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No, no he vivido aquí siempre.

Hace poco todavía, tenía casa, igual que tú, ¿qué te crees?

Curro, coche y el ropero lleno de ternos.

Yo también tuve mujer e hijos.

¿Qué pasó, pues?

Será culpa mía, hice el chorra, empiné el codo, chafallé el trabajo, aposté la pasta, puse los cuernos a mi mujer, pegué a los críos, eso es lo que piensas, ¿eh?

Te vendría de maravilla que fuese culpa mía lo que me ocurre. Podrías pensar que sólo me tengo lo merecido, que me perdí las oportunidades, que hay como una forma de justicia. Y tendrías la conciencia limpia, al echarme tu monedita, desviando la mirada. Quedaría cumplida tu buena acción cotidiana. Podrías irte de rebajas sin remordimiento, echarte al coleto tu J & B Reserva con el espíritu tranquilo y pensar que todas las desgracias del mundo tienen su explicación.

¡Mala pata, la pifiaste feo!

Pero, ¿de qué serviría contarte todo eso?

Lo mío, al principio sí lo conté, cuando todavía pensaba poder salir a flote.

Lo conté a los cuatro vientos, a quien aceptaba oírlo, a quien podía echarme una mano, a quien debiera hacerlo.

Y, te lo aseguro, ya es difícil hacer tabla rasa de su orgullo para irse a pedir, con tiemblos en la voz, un crédito bancario suplementario, un plazo para los recibos de la luz o la comida gratis para los críos en la escuela.

Total, me metieron la cabeza bajo el agua mientras me tendían la mano : « Pague sus deudas y le ayudaremos a lanzarse otra vez ». « Si le dan curro, le daremos vivienda ». « Lo sentimos, pero sin domicilio fijo, no lo podemos contratar ».

¿Siempre te interesa saber cómo cae uno en la miseria negra ésa?

Pues, ¡rapidísimo, para que lo sepas! ¡Tres añitos, no más!

Hasta ahí habíamos tenido una vida guay, Marisa y yo. Veinte años de casamiento, dos hijas, una casa a lo grande, dos bugas, y hasta un piso de multipropiedad para ir a esquiar una semana al año. Bueno, claro, en casa yo no estaba siempre sino a menudo por las carreteras. Pero nos iba bien. Por lo menos, eso creía yo.

Pasó que la empresa textil donde estaba yo de "comercial" empezó a tener dificultades, por lo de los Chinos. Sabíamos que había de ocurrir, pero no supimos deslocalizar a tiempo. Éramos una familia. El dueño quería conservar los empleos en su tierra.

Suspensión de pagos. Despidos. Ni uno para hacerse cargo de la empresa. Liquidación judicial. Yo tenía cuarenta y cinco años. El paro. De patitas a la calle con cincuenta más. No merece soltar una lágrima. Eso le pasa a un montón de gente cada día. No viene otra cosa en los periódicos. Y piensas : "Otra empresa que va a cerrar, otros tíos en el paro, joder, ¿cuándo terminará eso?". Te duele diez segundos y te sale de la mente. Pero cuando te ocurre a ti, entonces, es harina de otro costal. Se te derrumba todo, delante de ti, en ti, alrededor de ti.

Una mala jugada del destino, eso le pasa a muchos en la vida. ¡Ánimo, hombre! Vale.

Sólo que, por encima, un martes, al volver de la Agencia Nacional de Empleo, hallé vacíos todos los armarios y una carta contra el teléfono.

Un amigo, uno de los pocos con quienes nos veíamos todavía, el muy cabrón, me había quitado la mujer. O decidió ella largarse. No intenté dilucidarlo. En fin, ella no pudo resistir más. Se habían marchado. Y las dos hijas también. Eso fue lo más duro de tragar. Dos días lloré como un niño desconsolado.

El divorcio. Con todo su séquito.

Depre. Depre de las serias. Con hospital y todo.

Sí, lo sé, no es para tanto. Acaba así uno de cada dos o tres casamientos, hoy día. O sea que divorciado y desempleado, yo estaba de pleno en la norma, ¡eh ! Tantas gracias.

Me puse a flote, mal que bien, a base de curritos. Saqué un pisito de alquiler. Hasta tuve una gachí.

Pero yo lo tenía todo demasiado pequeño : la paga, el piso... y el resto. Ella se fue también.

Un día llegó el portero de estrados.

Vendieron todo mi ajuar para abonar las deudas mayores.

Una mañana de mala suerte, hizo el dueño cambiar todas las cerraduras del piso.

Estaban mis bártulos en la portería.

Dos bolsas de viaje llenas. No me quedaba nada más. Luego, me birlaron una mientras dormía. Mejor, finalmente, porque era mucho peso para llevar.
Entonces se rebasó la copa, me harté, quemé las naves, me largué y cambié de régión para venir a calar en esta ciudad en la que nadie podía reconocerme.

Di bastantes vueltas, durante los primeros meses, porque hay gente por todas partes, en la estación, en los parques, en las entradas de los inmuebles, debajo de los puentes. Te echan fuera si eres novato y no tienes la pinta que hace falta. Mochileros, punquis, yonquis, pordioseros, todos estaban ahí antes que yo.

Tienes que hacerte un hueco, hallar un sitio para alargar la mano y ya no te lo ponen facilito, pero sobre todo encontrar en donde dormir y eso resulta más peliagudo todavía. El asilo, para nada. Bueno, como último recurso, pero es como si estuvieras en la mili. O termina con broncas y a trompadas.

Un día, casi son dos meses, vine a recalar aquí. Lo bueno es que hay calefacción y servicios con agua caliente para lavarte. Pero el problema son los guardias jurados. Por fortuna, di con la solución. Si tienes aspecto de cliente normal, no pueden impedir que te pases el día entero por el centro comercial. No haces nada mal y eso es una República. Lo único, no hacerte notar, no molestar a los clientes, estar bien limpiecito, aparentar, en fin.

Por la noche, duermo dentro de unos cartones, detrás de las reservas, entre los tres cipreses aquellos. Bueno, dormir es un decir, más bien, porque con las entregas a partir de las cuatro o cinco de la mañana... Durante el día, voy pidiendo a la entrada del aparcamiento, cuando el tiempo es correcto. Aquí dentro, está prohibida la mendicidad. Pero, yo vengo para calentarme, asearme, beber un café y pasarlo calentito cuando hace mal tiempo o pela demasiado. Y, a veces, alguna gente me da palique. Será que todavía no me parezco del todo a un mendigo, tal vez.

Sin embargo, he cambiado un montón. Lo más aparatoso es mi nuevo hablar. He tenido que adaptarme al lenguaje de la calle. Si no, nadie quería hablarme. Tenía aspecto demasiado limpio para ser honesto, pensaban. Una noche me apalearon tres tíos porque creyeron que era un soplón de la bofia. Así que, al traste, la labia del vendedor, cambio de registro, fuera perífrasis y circunloquios, ¡venga la lengua verde!

Y no para en eso : ¡el físico también acusó el golpe! No lo digo por la barba y el pelo largo, si eso no es nada, sino por los pies y las manos, sabañones y grietas. ¡Y el estómago! Manducar sólo pizzas y bocatas, a no ser las sobras de la basura, no puede ser bueno. Bueno, alguna comida caliente en un hogar cualquiera o en lo del Ejército de Salvación, eso sí, pero no bastante a menudo. En fin, aquí me tienes, sobreviviendo. Ésa es la palabra : sobreviviendo.

Entonces, claro, días hay en los que piensas : "¿Para quién? ¿Para qué?"

Y te acecha la botellona para no seguirlas oyendo sin parar, retumbándote en el coco, esas dos preguntas de mierda. A mí también me ocurre. No pasa nada. No voy a provocar un accidente, si ya no tengo licencia ni coche. Nada de nada. Ni donde dormir, ni apellido siquiera, apenas un nombre para dos o tres tíos como yo.

Me dicen Juanito, el de la galería mercante.

Pero, ¿quién soy yo para ti, eh?

¿Un pedigüeño, un fracasado, un amargado, un gandul, un alcohólico, un drogadicto, una mierda, un escupitajo ?

No lo sabes. Ni quieres saberlo.

Tampoco lo sé yo, a estas alturas.

Poner un pie delante del otro, encontrar comida, esperar el fin del día, sobrevivir a la noche.
Luchar contra el frío, las pulgas, las ladillas, las ideas negras.

No puedo más.

©Pierre-Alain GASSE, febrero-abril 2005.
http://pierrealaingasse.fr/esp/

Texto agregado el 22-02-2006, y leído por 172 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-03-2006 Consigues con una estupenda prosa dar vida a un personaje de una forma muy creíble, muy real, y le imprimes un magnífico ritmo a esa narracción en primera persona que le da aún más fuerza. Te felicito. entrelineas
22-02-2006 Me gustó! Vas bien, te seguiré leyendo. Van mis cinco estrellas! Saludos cordiales. jovauri
22-02-2006 Muy duro y actual... El relato está muy bueno. Te dejo todas ***** parakultural
22-02-2006 No puede dejar indiferente a nadie una historia como esta, demasiado real. 5* sophie
 
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