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[C:200209]






VIII Parte y Final

Me liberaron una fría mañana. Me entregaron mis pocas pertenencias, una raída camisa, los vestigios de un temo y un par de gastados zapatos. Caminé por las calles sin ningún plan. No había absolutamente nada ni nadie que pudiese motivarme y el día transcurrió lento e impreciso, con personas que me rehuían y que yo ignoraba, con situaciones que carecían de fuerza para quedarse grabadas en mi mente.
-¡Debes hacerlo!- escuché de pronto. No le di importancia. Seguí mi errática marcha por calles que no recuerdo. -¡Hazlo! - Me rasqué la nuca en un movimiento reflejo. -¡Hazlo! ¡Hazlo! Y ya no pude contenerme. Impulsado por el miedo, por la vergüenza, por los prejuicios y por toda la melcocha insípida en que se había transformado aquello que llamamos moral, acuciado por una furia incontenible que empezó a crecer dentro de mí hasta alcanzar proporciones desmesuradas, movido por toda esa extraña y pletórica sensación de conquista, de absolución, de libertad, me lancé en frenética carrera hacia la avenida, hacia el bosque, hacia aquello, hacia mi destino...
La exploración esta vez fue distinta. No recuerdo haber cruzado el bosque, pero lo cierto es que una vez más me encontré en aquella avenida. Estaba nublado y los muros se erguían desafiantes, resguardando el secreto. Me acerqué a ellos y los palpé con desesperación, tal vez con la débil esperanza de que todo fuese un sueño. Afirmando mis manos en esa sólida pared, caminé y caminé hasta que... lo vi. Allí estaba, el portón, imponente, inescrutable. Sentí pavor. Por algunos segundos permanecí inmovilizado como lo hace aquél que se encuentra frente a frente con una alimaña. Miraba fijamente el pequeño rectángulo, temiendo y anhelando a la vez que aparecieran ellos, los causantes de mi ruina, los culpables de mi locura, los que determinarían mi destino, ellos, esos diabólicos ojos. Mi corazón palpitaba aceleradamente, mi cuerpo temblaba. Pensé en el ladronzuelo y en sus palabras. El insignificante muchacho, aquel rapazuelo tenía toda la razón del mundo, era necesario dilucidar el misterio, arrojar fuera de mí a todos esos horribles demonios que me acosaban. Pero el miedo me tiranizaba y me clavaba al piso ¡Esos ojos! ¡Esos ojos! Creo que fue el muchacho quien desde la distancia me infundió la suficiente fuerza para levantar mi brazo y ya en esa posición, lo descargué sobre el portón, primero, con timidez y luego, acometido por una sobredosis de pundonor, de terror entremezclado con algo parecido a la esperanza. La transpiración corría por mi rostro como un río de incertidumbre. Entonces sucedió. La mirilla se levantó suavemente y... aparecieron. Los ojos parecían absorber toda la luz del día, la intensidad del azul de las pupilas opacaba al gris absoluto del entorno. La voz se me quedó atrapada en la garganta y debí toser artificiosamente para obligarla a emerger. -Deseo... deseo... saber- dije con acento ahogado. Los ojos me estudiaban imperturbables. -Deseo saber... ¡quien diablos es usted! La azul mirada me provocó escalofríos. -¿Lo hará ahora? ¿Podré yo saber? Nos estudiamos mutuamente por algunos instantes. Exóticas luces que giraban haciendo remolinos, se dibujaron en mi mente. Estaba frente a la verdad, frente al objeto de mis noches de insomnio y delirio ¿lo sabría al fin? ¿Conocería el secreto que se ocultaba tras la mirilla. De suceder aquello ¿qué pasaría después? ¿Debería cargar para siempre con el estigma de un amor indebido? Por alguna extraña razón, los ojos se tornaron aún más azules, parecían querer indagar algo. Luego, se cerró la mirilla. La desazón se apoderó de mí y caí desfallecido sobre la tierra fría. No soportaría este nuevo fracaso, jamás sabría quien era aquella persona. Me sentí el ser más desdichado del mundo al intuir que poco o nada podía hacer para revertir la situación, quedaría a merced de la locura, pronto no sabría ni mi nombre. Sólo caminaría por las calles sin rumbo alguno, con la única imagen de un par de ojos azules que se irían decolorando en mi memoria. Lloré como un niño abandonado a sus más primitivas emociones Entonces sentí el chirrido. Me di vuelta y comprobé, ya sin aliento, ya sin fuerzas y con el corazón suspendido en un latido, que el portón se abría lenta y pesadamente. La verdad emergería en escasos segundos. Fue demasiado. El remolino giró en mi cerebro cada vez con mayor intensidad hasta que se produjo un intenso destello que me hizo perder el conocimiento y ese desmayo fue la excusa para escapar de ese salvaje, de ese creciente, de ese inigualado terror...



F I N












Texto agregado el 24-04-2006, y leído por 240 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-04-2006 Ayyyy que te matooo, y quien eraaaaaaaaa??? no te puedo creer!! me leí todo cada vez más interesada y ahora no que era!!, un muerto? un monstruo? una monja? GENIAL!!! es para matarte pero me engañaste. Besos y estrellas. (ahora voy a empezar a saltar escritorios también) gmmagdalena
24-04-2006 Admiro su imaginación eruptiva y atrapadora. Mis respetos para usted. primaveral
 
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