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Mientras exhalaba el humo del cigarrillo, escuchaba las canciones que nunca escribió miraba la luna perdida por las estrellas que a su vez estaban torpemente enrarecidas por su propia contaminación. “Que me caiga un rayo de lunas blancas” cantaba para sí. Cuando se hundía en la sequía de pensamientos recordó que como las musas se habían ido – a causa de una especie de maldición que lanzo sobre sí mientras se arrepentía de hacer sufrir al Dios que nunca escucho, y menos aun, quiso oír – tendría que buscar otra inspiración. Así que fue en busca del oro perdido, de ese puñal de lágrimas de música, que de vez en cuando quería a solas. Busco por diversos lados, en un pasaje logro ver a una mujer que cantaba canciones de cuna, canciones que le recordaban a su infancia. Pero no le servia, era ya todo un hombre y no podía concebir que esa mujer estremeciera su cuerpo con letras para un infante que hace muchos años había perdido. En la oscuridad de las calles tibias, por la mugre, encontró al fruto de su amor por la vida, ella le hizo llorar, veía en sus ojos un Amor del que jamás había reparado “no, no -no se dijo- eso no puede servir mas que para achacar mi vivir en una poesía triste y arrepentida, ¡perdóname!” y se fue corriendo mientras los ojos proyectaban imágenes borrosas. Así corriendo medio enceguecido cayó en un jardín, con olores que nunca olvidó, con pétalos de voces que jamás se imaginaría poder recordar, sintió por un momento la seducción de aquel lugar y quiso besar el pasto tierno y calido “¿será este el lugar de mi inspiración?” – Se dijo mientras cerraba los ojos e intentaba probar con sus maculados labios ese lugar- volvió a recordar como esas musas se fueron, como esas musas arrancaban de él mientras las llamaba sediento de su lid y una voz que solo él escuchó dijo: “¿como pretendes saborear lo que se te ha dado con tanto amor?”. Permaneció así, inmóvil, en la posición que tendría cuando intentaba atrapar lo que se iba casi por más de la mitad de su vida, hasta que un hombre de cara familiar le dijo que debía buscar por dentro, nada más.
Entonces fue, que de pie ya, sobre el pasto (carnoso ahora), emprendió un vuelo. Con solo un salto llego hasta la misa del día Domingo y se posó sobre una estatua de mármol. Quiso descansar pero lo apremiaba el tiempo. Finalmente llego donde sus ojos no veían, donde solo sentía una brisa calma por su frente, ahí encontró una cajita que decía su nombre con letras de oro, dentro de ella encontró un lápiz que jamás se terminaría y un libro de colores preciosos que en su primera carilla decía: “hijo mío, no busques mas, ya encontraste la inspiración, pues yo lo soy. No busques mas, pues, has entendido que la inspiración se la debes a mi creación y de ella se nutrirá la paz de tu alma”...

Dedicado a Dios, Pues, lo Amo.

Texto agregado el 09-03-2006, y leído por 139 visitantes. (0 votos)


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