Suena el teléfono. Descuelgo el auricular y me cercioro de que mi tono de voz es el adecuado. Al otro lado de la línea telefónica percibo una vocecita dulce, vital y enérgica, aunque hoy quizá suene algo menos intensa.

- ¿Sí?
- Soy Irene… - me dice mi amiga a través del teléfono. Hace una pausa y prosigue: Que te quiero mucho.
- Uisss, yo también. – me sorprende un poco, solo un poquito. Porque ya la conozco y sé que puede salir por donde le plazca. Ella es así de “rara”, “especial”. Sin duda, Única.
- Sólo te llamaba para decirte eso. Es que… voy por la página 180 de tu cuaderno-libro y… Creo que ahora voy conociéndote más, mucho más.
- Es que ahí está todo. Bueno, casi todo lo que siento. Mi vida.
- Pero, ¿es todo real?
- Sí – Rotundo.- Algunas cosas están un poco más exageradas, pero si.
- ¿Cómo estas?

Seguimos hablando. Unas cuantas preguntas más. Noto que sonríe. Yo le devuelvo ese gesto de cariño. Percibo como todos los lastres desaparecen y puedo hablar de cualquier cosa con ella sin tener que justificarme.

Resulta sencillo sacar las palabras con que describir mis sentimientos. La hipocresía no cabe en nuestra amistad.

Te despides. Me siento mucho más unida a tu vida. Sabemos mucho la una de la otra.

- ¡Te quiero mucho!
- Yo también te quiero, Irene.
- Nos vemos mañana.
- Suerte.

Y una vez el hilo de voz desaparece. Irene ya no está al otro lado y suena un pitido persistente. Es bonito sentirse querida. Es precioso tener a una amiga a tu lado.