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Sus manos temblorosas eran la profecía de lo que nos aguardaba esa noche. La antesala de lo mágicamente doloroso que nos esperaba la mañana siguiente. Pese a todo, me acerqué y mordí su cuello con el hambre que atesoraba hace más de tres meses.
Sus ojos me hablaron del temor que le causaban mis manos y de ese deseo irrefrenable que despierta aquello a lo que tememos. La abrasé sin decir nada por cerca de una hora. Ella aún temía. Yo la imaginaba desnuda a cada segundo. Mi cabeza era conquistada por pensamientos difusos. Por una parte, mi imaginación adelantaba el placer que estaba por venir. Por otra, mi mente enferma se esforzaba por hacerme entender que debía arrancar lo más rápido posible de su compañía sino quería desangrarme por la mañana cuando la viera partir. Pero no podía dejar de abrazarla. Su espalda me llamaba a gritos, me pedía que la rescatara del largo y frío invierno de sus temores que la había llevado a refugiarse en la soledad por cerca de dos años. Ella acariciaba mi pelo. Yo comenzaba a desnudarla. Ella cerró los ojos. Yo recorrí su espalda y me perdí en ella.
Al despertar, bebimos café y fumamos, luego se largó. Argumentó un almuerzo familiar mientras me daba un gélido y último beso en la mejilla. Me escondí tras la cortina y la vi partir. No dio la vuelta ni siquiera un segundo. Yo me metí a la ducha como intentando sacarla de mi cuerpo para luego borrarla del sentir. Me vestí y llamé a Paulina para confirmar el almuerzo que habíamos pactado el sábado anterior. Ella, como siempre, lo había olvidado. Comimos pastas y conversamos por casi tres horas. Luego se marchó apurada. Paulina es de aquellas mujeres que siempre tiene algo que hacer pero que, en realidad, no termina nunca nada. Hace un par de meses recibí una invitación de parte de ella a la “gran inauguración” de un bar que abrió junto a un amigo. El bar duró tres semanas. En medio de la borrachera de un miércoles, Paulina y su socio se metieron en el baño del bar y fornicaron por un par de minutos. Al día siguiente, él le pidió matrimonio. Paulina se horrorizó y dio por terminada la sociedad etílica.
Yo aún en el restaurante, pedí una cuarta botella de vino y una cajetilla de cigarros. No se cuantas horas pasaron y cuantas botellas me bebí, solo se que estaba muy borracho. Ya asomaba la noche cuando caminaba del restaurante a mi departamento. Las luces de los vehículos y la luminaria urbana me parecían un bello espectáculo citadino. Una vez más al despertar de la borrachera me esperaría un domingo de lectura y silencio. La escena se repetía una y otra vez. Caminaba borracho un sábado, solo, angustiado, deseando el calor de un cuerpo esperándome en mi cama, buscando ilusamente entre las calles de regreso alguna mujer buscándome entre sus calles de regreso. Pensaba en la mujer de la noche anterior, ¿Por qué no dio la vuelta?, ¿Por qué no le pedí que se quedara?, o por lo menos ¿Por qué no le pedí el teléfono? ¿Por qué no le dije que podía volver cuando quisiera? ¿Por qué me esforcé en hacerle sentir que no la necesitaba? ¿Desde cuando deseo construir una historia y me autosaboteo cada vez que tengo la posibilidad de hacerlo?. El dolor comenzaba a acorazar mi pecho. Las lágrimas borrachas son siempre sinceras y ellas brotaban insurrectas esa noche. Quería encontrarla como fuera y comencé a correr como un loco. Quería decirle algo, no sabía qué, pero quería hablarle. Corrí hasta el bar desde el cual me la había robado la noche anterior y la busqué rápidamente por entre el humo y los cuerpos. No encontré nada. De hecho sabía que no encontraría nada, pero de todas formas fui a buscarla. Atrasado, pero fui a buscarla. Ella no estaba como siempre… como en infinitas noches hasta el final de estos días que no dejan despertar y estar de nuevo abrazándola con las púas que brotan de mis brazos cada vez que recuerdo que podría haberle dicho que se quedara.

Texto agregado el 30-03-2006, y leído por 106 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-01-2007 A mi se me ha hecho difícil comprender la mecánica masculina, pues casi siempre la invento a mi conveniencia. Primer texto que leo que responde mi pregunta. Muy bien logrado. beautiful-stranger
30-03-2006 Mismo comentario si es que el otro no quedó registrado: con cuántas me habrá pasado lo mismo. La situación es tal cual y las descripciones, perfectas. Buenísimo. robosnolter
 
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