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Una Llamada

Señor, lo molesto pues tiene una llamada de una persona que no quiere identificarse pero que ha insistido con sus llamadas desde hace dos horas-es mi secretaria.
Ingresa a mi oficina con sus brazos extendidos hacia abajo y sus manos con dedos que se entrecruzan febril y temblorosamente. Su mirada temerosa en el rostro ruborizado me obliga a calmarla prontamente.
No hay problema, tranquila, tome asiento. ¿Qué sucede con esa persona y que motiva su llamada?
No me a querido decir nada, solo repite que es urgente el que ella hable con usted, discúlpeme, pero ya derivé la llamada a otros internos, pero insiste y me puse nerviosa- me contesta.
¡Ah!, es una mujer. ¿Le parece que será una queja?
No lo sé señor, discúlpeme, solo que como insiste en buenos términos, no supe como solucionar el problema, discúlpeme, no quiero molestarlo, pero…
Esta bien, esta bien, esta disculpada, vaya y si entra la llamada nuevamente, pásemela por la central de grabación, ya veremos.

Indudablemente necesitaremos modificar algunos aspectos contables, pues tal como están expuestos, la sociedad no comprenderá realmente que pese a tener una mejora los indicadores del volumen de venta, ciertos rubros de gastos han seguido la tendencia creciente. Creo que tendré que desglosar algunas cuentas a los fines de…. El sonido del teléfono cortó abruptamente mis pensamientos.
Muchas veces suena el teléfono y mi mente abstraída por un tema importante, no registra dicho sonido. Este por lo vivido hacia minutos, me tensó.
¡Bueno, veamos!-pensé.
Levanto el aparato y la voz de la secretaria resuena en mi cerebro: la llamada señor.
Bien, pásela.
¡Hola!. ¿Ricardo? ¡Que difícil es comunicarse contigo!-la voz agradable no me resulto conocida, pero al conocer mi nombre tomé el recaudo de no preguntar su nombre para evitar alguna posible descortesía. Con, ¿un que tal?, dejé avanzar la conversación.
Se que estas muy ocupado, te felicito por lo bien que te ha ido en la vida, solo te robo un minuto-la voz femenina y cordial me seguía resultando extraña.
Ricardo necesito verte, en la empresa, en casa o en cualquier lado, no me podes decir que no-la voz se tornaba de tono grave, pero siempre amable. A esta altura estaba poniéndome nervioso pues no tenia la mínima idea de quien me hablaba, por mas esfuerzo que hacia. Mil cosas pasaban por mi mente en segundos y nada me decía quien, ni porque esta persona me hablaba.
¿Estas allí Ricardo?
Si, ¿sobre que quieres hablar? dije ganando tiempo.
No me podes decir que no, necesito verte en forma urgente, jamás voy a olvidar lo que hace treinta y tres años hiciste por mi, te lo agradezco infinitamente, por eso necesito verte-la voz se tornaba acelerada en su ritmo.
Busqué en mis recuerdos, como si ajustara la lente de un microscopio, en la pequeñez de mis recuerdos más profundos intentando sacar la identidad de esa persona. Me resistía ya a esta altura, sin tiempo para arrepentirme de no haber preguntado al comienzo, quien me hablaba.
Únicamente tenía como pista que podía ser alguien que hacia muchísimos años no veía, que debía tener mi edad antes y ahora, que aparentemente era alguien me apreciaba. Pero también podía ser una farsante y en cualquier momento me daría cuenta.
La mujer entonces dijo algo que me estremeció.
Te he visto en una fiesta y por no traerte problemas con tu esposa evite saludarte, por eso dime donde quieres que nos veamos, pero no me podes decir que no-insistió.
Tengo poco apego por las fiestas, desde siempre, esa podía ser una llave, no concurrí a muchas a lo largo de toda mi vida.
¿Qué fiesta?
En la de Quique, yo estuve en la cocina y luego me cambié el vestuario y salí a bailar. Estaba con vestido rojo. ¿No digas que no me viste?-la voz aunque grave seguía siendo amable.
Quique, Enrique, solo un amigo podía ser pensé aceleradamente.
¿Sigues viviendo en el mismo lugar?, aposté.
Si, siempre al frente, a lo de Quique. Bueno me fui pero volví hace ya unos años-contesto como triunfal ante mi pregunta.
En la empresa el lunes a las ocho, no tengo mucho tiempo-le dije y me dispuse a cortar.
Creía saber quien podía ser, y no me agradaba para nada la situación, si lo podía confirmar debería abortar la reunión.
Estamos a Viernes, es mucho hasta el lunes, no podría ser hoy a la tarde o mañana, por favor Ricardo, porque te conozco, por el cariño que te tiene la gente se que me podes ayudar, debes ayudarme, debo verte ahora- la voz se había tornado suplicante. Pero yo había tomado la decisión férrea y no la cambiaría.
El lunes a las ocho-dije secamente.
Bueno, gracias Ricardo, nos vemos-concluyo la mujer con cierto abatimiento.

El silencio pareció mayor entre los ruidos. ¿Sería esta mujer quien yo pensaba? ¿Por qué demonios atendí ese llamado? La furia se apodero de mí.



Treinta y cinco años antes. Buenos Aires (Argentina)

Había venido a la gran urbe con la bola de ruleta que tiene la vida, para ver si en este gran casino tenía suerte.
Cumplí aquí mis veintidós años y aunque fue incierto y duro el comienzo, las cosas se fueron acomodando para mí.
Talvez el haberme perdido tener una infancia y adolescencia feliz, me hizo maduro y viejo en forma temprana, anticipadamente. La vida muchas veces te recompensa. A mi me sucedió eso.
Talvez el haber perdido el período para ser inocente y trasgresor, me evito cosas y me dio lugar a otras, no condiciendo con mi edad.
Una vez alguien me dijo en mi penosa y azarosa adolescencia, un monje filipino, que tratara a las mujeres como a mi madre y a mis hermanas. Me enseñó que todo lo que uno hace en la vida deja huellas. Hacia fuera a veces se borran, pero en el fuero íntimo esas huellas no desaparecen jamás. Son las huellas que conforman el ser y la fortaleza futura del ser humano. Siempre valoré el contenido de este mensaje, pero mucho mas le temí. Solo debía hacer lo correcto y escaparía en parte a ciertos sufrimientos.
Cuando de vicios y maldades se trató, me fui afianzando como correcto por mis valores y acepto que también por mis temores.

Raquel y Rosa, dos jóvenes hermanas, una de diecisiete y la otra de dieciséis tenían una extraña belleza. Habían venido del Chaco, norte de Argentina, junto a sus padres a la gran urbe hacia diez años. Cursaban estudios secundarios dentro de niveles normales al resto.
La década del setenta se inauguraba con la moda provocativa de la liberación femenina como máxima expresión. Vestidos cortos (minifalda), pantaloncitos cortos (mini short), generosos escotes, botas altas, zapatos de altas y rectangulares bases (suecos) hacían de las jóvenes verdaderas atracciones, como jamás antes para los hombres.
El conductor de un colectivo (bus urbano) con su trabajo diario de realizar recorridos trasladando pasajeros de un lugar a otro, conduciendo la unidad, cobrando el boleto, abriendo y cerrando las puertas, observando hacia delante su camino, hacia atrás su pasaje y hacia el costado derecho el ascenso de mujeres por los peldaños en extremo altos, gozaban de la delicia que sus ojos recibían al observar piernas inimaginables, y por que no, a veces hasta cierta prenda intima.
Por suerte yo fui chofer de colectivo justamente en esa época. Como trabajo era un arte, se debía sincronizar movimientos de manos, pies y vista. Todos los sentidos y la mente puesta en función del trabajo múltiple. Se cobraba el pasaje conduciendo el vehículo en movimiento, se frenaba y arrancaba descendiendo o ascendiendo personas a diferentes ritmos según el lugar, edades, horarios, algo precioso.
Para los pasajeros esta tarea del conductor en la mayoría de los casos despertaba admiración y en algunos casos admiración extrema. Extrema cuando alguna fémina sentía el agregado de subyugación por ese conductor del que todos dependían y todo lo hacia.
Le sucedió a Raquel.
Subió un día al colectivo que yo conducía, me pidió un boleto valor máximo con una sonrisa, estaba hermosa, por donde se la mirara. Se lo extendí y le cobré. Luego se ubicó en un asiento al fondo del micro.
Hacia un tiempo, más de un año me había mudado de la casa de Quique, en la cual estuve unos meses al venir a Buenos Aires. Las hermanas Raquel y Rosa vivían enfrente.
Llegué al final del recorrido, tal como es la norma, siempre sentado en el asiento de conductor, escribía en la planilla el numero de boleto de cada valor para el final del viaje, cuando siento una mano sobre mi hombro. Levanté la vista y el espejo retrovisor interno reflejó su imagen.
Raquel nunca descendió del vehiculo. Allí estaba, detrás de mí.
¿Qué haces piba?- atine a decir sorprendido.
Quería viajar con vos- me dijo en forma inocente.
¿Les dijiste a tus padres que vendrías a pasear?
Me matan si lo saben-exclamó.
No esta bien que andes por allí sin permiso-le dije levantándome del asiento y cambiando el cartel de destino para el viaje de retorno. Ya atardecía.
¿No quieres que te acompañe cuando trabajas? Dale, se bueno. Me gusta andar en colectivo. Como ahora, después de salir del colegio. ¿Me llevas?-lo dijo de una manera que solo atine a sentarme, poner el motor en marcha, y hacer el recorrido sin mirar los espejos retrovisores internos, en silencio, y luchando con una bestia que me quería salir del interior.
Por suerte no subió ningún inspector a controlar el pasaje, alguien estaba viajando sin boleto hasta la cabecera de la empresa.
Para los chóferes, que una dama quiera viajar permanentemente hasta la culminación de los viajes, generalmente terminaba en relación intima. Algunas cabeceras son solitarias, distantes y el colectivo como una pieza que puede quedar a oscuras.
Yo era soltero, salvo el compromiso de ayudar a mi familia que vivía en el interior del país, no tenía otro.
Nada debía sentarme mal, por el contrario esta hermosa joven de largo cabello lacio, color castaño, bellísimos ojos verdes y una boca con labios carnosos, perfectos.
Su buena estatura, y pese a su juventud, las formas de su cuerpo hacían de su figura algo irresistible de mirar.
Realicé mi ultima vuelta, ya de noche, al pasar a la altura de la calle de su casa, paré el micro en la esquina, y pesé a traer bastantes pasajeros llamé a Raquel que estaba sentada en el primer asiento, para que bajara, pero miraba por la ventanilla como petrificada. Continué la marcha y me encomendé a todos los dioses y demonios para que no terminara lamentándome de la situación.
Al final del recorrido, debía volver sin trabajar a entregar el vehiculo a la empresa y así lo hice sin mas trámite.
Tomo una avenida, con las luces del interior apagadas, acelero, pero esta criatura se había levantado y comenzó a pasarme su mano por la cabeza. Debí detenerme a un costado pues reconozco que me puse nervioso y excitado.
Ella tomó asiento mientras yo salía de mi butaca de conductor. Me paré mirándole en la penumbra, y su corto guardapolvo dejaba que sus piernas me hipnotizaran.
¡Que hermoso ejemplar de mujer!
Me puse en cuclillas, le tomé las manos, y al levantar la vista, ella sonreía.
Y sonreía de una manera inequívoca.
Raquel -le dije- No puedes hacerme esto, vos no podes hacer esto con nadie, tus padres deben estar muy preocupados, si quieres te llevo a tu casa y les explico que te invite a dar este paseo. No hagamos macanas.
Raquel no decía nada pero mis manos las bajo a sus muslos.
Cualquier hombre que se consideré bien hombre, sabe que estas contingencias son de culminación ineludible. Nada impedía hacer algo que ambos deseábamos locamente a esa altura de los acontecimientos.
Ciertamente, me he planteado muchas veces el porque de ciertos procederes que he tenido en la vida.
Besé esos labios preciosos, ella quiso levantarse, pero le apoye las manos en los hombros y le dije: “Vamos a casa”
Se quedó callada, y antes que yo bajara en la puerta de su casa, ella bajó y corrió entrando en la propiedad por un costado. Toqué el timbre, salió la madre, un poco por la oscuridad y más porque hacia un tiempo que me había ido del barrio, donde no estuve mucho tiempo, le costó reconocerme.
Le dije que le traía a Raquel que había estado paseando en el colectivo conmigo desde la tarde, que la retara pues era peligroso, que existe gente es mala, pero que se había portado bien y nunca se bajo del micro hasta hace un rato que entró por el pasillo.
Me dio las gracias, no hubo enojo, y continué el viaje a la empresa que estaba a poca distancia.
Esa noche me resulto imposible dormir, el día siguiente esperaba ansioso, arrepentido, que Raquel subiera, al otro día y al otro. Y me fui calmando. Comencé a pensar en visitarla.
Pero debo haber demorado más de la cuenta.
Raquel estaba en un coche con un chofer de los denominados “picaros” en una cabecera.
Primero sentí una gran desilusión, luego frustración, celos talvez.
Había transcurrido aproximadamente un mes desde “mi noche”, y ya la había visto con diferentes chóferes.
Entonces viajo un día su madre conmigo, luego de abonarme el boleto se quedo detrás de mi asiento, y mientras yo conducía ella me pidió si podía hacer algo por Raquel, que estaba como loca, que no hacia caso, y que le habían llegado malos comentarios.
Por supuesto prometí ayudarle, mientras ella según miraba yo por el espejo retrovisor interno, secaba sus ojos y nariz nerviosamente.
Bajó algo mas adelante y luego de haber descendido giro su rostro hacia mí y noté en su mirada toda la tristeza que una madre puede tener en su alma cuando esta perdiendo una parte de su vida.
A los pocos días mientras me encontraba trabajando, allí estaba Raquel en una parada de micros.
No me hizo la seña, pero igual detuve la marcha, le dije que subiera, y luego de mirar hacia atrás de mi colectivo, ascendió y se sentó sin pagar ni dirigirme la palabra.
Realicé mi viaje y al llegar a la cabecera detuve el motor y saliendo del asiento me dirigí hacia ella que me estaba mirando fijamente. No era esa su anterior forma de mirarme, tampoco lo fue al hablarme.
¿Qué queres?- su voz también parecía ser otra.
Quería hablar contigo-le dije con cierta carga de agresividad en expresión.
Y continué diciéndole: tu mamá viajó conmigo y esta muy preocupada por lo que andas haciendo. ¿No te parece que eso de andar con los chóferes te va a arruinar la vida y arruinaras a tu madre? ¿Qué es lo que te pasa?
¡Vos tenés la culpa, vos malo, malo!
Se puso a llorar desconsoladamente. Me senté a su lado y le di mil consejos, no paraba de llorar. De repente se levantó y casi corriendo se bajó del micro.
Bajé y le dije que subiera, que la llevaría de vuelta. Solo me insulto. Con todo el odio que se puede manifestar en insultos, con todas sus fuerzas, con todos sus gritos.
No había gente en la parada, únicamente otro micro de nuestra empresa que había llegado después que yo.
Días después me sube en una parada de micros, muy sonriente, tras ella otros tres pasajeros. Los tres abonaron pasaje, ella pasó directamente al fondo del micro. Yo estaba enojado por lo de días atrás, su proceder con los chóferes no había cambiado, ya descarté que fuese a la escuela, y se de improviso hice algo impensado.
Detuve el coche con pasajeros, salí del asiento, y parado mirando al fondo donde ella estaba, para asombro de los presentes, no creo hayan vivido muchas situaciones parecidas, en voz alta indicando con mi dedo índice les dije a los pasajeros, que esa chica del asiento del fondo, tenia una familia buena, que sufría por ella que había tomado el mal camino, que no recapacitaba, que miraran lo linda que era y le preguntaran por las cosas malas que estaba haciendo.
Raquel se levantó, camino hacia delante, ya no sonreía, agacho la cabeza al pasar por mi lado, su mano me apretó el brazo izquierdo, luego descendió. Fue la última vez que la vi. Nadie dijo nada. Me sentí un estúpido hasta que me fui olvidando con los días. No la volví a ver en los colectivos de la empresa nunca más.
Pasó el tiempo, de vez en cuando algunos comentaban sobre su ejercicio de la más vieja de las profesiones, en el círculo de los colectivos, ya no solo de nuestra empresa.

Tiempo después me casaba con una chica del interior del país como yo, a los dos años tuvimos nuestro primer hijo. Entonces recuerdo haber tenido por última vez una furia por culpa de Raquel.
Pienso hoy nuevamente en esa pregunta que me hizo mi esposa en la maternidad, seguramente producto del mismo proceso de gestación de una madre y su aspecto psicológico.
¿Negro, vos siempre quisiste casarte conmigo?
Imaginen mi estupor. Mi esposa es de poco hablar, ni antes ni después me hizo una pregunta semejante, menos algo que implicara duda en lo mínimo sobre nuestro cariño y amor mutuo.
Nunca supe antes de ese momento, que mi esposa había tenido una pelea con una chica que fue a su casa, unos días antes de casarnos, y le dijo que si yo no me casé con ella, con mi hoy esposa tampoco me iba a casar.
Bueno, me reí un momento pues pensé en una broma, pero mi esposa no se reía y no había en ese momento nadie con nosotros en la habitación. Me di cuenta que no era una broma y pregunte quien era esa loca que le había dicho eso.
¡La chica que vivía al frente de donde vos parabas cuando viniste de Córdoba, no se como se llama!-contestó.
Mi esposa es de esas mujeres que prefieren no preguntar y se apoyan en la confianza, tratándose de estas cosas. Indudablemente el hecho estaba en algún rinconcito guardado y salió a flote vaya a saber porque.
Conocía mi forma de ser, de vivir, mi pasado, todo mi pasado. Siempre me ha salvado eso de no tener vergüenza en contar lo malo que hice y bromear con las cosas buenas en mi vida.
Mi contestación a su pregunta no fue otra que la de relatar un hecho mas de mi vida, en la cual con errores y virtudes siempre he tratado de ayudar y jamás aprovecharme de nadie, menos de pobres ignorantes que no saben lo que hacen. Interpreté y así se lo dije a mi esposa, que fue una venganza pues me cruce en el camino de esa chiquilina y por intentar ayudarla, quiso dañarme donde mas me dolería.
¡No te metas mas con mujeres, son malas!-cerró ella el tema y me dio un beso, con lágrimas en los ojos. Sensibilidad de madre.


Abril del 2006

Hoy es sábado y todavía repercute en mi cabeza la llamada de ayer, cuando veo en el puesto de diarios y revistas a un conocido de Quique. Detengo el automóvil y desciendo para acercarme a este hombre. Le pregunto si me recuerda, dice que no, le manifiesto que vivía con Quique hace muchos años y que luego me fui a los colectivos. No me recordaba. Le dejé mi número de teléfono por si lo veía a Quique se lo diese, que me llamara.
Mientras estaba corrigiendo unos datos en un libro banco, entra una llamada. Era Quique. Nos saludamos, nos comprometimos en encontrarnos, y luego le pedí una ayuda por mi duda.
¿Los vecinos de enfrente tu casa son los mismos de hace 35 años?-pregunté.
Si-dijo.
¿Estuvieron en la fiesta de 15 de tu piba?
La Quela-dijo Quique.
Che Quique, no es por tu fiesta que te llamo. Yo tuve un problema hace muchos años con una de las chicas, justamente con Raquel, y no quiero ni pensar que es la que me llamó ayer.
¿No se Ricardo? Mira esa chica volvió del Chaco y es una señora bien casada, era un poco rebelde cuando joven, pero hace diez años volvió cuando estaba mal la madre y al fallecer, Quela se quedó aquí. ¿Que problema tienes con ella?
Quique, alguien llamó varias veces por teléfono a la empresa sin identificarse, y ante la insistencia acepté el llamado sin saber quien era, insistía en querer verme. Como mencionó la fiesta y que era vecina tuya, quiero eliminar la duda, pues temo que de ser Raquel o Quela como le dicen, me quiera traer problemas. ¿Podes averiguarme si es ella y que quiere?
Esta bien Ricardo, me cruzo, averiguo y te llamo-el teléfono quedo con el tono por unos minutos, había cortado y yo tenía la mente en blanco.
Al mediodía me retiré de la empresa. Estacioné mi automóvil enfrente del Video club con la intención de alquilar una película y en ese momento suena el celular.
Era Quique.
Ricardo-se hizo una pausa-escúchame… la Quela fue internada anoche en el hospital y ha fallecido hoy a las once, hace dos horas.
El silencio….
¿Me escuchas? Ricardo... ¿me escuchas?
Si…-atine a decir.
Quería despedirse de vos, se lo dijo al hijo…
No me salía una palabra.
Quique continuaba hablando pausadamente…le dijo al hijo que si alguna vez necesitaba de alguien, que te viera, que vos fuiste muy bueno con ella, que vos fuiste la mejor persona que conoció, que la respetó y que por no hacerte caso sufrió mucho.
Yo seguía sin poder tragar saliva.
¿Estas ahí, Ricardo?
Si Quique, aquí estoy-dije suspirando.
Ayer a la tarde se comenzó a poner mal, parece que sabía lo del páncreas, estuvo haciéndose unos estudios y se los entregaron hace dos días-pareció concluir.
Gracias Enrique, gracias.
Chau Ricardo-ahora si concluyó la conversación y me quedé pensando.
¿Puedo sentir alivio y una inmensa pena a la vez?

Texto agregado el 03-05-2006, y leído por 441 visitantes. (22 votos)


Lectores Opinan
12-08-2013 Bastante lleno de emociones, la narración vívida de la cotidianeidad y los inesperados giros del destino, la desesperación y consiguiente frustración por intentar salvar a alguien que no puede ser salvado, no hay lugar para la redención en tus escritos, genial! Saludos! dromedario81
27-11-2009 MUY HERMOSO Y VALIOSO LE FELICITO xxbandida
08-06-2009 Ingeniosa historia, bien contada. Atrapas con la escritura. Sophiasapiens
24-07-2008 lo que es la vida, un relato formidable, sincero, al hueso, sin tapujos, bien enfrentado, te felicito...5 online
15-07-2008 Primero deseo decirte que escribes bello.Luego que me parece que este escrito tiene que ser autobiográfico porque los detalles son demasiados.Y lo otro que actuaste de una forma admirable,que bueno que ella lo haya reconocido,pues a veces la rabia de no conseguir el objetivo hace a las personas llenarse de odio ante ese ser que no la dañó,sólo le demostró respeto a pesar de... Me ha encantado y me ha hecho emocionar. Una persona como tú puede tener toda la calma y la tranquilidad del mundo******* Besos Victoria 6236013
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