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Al salir del cine, un viento la recibió con su fresco abrazo. Las calles repletas de gente caminando en conjunto, procesionales, pero solos. A pesar del frío que la obligaba a tornar los brazos sobre su pecho, podía sentir aún el calor de la frustración en el rostro. Su mano, la cual había sido profanada por el contacto de otra mano mientras observaba la película, estaba ahora sola y entumida.

Se encaminó por la Avenida Central con la mirada baja, repasando en su mente los confusos sucesos de esa noche, preguntándose el porqué de su reacción.
Un vació en el estómago y una débil puntada en la zona del esternón la obligó a mirar su reloj; llegaría tarde a cenar, pero no le importó. Sus pensamientos lograron colmar el vació del hambre con la sensación de un beso reciente. Me agradó mucho –pensó en voz alta. Un hombre joven, que en ese momento la adelantaba, giró y la miró con rostro de incertidumbre. El color de la sangre tiñó el rostro de la joven. La ida al cine realmente la había afectado.

Una idea que parecía lejana se posó en su mente y tomó forma, sintió deseos de volver. La idea de encontrar a su joven acompañante aún en el cine la alentaba.
Giró sus talones, pero el rojo de un pequeño círculo la detuvo. La espera acrecentó los nervios. Una silueta verde en otro círculo parecía gritarle para que siga, pero las piernas poco obedecían; se movían pesadas, débiles, oponiéndose a los deseos de

una mente algo perturbada. Mas su conciencia pudo más, él se merecía una explicación. Si intentó besarla protegido por la oscuridad del recinto es por que la timidez no le permitiría hacerlo bajo la mirada de la luces. Su propia personalidad la había llevado a levantarse de la butaca y arrancar como si la quisiesen matar.

La gente en las calles era ahora menos. A la distancia, la luz neón del cine pintaba de verde la noche. En las escaleras, un joven trataba de cubrir su frío con el cuello de una chaqueta de mezclilla gastada y el humo de un aliento desesperado por descubrir que fue lo que falló.

Ella sintió miedo, el no saber que decir puso freno a su impulso. Estática, mas no por el frío, levantó la vista y observó como el muchacho se erguía, arreglaba su chaqueta y se acercaba lentamente, pero con paso seguro hasta ella.

La muchacha quiso abrir su boca para hablar, pero tuvo que abrirla para recibir el repentino besó que encerró la necesidad de dar explicaciones en una celda echa de suaves labios que danzaban ahora al ritmo del amor victorioso.

Después de mirarse a los ojos y de disculparse con un tierno pestañear, firmaron el acuerdo de cariño con una sonrisa. Entonces, un brazo ciño el talle de la joven y juntos tomaron el rumbo de un futuro incierto. A sus espaldas una luz verde se cegaba, dejando en penumbras los recuerdos de una noche atormentada.

Texto agregado el 30-03-2006, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


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