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Continuación




Se abrieron por sorpresa las tapas de las ventanillas del avión. Amanecía en el cielo sobre una enorme extensión de nubes que adquiría un tono rosado y brillante en sus puntos más altos.

Dani quedó extasiado con el espectáculo que le ofrecía la naturaleza a diez mil metros de altura. Pedro dormía. No quiso despertarlo, se incorporó sobre el almohadón que hacía de supletorio en su asiento y dejó que su mirada vagara sobre el infinito rebaño blanco.

Un panel electrónico trazaba la trayectoria del avión sobre un mapa del mundo desplegado en horizontal, en forma de flecha, que se movía a escala sobre él según viajaban. De momento flotaban sobre la atmósfera que cubría el océano.

El aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, era su destino inicial. No hacían planes respecto a la visita del siguiente lugar.

• Despierta, Pedro. ¡Pedro!
• ¿Qué quieres?
• Ir al meódromo.

Se estiró hasta casi romperse, se frotó los ojos y le dijo:

• Ven aquí.

Mientras Dani se agarraba a su cuello, él se lo apoyaba en la cintura con las piernas abiertas.

• A ver si no aguantas y me meas el pantalón en el viaje al lavabo.- Le dijo al oído.
Dani rió divertido.

Casi todos dormían. Las azafatas preparaban los desayunos en el fondo, junto a los servicios.

Un bache atmosférico debilitó las piernas del hermano mayor al sentir el vacío, lo que hizo que trastabillase y su hermano se inclinase hacia un viajero al que le cayó prácticamente sobre su cuello. El golpe lo sacó del sueño de inmediato, con el correspondiente susto al ver a menos de dos centímetros la cara de Dani. Gritaron al unísono y despertaron a medio avión.

• ¡Pedro, sácame de aquí!.- Expresó con voz temblorosa al ver que había llamado la atención y decenas de ojos les miraban.

Con su hermano en brazos aceleró el paso hacia la cola del aparato en busca de los WC.


Largos corredores de aeropuerto y tiendas de suvenirs a ambos lados. La gente que ya había conseguido su equipaje hacía carreras con el carrito por ver quién llegaba antes a su puerta de salida.

Nuestros amigos caminaban a paso del cochecito eléctrico. Cuando llegaron al hall de entrada no quedaba casi nadie.

Dani reconoció al hombre que soportó su caída sobre el hombro despertándole. Hojeaba una revista junto a un kiosco.

Mientras Pedro salió por ver si había algún taxi que pudiese llevarlos al hotel, Dani quedó sentado en su silla rodeado de maletas y bolsos.

Pudo seguir un trecho a su hermano con la vista, hasta que atravesó las puertas automáticas y dobló a la derecha..

El compañero de viaje de la revista seguía con la mirada la expresión de Dani. Este, inconsciente del hecho, se entretenía en observar los rasgos de aquellas personas que se afanaban, por un lado o por otro del amplio hall. Tenían rasgos similares a los de los españoles, pero todos, sin excepción, tenían cara de cantantes de tangos. Algunos hasta se peinaban como Gardel. La música de su hablar, así, en directo, le gustó e imaginaba aquel piso circular de la recepción antigua del aeropuerto, como un escenario donde de un momento a otro, las señoras de la limpieza moverían sus carritos al unísono, dando paso al señor de la revista con el cabello engominado, llevando de la cintura a la cajera rubia del Banco de La Nación Argentina.

Por el gesto adivinó que su hermano no traía buenas noticias.

-- No he podido encontrar ninguno y esperar fuera nos puede dejar pasmados de frío.
-- Tranquilo, Pedro, no tardarán en venir.

Una voz a sus espaldas…-- Ya que hemos viajado hasta aquí en el mismo avión, ¿porqué no seguir hasta la capital con un mismo vehículo? – Dijo alardeando una sonrisa cuajada de blancura dental.

Antes de que pudiesen balbucir, aún con la boca abierta, los hermanos siguieron con atención las palabras del hombre del pelo engominado.

-- Estoy esperando a un amigo y en su auto podemos hacer viaje. ¿En qué hotel se hospedan?
-- Hotel “Elevage”. —Dijo Dani, que sabía casi de memoria los pasos a dar por la ciudad.
-- Eso queda por el centro, más o menos. Os llevamos.

Se miraron los hermanos. Pedro dibujó un gran interrogante en su rostro y a Dani se le desperezó un leve sonrisa de confianza que convenció al mayor.

-- Por nosotros no hay problema- dijo Dani- Pero ¿Cabrá todo nuestro equipaje y la silla?
-- ¡Pero, ché! ¿Lo dudás?. Es un auto grande.


Desde su nivel, Dani podía observar y no ser observado si no bajaba la mirada quien quisiera ver sus ojos. Esos ojazos negros perfectamente enmarcados por sus cejas prominentes y espesas se ocultaron tras ellas para no perderse detalle de cada movimiento muscular del rostro del nuevo compañero.
Tenía, el del pelo engominado, la piel blanca, muy blanca, casi lechosa, extraño para cualquier piel que se precie de pasear de vez en cuando al aire libre. Rondaría casi la cincuentena pero su gesto era de hombre que madura despacio por falta de obstáculos en la vida. De risa tan perpetua como falsa, las finas arrugas de las mejillas delataban su vacío emocional a la altura del mentón. Fumaba dando profundas caladas, debía caer tan hondo el humo que se quedaba por algún recoveco interno y no lo devolvía apenas por su boca y nariz.
Al ver esto último el joven se puso en guardia. Eran ya varias las personas observadas que fumaban así y que le dieron una pauta clara: las veía con espíritu de embudo. El embudo, prácticamente, es un objeto receptor y lo que recibe lo vierte quién sabe donde o a quién, pero no se lo queda, a él no le sirve más que para saborear su paso por su ancha boca. Sólo que cae tan rápidamente que no le da tiempo a saborear y, como eso es lo que le gusta, muestra con su expresión que pase algo por sus fauces, que ya que no puede digerir por falta de estómago, al menos saborear lo que entre por él.

Pedro hablaba confiado con su interlocutor, la sonrisa inicial de su hermano le había dado la tranquilidad necesaria.
Su conversación, casi monólogo de Héctor, el de la sonrisa fácil, derivaba por los parques y jardines de Buenos Aires.

-- “El Jardín Japonés” es bellísimo, tienen una mañana de paseo perfecto asegurada.
-- ¿?
-- Mirá, ya llegó Carlo.

Un hombre corpulento de rasgos aniñados dirigió una sonrisa a su amigo y saludó a los hermanos.



Continuará

Texto agregado el 01-03-2006, y leído por 242 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
25-03-2006 vamos***** lagunita
14-03-2006 Te sigo. No sé si será esa propensión paternalista que me acompaña en situaciones como la que cuentas, pero le deseo lo mejor a tu historia, (o lo peor, que es lo mismo, por los efectos positivos que reporta). azulada
10-03-2006 ***********, seguiré lapluma
07-03-2006 yep!!! concuerdo con Rodrigo, deberás contarmelo algún día anemona
06-03-2006 Más, quiero más... barrasus
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