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Inicio / Cuenteros Locales / gui / Los mil y un experimentos del Conde Rubidio

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-¡Chassss, chasss, chassss!- exclamó el Conde Rubidio al constatar el éxito de sus experimentos. Y claro que tenía razón para chassasearse, ya que los resultados habían sido muy auspiciosos. De partida, un par de meses antes había capturado a una docena de murciélagos que fumaba a escondidas en el entretecho de su sucucho y les había inoculado una vacuna nuclear. Los poco favorecidos animalejos estaban contaminados con el virus de la rabia y eso podía notárseles en su ceño fruncido y en los espumarajos que echaban por su repulsiva tarasca. Durante varios días, los animalejos discutieron y se agredieron con una intolerancia propia de vulgares barristas de algún club de fútbol. La rabia se negaba a abandonarlos y se agarraban a chopazos por cualquier cosa.

Pero a las dos semanas de cautiverio, pudo notarse un ligero cambio en ellos, puesto que comenzaron a escucharse con reiteración frases como estas: -Después de usted, -no faltaba más, -sírvase usted recibir este cigarrillo de mi parte, etc., etc. etc. -¡Chasss, chasss, chasss!- exclamó el Conde, saltando de contento.

A la tercera semana, los murciélagos dormían abrazados y se trataban entre ellos de socios y partners e incluso en alguna ocasión gritaron con fervor casi escolar: -¡Todos para uno y uno para todos! Ante la plena certeza del éxito de sus experimentos, el Conde liberó a los murciélagos que, de simpáticos que estaban, ya no se veían tan horriblemente feos y dándoles un apretón de manos a cada uno, los devolvió a su lúgubre hábitat.

Poco tiempo después, un grupo de perros se desternillaba de la risa en una esquina. Una perra en celo que pasaba por el lugar, los contempló de arriba abajo como conminándolos a seducirla pero estos parecían estar enfrascados en una ronda de chistes cochinos, que son los que más hacían reír a sus amos, los hombres. La perra hizo un mohín como diciéndose para si: -Ustedes se la pierden, perros maracos.

Pronto se supo que los perros aquellos habían sido contagiados por los murciélagos experimentales y estaban afectados de rabia, una rabia inocua que gracias a la manipulación del Conde Rubidio, ahora se manifestaba chinchosamente. Después de este episodio, todos los murciélagos del mundo fueron transmitiendo de generación en generación este virus jajajesco y de este modo, la rabia como temible pandemia, desapareció de la faz de la tierra pero, como efecto secundario, todos los perros comenzaron a lucir profundas patas de gallo alrededor de sus canescos ojos, abriéndose de este modo un insospechado campo para los cirujanos estetoveterinarios que se enriquecieron a costa de la vanidad perruna.

Esto le permitió al Conde Rubidio seguir incursionando en este campo metamorfósico y fue de este modo que vacunó también a las víboras más venenosas, las que luego del experimento se transformaron en bichas más dóciles que una corbata, que cuando mordían a alguien, parecía que lo estaban besando y en vez de veneno le inoculaban una cura contra el resfrío. Fue así que se hizo famoso aquel dicho: “más vale un áspid que mil pañuelos” y cuando alguien se reconsumía de fiebre por una influenza, se le arrojaba a un nido de víboras y emergía saludable y dicharachero a los pocos minutos.

La fama del Conde Rubidio fue incrementándose en directa proporción a la cantidad de panaceas que aportó a la ciencia. Por ejemplo, las arañas venenosas ahora curaban la tartamudez y los que no eran tartamudos aprendían lenguas extranjeras e impostaban su voz. Los locutores profesionales utilizaron desde entonces a una tarántula como logotipo de su actividad y en sus estudios radiales no podía faltar una como mascota. Del mismo modo, una mordida de felino curaba la timidez y podía verse desde entonces a una multitud de seres caminando dificultosamente con alguna extremidad menos pero con una pachorra digna del mejor bonaerense.

El terrible secreto del Conde Rubidio lo guardaba para sí muy dentro de su closet y aunque a él no le incomodaba su condición, deseaba de corazón cambiar de actitud dado que la intolerancia en el mundo había llegado a límites insoportables. Pensó en una cura para dicho mal pero los intolerantes conformaban el noventa y ocho por ciento de la humanidad y no había materia prima suficiente para curarla. Entonces decidió encontrar una cura para desincentivar su opción y después de muchos y variados estudios, concluyó que debería recurrir a una bruja de esas que ya no se ven y que si se las llega a ver, pasan coladas porque se mimetizan a la perfección con la civilidad. Informado como estaba, se apersonó, pues donde un horrible esperpento de ojillos fieros que atendía como secretaria de un abogado. La mujer ensayó una sonrisa y de inmediato se asomó por sus delgadísimos labios una negra y repugnante lengua bífida. –Chass, chasss, chasss- dijo para si el Conde, al descubrir el cubil de la peligrosa hechicera. Esta era una bruja que un día quiso ser musa y como de su boca solo salían sapos y arañas, no llegó a ser más que una fea musaraña. La mujer en sí no era gran cosa, pero la ponzoña que arrojaba por sus labios era tan apestosa y maloliente que los empleados de esa oficina se apertrechaban de cajones y cajones de aerosol para enmascarar la pestilencia de la indeseable compañera.

El Conde se dio cuenta que la mujer bebía un refresco de lengua de basilisco light y cuando está se volteó para buscar un documento en uno de los cajones, el vertió la vacuna dentro del vaso y comenzó a silbar alegremente una sonata de Chopin, para disimular.

A los pocos minutos, la mujer encendió su poderoso ventilador de largas aspas para comenzar a propalar sus temibles y acostumbrados infundios. Pero a la primera frase, escaparon de su bocota unas hermosas flores rojas que el Conde se dio el trabajo de mordisquear, primero con muchos remilgos y luego con una voracidad de bandolero. Después de esto, salió de sus labios, no aquella meliflua expresión: chass chass chass sino un bien timbrado: -¡Por los muslos de la Viviana! ¿Qué demonios es este calorcillo que siento por acá en circunstancias que antes lo sentía por allá?
El Conde estaba sanado y para demostrárselo a si mismo, agarró a la bruja en vilo y le dio un apasionado beso en la boca, pero como había consumido una sobredosis de flores rojas, se transformó en un sátiro y asoló la región en pocos meses, asediando a cuanta doncella en estado de merecer se pusiera frente a él.

Pocos años después, muchos condecitos poblaron la zona, cada uno de ellos creando, ya adultos, los más inverosímiles inventos y la región creció y creció hasta transformarse en un poderoso imperio en donde se exportó tecnología de punta para los países pobres y sobre todo un arsenal de vacunas para restituir la capacidad de asombro, atributo perdido por los hombres hacía muchos pero muchos años…







Texto agregado el 08-02-2006, y leído por 573 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-02-2006 ¿Como que en donde esta... chas, chas? Un cuento ejemplarizador y dime ¿Ese conde no se daría una vueltecita por la Página de los Cuentos? Mira que se de una bruja, medio rana, medio musaraña y bastante de serpiente que no abre la boca si no es pa escupir veneno, que bien le vendría un beso del conde para que la transformase en una dulce ¿será posible? Quizás, quizás. Excelenteeeeeee!!!!! Como siempre, anemona
08-02-2006 Esto esta muy bueno... es lo mejor que he leído en esta página en mucho, mucho tiempo.... en dónde estabas??? turcoplier
 
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