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Lo encontré por casualidad, en una de mis noches oscuras, esas noches cuando los demonios internos toman el control de mi ser y debo vagar de noche, buscando, en sórdidos lugares, a mis iguales.

Al principio no lo reconocí, sentado al final de la barra, bebía lentamente una cerveza, perdido en sus pensamientos, sin prestar atención a quienes a su alrededor buscan despejar su soledad inmersos en un artificial ambiente de fiesta y celebración.

Su tristeza fue lo que me atrajo, con un lenguaje corporal que a gritos proclamaba su infelicidad.

Dejándome caer pesadamente en un banquillo, espeté: -Le importa si me siento.
Con un gesto me mandó al demonio.

Estuvimos bebiendo al parejo, en silencio, por un poco más de dos horas, a eso de las dos de la mañana, se volteó hacia mí y con la mirada extraviada exclamó:
-Todo es culpa de la televisión.

Viejo mamón, pensé, ya empezó a desvariar, girando mi cuerpo le ofrecí la espalda como muda respuesta a sus extravíos.

El anciano aferrándose a mi hombro, se alzó sobre la barra gritando:

-Sí, es culpa de la televisión, esa caja maldita arruinó el espíritu.

El cantinero molesto, me miró fieramente y con señas me recomendó “bájale, bájale...”, yo también con señas le indiqué que yo era ajeno a las excentricidades del viejo que estaba a mi lado.

Nuevamente el anciano aprovechando el silencio entre canción y canción gritó a todo pulmón: “Síííí cabrones, no se hagan pendejos, si yo los conozco a todooooos”.
El cantinero, dando un fuerte golpe sobre la barra, se plantó frente a mí diciendo: -Controle a su abuelo, o los saco a patadas.
Yo quise aclararle que a ese viejo, yo no lo conocía, que me senté a su lado por pura afinidad, que por mí podía mandarlo a la chingada, que yo solo quería un lugar donde embrutecerme, pero sin darme tiempo a replicar, retomó sus actividades.

El anciano aprovechando el momento, se volvió a alzar sobre la barra apoyándose en mi hombro y levantando la voz inició una nueva arenga:
-Sííí, culeros, la culpa la tiene la televisión, esos cabrones son los responsables, ellos arruinaron el espíritu.

Instintivamente volteé hacia la barra, para comprobar con espanto, que el puño del cantinero se acercaba velozmente a mi rostro.
Antes de perder el sentido, tumbado boca arriba sobre el sucio piso del bar, saboreando mi propia sangre, musité: -El espíritu...

Desperté adolorido, tumbado sobre un montón de basura; junto a mí, el anciano sentado sobre mi abrigo, se enfrascaba en una animado monólogo.

Lentamente me incorporé, mi primer impulso fue realizar un rápido inventario de mis pertenencias: cartera, llaves, celular, reloj, encendedor. Al comprobar que el hurto no fue parte del desalojo, el estúpido optimista que vive en mí, me hizo considerar –Al menos chupamos gratis.

Encendiendo un cigarrillo me senté junto al anciano. Éste al notar mi presencia, retomó una inexistente conversación: -Y no solo eso, cambiaron todo el sentido de la celebración.
Encolerizado, lo tomé con ambas manos por el cuello y le grité a la cara: -Mira pinche viejo, ahora mismo me vas a decir de qué diablos estas hablando.
Él reaccionó espantado: -Tú también Mickilín, ¿También tú me vas a atacar?.
Inmediatamente lo solté, desde hace más de 40 años nadie me llamaba de esa forma, quienes durante mi niñez lo hicieron, ahora están muertos.
Me quedé perplejo, sin poder articular palabra alguna, volví a sentarme a su lado, sólo mis padres y mis abuelos, me llamaban de esa forma, era un apodo que odiaba, pero que siempre estuvo relacionado con mis momentos más felices.

Una sucesión de recuerdos inundaron mi memoria, y a pesar del lugar y la situación en la que me encontraba, una sonrisa cruzó mi rostro. Con una renovada actitud hacia el anciano, lo observé por un momento, estudiándolo, buscando encontrar alguna relación con mi pasado. Su ropa aunque sucia y desgastada reflejaba un noble origen: zapatos de ante, pantalón de pana, camisa de algodón, chaleco de lana y un añejo saco de Tweed.
A pesar de tener un miserable aspecto; barba y cabellos crecidos, descuidados, rostro sucio con algunas costras de mugre, el anciano mantenía una dignidad inherente.

Tomándolo del brazo exclamé: -vámonos, aquí ya no hay nada que hacer.

La combinación golpiza-borrachera-vejez provocó que nuestro andar fuera lento y vacilante, sin embargo logramos instalarnos en una cantina de mala muerte a unos pasos del lugar.
Al amparo de una botella de mezcal Don Bucho, con renovado ánimo, el anciano compartió su historia:

“Hace ya muchos años, cuando el mundo era más simple, era yo un hombre próspero, los bienes materiales, por su abundancia, no tenían para mí un especial interés. La vida o el destino, llámalo tu como quieras, no permitieron que mi simiente encontrara terreno fértil, por lo que al morir mi esposa quedé solo. Buscando mitigar mi soledad, encontré en el amor al prójimo mi destino. Al principio la idea era simple, brindarle a los niños más necesitados un día de felicidad en su existencia, un día de dicha plena, que pudieran recordar por el resto de sus miserables vidas. Para lograrlo un servidor y dos asistentes recorríamos las barriadas cuestionando a los niños sobre su más anhelado deseo, y en la medida de nuestras posibilidades, procurábamos cumplirlo.”

Haciendo una pausa, el anciano bebió un largo trago de mezcal, y reanudó la historia:

“Por un tiempo, nuestra labor fue suficiente, era una faena de tiempo completo que nos brindaba una gran satisfacción, pero, la fama de nuestra obra se fue extendiendo, superando en gran medida nuestra capacidad, no sólo los niños de regiones distantes demandaban nuestra presencia, sino que los hermanos de los beneficiados exigían igual trato.

Al crecer exponencialmente la demanda y ante nuestra limitada capacidad de respuesta, establecimos un criterio de selección de los solicitantes. Con ayuda de voluntarios de distintas ciudades, durante todo el año investigábamos el perfil socio-económico de los candidatos y eliminábamos de la lista a quienes tuvieran una mala conducta. Para realizar la entrega de los regalos, seleccionamos la fecha de una importante celebración cristiana.
Al poco tiempo empezamos a recibir en nuestras oficinas, cartas de candidatos rechazados y de antiguos beneficiados solicitando que modificáramos el criterio de selección y que se permitiera que los beneficiados recibieran los regalos en más de una ocasión.
Por otra parte, los padres de los candidatos que por no carecer de recursos económicos o por el hecho de formar parte de una familia tradicional y sin conflictos eran rechazados, espontáneamente empezaron a copiar nuestra labor, solo que limitando la entrega de regalos a sus propios hijos. Esto desestabilizó el sistema, y muchos de los candidatos rechazados nos acusaron de discriminación y favoritismo para con las clases privilegiadas. Para lidiar con estos asuntos tuvimos que contratar personal administrativo y asesoría legal, esto provocó que nuestra labor se volviera un proceso lento, onerosos y burocrático”.

Visiblemente alterado, el anciano apuró el resto de la botella de un solo trago, y limpiándose las barbas con el dorso de la mano, me dijo antes de reiniciar su historia: -Pídete otra.

“Al finalizar la primera década de nuestra labor, la estructura administrativa consumía una mayor cantidad de recursos que los destinados a la compra y distribución de los regalos. Uno de nuestros asesores sugirió que para reducir costos deberíamos fabricarlos nosotros mismos, buscando mano de obra barata y estímulos fiscales, establecimos un complejo de fabricación en el norte, brindándole empleo a una etnia que por sus características físicas, históricamente había sido marginada del mercado laboral. Para supervisar la fabricación, opté por mudarme a dicha comunidad, y convivir con ellos once meses del año, regresando a la ciudad sólo para supervisar la distribución y entrega de los regalos.
Hasta este punto continuábamos manteniendo un bajo perfil, pero el comercio organizado, al ver el potencial del negocio, inició una gran campaña publicitaria para convencer a los padres de adoptar esta costumbre y regalar a sus hijos, usando nuestro nombre, juguetes todos los años en la misma fecha en que nosotros lo hacíamos. Esto causó que nuestros asesores jurídicos libraran una larga y costosa batalla legal contra los comerciantes por el uso indebido de nuestra identidad corporativa, proceso que finalmente perdimos por no haber registrado el nombre y el modelo de negocio ante el Instituto de la Propiedad Intelectual.
Ya para esa época los recursos económicos habían menguado hasta el punto de no poder garantizar la entrega de regalos para la siguiente fecha, además el personal contratado al ver que no se podían garantizar las liquidaciones laborales en caso quiebra, promovió un recurso de huelga ante la autoridad laboral, para congelar los activos y garantizar de esta manera sus percepciones. Desesperado, en mala hora acudí a la Cadena Televisora Nacional, que con anterioridad se había interesado en nuestro proyecto. Ellos gustosos accedieron a ayudarnos con algunas condiciones, el equipo creativo sugirió un diseño de imagen que fuera más viable comercialmente, desarrollaron una campaña de publicidad a escala nacional para promover nuestra nueva imagen. Su equipo legal y financiero, desarrolló un sistema de licencias para comercializar la nueva imagen en un sin fin de productos, también se establecieron franquicias en otros países.
Se creó un consejo que administrara la operación de nuestra organización, y se estableció un fideicomiso que manejara los recursos generados por las regalías en la venta de productos bajo licencia y franquicias. Ahí, ahí fue donde todo empezó a valer madre.

Exponiendo que la fabricación y distribución de juguetes de manera gratuita se contraponía con el objeto social de la empresa televisora, la cuál, con una maniobra legal pasó a controlar el fideicomiso, de un día para otro, declararon la quiebra de nuestra organización, decretando la suspensión de pagos, y liquidaron sin indemnización a todo el personal contratado. Procedieron enseguida a la venta de todos los activos y aplicaron los recursos generados al pago por servicios de asesoría de los ejecutivos, abogados y contadores de la televisora que formaban el consejo.
Al final ellos quedaron como dueños de mi nombre, mi imagen y mi idea.
Yo todavía debo una fortuna en honorarios legales y demandas de mis antiguos colaboradores”.

Agotado física y emocionalmente, el anciano se bebió de un prolongado trago la segunda botella de mezcal.

El cansancio y la velocidad en la ingesta de alcohol, no tardaron en hacer efecto, con la mirada vidriosa, antes de desplomarse, señalándome con el índice el anciano prorrumpió: -El espíritu...

Al verlo inerte en el suelo, completamente borracho, con el pantalón orinado, un cúmulo de emociones se agolparon en mi cabeza, recordé de pronto todas las navidades de mi niñez, el ritual familiar para la apertura de los regalos, las visitas al orfanato en la víspera de navidad para donar nuestros juguetes usados. Las lágrimas anegaron mis ojos y sin poderme contener empecé a patearlo frenéticamente en el estómago, al momento que gritaba:
-Yo quería un EXIN CASTILLO...

Texto agregado el 04-05-2006, y leído por 485 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
10-11-2007 si si si... Sus 5* lovecraft
21-07-2007 Buena mano, mente activa y simpatía***** La-bella-durmiente
08-06-2007 ups! jamás imaginé ese final, estaba a punto de emocionarme y saliste con eso, buenísimo mis minúsculas 5* rene_parra
06-05-2007 jjajajajajajajaja. Qué más le puede pasar a ese viejo. Muy bien estructurado, diría yo, y muy bien pensado. Hay ideas técnicas que no entendí ni papa, pero la esencia fue lo importante y el maravilloso final. Te dejo un fuerte abrazo. Moisesito
11-10-2006 jajaja...genial....por mi cabeza cruzaron miles de ideas y ninguna parecida al final... eilahtan
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