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Quien intenta mejorarse a sí mismo conoce el placer y la necesidad de arder en las llamas del infierno. Por el contrario, quien descubre que se puede vivir y suplir las necesidades jodiendo a los demás, conoce o conocerá el dolor de arder en las llamas del infierno. Así que el infierno está bien o está mal dependiendo de quien a él descienda. Para unos es una necesidad, para otros un castigo, para ambos una purificación.

Ahora bien, hay dos entidades que manejan a la perfección las llamas del infierno, uno es Lucifer y el otro es Satán. Ambos son absolutamente adictos a las llamas del infierno, y tan adictos son que alcanzaron su control y dominio, alcanzaron su maestría. Para ambos la vida no tiene ningún sentido si no se puede arder constantemente en las llamas del infierno. Gracias a Dios y sólo a Él es que solamente para ambos y en ambos es que las llamas arden y arderán eternamente. Vamos: es un regalo de Papá, y que no venga un hijo de puta a intentar salvarme de lo que constituye mi placer.

Sin embargo el infierno está lleno de lamentos, pero esos lamentos son sonidos que curan las causas de nuestros arrepentimientos. Si le hicimos daño a alguien, por ejemplo, las llamas del infierno nos hacen absolutamente concientes del dolor que causamos en toda su magnitud; el lamento no responde entonces a un castigo – eso es una coba católica – sino al arrepentimiento de haber sido nosotros los causantes de ese dolor, es un acto de entrar en conciencia plena; y ese arrepentimiento, esa vibración que sale de nosotros mediante ese sonido que es el lamento (lo lamento) no tiene otra función real y efectiva que intentar sanar el daño y el dolor que nosotros mismos hemos producido, es decir, es un acto de amor. Para esos seres, porque todos los seres son hermosos, aunque, por las propias condiciones de la vida, todos, o casi todos, estamos destinados a cometer ciertos grados de torpeza. Lo repito: fatalmente, repito nuevamente, para esos seres, hermosos y torpes por condición natural igualmente, las llamas del infierno no son ni pueden ser eternas. Como las llamas del infierno no tienen más objeto que sanar los dolores sin permitir su olvido – y lo sé – no hay daño en el mundo que pueda obligar a nadie a arder eternamente en ellas; porque, si por un torpísimo sentimiento de justicia lo aceptáramos, todos arderíamos igualmente eternamente; porque al permitirlo estaríamos causando un dolor injustamente, es decir: innecesariamente. Sería un sadismo por el cual tendríamos igualmente que pagar. Vuelvo a repetir: ese placer está solamente reservado para dos. Ningún ser, créanme, pero de verdad: Ningún ser tiene el poder de la adicción a las llamas del infierno más que Lucifer y Satán y, si ambos no viviesen en esta condición eterna ¿Quién mantendría eternamente encendidas las llamas del infierno? ¿Cómo se podría dar la purificación? ¿Cómo sanarían los daños causados por nuestra inherente torpeza en el acto de estar vivos? ¿Cómo se daría la evolución de nuestras mentes individuales con respecto a los demás? Si no fuese por la adicción de esos dos…

Así que entiendan a Dios, os lo ruego, por favor: Él conoce las adicciones de sus hijos más hermosos… y las respeta, como todo padre debe hacer.

Así que los maniqueístas (los que conciben el cosmos como un lugar dividido entre seres buenos y seres malos) no comprenden que las más sagradas entidades forman y son un Universo circular que permite la circularidad de las almas a todo lo largo de su estructura, el placer, la libertad. No hay más prisiones que las impuestas por los hombres: el castigo que no cura. Al concebir la existencia como una pugna entre el bien y el mal – cosa absurda – hacen daño creyendo estar haciendo el bien… No tardarán en visitarnos, por un rato, por supuesto, cosa que ellos no lograron entender. Hermanitos: no hay castigo eterno, no hay dolor, en el infierno, innecesario. No hay más dolor, aquí, en donde mi alma habita, que aquel que cura el dolor que causamos en otros. Y ese dolor que se siente al arder en el infierno es el dolor que se siente al hacernos plenamente concientes del dolor que causamos y esa conciencia plena del dolor que causamos provoca el deseo de hacer sanar a aquello mismo sobre lo cual hemos causado el dolor. No es dolor, es conciencia del dolor que causamos: El Lamento. Lo lamento, si con esto, decepciono a alguien más.


Texto agregado el 13-03-2006, y leído por 137 visitantes. (0 votos)


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