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Inicio / Cuenteros Locales / familiar / La Persecución (segunda y última parte)

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El teléfono sonó tres veces antes que Márquez levantara el auricular. Del otro lado, una carcajada aguda de una garganta no humana respondió a su bueno. Colgó de inmediato con los pelos de punta, pero la carcajada se siguió escuchando en el departamento.
Lo despertaron su propio grito y el miedo, que no se le quitó hasta pasados varios minutos. Luego ya no pudo dormir. La bronca es que la noche apenas comenzaba (era la una de la madrugada).
Márquez pasó el resto de la noche con los ojos pelones y con temor de escuchar, pero ahora en vela, la carcajada. Ni siquiera se atrevió a prender la luz o a encender un cigarro.
Cuando el sol se asomó se sintió más tranquilo y comenzó a sentir los estragos de la noche en vela; "parezco vampiro", se dijo con el valor que le dio la luz del día. Estaba a punto de dormir cuando sonó el teléfono.
Del otro lado no le llegó la carcajada, pero sí una voz no menos terrorífica. Era el teniente Saúl Contreras, a quien le gustaban los billetes de Márquez.
-Tenemos otro amigo en el refrigerador. ¿Todavía te interesa?
-Tal vez; ¿es un hombre contento?
-No, no creo, más bien pienso que anda molesto, a lo mejor le incomoda tener las tripas de fuera.

III

Márquez no fue al anfiteatro: sabía con lo que se iba a encontrar. Pensó en una noche tres meses antes, cuando apareció la primera persona incómoda por tener el vientre abierto.

No fue descubierto en la calle, sino dentro de un cuarto de un motel de paso en la calzada de Tlalpan. El recepcionista lo vio entrar, pero no vio a nadie que lo acompañara; las ventanas y la puerta del cuarto estaban cerradas.
Pensó en Verónica Trujillo, asesinada (¿asesinada?) por Artemio Gutiérrez, su pareja. Verónica Trujillo asesinó, a su vez, a una enfermera del hospital en que se encontraba y bebió de su sangre. ¿Enfermedad o vampirismo? Ambas posibilidades lo estremecieron.
De pronto se le ocurrió una idea. Después de un jugo de naranja, un par de huevos revueltos, una taza de café y una cerveza se fue a la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, en donde consultó la nota roja de todos los periódicos de los últimos tres días. Apuntó algunos datos.

IV

-¿Márquez? ¿Qué pasó? Te estuve esperando- era la voz de Saúl Contreras en el otro lado del teléfono.
-No tenía muchas ganas de ver a un hombre con problemas estomacales; me interesan más las personas con crisis de identidad.
-No te entiendo...
-Me refiero a los que se creen muertos y luego vivos.
-...
-Hay varios casos. Sabes a qué me refiero.
-Sí, ya sé. Pero de ésos no tenemos guardados.
-Me conformo con una estampita y algunos documentos.
-Pero ésos no se archivan porque no hay muerto. No creo conseguirlos.
-¿Te ayudarían 10 mil pesos?
-Quizá pueda intentarlo.
-Te espero a las ocho donde siempre.

V

Márquez caminaba por Reforma. Enfrentaba una seria crisis existencial que se resumía en la elección entre una fabada asturiana mojada con vino español o unas botanas de la cantina con tres o cuatro cervezas. No optó por ninguna de las posibilidades.
Todo fue por culpa de la mujer que lo seguía. No reparó bien en ella: sólo un vestido negro y un mensaje de alerta de su cerebro (que pese a todo funcionaba más o menos bien). Caminó como si no hubiera notado nada, es decir: hizo lo posible para que ella supiera que él sabía (cruzó las manos a la espalda, echó la cabeza hacia atrás y silbó La cucaracha todo lo desafinado que pudo).
-Once de la noche en tu casa- le dijo la mujer en el oído mientras pasaba rápidamente a su lado.
Márquez sólo vio un vestido negro que se agitaba entre la gente. Antes de que pudiera seguirla, mujer y vestido desaparecieron.

VI

La milanesa no estaba mal; tampoco el café con leche. Lo que realmente le molestaba era el chino que lo veía con cara de no me vas a pagar cabrón, pero no podrás escapar con la comida en la panza.
Saúl Contreras llegó a las ocho y media. Se sentó frente a Márquez, le extendió un grueso paquete y sonrió. Márquez en cambio le extendió un fajo de billetes y se llevó un pedazo de milanesa a la boca.
-Invítame una de ésas- pidió el policía.
Márquez hizo un gesto con la cabeza y Contreras llamó al mesero.

VII

Faltaban quince minutos para las diez cuando Márquez colocó el paquete sobre su mesa. Lo abrió y cuidadosamente fue sacando las fotografías; cinco personas distintas, tres mujeres y dos hombres. Las observó detenidamente. Luego contempló con una lupa los cuerpos retratados.
Volvió a estremecerse (segundo estremecimiento del día) cuando miró la última. Leyó los documentos y subrayó una frase en varios de ellos. Llevó la mano a su pistola, pero sin sentir alivio.

VIII

Se había servido el segundo vaso de mezcal cuando el timbre lo hizo brincar. Antes de abrir tomó su pistola, le quitó el seguro y martilló.
La mujer estaba recargada en la pared. Vestía de negro. Lo miró a los ojos. Los suyos eran fríos.
-¿Puedo entrar?- preguntó.
Márquez recordó algo de su infancia. Volvió a estremecerse (comenzaba a hacerse costumbre).
-No estoy muy seguro- respondió.
-No tengas miedo, le dijo la mujer, no vengo por ti. Vengo contigo.
Lo pensó un momento y se hizo un lado. La mujer no se movió. Márquez interrogó con la mirada.
-Tienes que autorizarme –explicó la mujer.
-Entiendo. Puedes pasar.
Entró, se acercó a la mesa, contempló las fotos, caminó a la sala y se sentó en un sillón.
-¿Tienes algo de tomar? –preguntó.
-No tengo lo que a ti te gusta.
-¿No? ¿Y qué es lo que me gusta?
Márquez guardó silencio y fue por el mezcal. Sirvió otro vaso y se lo acercó a la mujer.
Ella se lo llevó a la boca y bebió un sorbo.
-No creas todo lo que te dicen- comentó al fin.
El la miro a los ojos. Volvió a (en fin).
-¿Por qué me sigues?- preguntó la mujer.
Siguió el silencio, que rompió Márquez luego de varios segundos.
-¿Por qué lo mataste?
-¿Al gordo? Porque no merecía la inmortalidad... Bueno, además tenía hambre.
-¿Mataste al gordo porque tenía hambre?
Ella se rió.
-No él, yo tenía hambre. No hambre de comida; hambre de vida. Pero además el gordo era asqueroso, no merecía vivir.
-A lo mejor no, respondió Márquez menos seguro de lo que aparentaba, pero me pagan para encontrar al asesino.
-Te pagaron, y bien pagado. Además, asesino es una palabra poco correcta.
Márquez iba a preguntar cuál era la palabra correcta, pero prefirió no escuchar la respuesta. En cambio comentó otra cosa:
-Linda noche ¿no?
Ella sonrió y su sonrisa la hizo verse más encantadora. Márquez sólo pudo sobrecogerse (pero ahora de puro deseo).
-El único problema, dijo finalmente, es que Verónica no es la asesina del diputado; ella mató a una enfermera.
-Bueno, sonrió la mujer, lo único que cambia, como en el cuento de Borges, son los nombres y las circunstancias.
De un solo trago la mujer de negro se bebió su mezcal. Sonrió, guiño un ojo a Márquez y se levantó.
-Ayer resolviste el caso. Hoy descubriste la verdad. Lo de ayer fue obligado; lo de hoy, mera curiosidad. Me voy, tengo que ver a un presidiario que puede ser un peligro. Es mejor que no hable más de lo que ya hizo; las cosas no deben adelantarse.
Volvió a sonreír a Márquez y continuó:
-Será mejor que dejes de seguirme, yo volveré por ti cuando sea necesario... Claro, si tú quieres.
Ya no pudo hablar Márquez. Menos pudo hablar cuando la mujer puso los labios fríos en su boca. Lo único que pudo hacer fue contemplarla como un verdadero retrasado mental.
-Puedes dormir confiado, se despidió, esta noche no tendrás pesadillas, nada de teléfonos, carcajadas y esas cosas.
Luego, al salir:
-Por cierto, los vampiros también podemos comer cualquier cosa y sólo nos basta un poco de sangre para ser inmortales.

Texto agregado el 29-03-2006, y leído por 126 visitantes. (0 votos)


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