El sol quemaba furiosamente mi pálida piel, recostada sobre una toalla en la arena, oía las olas rugiendo, los gritos de unos niños jugando, el sorbido de una boca sedienta, los pasos de una persona caminando. Sentí el deseo de observar y llenar mis ojos de ese maravilloso paisaje, el cielo se unía con el mar en un degradado de azules, el viento acariciaba mi rostro, las olas se elevaban imponentes ante mi vista, observaba los cuerpos desnudos, había de todos colores, formas y tamaños equilibrando el paisaje en su totalidad. Empece a correr para alcanzar la deliciosa agua salada y mis senos brincaban libremente al ritmo de mis pasos. Por fin me sumergí en el mar, el agua helada erizaba mi piel, nade lo suficiente para que no me arrastraran las olas. Mi cabeza rompió el agua para poder respirar, me quite el exceso de agua de mis ojos que me ardían por la sal. Mi pobre mente no podía asimilar lo que observaba: mi piel se había fundido en el mar, me encontraba atrapada en un mar de piel, había gente, mucha gente, hombres, mujeres, niños todos unidos en ese mar de piel que se agitaba furiosamente al ritmo de las olas. Intentaba desesperadamente despegarme, pero de mis manos y brazos colgaba una delgada tela de epidermis, unida a toda esa piel, lo único que era autónomo era mi cabeza. Oía gritos, llantos desesperados, todos fundidos, unidos, pegados, como una masa amorfa que temblaba, se agitaba. Empecé a llorar al sentirme atrapada ¿Dónde quedó mi libertad? ¿Qué ha sucedido? Mi mente era un caos… y decidí sumergirme en el mar de piel para poder encontrar una respuesta a estas interrogantes, abajo todo era sangre, visceras, miembros rojos, huesos, no podía contener mi respiración… rojo, negro, Luz, la luz del sol traspasaba las cortinas, un nuevo día aparecía ante mi.