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Inicio / Cuenteros Locales / enrimaiden / Vindicación de una idiotez*1

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“Lo malo de los hombres es que se equivocan, y mucho;
lo bueno, es que pueden retractarse”

Existe una droga, de gran disponibilidad en el mundo, que tiende a nublar la razón y entorpecer los sentidos; el afectado goza de una voluptuosidad temporal extrema, pues sabemos que todo aquello que nos proporciona placer es - en esencia- efímero, para luego volver a la realidad habitual, esa que generalmente desdeñamos. Acaso la característica que la distingue del resto sea el hecho de que, aun exiguo en duración, su efecto se extiende un poco más en el tiempo, digamos unos cuantos meses.
Así es como bajo este influjo el temple altivo que proporciona una Moral de Señores se vuelve mero capricho pueril, un juego de adolescentes, y se destruye el orden, del tiempo y de las cosas (y también de los sentimientos). El poder controlar esta fuerza impetuosa es privilegio de muy pocos, y no se concibe, por lo general, un privilegio, sino una debilidad, un acto de cobardía, de femineidad. Dicen que generalizar es un error, al menos en materia de hombres, o al menos así lo pensó Aristóteles; yo considero la posibilidad. Es que a lo largo de la vida uno conoce no muchos tipos de personas, hasta el punto de poder clasificarlas y así descartar sin más a todo aquél que coincide con las características típicas del grupo que no le es afín; lo mismo pasa a la inversa. Siempre existe la posibilidad de error, siempre, hasta cuando trabajamos con números; lo sé y no me aterra, ello es parte de la vida y de vivir.
El controlar el influjo, aclaro, más que un privilegio resulta una ventaja. Aquél que pueda con él, experimentará, en gran parte, lo que es la felicidad.
Muchos alardearán sobre la forma en que consiguieron la droga, en dónde y proveniente de quién; pero esto no debe exaltarnos, sabemos que algo que distingue al hombre del animal es que miente, y la mujer también; conseguirla no es, en esencia, difícil, sólo hay que conocer los rudimentos del arte de su cultivo*2 .
Esto me recuerda que, hasta no hace mucho tiempo, digamos mediados del siglo XX, el acceso al alucinógeno estaba completamente vedado a las mujeres; era deliberadamente repudiado el incorporar adictas a cualquier círculo social, provinieran de Palermo o de La Boca, de París, Londres o Egipto. Estaba mal visto si no se tomaban las precauciones pertinentes; sin problemas pudiera haber sido incluída la restricción entre las Tablas de Moisés, y creo tener alguna reminiscencia de alusiones a tal hecho en uno de los Evangelios Apócrifos que guardaba mi padre en los anaqueles inferiores de la biblioteca. También Herodoto en su Historia hace constante referencia a la droga, data de tiempos inmemoriales, pues cualquier clima es propicio para su cultivo*3 y ha acompañado al hombre a tal punto de no poder imaginar la vida sin ella.
Están los que intentan alejarse, como los ascetas, verbigracia, de su obnubilante hechizo, pero tarde o temprano caen y sufren la infamia que sufre necesaria y justamente, aquél que preconiza algo y no lo cumple; sea acaso eso lo que le ha pasado a Dios.
El más docto abandona los volúmenes que lo enamoran para abrazar su artero efecto, incluso sabiendo de antemano, por ser hombre de letras y conocedor de la vida, que el final es siempre el mismo, inexorablemente; el padre de familia abandona sus obligaciones para con sus hijos y esposa (para con él mismo) para seguir el dulce tañido de un arpa afinada tan tensa, tan alta, que amenaza (o ya lo advierte y no lo vemos) con soltar la cuerda de la cuerda; el hombre común, el que se vuelve arquetipo de su país y que se manifiesta a través del estado de su país, es el que menos duda - el que no duda- y la consume en forma circular, es decir, infinita. He ahí un esbozo de su alcance, una aproximación.
Los que logran escapar, que son más que los que logran controlar su llamado, porque el destino o los dioses o su propia naturaleza así lo han querido, muchas veces no pueden disfrutar de esta especial situación; muchos están locos, otros no poseen las facultades indispensables para advertir lo afortunado del hecho, otros quisieran realmente todo lo contrario... en lo personal a veces prefiero uno y otro destino y de esto puede acusárseme sin culpa.
Como con toda droga, uno se vuelve reincidente, algunos hasta el punto de no interesarle siquiera el anonimato; conmigo no ha llegado a tal extremo, no sé si puedo vanagloriarme de ello o si simplemente todavía no me ha llegado el momento. Lo cierto es que lo que antes tenía de furtivo ahora se ha convertido en público; muchos países del mundo luchan por el consumo lícito, algunos ya lo han conseguido, incluso disponen partes de sus ciudades para llevar acabo lo que (no es novedad) con el tiempo se ha vuelto parte del folklore. Sin embargo, esto no es tan taxativo, también en esas ciudades se la consume en lugares que no han sido habilitados, es decir, se delinque.
Una de sus desventajas más importantes es que, de no tomarse las precauciones de higiene y aplicación necesarias, pueden originarse problemas de salud muy graves, irreversibles, que en varios casos obligan al afectado a conseguir el empleo que sea, sólo a fin de solventar los altos costos del tratamiento. De ahí las campañas de concientización continuas, tan difundidas como ineficaces.
Sólo en los últimos años los gobiernos del mundo (aunque no todos; uno o dos fueron más previsores) han comenzado a trabajar contra el gran contratiempo que el consumo masivo de la droga trae consigo; concilios mundiales han debatido el tema sin llegar a conclusiones fuertes, decisivas, como general y lamentablemente, sucede con frecuencia en el sistema democrático. Uno o dos planes se han esgrimido sin resultados tangibles, el resultado más bien se asemeja a lo que una cortina blanca puede cubrir de la luz natural de una ventana. Un puñado de pensadores, si consideramos toda la Historia, han estudiado el hecho con relevancia y competencia, y han propuesto soluciones que de practicarse realmente producirían bienestar, o al menos mitigarían el dolor, como pasa con las leyes. No olvidemos que cuando no se está bajo su efecto, y precisamente por haberlo conocido, todo resulta insipido, engorroso, barroco, insoportable. El efecto que tiene sobre la memoria, sobre la misma consciencia, no lo tiene ninguna otra sustancia en toda la Tierra: muerte, tiempo, vida, dolor, culpas y verdades, se extinguen, se borran, se perdonan, por uno, dos, a lo sumo tres segundos, no más. Agotado el lapso, deleznable en duración, el ying y el yang recuperan sus posiciones tradicionales, casi eternas, para no abandonarnos hasta el próximo trance que nunca deja de quererse casi inmediato.
Acaso la solución fuera que el estado, o una fuerza similar, de esas que monopolizan las armas, acaparara la droga para sí, en depósitos inmensos, casi infinitos; pero esto sería, necesariamente, repetir el Holocausto.

Notas al pie:
*1 Por la naturaleza del título mismo muchos hablan de un grosero plagio. (N. del Editor)
*2Puede haber quien arguya aquí que su cultivo no puede ser considerado un arte; la objeción es válida y completamente razonable.
*3 Esta es una de las razones por las cuales se disputa su condición de “arte”.

Texto agregado el 07-02-2006, y leído por 75 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-02-2006 creo que se puede encontar el punto en que consumir deja de ser una necesidad para ver el mundo más claro, pero ayuda, al principio, supongo que abre la puerta un poco. Pero se puede reir, se puede viajar y volver a casa, para después tranquilo ponerse high y queseyo tocar en la guitarra all you need is love. V_S_D
 
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