Todo comenzó hace dos días, estaba sentado al otro lado de la mesa dónde hoy recuerdo los funestos acontecimientos que devinieron en mi vida últimamente.
Me encontraba sentado, almorzando como siempre lo hacía, al costado de la alfombra persa que mi madre había luchado tanto por conseguir en una subasta, cuando entró la llamada, era una llamada como cualquier otra la que ese día me obligó a salir de mi casa para dirigirme a la esquina mientras escuchaba una voz ajena a mi memoria por el celular, me seguía dando indicando lo que tenía que hacer y yo (sin entender el porqué) seguía sus indicaciones.
Al llegar a la parte baja de un árbol fue cuando la vi, era una chica que me pareció atractiva aunque solo veía su espalda, era alta de curvas pronunciadas cubiertas con un vestido rojo y de rizos canelas; y con un brazo, al parecer, llevado a la oreja derecha.
Como la voz ya no me daba más indicaciones, me acerque un poco y comencé a llamar su nombre: “Ángela, ¡Ángela!” lo intenté por varios minutos sin tener el valor suficiente de acercarme; después de mirarla por unos segundos corrí hacía ella, mientras la veía caer lentamente al suelo y al sueño profundo en el que permanece hasta el día de hoy.
La secuencia de acontecimientos desde ese momento se vuelve borrosa en mí, pero recuerdo las rosas, el hospital y gotas de agua rodando... pero sobre todo, sobre todo recuerdo a Ángela, muerta, sobre mi mesa.