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Amor de pendejo

Cuando era niño, y ya casi llegaba a la adolescencia. A Juliano, ese tímido e introvertido muchachito que parecía guindar su mundo aparte, le gustaba mandar cartas de amor a sus condiscípulas del mismo horario de clase. Pero como entonces no era colegio mixto, solamente podía mirarlas de entrada y salida. Cuyas cartas siempre llevaban como presente, una olorosa flor de amor. De las muchas cartas que envió, hubo una romántica niña soñadora que lo halagó con su respuesta. Desde entonces su fiel imaginación abandonaba la timidez, pero sólo su imaginación, y se convierte en un pensador recursivo.
Por que si por coincidencia descubría que ella se acercaba en su misma dirección; se perdía en cuestión de segundos, era un mago del escape.
Claro que Juliano tenía la esperanza de que por casualidad un buen día, empezara a llover en el preciso momento que él estuviera pasando por el andén de la casa, de quien había respondido su fragante carta de amor. Pues su imaginación le prometía que ésta le iba a permitir la entrada a la casa, para no dejarlo que se mojara. Siempre que llovía, se lamentaba de no estar cerca de ese lugar. Por las mañanas al salir para el colegio, miraba el cielo y le pedía a san Pedro que lloviera. No le importaba que fuese verano, al cabo Pedro era quien administraba las llaves del Cielo. Así pasaron dos, tres años… Y, como el que persevera alcanza, y pierde si se duerme. Un día que amanece con suficiente enojo, decide arreglar cuentas con su apocada personalidad y, de una vez ponerle fin a su absurdo sentimiento de culpa. Como fue posible que hubiese dejado pasar tanto tiempo, esperando que la lluvia coincidiera con su cruce por la casa de la única niña que lo había correspondido.
Ahora visitaría a la supuesta novia sin necesidad de rogarle a Pedro para que lloviera; con franqueza le iba a explicar por que no la visitaba, y por que se escondía al descubrirla andando por la misma calle.
Cuando abre la puerta para salir, empieza a caer un torrencial aguacero. Y vuelve a lamentarse por enésima vez, de no haber estado al menos a una cuadra de la casa deseada. Se sienta, está intranquilo, resuelve acostarse para dormir un rato y, después cumplir lo prometido. Pero antes llama a su madre para decirle que nadie debe molestarlo, y que nadie era nadie.
Al cabo de varias horas, se levantó rabioso, pues comprobó que había dormido mucho tiempo.
La madre le cuenta que le abrió la puerta a una jovencita que se estaba mojando en el andén de la casa. Y que ésta le había dicho que, buscaba ansiosa la casa de un joven que la pretendía, pero que la lluvia impidió que lo encontrara.

--¿Que más te dijo? –pregunta Juliano.

--Me dijo que esta misma noche se trasteaba con sus padres a otra ciudad… muy lejana.

Texto agregado el 19-12-2003, y leído por 367 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-01-2004 Me ha gustado, creo que es muy buen cuento, a excepción de esa frase inconclusa del inicio, que intenta ser una oración pero que no cumple un propósito de finalidad. Saludos. Gabrielly
20-12-2003 Un relato que, quiza por lo de la lluvia me trae a García Márquez a la memoria. Tienes la magia de trasladar tu presente para representarlo en el pasado y mostrar un amor a prueba de lluvias, pero no de tiempos. Avanza la narración con un toque de realismo mágico, donde ese amor tuyo es perenne. Se desprende hasta una moraleja de tus letras: NO PERDAMOS EL TIEMPO ESPERANDO LOS ACONTECIMIENTOS. Esa lluvia que nos traes en tu relato se me hace amiga y me gusta, creo que desde hoy seré tu lectora incondicional. Mis estrellas y mis saludos, narrador y poeta. FaTAMoRgAnA
19-12-2003 fantastico, amo cuando un escritor se dedica solo a contar, tan solo a contar,una pequeña gran historia. caruga
 
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