Son muchas esas, las noches, en las que te gustaría llegar a alguna parte,
en vez de pasarla boca arriba,
girando por los recodos retorcidos en un espiral diferente en cada rodeo,
con el obelisco ahogado entre dos paredes tortilleras,
mirando al cielo machimbrado de guiños,
buscando un fumo en las cenizas grises encoladas contra el carey putañero y rojo
que en vez de peineta se hizo cenicero de putas,
con la luz cortada y el grifo seco, con gas; una cama sin patas traseras y un mareo nauseabundo resolviéndose sobre el frio hasta el amanecer.
Son muchas esas, las noches.