente a Roma, tuvieron ante si un tan grande dilema como el enfrentado por mi gordo y flatulento Ministro. Como, puesto a latinear ni un cura le ganaba, Jacobo, cuando alcanzó las revoluciones requeridas por su retorcido cerebro espetó: "Iacta est Alea", "Moribus antiquis stat res roma virisque", es decir: hay que tirarse a la pileta o vamos muertos.
Luego, más calmo, agregó:
-Sejo –me observó entrecerrando los ojos legañosos – he llegado a entrever, al fin, cómo acabará esta situación. Los parahumanos son una especie sumamente hábil y, por lo visto planearon la invasión perfecta a la tierra sin derramar una gota de sangre ni lanzar esos rayos pavotes que promueven la Ciencia Ficción y el Pentágono. Ellos planean, sin duda, asumir el poder total y dulcemente absoluto.
Al decir "poder" vi, asombrado, que una lágrima, probablemente muy antigua y espesa, se asomaba trabajosamente a sus ojos de tortuga. Sin enjugarla, prosiguió:
-Sejo...amigo Sejo – yo me puse en guardia – Debemos hacer algo y pronto. Caso contrario, en menos de un año serán elegidos gobernantes en todas y cada una de las naciones del globo y estaremos en sus manos. No quedará ni un miserable puesto de subsecretario disponible. Ni un resquicio para ejercer el más mínimo poder.¿Qué vida será esa ?.
Suspiré para acompañarle el sentimiento y observé fascinado como la lágrima, sin duda la única disponible, brillaba un poco más intensa. Zim se aclaró la garganta, adoptó una pose doctoral y agitando un grueso dedito frente a mis narices explicó:
- Han conseguido, gracias a no sé qué capacidad de plástica física y psíquica, producir un tipo de hombre irresistiblemente seductor. Yo mismo, que he odiado a la humanidad con una consecuencia digna de encomio, confieso sentirme cautivado por el tipo de individuo que representan. Y eso es mucho decir, Sejo. - y se quedó esperando hasta que lo admití con humildad.- Luego continuó sin variar el tono pontifical: debemos pensar algo urgentemente y lo debemos hacer casi solos. No hay muchos que me apoyen. Voy ha asumir la mayor responsabilidad y confiar tan solo en un muy selecto grupo que tengo en mente. ..
Y así lo dejé, pensando solitario y abandonado en su escritorio ministerial. Mientras me alejaba. pude verlo acariciando su barbilla con la vista perdida en la insondable podredumbre de su mente. No me conmovió su imagen de prócer soledad. Si Jacobo Zim deseaba convertirse en un héroe ignorado...allá él; yo estaba contento con los parahumanos como el resto de la humanidad y pensaba seriamente que jamás llegarían a ser tan miserables, egoístas, malvados y sanguinarios como los gobernantes terráqueos.
Los invasores, entretanto, tomaron el asunto con firme resolución. Instalados en los mejores hoteles y residencias de las principales ciudades, rondaban de aquí para allá, afanosos, gentiles, interesados, rodeados de multitudes de fanáticos dispuestos a hacerles el menor servicio por el sólo placer de ser distinguidos con su amistad.
Algunos, más activos, obtuvieron inmediatos nombramientos como ejecutivos y directores en grandes Empresas, aún en las multinacionales, luchando contra sombríos y astutos directivos de almas esquizoides y espíritus paranoicos, superándoles, frecuentemente, en inescrupulosidad y vileza.
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A los cuatro meses de su llegada, los Vigonenses poseían el control del 90% de las empresas terrestres y ocupaban importantes puestos gubernamentales en no menos de treinta países; veinte ya eran Presidentes, unos quinientos Generales y, una cantidad parecida, diplomáticos de máxima jerarquía. Un número indeterminado invadieron la televisión, la radio y el cine. .
Sorprendentemente no incursionaron en las ciencias, la literatura y las disciplinas creativas, las cuales dejaron libradas, displicentemente, a las manos humanas. Tampoco incursionaron en el deporte.
- Menos en el deporte – dijo un día Jacobo Zim.
Faltaba una semana para que entregara el puesto de Ministro a su sucesor, un parahumano. Era evidente que se sentía afectado. Hacía una semana que el Presidente era un invasor.
Pero Jacobo no estaba dispuesto a declinar su estrella sin luchar. Me dirigió una enigmática mirada brillante de expectativas secretas y comentó:
- Se ha dado cuenta de ello, Sejo?. Nada de deportes. Tampoco nada de ciencia, ni de arte, pero lo importante es lo del deporte.
- Quizás no les interesa – repliqué por darle el gusto pues la observación me parecía carente de interés y Zim tenía un aspecto lamentable.
-No les interesa – repitió él cargando las palabras de sorna – No sea tautológico, Sejo. Me decepciona. "¿no les interesa?" es la pregunta, no la respuesta.
- Ya sé señor Ministro – me defendí – Pero¿ no es suficiente con copar las Fuerzas Armadas, la Política y el mango de la Economía. En ese sartén se pueden freír todos los huevos del planeta – aduje no sin audacia –¿Para qué el deporte? – y añadí con inédita dignidad: yo haría lo mismo que ellos. Para mi el deporte es un residuo de nuestro pasado salvaje que aún persiste en nuestra inconsciente social – y me quedé envarado para darle más fuerza al galimatías.
Jacobo Zim se enderezó en su sillón con los ojos muy abiertos y cuando creí que me enviaría al demonio, dijo sin disimular su alegría, apuntándome con un hierático dedo manchado de tinta:
- Sejo...Es Ud. una luz. No me explico cómo es que quedó relegado a ese puesto de simple secretario. Cuando este asunto termine ( porque terminará, ahora lo sé) hágame recordar este glorioso momento a fin de que pueda enmendar tanta injusticia.- se detuvo sonriendo beatíficamente – Sí, señor – y acentúo cada palabra golpeando con un puñito regordete una palma rechoncha – Es Ud. una luz:
- Haga lo siguiente – dijo entregándome una lista - comuníquese con cada uno de éstos hombres. Son los pocos confiables en posiciones importantes en el mundo. Me interesan sobremanera el representante ruso y el norteamericano...ah! y también el chino...y no se me olvide del francés sino tendremos una irreparable crisis de prestigio. No se fié del inglés. Puede que ya esté de acuerdo con los parahumanos tan siquiera sea para asegurarse el Peñón de Gibraltar o el petróleo de las Malvinas.. Tantéelo. Ud. ya sabe. Cite a todos para mañana por la noche. Ellos sabrán como llegar y como justificarlo.
Aquel era el Jacobo Zim que yo conocía y no la torta de grasa en que se había convertido en aquellos aciagos días. Salí volando a cumplir sus órdenes..
Sin un minuto de retraso, sin una ausencia, todos los citados estaban en el despacho de Jacobo Zim.
Era un grupo homogeneizado por el mismo odio y resentimiento hacia los fascinantes invasores. Conscientes de la inminente pérdida del poder y de la debilidad en que se encontraban.
Solo verles, masticando la revancha y afilando sus uñas me hizo sentir como un cordero entre una manada de lobos. Y no exagero, ya las cosas no estaban para exagerar y esos rostros hoscos, al borde de la desesperación, reflejando el desborde de la normal demencia de sus dueños, revelaban claramente el impensado impacto de la invasión Vigonense sobre un segmento de la sociedad que había caído en el olvido.
Pensé en la multitud de individuos de aquella clase obligados a abandonar sus amados puestos – algunos ya tan cerca de la cúspide –en manos de los invasores, mientras se les esfumaba entre las cuervas garras el prestigio, los privilegios, las prebendas, la discrecionalidad, el permiso para mentir y matar, el halo de intocables y, sobre todo, el ejercicio crudo y llano del Poder que era su exclusiva dieta espiritual. Sufrían, se retorcían, ardían en las llamas del despecho y la depresión mientras su soberbia se hacia sopa en las aguas turbias de su deteriorado autorespeto. Me alegré de ser un miserable secretario de Ministerio con poca vocación y nada de ambición.
En verdad, los hombres comunes, la masa anónima de las calles, los talleres, los campos y las oficinas no percibían claramente lo ocurrido. Para ellos todo seguía igual pues los invasores ( y ahora caía yo en ello) no modificaron para nada las deplorables costumbres políticas de los países invadidos
Las guerras focalizadas se desarrollaban normalmente con la diferencia de que todos los bandos en pugna disponían de generales y oficiales parahumanos, y en las eternas mesas de negociaciones, los representantes de cada facción aburrían con la misma bizantina discusión, aunque eran todos simpáticos invasores. En verdad, sorprendía su poder de adaptación...

***
- ...y de imitación, la capacidad mimética – adujo Jacobo Zim a sus hermanos en la desgracia – Esas es su ventaja sobre nosotros. Se han limitado a suplantarnos redondamente, sin introducir variantes. Tan solo un reemplazo físico. Observen Uds.: los problemas internacionales siguen siendo los mismos. La ciencia y la técnica subsisten inalteradas y hasta han dado orden de continuar con los programas espaciales con nuestras naves y satélites precarios, que son vulgares carretillas frente a sus tremendas máquinas estelares.. Deben tener, suponemos, una ciencia infinitamente superior a las nuestra, pero no la aplican. Solo repiten lo que encuentran hecho. Es raro,¿ no les parece?
En respuesta hubo un escabroso escarceo entre el representante ruso que se extrañaba de la no aplicación del materialismo dialéctico y el americano que defendía el liberalismo económico.
- Señores...señores...basta de camelos...¿eh? – advirtió Jacobo Zim.
Levantó una mano que pareció una blandengue bandera de tregua y sermoneó beatíficamente a los contendientes pero dirigiéndose en realidad al conjunto:
- Abandonemos nuestras diferencias. Tenemos la eternidad para dirimirlas. Comprendan algo: a ellos no les interesa ni el neoliberalismo, ni el materialismo dialéctico, ni el revisionismo histórico ni la nueva dieta para bajar de peso. A ellos solo les importa reemplazarnos a nosotros - y los señaló, uno por uno, con una larga uña de ave de rapiña un poco sucia.
- Esta es una invasión contra nosotros – prosiguió - Contra los dueños del Poder. Al pueblo nada le importa, ni en nada le influye. Capten: se limitaron, a reemplazar a la casta gobernante, a los dirigentes de todo el planeta y no parecen dispuestos a tomarse el trabajo de modificar nuestra vida, sea occidental y cristiana, sea oriental y marxista, sea lo que fueren esas cosas. Simplemente gozan disponiendo del poder sin otro objetivo. En eso se parecen a nosotros, seamos sinceros.
Se sumieron en un silencio casi palpable. Un pesado y maloliente silencio que no era más que la admisión momentánea del liderazgo de Jacobo Zim con vista, en un futuro cercano, ha hacerlo sonar como arpa vieja.
A continuación y durante 48 hs. Jacobo trazó el más extravagante plan imaginado nunca por una mente sana, (lo que no era el caso), desde el caballo de Troya hasta el FMI.
Zim desplegó diagramas y señaló puntos geográficos, exhibió estadísticas en gigantescos murales y todo el tiempo las computadoras zumbaron, silbaron y teclearon sin cesar, vomitando largas cintas de papel que eran consultadas constantemente y que el representante español usó ocasionalmente para sonarse los mocos, mientras que el ruso, para desesperación de Jacobo, se llevó para el baño.
Desde mi pequeño despacho, vecino al de Zim, oía el murmullo estupefacto de los invitados y me mordía las uñas gruñendo de curiosidad insatisfecha.. Al fin me quedé dormido, vencido por la incertidumbre y con una leve sensación de irrealidad.
A la madrugada, Jacobo Zim me despertó con una gentil patada en la canilla y me entregó un fajo de papeles con la orden de hacer tantas fotocopias como representantes y arrojar los originales al fuego. Cuando repartía las copias los observé. Si yo hubiera sido un parahumano no habría dormido tranquilo luego de ver esos ojos brillantes y esos dientes afilados.
Cuando estuvimos solos, Zim me dejó leer el plan para la Argentina. Cinco minutos después casi me parto de la risa.
Jacobo Zim, mientras sus planes hervían lentamente en la marmita de su astuta sesera, se dedicó a entrevistar, sin darse tregua, pero sin perder su petulante elegancia y paciente estilo, a cada uno de los parahumanos ocupantes de la Argentina hasta la jerarquía que consideró conveniente. Justificativos: mera formalidad. Saludarles, despedirse, informarles de las novedades, rendir cuenta de su administración y desearles suerte en sus futuras tareas.
Mientras tanto, los sondeaba. Estuve presente en la entrevista con el Presidente Argentino Vigonense y el futuro reemplazante de Zim, un tal Loscar Ach Cora con un aire pachurriento al estilo James Stewar que se expresaba clara y pausadamente en castellano neutro de televisión. Zim lo miró con una envidia tan profunda que temí le diera un ataque de apoplejía, pero se recompuso y luego que el color morado despareciera de su rostro se levantó para darle un abrazo fraternal. Así, sus escasas y pegajosas lágrimas parecieron motivadas por la emoción.
- En verdad, Sr. Cora – dijo sin dejar de sobar al parahumano como si lo probara para cocinarlo – Creo que será Ud. un digno reemplazante en el Ministerio del Interior de este.. servidor...humilde – agregó sintiendo que se estaba pasando.
Los parahumanos intercambiaron con él otros halagos por el estilo, hicieron bromas que detecté copiadas del show de la Niñera de la televisión, agradecieron la invitación de Zim y se dejaron informar pacientemente sobre los pormenores del cargo sin abandonar su cortés atención pese a lo asqueroso del tema. Debo confesarlo, al verlos así, tan atentos y solícitos con aquella serpiente maligna, deseé fervientemente que los planes de Jacobo Zim fueran tan ridículos como parecían. Casi en la despedida, simulando indiferencia, éste les preguntó:
- Tengo una curiosidad –sonrió tontamente – Quizá Uds. me la puedan satisfacer...¿Cómo es que no se han dedicado al deporte?
Los parahumanos se miraron intrigados. Luego, el Presidente pareció hacer un acopio extra de paciencia y recobrando su habitual parsimonia ( reconocí un cierto aire de Hopkins) explicó amablemente:
- Señor Zim. Los deportes humanos son a nuestro entender – titubeó un poco y agregó: espero no ofenderle...son, digamos, nada más que un perdedero de tiempo y energías. Por otra parte nuestros cuerpos no precisan deportes para mejorarlos...eso es algo genético..digamos.
- No me refería a eso, Sr. Presidente. Ya veo que todos Uds. están en óptimas condiciones físicas. Me refería a la real importancia del deporte para la economía y, más que nada para la política. Me refiero al deporte como entretenimiento y pasión de las masas. ¿Ud. entiende...no?
- ¿Lo cree Ud. así? – preguntó súbitamente interesado el Sr.Cora.
- Firmemente...pero ¿es que Uds. no tienen algo similar en su planeta?
- Déjeme explicarle, Sr.Zim – adujo el presidente – en nuestro planeta se practican muchos deportes, pero los que son de vuestro uso, o similares, han quedado...hace siglos... hum...ejem...- maniobró un poco con las manos en el aire y al fin agregó con una sonrisa: relegados a las especies inferiores y a los infradotados. Nosotros somos parahumanos, y dentro de ellos un grupo sumamente seleccionado y entrenado...eso significa, básicamente, que si bien estamos en la misma dirección del desarrollo general, viajamos...cómo decir? Viajamos a una velocidad distinta. Por eso los deportes físicos (de fuerza o destreza física, da lo mismo) los consideramos un camino de regresión, o al menos, una vía muerta de formas menores de competencia. En esencia lo consideramos sustitutos muy pobres, por cierto, de un verdadero deporte. Para nosotros toda actividad es deportiva: gobernar un país, o una Empresa, o un planeta, es la mas alta expresión competitiva a que se puede aspirar pues las reglas, las dificultades, en ese campo, son necesariamente más complejas y difíciles de aprender y manejar y, por lo tanto, el mérito mucho más grande y, consecuentemente, el sentimiento de triunfo más pleno y satisfactorio. No señor Zim...perseguir una pelota por el césped es para nosotros algo así como lo que Ud. sentiría compitiendo con vuestros niños a las canicas o a las figuritas.
- ¡Oh! Dios! Comprendo – exclamó Zim profunda e hipócritamente compungido y agregó de inmediato: Pero permitan que explique mi impertinencia. Resulta que dada la importancia que los deportes físicos y su exhibición han adquirido en la Tierra, me pareció, por un instante, que les iba a resultar difícil gobernar sin tenerlos en cuenta. Es como si jugaran al ajedrez, digamos...prescindiendo de los caballos. Puede hacerse, pero no es lo mismo.¡Caramba! entiendo...si Uds. lo han superado...en fin.
-¡Oh! No, no es eso - le interrumpió el Presidente apenado y componedor – Al contrario. Apreciamos su interés, pero es que a su vez Ud. despertó el nuestro con sus comentarios. Quizá nosotros podamos modificar nuestra actitud al respecto si nos explica en profundidad el tema.
Oh! Manes de la eterna Roma, quién pudiera prever que aquella paciente cortesía abría las puertas a las Parcas que tejerían el definitivo destino de los parahumanos.
- Como no. Estoy para servirles – se apresuró Zim tomando la oportunidad por las patas – Les diré, tienen Uds. frente a sí a una subespecie humana que, pese al progreso de su ciencia, aún preserva, una brizna, un apenas indiscernible residuo de brutalidad atávica. ¿ Y cómo se manifiesta este salvaje residuo inferior?...pues mediante la guerra, o su simulación; es decir : el Deporte. En estos momentos, por ejemplo, se desarrolla el Campeonato Mundial de Fútbol, suspendido, obviamente, por vuestra grata presencia en el planeta. Pero, fíjense qué digo: ¡Mundial!. No hay país que no tenga su equipo representante y no hay hombre, en país alguno, que no desee fervientemente ver a su equipo triunfar. El hombre común, mediante este artificio del fútbol ejecuta, inconscientemente, sus deseos reprimidos por la educación y las leyes, de subyugar, someter, martirizar, burlar y destruir a un contrincante, un enemigo, un adversario cualquiera fuere. Un enemigo en abstracto...en suma, no importa cual...y no importa el costo - agregó por último bajando la voz y echando una mirada siniestra.
- Es fascinante – opinó el Sr. Cora acariciándose la barbilla - ¿ Qué sugiere Ud. que hagamos?.
- ¡Oh! Nada, por Dios! – alegó Zim con ampulosas genuflexiones orientales.
- Pero hombre! – protestó gentilmente el Presidente – expláyese con confianza. Pese a nuestras primeras objeciones Ud. ha logrado interesarnos.
- Bueno – accedió bondadosamente Zim – Les diré: Uds. han ocupado ( para nuestra gran fortuna, se los aseguro) todos los puestos claves del gobierno y la economía.. Pero eso, ¿A quién le importa?. Uds. creen que alguien se acuerda del Presidente que tuvimos en 1935? O en 1960?. O ¿qué causó la primera guerra mundial?.O ¿ qué le pasaba a Einstein con la velocidad de la luz?. O ¿cuál fue el primer libro de Faulkner?. Pero salga Ud. a la calle, detenga al primer terrestre que pase y dígales que Ud. no sabe quienes fueron Moreno, Boyé, Distefano o Zubeldía, o Palermo, o Maradona...y entonces recibirá una hiriente mirada de desprecio. Vea lo ocurrido cuando Pelé se retiró: una hecatombe. Y Carrizo: una catástrofe! Y Filiol: Un drama!. Cualquier político que hubiere prometido la restitución de cualquiera de esos jugadores de fútbol a sus puestos, habría ganado las elecciones por muerte – exageró Jacobo Zin sin inmutarse.
– Muchos gobernantes – prosiguió sin abandonar el tono pontifical – alientan y apoyan al deporte de las masas para hacerse más populares. Muchos ejecutivos y directivos y propietarios de Empresas se han hecho elegir presidentes, o al menos directivos, de clubes de fútbol para incrementar su prestigio personal y mejorar sus negocios.
Acá hizo un alto, componiendo un hermoso rostro de querubín que me dejó boquiabierto. Luego sonrío, diríamos tenuemente, y con un gesto de disculpa que podríamos llamar angelical, agregó: Pero ¡qué estoy diciendo! Uds. saben de esto mucho más que yo.
- No lo crea – se confesó imprevistamente el Sr.Cora y volviéndose a su compañero manifestó: Creo que el Sr. Zim tiene mucha razón. Debemos introducirnos en esta cuestión del fútbol como parte de la política.
- Hum...estoy con Ud. – contestó el Presidente meditabundo a lo Robert Redford. - Cora – agregó decidido: mañana citaremos a la Junta de Invasión en plenario para debatir extensamente este asunto.
- Eso haremos - asintió Cora chasqueando la lengua con el ímpetu de Robert de Niro.
- Bueno... no quisiera – intervino Jacobo Zim a lo Peter Lorre – no quisiera...decía...haber influido en Uds...
- De ninguna manera Sr.Ministro del Interior – le interrumpió el Presidente con aire dudosamente afectuoso a lo Harrison Ford – Ud. ha sido muy amable y muy útil.
- Quisiera serlo más, pero...por supuesto...en fin – terminó compungido Jacobo Zim con la melancolía de Boris Karloff frente a su cadaver preferido..
- De ninguna manera. Ya sé a lo que se refiere. Ud. debe seguir colaborando con nosotros – intervino Cora con la más dulce y decidida de sus sonrisas manteniendo la fascinacion de Redford con una pizca de Paul Newman y un toque travieso de Steve Mcqueen.
-Es preciso que nos asesore – se sumó el Presidente – y para qué eso sea factible y más cómodo permanecerá en su puesto y Cora le reemplazará hasta que hayamos cubierto este punto que está completamente en blanco en nuestros bancos de memoria..
- Si puedo ser útil – musito Zim con la humildad de Bambi versión Walt Disney.
Yo estaba asqueado. Era como haber asistido a un torneo de imitadores por televisión, en verano, en un sábado por la tarde y con lluvia.
De aquí en más los sucesos se precipitaron. Es difícil relatar en detalle lo ocurrido, así que, necesariamente, voy a dejar algunos aspectos anecdóticos de lado.
Tal lo había supuesto Jacobo Zim, una vez que los parahumanos se convencieron actuaron con la eficacia que les caracterizaba. Aún hoy no sé como se las arregló este maestro de la intriga, pero logró mantener el más estricto secreto hasta el último día, y aún más, obtuvo que, en todo el mundo, durante el tiempo que duró la preparación, no se jugara ni un partido de fútbol. Se prohibieron hasta los picados domingueros. Según explicó, y los parahumanos admitieron con total ingenuidad, convenía un cierto aire de espontaneidad. Era preciso, arguyó, que la gente pensara que ellos amaban el fútbol desde las estrellas. El plan secreto de Invasión al Deporte siguió los siguientes pasos:

a)Se reclutaron en todo el mundo, alrededor de diez mil parahumanos entre los más fuertes y pesados con los que conformaron los equipos de todos los países participantes con sus correspondientes suplentes, entrenadores, aguateros etc....
b) En cada país, y para beneficio de los nuevos jugadores se realizaron prácticas secretas. Eran sumamente sencillas. La capacidad de aprendizaje de los invasores era absoluta y con solo ver un partido y vencida su natural repugnancia a los juegos físicos comprendieron las reglas repitiendo sin error cada uno de los posibles movimientos de cada puestos con sus respectivas artimañas, jugadas y combinaciones.
c) Aprovechando la suspensión del Campeonato mundial se reemplazó a todos los jugadores terrestres humanos cumpliendo los requisitos legales. (Parece ser, según pude luego colegir, que Jacobo Zim obró como agente de todos y tal las buenas costumbres lo establecen, se quedó con una jugosa comisión por los pases.)
d) Mientras tanto, siguiendo un o único ideado por nuestro Ministro del Interior, se construyó, a velocidad record, un estadio en cada uno de los países cuyos equipos jugarían como locales en la primera fecha.(Los contratistas resultaron parientes de Zim).
Cabían en cada uno no menos de trescientas mil personas cómodamente instaladas en butacas desarmables. Las localidades más alejadas disponían de un telescopio, montado sobre un pedestal, con el cual los espectadores seguirían las jugadas como si estuvieran sentados en el borde mismo del field. Era una exquisitez rayana en la extravagancia, pero Jacobo insistió muy especialmente en esto prohibiendo el uso de cualquier clase de material plástico e insistiendo en que fueran de un metal sólido y durable. Además, proveyó a cada butaca de una pequeña heladera portátil que contendría emparedados y bebidas gaseosas, éstas últimas, por el bien de la ecología, solo en envases de vidrio.
El campo de juego carecía de alambrado y en su sustitución se encontraba rodeado por una serie de postes de cinco metros de alto y separados entre sí unos quince centímetros. En verdad, salvo éstos y otros pocos detalles que atribuí a algunos disloques propios de la mente de Jacobo Zim, el resto de la arquitectura resultó simplemente imponente y dotadas de los artificios más sofisticados en cuanto a comodidades para el juego, su transmisión, y los servicios para el público, las autoridades y los jugadores. Los baños se recubrieron de sólidos azulejos multicolores y en las tribunas, sobre soportes desmontables y con ingeniosos mecanismos se podían desplegar toldos que por su especial disposición no impedirían la visión del campo de juego y cubrirían tanto del sol como de la lluvia. Tras cada arco se dispusieron, con gran despliegue de lujo, las comodidades para las autoridades gubernamentales parahumanas de los países contendientes, cuya asistencia sería obligatoria.

Por esa suerte de milagros que a veces nos depara la maldad, toda esta belleza se mantuvo de incógnito hasta casi el día mismo de la reiniciación del campeonato Mundial, al mínimo costo de la desaparición de unos pocos cronistas deportivos excesivamente curiosos.
Recién, sobre la hora final, anuncios sabiamente velados de la prensa crearon un ambiente de ansiedad que llegó a perturbar algunas acciones guerrilleras en Sudamérica y una guerra en Oriente Medio, lo que casi produjo un cataclismo económico y pánico bancario en EEUU, Inglaterra, Francia y Rusia. Pero era comprensible, hasta yo, que sentía por el fútbol una magnífica e hipertrofiada repelencia, admitia ante Jacobo que me encontraba al borde de la histeria por la expectación.
- Y, realmente – dijo el inefable Ministro – solamente hace seis semanas que empezamos, Sejo – y agregó: no debiste perder la sesión de aprendizaje del equipo parahumano Argentino.
- No me dejaron entrar - aclaré con velado pero amargo reproche.
- Es cierto, Sejo, perdona. Pero debía mantenerse el máximo secreto. Te cuento; imagínate un partido entre River y Boca. En la onera. Sin más público que un grupo selecto de autoridades y todos los parahumanos que se encuentran en la Argentina, incluidos, obviamente, los componentes del equipo nacional Vigonense con sus respectivos suplentes. Dirijo yo. Comienza el partido y, de entrada, Díaz lo calza a Migliore con una guadaña desde atrás y lo manda a la enfermería.
Se detuvo con la mirada ensoñadora, recordándome a Christofer Lee pasando revista a su colección de ataúdes.
- Una hermosura – comentó sin cambiar de tono- pero no mejor que la de Pasucci que hizo un gol a quemarropa,
- ¿A quemarropa?. Cómo es eso? – comenzaba a alarmarme.
- ¡Pues sí, hombre!. A quemarropa del arquero, al lado del cual estuvo todo el tiempo esperando el pase. Fue un patadón que llevó la pelota a la red con guardametas y todo.
- Pero eso fue orsai!
- ¿No lo sabe?. El orsai fue derogado en el reglamento mundial. Al igual que otras normas que le quitan emoción al partido.
- ¡Qué desastre!- exclamé alarmado – y encima con equipos que se tienen bronca desde el primer campeonato nacional.
- Al contrario. Un éxito. No cobré ni un foul. Ni uno solo – y se dejó conducir por sus ensoñaciones hacia donde sea que su demencia lo haga.
Quedé desconcertado.
Se eligió el primer día de junio para los partidos iniciales del Campeonato Mundial cuyo fixture fue reprogramado para que, a la misma hora y día, en todo el mundo, se realizaran, los más de cincuenta partidos entre los equipos de las naciones participantes. Se estableció que se enfrentaran entre sí aquellas naciones que tenían antiguos problemas limítrofes, raciales o ideológicos, buscando, según versión Jacobo Zim, hermanarlos a través de la sana práctica del deporte viril.
Yo estaba en el estadio de Bs.As. y podía imaginarme sin mucho esfuerzo lo que ocurría en el resto del mundo. En las tribunas laterales se ubicaban, enfrentadas, las hinchadas argentina y uruguaya. Ciento cincuenta mil respiraciones agitadas y anhelantes a cada lado y, entre ellas, en ambos extremos, las representaciones gubernamentales de ambos países.
Los más alejados estaban aprendiendo a utilizar sus telescopios dirigiéndolos hacia el verde césped que brillaba como una esmeralda engarzada en blanco marfil. Un espectáculo inusitado, insólitamente agradable para los humanos que veían, satisfechos, como los parahumanos agitaban rítmicamente los gallardetes que les hiciera repartir Zim, ululando como la hinchada de Boca, imitando las grabaciones aprendidas durante los entrenamientos. Pude advertir durante aquellos breves momentos, una corriente de simpatía que electrizaba a las hinchadas con un renovado sentimiento de afecto y solidaridad hacia sus amos parahumanos.
Fuera del estadio rugía más de un millón de fanáticos que disponía, colocadas en lugares estratégicos, de pantallas gigantes que transmitirían las alternativas del match. A fin de dar mayor comodidad a esa impresionante multitud se facilitaron cómodos banquitos metálicos. Se les repartía, además, desde estratégicos quioscos, gratuitamente, una abundante provisión de bebidas en pequeñas y manuables botellas de vidrio desechando el tradicional pero anticuado tetrablit.
En cincuenta países ocurría lo mismo. El transporte y las entradas eran gratuitos, como así también el alojamiento.
Una circular top secret había ordenado a todos los parahumanos que ocupaban funciones menores, presentarse al partido y mezclarse con la multitud en las tribunas a fin de demostrar su pasión futbolera. Aquí y allá algunos vigonenses formaban alegres grupos portando banderas y carteles diligentemente provistos por el organizado Zim. Cuando leí, con mi telescopio, desde la cabina de transmisión, algunos de los textos sentí una corriente helada vagando recurrentemente por mi espina dorsal. Eran de un tenor tal que prefiero no transcribirlos para no herir los sentimientos de embajadores susceptibles. Para completarla, los parahumanos entonaban estribillos que hacían frecuente mención a la genealogía y costumbres uales de sus contrincantes.
Los ánimos se caldearon y yo comencé a ver un poco más claro y a sentir una puntada de miedo en el bajo vientre. El ulular se multiplicó y oleadas lentas pero vigorosas se insinuaban inquietas en la muchedumbre. Una suelta de globos y el parloteo de los altavoces impusieron una tregua. Luego rompió una estruendosa ovación e hizo su aparición el equipo uruguayo portando una bandera argentina hasta el centro del field, donde, ante el estupor general, fue quemada. Se hizo un silencio al lado del cual el sepulcral parecería una fiesta beat, pero no hubo tiempo para el asombro pues ya salía el equipo parahumano argentino que repitió la maniobra de su oponente con la sencilla variante de pisotear y escupir la enseña nacional uruguaya antes de rasgarla.
El referí, también parahumano, no dio tiempo a reacción alguna. Mandó formar a ambos seleccionados y dio la pitada inicial.
El equipo argentino avanzó con toda la delantera desplegada haciendo una impecable demostración de juego ciencia. Era un ballet al que solo le faltaba una buena filarmónica. La defensa uruguaya se replegó rápida, calma y organizada y justo cuando el nº10 argentino se colaba con una suerte de gambetas que solo pudo aprender de Maradona, el nº 3 uruguayo lo calzó con un piñon que solamente pudo aprender de Monzón. La pelota quedó limpiamente en manos del arquero y el referí como si estuviera garuando finito en Tartagal.
Los jugadores vigonenses no parecían tener conciencia de la infracción, ni del murmullo que se alzaba, cada vez más fuerte, desde las tribunas argentinas. Retornaban tranquilos a sus puestos mientras un par de camilleros sacaban al nº 10 nock out y un suplente arrojaba el buzo y corría a cubrir la vacante. Ahora entendía la cantidad excesiva de suplentes requerida por Zim. A ese paso no alcanzarían ni para la mitad del partido.
Miré las tribunas donde había un movimiento extraño. El público iba saliendo de su estupefacción pero el avance uruguayo los remetió en la bolsa de la expectativa. Con pases cortos y geométricos, la delantera superó las primeras defensas argentinas iniciando un ataque desde el ala izquierda. Un delantero uruguayo tomó posesión del balón, eludió hábilmente un par de criminales guadañazos y, ágilmente quedó frente al arquero que ya se aproximaba corriendo para enfrentarlo sobre el área chica, dando grandes zancadas que terminaron en una perfecta palomita...pero con los pies para adelante que se estrellaron contra el rostro del atacante quien rebotó con un claro y espeluznante chasquido de huesos rotos.
El rugido que partió de la tribuna uruguaya fue como el estampido de una a dentro de un teatro. Miré hacia las tribunas de los gobernantes parahumanos pero seguían ignorantes de lo que se venía y agitando los gallardetes y cantando como zombis. Alguien grito : ¡Asesinos!, y una botella describió una graciosa parábola incrustándose limpiamente en el cráneo del arquero que dio dos o tres pasos con la pelota en la mano para caer finalmente de rodillas con la mirada extraviada, casualmente sobre un cartel de Coca-Cola.
Lo que siguió después me cuesta contarlo. Mientras dos camilleros retiraban al arquero, una lluvia de proyectiles, entre los que reconocí algunos de los famosos telescopios, caía sobre los defensores argentinos parahumanos y el referí, que corrían aterrados a refugiarse en el túnel. Muy pocos llegaron. La hinchada argentina estaba enfurecida. Desde su tribuna volaron algunas partes de las butacas de fácil desarme y una avalancha feroz se desplazó en una honda de cabezas y brazos como serpientes iracundas en dirección a la tribuna de los gobernantes uruguayos.
Una barra de unos cien muchachones argentinos, al ver que los jugadores uruguayos querían ganar el túnel corrieron hacia la empalizada. Por unos segundos pensé que es más difícil trepar por una serie de postes colocados a quince centímetros uno del otro que por un alambrado, pero, cuando los palos cayeron como escarbadientes clavados en manteca, convirtiéndose en elegantes, largas y agudas jabalinas perdí toda esperanza. Desde la otra parte la hinchada se dio cuenta y arrió también con sus lanzas y comenzó a correr a los jugadores argentinos. De ahí en mal la batalla se generalizó. Los 22 jugadores, más los 22 suplentes, más un número no determinado de masajistas, aguateros y entrenadores, todos ellos parahumanos quedaron aprisionados entre quienes querían convertirles en papilla y quienes querían rescatarles.
Entretanto, las hinchadas seguían intercambiándose proyectiles de todo tipo entre los cuales vi planear a los hermosos azulejos decorados de los baños, que cruzaban, por encima de los consternados parahumanos de ambos bandos, como bandadas de palomas. Los Vigonenses no tenían salvación. Estaban en medio de la marea y pude contar cinco veces a la hinchada uruguaya pasando sobre la tribuna de los gobernantes parahumanos argentinos y otras tantas iniciar el viaje de retorno con la hinchada argentina pegada a los talones. Ambas tribunas gubernamentales eran una masa de astillas, telescopios, botellas, brazos, piernas y cuerpos de invasores amontonados aquí y allá. Afuera ocurría lo mismo.
Cinco horas después, pude escapar del matadero junto con la gente de la prensa que disponía de un camión blindado y un pánico. Con ambas cosas y un poco de suerte nos vimos alejados del tumulto.
Pocas cosas habían quedado en pié en el estadio. Parecía una inmensa sopera luciendo los restos de un puchero a la española y muchos parahumanos podrían haber pasado por morcillas mordisqueadas y desechadas. Los eros, veinte horas después, se encargaron de hacer la limpieza y, en ese momento, encontraron a Loscar Arch Cora, el frustrado suplente de Zim, embutido entre dos butacas que se habían negado a ser desmontables pese a la garantía de fábrica. Su cuerpo, según la gráfica descripción del Jefe de eros, estaba "tironeado como muñeco de mellizos, a jirones y un poco pegajoso".
No seguiré con la descripción de este delirante cuadro. Sólo me limitaré a acotar que se repitió en los todos los estadios mundialistas simultáneamente, dejando poco menos de medio millón de muertos, otros tantos heridos y un centenar de camiones de restos irreconocibles. Un costo bajísimo, según Jacobo Zim, teniendo en cuenta que los estadios podían ser utilizados para invasiones futuras y, como podía comprobarse, no quedaban residuos atómicos con lo que se había respetado la conservación ecológica del planeta.
Pasado el temporal, los ánimos se aquietaron quedándonos en las manos un maltrecho manojo de aún asombrados invasores. Unos cinco mil en total, la mayoría de ellos heridos por golpes de butacas, botellas de bebidas de vidrio, hermosos azulejos decorados y tenaces telescopios.
Sentí tanta lástima e indignación que caí como una tromba en el despacho Presidencial de Jacobo Zim ( con tantas idas y venidas y butacazos el se había quedado con el sillón de Rivadavia) y le dije poco más o menos lo siguiente:
- Ud. es un animal. Una bestia sanguinaria y malvada y, sobre todo un sucio. Esos invasores pudieron hacernos papillas en dos días con esas naves estelares y esclavizarnos a todos. En cambio nos ofrecieron la oportunidad única de cambiar todo nuestro elenco gobernante y quizá nuestras aberrantes costumbres y todo el régimen de injusticia que nos rige. Quizá en pocos años gozaríamos de un bienestar y una paz nunca vistos en la Tierra y no tendríamos que soportar en esos sillones a monstruos egoístas y vanidosos como Ud.
Me dejó continuar en ese tono hasta que quedé ronco, asqueado, cansado y asustado. Jacobo dejó de limpiarse las uñas y me dijo;:
- Amigo Sejo, no se vaya. Siéntese... por favor. Ud. me asombra. Nunca imaginé que tuviera el valor de hablarme en forma tan valiente.
No repliqué. Al fin y al cabo una lisonja es una lisonja y todos somos de carne.
- Pida un café para Ud. y un té para mí y departamos como amigos. Quiero contarle algo con respecto a esta aleccionadora historia antes de que entre los periodistas y los historiadores la trastornen.
Revoloteó las manos por el escritorio como buscando las palabras adecuadas y prosiguió: Es verdad que en cierta forma jugué sucio, pero no me niegue Ud. que el juego de ellos no era muy limpio que digamos. Eso de disfrazarse con la piel del cordero es sumamente criticable desde que le costó el ojo al Cíclope. Los vigonenses, que Ud. ve como los frustrados salvadores de la especie humana, no son nada más ni nada menos que simuladores natos. Imitadores perfectos. Camaleónicos. Son, también, jugadores compulsivos, deportistas a su manera, requeridos genéticamente por el impulso de arriesgar y vencer y, cuando llegan a un planeta compiten entre ellos imitando las costumbres locales, buenas o malas, sin cambiarlas un ápice. Habrían sido tan malos o buenos como los gobernantes humanos. Con una diferencia. Una vez que la Tierra hubiera estado completamente en sus manos, tendrían el poder absoluto, incontrolablemente supeditado a la simple extensión, sin modificaciones cualitativas, de los mecanismos del poder. Sería el poder irrevocable, final, total, corrupto. Hubieran exacerbado al máximo las guerras y la explotación pues les faltaría el contralor que los distintos malvados (como los identifica Ud.) ejercen entre sí obligándose, cada tanto, a hacer algo de justicia.
Me quedé en cierta forma avergonzado. En verdad, siempre supe, que los invasores eran una hermosa ilusión, un espejismo de nuestros íntimos deseos. Habían venido a jugar con nosotros como los visitantes en un zoológico se entretienen con los monos enjaulados. Eso éramos nosotros para los vigoneses: Simios detenidos en la evolución a vaya saber cuantos milenios de su propio desarrollo.
Expresé como para mi mismo estas reflexiones hasta que Sim me miró con un poco de conmiseración, sacudiendo la cabeza en negativa y me aclaró:
- Totalmente inexacto, amigo Sejo. Ellos tienen tan solo ese poder imitativo como ventaja sobre nosotros. Pueden aprender todo en forma pragmática, pero superficial.. Esas naves maravillosas, que ahora están desarmando y estudiando nuestros técnicos, no fueron ideadas por ellos. Ni los comandos están adaptados a la anatomía humana. Viajaron como en el subte a las siete de la tarde por no saber salirse de los os de donde las copiaron en otro planeta que invadieron y conquistaron con sus argucias. No tienen imaginación ni creatividad. Por eso no nos destruyeron: no sabían como usar esas naves bélicamente a pesar de disponer de un terrible arsenal. Seguramente como todos los seres sin imaginación se sintieron superiores y pensaron que podían destruirnos por medios más sofisticados. No se engañe, como todos los necios eran soberbios y carentes de parámetros para mensurar sus propias limitaciones.
- ¿Por qué el fútbol? – pregunté intempestivamente.
- Amigo, Sejo.Si Ud., que nada entiende de fútbol, pero es imaginativo, hubiera asistido a aquellos entrenamientos donde les enseñé el viril deporte comprendería hasta que punto son rígidamente imitativo los vigonenses. Teníamos quince quebrados por sesión. Se trataba de represalias. Contraté a una selecta docena de periodistas especializados para que hicieran circular entre los jugadores humanos toda clase de especies, críticas, supuestas opiniones y trascendidos o versiones oficiosas o como quiera Ud. llamarle a esas infamias con las que llevan el puchero a su casa esos señores del cuarto poder. Y como yo era el referí, y soy un hombre justo debía dejar que nuestros hipersensibles deportistas dirimieran sus diferencias en el campo de juego. Cosa que hicieron pateándose entre ellos más que a la pelota. Para los invasores, que habían despreciado conocer el deporte de las masas, todo era fútbol y así lo jugaron, sin agregar ni sacar nada. Yo diría, perfeccionando al extremo todas las infracciones.
- Pero el fútbol – insistí con un poco de asco – ¿No había otros métodos, acaso?
- Ningún otro, lamentablemente – dijo Zim – No podíamos declarar la guerra a un invasor que tenía oficiales en todos los ejércitos del mundo, y apoyo popular además.. No estábamos en forma de iniciar ningún tipo de reacción armada.
- Lo primero - continuó deleitándose - era dividir ese cariño y para eso se me ocurrió presentarles como hinchas de fútbol y, aún más, como jugadores, y brutales encima. Ud. sabe como es eso. Ningún hincha pensó que los integrantes de su equipo eran tan animales como sus contrincantes. Cada uno vio a los propios pateados por los ajenos. Y hay algo que he descubierto hace tiempo, se puede querer a un Presidente de un país vecino. Se puede admirar a los gobernantes de una nación que nos invade. Pero, créame, es imposible dejar de odiar a los representantes de un país vecino cuyos futbolistas, abusando de una sincera invitación, patean y descalabran a los nuestros. Eso es una inadmisible perversidad, mientras que si los nuestros baldan a los otros eso es un lamentable e.
- Y ya ve Ud.- dijo emitiendo un largo y satisfecho suspiro – proveyendo a dos hinchadas, tradicionalmente acérrimas enemigas, de motivos y los proyectiles idóneos, conseguimos liquidar a casi todos los de invasores en poco más de media hora. Y no se preocupe, le garantizó que a un costo deleznable que dejará resto para que los humanos podamos, cómodamente, llevar a cabo un par de guerras mundiales.
Dejé a Zim mascullando sus cifras y disfrutando de su momento de gloria. En cuanto a los vigonenses: jamás regresaran. Probablemente seguirán jugando al fútbol en su planeta de origen siguiendo las reglas de Zim y, en un par de generaciones no quedara uno, ni para semilla. Garantizado, sí señor. FIN



Texto agregado el 09-06-2006, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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