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EL PACTO
por Inés Rosales




Parte 1

Si creyera que dar consejos sirve de algo, les daría un buen consejo.
Si tuviera fe en el poder de la sabiduría adquirida como argumento para influir en las voluntades ajenas me aventuraría a darles un consejo. Pero allá cada cual con sus decisiones. No obstante, para no añadir un peso más a mi ya sobrecargada conciencia yo, Mateo Pez, me limitaré a hacerles una advertencia.
En especial, a aquellos seres aventureros, noctámbulos y asiduos de la red. Aquellos que encuentran en los buscadores y sus infinitas vías de información la respuesta a todas las dudas. Infatigables y solitarios navegantes. Hambrientos y sedientos hijos de Internet.

Escuchadme bien: NO PACTEIS.


Mateo Pez no podía recordar con claridad lo que había pasado esa tarde misma tarde. Sentado en un taburete, sentía que estaba a punto de desplomarse como una marioneta a la que le estuvieran cortando uno por uno, todos los hilos que la mantenían erguida y expresiva.

Había discutido con su novia, quizá había perdido los nervios… no era para menos. Desde hacía un mes –treinta y tres días, para ser más exactos- las frondosas nepalíes que con amorosa obsesión llevaba cuidando, desde que germinaran las semillas traídas en su reciente viaje a Kathmandú, parecían haber contraído algún tipo de mal.
Ellas eran las auténticas estrellas de su indoor. Habían sido unos bebés un poco rechonchos y toscos que jamás habían ocultado su fortaleza. Crecieron sanas y robustas, sin dar problemas con la altura ya que todas adquirieron el mismo tamaño y proporciones. Las hojas, de aspecto un tanto áspero y de un color verde esmeralda frío y oscuro casi negro en las nervaduras, brotaban de unos tallos fuertes y flexibles adheridos al tronco central grueso y rojizo, a través del cual casi se podía apreciar el discurrir de la savia vital. En dos meses, estaban listas para florecer.
El comienzo del ciclo de floración fue una alegría más para Mateo. Las hojas comenzaron a abrirse y a estirarse horizontalmente, en un acto de entrega total y absoluta al sol de 600w que las iluminaba. Al sensual desarrollo foliar le siguió el soberbio espectáculo de las primeras flores que comenzaron a brotar al octavo día tras el cambio de luz.
Los gruesos pistilos, blanquecinos y brillantes tomaban vida desperezándose y desenroscándose por minutos, conformando racimos compactos a través de los cuales se abrían paso laboriosamente, las puntas afiladas de las hojas que brotaban entre las flores para mostrar con orgullo la fina película de perlas colmadas de thc que las cubrían.
Por la casa de Mateo habían desfilado todos sus colegas cultivadores y todos habían reconocido la extraña belleza de aquellos cogollos incipientes; por primera vez en la vida, Mateo sentía algo parecido a la vanidad surgida del halago y la sana envidia.
Hasta que una mañana las plantas comenzaron a mostrar síntomas de lo que parecía una enfermedad. Cuando Mateo descorrió las cortinas del indoor, sintió un escalofrío recorriendo toda su espalda. O sus ojos le engañaban o las plantas habían recibido una visita nocturna. Las hojas más grandes habían languidecido, perdido su particular brillo y parecían algo mordisqueadas….el resto de las plantas no parecían dañadas.

Mateo vació el armario y lo fumigó, revisó cada hoja de cada planta con una lupa, pero no encontró ningún parásito. A medida que los días transcurrían, las nepalíes se iban deteriorando; las hojas no parecían reaccionar a riegos ni a abonos. El proceso de floración había quedado detenido de tal manera que parecía haberse levantado una burbuja invisible que aislaba a las plantas del ambiente perfectamente controlado en el cual las flores habían empezado a eclosionar. Algo que podía ser un insecto microscópico, un parásito o un hongo se había apoderado de las plantas, había detenido su acelerado y vigoroso ritmo para dejarlas paralizadas y mustias, sin permitir su desarrollo… pero sin terminar con ellas. Por el contrario, su color era cambiante, los tonos amarillos, ocres y verdes secos parecían recorrer la planta sin instalarse en un sólo punto. Las hojas que un día parecían haber muerto mutaban y reverdecían al día siguiente. Las que un estaban sanas al amanecer, se resecaban y enrojecían por la noche.
El granate de las flores más tiernas se tornaba en marrón ajado en cuestión de horas. No se marchitaban progresivamente. Enfermaban y sanaban aleatoriamente. Sin progresar. Sin detenerse.

Ningún consejo servía, nadie había visto nada parecido.
Todos los que habían admirado las plantas un par de semanas antes, no daban crédito al estado catatónico en el que se encontraban ahora. Ningún remedio, ni siquiera los de los cultivadores más experimentados era el adecuado parta poner fin al misterioso mal de las nepalíes, por el contrario, se multiplicaron las hipótesis, desde un insecto desconocido probablemente “importado” desde Kathmandú, hasta una tara genética en las semillas nacidas y criadas en las desérticas tundras, que imposibilitaba una próspera producción en el cultivo interior.

Cansado de examinar las fláccidas hojas, anverso y reverso para descubrir a los partícipes del prohibido festín, y al no obtener resultados, Mateo comenzó a sospechar que el problema lo podrían haber ocasionado sus otras plantas; ellas eran las responsables de la enfermedad de sus adoradas índicas, así que se deshizo de las demás y volvió a desinfectar el indoor. En su obsesión por la higiene, Mateo saneó cada rincón, cada juntura, cada resquicio del armario. Lo pintó y cambió todos los cables de las lámparas, los ventiladores y los tubos… sin embargo todo parecía inútil; las plantas permanecían distantes, lánguidas y acorraladas.
En Mateo, sin embargo crecía la desesperación. Al principio de la cuarta semana desde que todo había empezado, después de tener una discusión monumental con su novia, Mateo rompió a llorar.
Sentado en el taburete, a la puerta del indoor, Mateo lloraba desconsoladamente. Con los puños cerrados golpeaba sus rodillas devastado por la misma desesperación e impotencia de quien tiene a un ser querido postrado en un coma profundo y letal.
Entonces lo oyó.
Desde el interior del armario, directamente a su cerebro, llegaba un lamento. Mateo se incorporó y miró a su alrededor, se acercó a la pequeña ventana que tapaba una abertura cubierta con plástico transparente.
En el interior dominaba la semipenumbra de la bombilla de espectro verde instalada en el armario; reinaba una calma casi funeraria y más que un refugio dedicado a la vida y sus milagrosas transformaciones, el indoor de Mateo parecía una cripta fría e inhóspita.
Mientras miraba con ojos congestionados a las agonizantes plantas, en su cerebro empezó a crecer la sensación de estar oyendo un insistente murmullo, una letanía a cuatro voces que llegaba monótona a sus oídos. Cuando las pupilas de Mateo se acostumbraron al tenebroso verdor del interior del armario, sus ojos pudieron apreciar el leve temblor que sacudía a las plantas. En la mente de Mateo el susurro se transformó en un ruego y el ruego… en súplica.

¡¡¡ Ayúdinos!!! ¡¡¡Por favor!!! ¡¡¡Sálvanos, Matío!!! ¡¡¡ Bhahrum, Bhahrum!!!

Mateo no tuvo duda, las nepalíes estaban pidiendo socorro.
Las plantas (¡las plantas!), le estaban hablando. Pedían ayuda y él había sido capaz de oír su quejido, un quejido inhumano y profundo, unas voces telúricas de extraño acento que luchaban por abrirse paso entre la confusión, mezcla de pánico y sorpresa que a esas alturas era cómo un zarpazo en las entrañas del acongojado Mateo.

De repente, se hizo el silencio. Las plantas dejaron de vibrar. Mateo, conmocionado, se restregó con el puño de la camisa la mezcla de mocos y lágrimas que le empapaba el rostro y volvió a sentarse en el taburete en un intento de recobrar la calma.
Pero no pudo.
En ese mismo instante, Mateo supo que algo terriblemente parecido a la locura, acababa de apoderarse de el.


Parte 2

¿Locura? Esto no ha sido un simple subidón en un mal momento. Lo que acaba de ocurrir ha sido real. Me he pasado con Ana, llevo un mes pasándome con ella y me ha mandado al carajo. La culpa es mía por pensar que ella me comprendía, pero no, ella va a lo suyo. Ignora lo que me pasa, ni yo mismo lo sé.
Lo único que sé es que tengo que encontrar la solución. Ellas me lo han pedido. He sentido su sufrimiento durante un mes, pero esta tarde lo he escuchado.
¿Locura? Imposible. Ha sido real. Y yo sabía que esto iba a suceder. Sabía que no todo estaba perdido. He hecho bien en no tirar la toalla con mis nepalíes. Mis niñas mimadas. Mis diosas Cannábicas. Quieren dármelo todo y yo quiero dárselo todo a ellas. Pero necesitan mi ayuda, necesitan de mí. Tengo que encontrar la solución. ¿Qué palabra repetían? ¿Barun? Tengo que averiguarlo. No me importa lo que piense Ana. No me importa lo que piense nadie. Barun, ¿Qué demonios será eso?...


Mateo fue recobrándose, poco a poco, del trance en el cual había estado inmerso y comenzó a sentirse despejado y liviano. Se lavó la cara y se remojó la nuca, los ojos le ardían y se sentía aún pegajoso y rescaldado.
Pensó en darse una ducha y refrescarse. Llamar a Ana…

Antes de que pudiera tomar una decisión, Mateo sintió algo parecido a la fuerza de un imán tirando de él con insistencia. Salió del baño y se dirigió al estudio.
Dejó de sentir ese extraño impulso cuando se sentó en la silla del ordenador y encendió la torre. Tan sólo sus manos parecían conservar un magnetismo electrificante, cuando empezó a teclear sintió que las yemas de sus dedos eran ventanas abiertas a cualquier rincón, por escondido que éste estuviese.

Llevaba muchas búsquedas infructuosas a sus espaldas. Había recorrido foros de cultivo, páginas agrícolas en general. Había consultado direcciones de laboratorios, estudios científicos sobre plagas. Enfermedades tropicales. Insectos poco conocidos. Pesticidas y fertilizantes.
Pero hoy por fin, las plantas le habían hablado y le habían dicho algo.
Una clave quizás. Una palabra desconocida. Barun. Barun.
Al recordar las voces insistentes y quejumbrosas de las matas, su extraño acento, Mateo experimentó una morbosa sensación de complicidad malsana y prohibida. Algo físico que le dejo la boca seca y una punzada en su entrepierna.

Sus dedos teclearon la palabra “barun”, pero su búsqueda no le llevaba a nada que tuviera que ver con ningún tipo de planta.
Pero Mateo no podía parar. Recorrió todos los resultados posibles, sin importarle el tiempo que eso le llevara. A su alrededor el tiempo no se detuvo, avanzó la noche, enmudeció la calle. Mateo probó con distintas combinaciones, “varun”, “barjum”… sentía que se acercaba y no estaba dispuesto a flaquear.
A las 4 de la mañana, Mateo fue a la cocina y se preparó un café bien cargado. Ya había perdido la cuenta de los porros que se había fumado, junto al cenicero lleno de colillas, un papel garabateado con direcciones, páginas Web y con la palabra “barun” escrita de todas las maneras posibles. Decidió intercalar una hache y sus dedos le llevaron de nuevo a lugares insospechados.
Cada vez más lejos, pero cada vez más cerca.

Finalmente, como quien prueba las piezas de un puzzle hasta encontrar la que se ajusta… Mateo encontró la pieza que le faltaba: una segunda hache. Tecleó la palabra “bhahrum”, le dio con fuerza a la tecla de enter y contuvo la respiración. 1.222 resultados.
Uno a uno, fue visitando todos los sitios, sin desechar uno sólo. Comenzaba a amanecer y con los primeros ruidos aparecieron también las primeras luces. Mateo cerró las persianas y descolgó el teléfono. Ahora que había encontrado su propia luz en la búsqueda no estaba dispuesto a permitir interrupciones.

Bhahrum le llevó a la India. A la frontera con Nepal.
Bhahrum era una deidad hindú. Sangrienta y vengativa. Habitaba en una cueva y enloquecía a los ascetas. Gobernaba los ciclos de las plantas y castigaba o premiaba a los agricultores. De él dependían las cosechas, las riquezas, la vida.
Mateo cerró los ojos y recordó intensamente sus días en Kathmandú. La grandeza del paisaje. La limpieza de sus cielos…

De pronto, un resplandor le hizo parpadear.
Se restregó los ojos y miró la pantalla de su ordenador.
Durante los breves segundos en los que Mateo había cerrado los ojos para abandonarse al recuerdo, sus dedos agarrotados abandonaron también tanta tensión acumulada y descansaron sobre el teclado; de la combinación de teclas que presionó y qué él mismo desconocía, surgió una página extraña y sorprendente, diferente a cuantas había visitado últimamente. El brillo de sus colores naranjas, marrones y negros hipnotizaba al primer golpe de vista.
Unas letras naranjadas envueltas en llamas parecían flotar en un espeso líquido, como algas encendidas en imposible danza.
El corazón le latía desbocadamente y sentía que sus dedos aferrados al ratón, eran incapaces de dirigir la enloquecida flecha que brincaba de esquina a esquina del monitor.
BhahrumGrowShop, fue lo único que Mateo pudo leer, el resto de los caracteres le eran ininteligibles.
Respiró profundamente mientas estiraba el cuello y realizaba círculos con la cabeza, en un intento de suministrar algo de sangre a su extenuado cerebro.
Pero su mente estaba ya viajando por la recién descubierta página. Mateo sentía que en este viaje no era un polizón asustado y desconfiado, si no un viajero de primera clase.
El cansancio físico y la flojera emocional, fueron despareciendo. A medida que avanzaba, Mateo se sentía mejor.
La página tenía apenas semejanzas con las de los growshops que había visitado; por el contrario le recordaba a algunas webs psiconáuticas. Pero sólo en el primer momento. La sucesión de imágenes que paseaba por la retina de Mateo le llevaba progresivamente por vericuetos digitalizados de una magnitud refinada y desconocida, puertas que llevan a otras puertas, caminos estrechos que bordeaban desfiladeros abruptos e infinitos, al fondo de los cuales se divisaba el resplandor de las hogueras. La oscuridad teñida de rojos y naranjas. Si las páginas psiconáuticas, hermosas pero algo vacías le invitaban a viajar más allá de lo terrenal…BhahrumGrowShop le llevaba directamente hacia lo más profundo de la tierra, hasta el territorio donde se encuentra la frontera con el infierno…

Con la mirada fija en la pantalla de su ordenador, Mateo, excitado y fascinado descubrió que el infierno era un gigantesco grow-shop.
Una cueva de enormes dimensiones en la que se apilaban sacos de semillas, tierra, piedras y arenas de colores. Un inmenso bazar en el que las montañas de estiércol y las lombrices, compartían espacio con los más finos objetos para consumir cánnabis. El infierno olía a marihuana. Las plantas de maría crecían por todas partes en gigantescas marmitas de barro. Con el dedo en el ratón, Mateo fue avanzando hacía una esquina, alumbrada por el resplandor de una hoguera.
Mateo quería comprobar desde lo más cerca posible, si el parecido que había entre sus matas y las que habitaban en aquel tenebroso indoor era tan sólo un efecto óptico. El avance de la imagen se detuvo y Mateo dio un bote en la silla.
Allí estaban. Sus plantas. Sus nepalíes. Altivas y robustas. Ajenas al sufrimiento y la enfermedad.
Una inscripción en la gigantesca maceta, aparecía y desparecía con cadencial intermitencia. Invitando a entrar.
Clic-Clic
De la oscuridad de la pantalla comenzó a surgir, sobre un fondo que se iba transformando en algo similar a un papiro pero un poco más grueso y apergaminado, un remolino de letras y signos que flotaban en la nada, a la espera de una señal que las llamara a ordenarse.
Pero esa invocación surgió de los propios labios de Mateo, que intentaba reconocer entre todos aquellos caracteres, alguno que le fuera familiar. Bhahrum –dijo Mateo en voz alta.-

Y las letras se ordenaron sobre la envejecida hoja de papel de cáñamo.


Acabas de invocar al dios Bhahrum. Has recorrido el camino acertado.
Has sabido interpretar los signos y elevar tus rezos.
Has sufrido el mal de la angustia y la zozobra.
Has buscado la luz del fuego y el calor del sol que se esconde en las entrañas de la tierra. Avanzando valiente y decidido…
Y ahora Bhahrum, quiere recompensarte. Acogerte entre sus adeptos.
Sólo tienes que aceptar las condiciones, y tus cosechas serán prósperas y abundantes.
Tus plantas no volverán a sufrir.
Solo tienes que traerle más almas.
Almas solitarias y enfebrecidas como la tuya.
Bhahrum te dará todo lo que tus plantas necesitan, porque tanto ellas como tú le pertenecen.
Acepta el pacto y no volverás a ver sufrir a tus plantas.

Jamás.

ACEPTA


Mateo aceptó el pacto. Desde el indoor, volvió a escuchar las voces de sus nepalíes coreando su nombre - Matío, Matío…

Después, la pantalla se quedo suspendida, negra y silenciosa. Mateo se levantó y como un sonámbulo vagando entre la vigilia y el sueño, se dirigió a la cama y se desplomó agotado sobre ella.



Hoy he vuelto a cosechar. La tercera cosecha en lo que va de mes.
Cogollos compactos, sanos y cargados de trikomas. Secarán y curarán también en un tiempo record. El sueño de cualquier cultivador hecho realidad...
Sin embargo, para mí, el sueño se ha convertido en una amarga pesadilla.
Aquellos que comparten esta marihuana de extraordinaria calidad, no sabrán jamás (o quizás si) que con cada calada parte de su alma pasará a pertenecer al dios Bhahrum. Por mi casa desfilarán amigos y conocidos deseosos de probar la marihuana nepalí y de llevarse unas semillas. Vendrán recoger los pedidos de abonos y sustratos que me envían de no se sabe donde. Apreciarán el exquisito sabor y celebrarán el haber sido elegidos para cultivar. Pero también me hablarán de sus vidas, elevaran sus espíritus y abrirán de par en par sus mentes.
Todos los pensamientos y deseos, procesados y amplificados por el thc, dejarán de ser propios y secretos. Yo escucharé ávidamente, sabiendo que todas sus debilidades serán bien anotadas en el siniestro diario de Bhahrum. El que todo lo sabe y todo lo controla. El que se apodera de los sueños. Bhahrum esperará agazapado y expectante, hasta que un día, cualquiera de ellos se sienta perdido y desesperado y acuda, como yo lo hice a la red.
Un nombre, una letanía impregnará sus neuronas doloridas y cómo eternos penitentes fatigados y huérfanos de consuelo, teclearán la palabra buscando cobijo.
Entonces Bhahrum aparecerá para ofrecerles un pacto. Un pacto que acabará con el sufrimiento y la desdicha. Como lo hizo conmigo. Quizá nunca lleguen a saber como perdieron su alma, en que momento exácto sus vidas dejaron de ser suyas para pertenecer a otra esfera más allá de la conciencia y de la razón.
Serán esclavos de la noche y del humo perfumado que exhala la sombra del dios de la tierra y las cosecha. Y yo, Mateo Pez, habré sido el esbirro de Bhahrum, le habré allanado el camino y habré conducido hasta sus dominios a las incautas víctimas.
Si creyera en los consejos, les daría uno, pero como no creo, solo les haré una advertencia.
No pactéis

Texto agregado el 19-02-2006, y leído por 113 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
19-02-2006 Respecto de tu marihuana, celosamente cultivada... paso. Pero tus letras si me gustan. Felicitaciones. 5* zepol
 
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