Me duele el aire herido que a veces eres y el silencio que envuelve tu mirada cada vez que sé, debo cerrar las persianas. Debería guardar silencio, aceptar que el tiempo no dejará nunca de gotear y ponerme a limpiar el piso. Pero dentro de mi existe algo que me inquieta, como si un gusano diminuto consumiera lentamente mis entrañas mientras lleno de agua el cubo y tu subes la escalera sin hacerla rechinar (creo que ni ella se atreve a molestarte). Ese modo tuyo de existir es como una hipnosis constante, tan fría, casi subterránea. A veces creo que sueñas y meneas la cabeza como para sacudir el recuerdo del mal rato. A mi me da curiosidad por saber qué se siente, si es como ver una opera personal o como participar en una pero no me atrevo a preguntar, me basta estar a tu lado, mirarte de frente sin que te veas en mis ojos. Caminar de tu brazo entre los cerezos y bajo las estrellas me basta.
En ocasiones te marchas durante largo tiempo y yo me entretengo con libros y velas. Pero tú vagas, irrumpes en cada uno de mis pensamientos y te escapas de mis labios casi sin querer. Y de nuevo ese gusano se retuerce ávido mientras miro a la ventana y espero que llegues de humor para soportarme en esta casa tan grande, con tantas cosas por reparar. Estoy consciente de que no fue tu intención regar nada. No pudiste evitar que se derramara un poco entre tu boca y mi boca ¿Qué importa? No sentiré más ese gusano dentro. Ahora trato de no hacer mucho cuándo friego el piso pero la sangre es difícil de quitar. No debo olvidar las persianas aunque quiera salir corriendo y acurrucarme contigo. Esta por amanecer.