Concha entró al Hospital de la Mujer desde muy temprano porque iba a tener un bebé. Los dolores de parto comenzaron al amanecer y era signo de que pronto tendría en sus brazos a su bebé. Salió sin comer, porque justo cuando empezaba a hacer la comida sintió un ataque súbito pero leve, advirtiéndole que la hora había llegado.
Tenía cuatro hijos, tres niñas y un niño. El mayor tenía como ocho años. Concha contaba tan solo con 24 años y tendría a esa edad su quinto hijo; su esposo tenía 27, tres años mayor que ella. Antes de irse, tuvo que ir a dejar a sus hijos con doña Carmen.
Por la tarde, como a las siete de la noche ya la habían dado de alta y había tenido una hermosa niña. Su esposo vino por los niños a casa de doña Carmen. Concha regresó como se había, sin una tortilla en la panza.
En la mañana, justo antes de irse al hospital, se les había terminado el gas. Su esposo, que regresó después de irla a dejar al hospital no había podido comprar el gas. Por la tarde, entonces, no tenían nada que comer. Su esposo, un tipo fuerte y lleno de vitalidad no había sido capaz de prepararle algo para comer, sólo le había ido a traer un paquete de pan tostado.
En el fregadero se apilaban un montón de trastes sucios donde unas cuantas moscas comenzaban a rondar sobre los restos de comida; en la mesa de la cocina había un montón de verduras, tomates maduros, chiltepin, algunas ramitas de cilantro, papas, tres nopales y especias vertidas en frascos sucios. En la tienda de Los García, vendían pollo hasta muy tarde, hubiera podido ir a traer unas cuantas piezas de guacal y rabadilla, con eso, hubiera hecho un sabroso caldo condimentado con cilantro, trozos de papa, nopales y algunas verduras que sobraran por allí. Pero el “coño” era un completo inútil, de seguro cualquiera con manos y un poco de neuronas hubiera podido hacer un buen caldo. Se habría puesto primero a desplumar el pollo y quitarle con el fuego de la estufa las plumas más pequeñas, después lo habría lavado con limón, cortado en trozos pequeños para que alcanzara para sus hijos y luego los habría vertido en una gran olla con las verduras y los condimentos. Un receta, muy simple. Sin embargo, aquel tipo no lo pudo hacer. ¿Habrá pensado que él no era mujer y que eso debía de dejarlo a las mujeres, mientras sus hijos comían chicharrines de la tienda? ¿O que se le caerían los pantalones? ¿Cómo se puede concebir que un ser racional sea incapaz de hacer algo a lo que unas cuantas neuronas hay que dedicar? Cuando uno es educado como un “macho” lo más lógico es que no pueda barrer, lavar los platos, tender la cama o hacer la comida. ¿Cómo diablos habrá aprendido a limpiarse el culo, este ser vuelto completamente un inútil?
Caí la noche, doña Carmen fue la única persona que le llevó una taza grande de atole de chocolate. Doña Carmen le había preguntado si tenía algo para comer, a lo que ella había respondido “nada, pero aguantaré para mañana”. En todo el día, sólo había comido unas piezas de pan tostado y atole de chocolate, su estómago lo había devorado en un instante; el pan y el atole habían sido insuficientes. Mañana tendría gas y prepararía algo de comer; también le convidaría algo a su esposo.