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RITOS Y CEREMONIAS
Los cielos de Metón.
No cabe duda que un mundo con un firmamento tan variado en fenómenos celestes, produce en la cultura que lo puebla un sin fin de inspiraciones de orden místico, social, filosófico, vital, etc.
Una luna gigante que ocasiona eclipses constantes y magníficos, además de mareas colosales y un planeta gaseoso, muy próximo, que cada diez años se acerca notablemente, brillando con luz violácea y fantasmal en los cielos; son quizá los más fuertes elementos para estas inspiraciones.
Metón tiene un satélite con casi la mitad de su tamaño, esto hace que la idea de “noche” tal como la conocemos , sea distinta en el planeta. Si agregamos a esto que el satélite está poblado por vida vegetal y animal y que su faz es cambiante porque gira sobre sí mismo, hay una diferencia sustancial con la vista de nuestra luna muerta y su cara fija respecto de la Tierra.
Celebraciones como “El Año Mayor”, las vigilias de las “Noches sin Sîma”, merecen descripciones completas junto con las fiestas estacionales o los ciclos de las cosechas. Algunas de ellas hemos intentado describir en este ensayo que preparamos

El año mayor

Esta celebración abarca variados aspectos del quehacer sociocultural del planeta, aunque dependa de un fenómeno astronómico que se repite cada 12 años cuando el planeta Etosia, el único gigante gaseoso del sistema Sel, se acerca a Metón durante el afelio.

La órbita del gigante es casi circular en cambio la de Metón es elíptica, esto determina que, mientras los dos planetas giran alrededor de la estrella madre, sus distancias se modifican según Metón se aleje del sol hacia su punto de afelio. Cuando esto ocurre, cada doce años, las órbitas se aproximan y Etosia se hace enorme el cielo de Metón.
El fenómeno siempre se produce en invierno porque las estaciones de Metón dependen de la distancia a Sel y no de la inclinación del eje del planeta.
Cumplido este ciclo, la cultura metona festeja el “año mayor”, es decir un período entre apogeo y apogeo de Etosia.
Este lapso, regula muchos aspectos de la vida del planeta, el “año mayor” determina el cambio del lugar de sesiones de la Drima Continental, los ciclos de floración de los árboles de Nalim, los celos de los kalontes o los festejos de fundación de ciudades.
Las noches de invierno sin luna, sólo iluminadas por la luz violácea de Etosia en lo alto del cielo, son las esperadas por los grupos esotéricos que esperan el cambio de ciclo y la confirmación a las profecías del poeta Belisio de Yilur.
Para un terrestre, el período equivale a 12 años, poco más de una década

Fiesta de las campanas.
Esta celebración es quizá un ejemplo acabado de la directa relación de los ciclos naturales con la gran mayoría de acontecimientos culturales metones.
En la planicie de Inga, en la costa occidental de Ekluria, el río Burna atraviesa un vasto territorio plano que hace lento y meandroso al cauce y donde crecen árboles de amplias copas, que bordean ambas riberas proyectándose sobre el agua.
Durante la primavera metona, simultánea en todo el planeta, las copas de los árboles se llenan de flores que luego de fecundadas caen al agua para flotar llevadas por la corriente.
Kilómetros más abajo, el río atraviesa la ciudad de Ispora. Sus habitantes, con la llegada de los primeros calores, montan guardia sobre las aguas y esperan las primeras flores flotantes. El aviso de los vigías corre de boca en boca y llega hasta el campanero del edificio de la asamblea. El repique alerta a toda la población y sea de noche o de día los habitantes corren al río a recoger las flores que trae el agua, para recogerlas y llevarlas a sus casas.
Si las flores están frescas y lozanas después del viaje, los augurios son buenos y las cosechas prósperas, si no es así y llegan maltrechas y mordidas por los peces o los pájaros, el año puede que sea duro.
A lo largo de siglos, esta fiesta perdura y la floración de los árboles determina el curso de los acontecimientos de toda las comunidades que dependen del río.
9–02–95

Vigilia de las noches sin Sîma
Durante el novilunio y especialmente en las tierras del sur de Zelidar, se iniciaron las prácticas de los rituales de vigilia nocturna, quizá originados en épocas protohistóricas.
Estos rituales consistían en danzas y sacrificios de animales, especialmente feroces, que debían ahuyentar los espíritus malignos que asechaban en las noches oscuras.
La sangre de los animales feroces y la exaltación de las danzas, contrarrestaban el poder oscuro de lo desconocido y el temor a la oscuridad en definitiva.
Las vigilias, con variantes según las zonas, duraban las noches sin luna, en tanto que ni bien se dibujaba el cuarto creciente en el cielo, se procedía a quemar los elementos rituales en una hoguera.
Se trataba de ritos emotivos y sobre todo cargados de gozo y placer, abundaba la comida, los fermentos de frutas y el intercambio de presentes. De ninguna manera debía manifestarse temor, tristeza o dolor. Estos sentimientos podían alentar a las fuerzas oscuras a perjudicar las aldeas.
La bienvenida de la luna, la hoguera final y la primera noche clara, permitían a los pobladores dormir en paz hasta el próximo ciclo lunar.

Tiempo nocturno
La cultura metona tuvo con la noche una particular consideración considerándola no solo un tiempo de receso, sino también una etapa de recogimiento y concentración luego de las actividades del día. Esto no debe sorprender si se considera que por los relatos y datos escritos sobre la fisiología humana nativa, los metones dormían en comparación mucho menos tiempo que los humanos terrestres.
De cualquier manera, la noche era tan especial para este mundo que se la recibía con un ceremonial especial que desarrollaban no solo las casas particulares sino también las instituciones que conformaban la cultura metona.

Pareciera que la veneración deriva de los orígenes primitivos de la civilización y de los ritos de fuego que las tribus originales mantenían durante la caída del sol, la aparición de la luna y el próximo amanecer.
Algunas poblaciones modernas consideraron la noche como un tiempo vedado a los trabajos físicos y solo permitidos para los servicios religiosos, las labores domésticas, los oficios artesanales y el trabajo intelectual, que para el caso era considerado una labor especial que merecía el privilegio de hacerse de noche.

Cualquiera fuera la interpretación que se hiciera de la noche, o las prohibiciones que reglaran el trabajo nocturno, la lámpara de aceite fue el símbolo de la hoguera primigenia que mantenía alejada a las bestias y peligros de la noche y también el símbolo del control sobre el fuego, luego de las etapas de nomadismo y de la adquisición del control sobre el más poderoso de los elementos de la naturaleza. Así mismo la lámpara de aceite fue el objeto de uso imprescindible para cualquier hogar o institución metona a la hora de marcar el corte entre una mitad del día y la otra.

Especialmente en la vida doméstica, este siempre fue un objeto preciado en la casa y no podía ser comprado sino que debía ser obsequiado por vecinos o progenitores de los nuevos dueños de casa o fabricado por ellos mismos. Su reemplazo por rotura era también una complicada ceremonia y cualquier hogar debía tener un substituto por cualquier eventualidad.

El trabajo de fabricación debía ser siempre artesanal, usando metales nobles si se trataba de piezas suntuosas, porcelana o cerámica según se tratara de hogares mas humildes.
Su ubicación dentro de la vivienda respondía a una estricta relación con la salida del sol ya que siempre se los ubicaba en oposición a alguna ventana que orientaba al este, a fin de que la lámpara vigilara la salida del sol y se apagara cuando este asomaba por el naciente.
En algunas ocasiones se introducía dentro de un pequeño nicho en la pared correspondiente, generando un ámbito especial para la trémula luz.
El encendido de la llama de aceite se acompañaba de una serie de oraciones sencillas que cualquiera de la casa podía realizar mientras bajaba la luz natural.

Con la aparición del cristal, las lámparas incorporaron fanales para proteger las llamas de las corrientes de aire y los diseños se enriquecieron con novedosas formas obtenidas a partir de la técnica del soplado.

Cada cultura y sus particularidades regionales incorporaban rasgos especiales a los diseños, vinculados a las formas de la naturaleza vegetal o animal, a los ciclos de mareas, fenómenos naturales y otros.




Relato periodístico de "El universo de Metón", en Atlas Methonis, Ediciones Ulpianas, Nova Roma, 2190.

Texto agregado el 06-02-2006, y leído por 671 visitantes. (2 votos)


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