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Me escondo del mundo, detrás de una barrera de silencio, impenetrable y profunda. Algunos creen que estoy loco porque miro sin observar y escucho sin ansias de responder. No importa lo que aquellos piensen, porque soy feliz. Antes observaba mi imagen frente al espejo. Lo hacía durante horas, sin pausa, intentando descubrir el motivo de la desdicha, creyendo que el mal era físico. Estaba seguro de que esos ojos míos, tan confusos, no contenían la belleza suficiente para poder mirar de frente las pupilas extrañas de los otros, de las sombras, que escupen un desprecio amargo cuando se cruzan conmigo.
Sumergido en una oscuridad sin estrellas caminé una noche, bajo la lluvia de noviembre, en medio de una tormenta insoportable, seca y repleta de rayos atrevidos. Había tenido una idea loca: caminar sin rumbo, desnudo, bajo la tormenta, con una antena de televisión cogida con ambas manos y así, en esa posición, esperar a que un rayo me chamuscara inmediatamente; deseaba morir sin sentir el dolor de la despedida.

Si, esperaba ansioso a que un rayo me carbonizara... ¿Duelen los rayos cuando queman con rapidez la piel y los huesos en un segundo? Llovía. El ruido seco del agua al chocar con la tierra se confundía con el rechinar de mis nervios. Todo hubiera salido bien, según los planes razonables de mi locura, de no haberla visto a ella, a la loca más hermosa de la realidad. Allí estaba esa mujer, desnuda también, con un reloj de bolsillo colgado al cuello, un reloj grande con un tic tac estruendoso que opacaba el retumbar exagerado de los rayos que se negaban a chamuscarme

¡TIC TAC TIC TAC!

Al encontrarse nuestras miradas, nos quedamos un momento estáticos, sorprendidos por la visión fantasmal de un cuerpo desnudo que no era el propio, en aquella ciudad vacía. Luego nos acercamos lentamente: yo, con mi antena cogida con ambas manos, elevada a lo alto; ella, con ese reloj enorme de metal colgado al cuello.

Cuando estuvimos cerca la miré a los ojos, con cuidado, temiendo encontrar, como siempre, el reflejo de mis temores en cuencas brillantes y extrañas. Sólo encontré el vacío infinito de la nada. Me vi multiplicado por mil en el fondo de su mirada, como dos espejos que se colocan frente a frente y muestran en sus entrañas la misma imagen hasta perder la cordura reproductiva de las cosas sin nombre. Dos espejos bípedos.

Dejé de ser el objeto retórico de mis penas.

Mi amargura hubiera sido eterna, pero la descubrí a ella, a esa loca anónima, mi otro espejo: la otra cara del miedo. Tiré a un lado la vieja antena de metal para invitarla a mi casa. Necesitaba compartir la felicidad recién descubierta. Eso quería hacer, lo juro, pero el maldito rayo que tanto había deseado cayó de un golpe sobre la cabeza de mi loca y la mató sin darle tiempo a decir adiós. La explosión me lanzó contra un muro y perdí el conocimiento.

Ahora estoy aquí, escondido detrás de una barrera de silencio, impenetrable y profunda. Algunos creen que estoy loco porque miro sin observar y escucho sin ansias de responder, pero no importa lo que aquellos piensen, porque soy feliz.

Texto agregado el 04-04-2006, y leído por 342 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
12-04-2006 me gusta mucho como escribes, te felicito jyreox
06-04-2006 Excelente relato, mis respetos, y me alegra que seas felíz. Los locos e ignorantes son los que creen que la naturaleza es bipolar. Mis 5* Peter_6
04-04-2006 muy bueno y divertido, ves lo que pasa por ponerse una antena en la cabeza, se enamoro, de una loca pero enamorado, que no duro,bueno almenos supo lo que es el amor. te felicito, imaginacion no te falta+++++saludos antoniana
 
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