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Coloqué sobre su piel marfil un collar de perlas nacaradas, redondas y perfectas, posé mis labios pálidos y agrietados sobre su piel suave y perfumada, un pequeño sobresalto la erizó imperceptible, recorrí con mi respiración pausada al afelpado caminito de vellos que atraviesa el cauce de su espalda, sube por el valle de su cuello y muere despacio en su cabeza. Con la punta de mi lengua humedecí la heridita que espera cerca de sus hombros delgados y elegantes, la besé en silencio y tomé, con mi mano, a su cintura y alcanzaron mis dedos a sentir como su vientre suave se contrajo cuando guardó la respiración por un instante. Y una lágrima apareció en su rostro, silente y dolorosa siempre con sus ojos muy abiertos mirando hacia el vacío.
Con la punta fría y afilada del cuchillo presioné la tela suave y tensa en su mejilla y su rostro, casi inexpresivo, acogió una leve mueca de dolor. Sin sollozos ni ruptura, a pesar del miedo ó de mis dedos, trepando lentamente por su vientre hacia sus senos. Mantuvo siempre el rostro inexpresivo, mirando a la pared.
Decidí parar el juego y dejarlo un día más, pues presentí que estaba a punto de estallar y llegar a ese estado, alargarlo y detenerlo y observar esa zozobra delicada, me fascina.
Tomé pues el collar de perlas cultivadas y con mi mano acaricié su cara delgada y afilada. En vano esperé su gesto de despreció.

Le coloqué una gargantilla de dos oros (10 K) con un dije en fuga de zirconios, que se posó sobre el sutil hoyuelo en la base de su cuello. Tragó despacio con sus ojos bien abiertos, mirando sin mirar. La acaricie despacio con mi mano, casi flotando sobre la cama de vellos incoloros de su brazo. Subí al monte de sus hombros escarpados y amaricé en sus cabellos tumultosos, hundiendo mis manos en su pelo tibio, fresco y perfumado. Percibí un dejo de tristeza en su mirada, que obstinadamente mira a ese punto del vacío.
Como una rutina, previo al uso del cuchillo, apreté bien la soga de sus manos y sus pies. Luego lo bajé rozando con la punta entre sus pechos y llegando hasta el ombligo. Rasgué su falda suave y dejé libres a sus piernas firmes y perfectas. Tan perfectas que no pude más que hacerles una herida delgadita con la punta del cuchillo. Sangró espontánea y sin sentido y mientras succionaba suavemente la heridita, a manera de curarla o mitigarla, lloraba quedamente, angustiada y como hastiada.
Como siempre tomé las joyas y marché, esta vez con un sabor amargo, porque, torpe, atravesé insolente la sutil línea que separa a la angustia del dolor.

Le coloqué, como siempre, una joya hermosa y elegante. Comencé paciente mi ritual de caricias y primores al compás pausado de su respiración. Esta vez no jugaré con el cuchillo, no me lo merezco, por ayer, por el exceso.
Pero lo sé, algún día depondrá su desdeñosa prepotencia, algún día romperá su obstinación, me mirará y estaré presente, me dará la gracia de existir. Lo sé, es que no se puede ser tan detestable...

Texto agregado el 26-11-2003, y leído por 546 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
17-08-2004 Sutil... sutil e intimidante. También posee el toque del erotismo que se necesita para el tipo de texto. Habría que revisar el uso excesivo de adjetivos, si bien suavizante, por momentos molesto. También podría hacerse notar, más que explicarse al final, el afán por la angustia en lugar del dolor, así como transformar los tres momentos en uno; a mi parecer, así ganaría mucha más fuerza. demabe
08-05-2004 Como haces ver las cosas, lo que podía parecer repulsivo o al menos censurable lo conviertes en una lectura placentera. Encantador esto. Saludos. Nomecreona
06-05-2004 Amigo: una narración armoniosa, rítmica. Cada término, pensado, preciso. El tema y contenido: ¡vaya que es difícil! Una dimensión enigmática del alma humana que has sabido bordearla bellamente. Voy a tu libro. Pero antes mis 5* islero
05-03-2004 rodri...en general mis lecturas van mas por el lado de lo etereo, lo puramente romantico, lo infantil...en fin con esto quiero decirte que si volé hasta aqui y me posé en tu escrito...edfinitivamente ha sido porque disfrute cada porción de él y descubri un cuentero que da gusto leer piquitos de miel para vos gaviotapatagonica
12-01-2004 Es de un sadismo tan sutil y voluptuoso que el personaje agresor aparece más como un caballero salvador del tedio de la fría señorita, que en el fondo, seguro que al final ella acaba teniendo síndrome de estocolmo. Saludos y feliz año Vihima
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