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Inicio / Cuenteros Locales / mrhyde1970 / TRILOGIA PERVERSA, MORBOSA Y CRUEL II

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MORBOSO





Nadie podrá quitarme el placer morboso de haber hallado la felicidad.
Luego de negarme a la satisfacción y el placer y, encontré el paraíso; mi paraíso particular.
Trabaje durante años conduciendo un taxi por una ciudad salvaje, cruel y despiadada, pero al la vez encantadora y mística como buenos aires. En mi trabajo escuche el quejido y los problemas de todos los malditos pasajeros que lleve, uno tras otro, contando sus penurias y desgracias como si yo fuera el depósito de la basura de sus frustraciones, problemas y demás sandeces.
Con el tiempo, aprendí a filtrar esas voces estentóreas que trataban de mellar mi espíritu, transformando a las mismas en un ruido blanco inerte, música de fondo del rodar de las ruedas por el pavimento.
De todas maneras, sabia que algún día hallaría algo interesante entre tanta basura.
Alguien tendría algo interesante para poder y querer escuchar.
Y el filtro de mis oídos funcionaba perfectamente.
Pero un día fue distinto a los demás, aunque como a cualquiera que le iba a acontecer un suceso inesperado, no lo sabía.
Ese día, durante una tórrida tarde (lo recuerdo como si fuese hoy), levante uno de los tantos pasajeros en la esquina de Tacuari y Belgrano.
- por favor ¡rápido, MT de alvear y Callao- grito una hermosa joven, algo rellenita, apenas apoyo el trasero en el taxi- por favor rápido que llego tarde-
No le di importancia.
Tantos están apurados en esta ciudad, y creen que el automóvil puede transformarse en un helicóptero debido a sus mezquindades.
De todas maneras, el tráfico se me presentaba fluido, y acelere hasta lo permitido por los semáforos; marche por Independencia hasta Entre Ríos, hasta que esta se transformo en Callao; cruzamos el congreso de la nación en un santiamén evitando una manifestación de las tantas que pululan por la ciudad
- disculpe chofer...pero... ¿tendría cambio de 100$?- dijo la joven clavándome sus ojos azules en la nuca.
Maldije mi suerte, y en mi interior, maldije a la maldita perra que llevaba como pasajera, que utilizaba su mejor cara de ingenua para su provecho.
El valor del viaje no sobrepasaría los 10$ y la muy taimada pretendía que yo fuese un cajero de banco que le facilitase su falta de sencillo, después de hacerle el favor de acelerar la marcha para que ella no tuviese problemas en su hipotético y mal parido trabajo. Ella llegaba tarde, no yo.
Fue entonces cuando ocurrió.
Yo circulaba con semáforo verde, buscando cambio en los bolsillos y en todos los recovecos del auto, cuando al cruzar la avenida Corrientes, un imbecil...no dijo mal, un maldito y estupido borracho me embiste con toda la furia que podría hacerlo con su destartalado automóvil.
Mi auto era de mediana envergadura, pero debido a la velocidad, y el lugar del impacto, hizo que el mismo diese un vertiginoso vuelco, quedando las ruedas hacia arriba, y deslizándose por corrientes como si estuviese montado sobre esquíes.
Apenas me recobre del impacto, me solte del cinturón de seguridad y trate de salir del automóvil por una de las ventanillas destrozadas.
Algo me aferraba y tiraba de mi pierna izquierda; era la mujer, que desesperada trataba de asirse a algo que la ayude a salir de los retorcidos hierros, chapas y vidrios.
De un fuerte tiron zafe de su aprisionamiento y repte por el pavimento como un lagarto, alejándome lo más que podía.
Sentí el calor del asfalto en mis manos, y una brisa embadurnada en olor a combustible me envolvió.
Los transeúntes comenzaban a agolparse alrededor del accidente y uno de ellos me ayudo a incorporarme; varios trataban de hablarme pero mis oídos todavía guardaban el sonido de la chapa crujiente y el estallido de los vidrios.
Tenia varias cortes poco profundos en la cara, brazos y piernas, pero me sentía bien; algo aturdido y confuso, pero en perfecto estado.
Sentí en mi cara la dureza de la sangre al secarse, y el pelo tieso, bañado en combustible.
Alguien llamo enseguida a una ambulancia, y el bramar de una sirena se oía lejos, sorteando el mar de vehículos que se había formado por el accidente.
Mire hacia el automóvil y allí tuve, lo que con el tiempo llamaría, una revelación divina.
La pasajera yacía tendida en el asfalto, y nadie se atrevía a tocarla, ni siquiera a acercársele.
Ligeras convulsiones la asaltaban a cada momento, y de su garganta salían borbotones de sangre mezclada con lastimeros quejidos.
Su cuerpo estaba en una posición anómala, y al acercarme note el porque: su cadera se encontraba en un ángulo de 90º, mientras su torso se mantenía apoyado sobre el pavimento. Tenia la remera destrozada en varias partes y sus pechos pequeños pero erguidos, asomaban por entre los restos de un deshilachado soutien.
Estaba toda sucia y magullada y las carnes que asomaban por entre los restos de su ropa estaban ensangrentadas.
Mire su pierna izquierda y vi una protuberancia asomando por debajo de su rodilla; el hueso estaba de su tibia asomaba por una herida, junto a la sangre, y luego supe por el comentario de un socorrista, parte de músculos y tendones.
Un difuso corte, de unos 15 cm. asomaba en uno de los flancos de su abdomen, mientras la sangre brotaba a borbotones.
No tengo una explicación racional a mis sentimientos, y tampoco me interesa comprenderlos, pero la visión de este cuadro dantesco, sumado al olor del combustible y a la suciedad d su cuerpo me excito.
Una inocultable erección comenzó a crecer en mis pantalones, dificultándome esconderla.
A los pocos segundos llegaron los paramédicos, que enseguida comenzaron a atendernos.
- se siente bien- me pregunto uno de los médicos, mientras la policía, los bomberos y otra ambulancia llegaba a lugar del choque.
Asentí, y me incorpore dificultosamente, más por tratar de ocultar la erección que por el dolor que tenia.
Tenia grabada en mis retinas las imágenes de la agonía de la mujer, y cierto pudor me embargaba al haberme excitado.
Fui conducido a una de las ambulancias e inmovilizado con un cuello ortopédico; durante el viaje hasta el hospital, cerré los ojos, rememorando la belleza grotesca de las escenas que me habían tocado vivir.




24 horas después deje el hospital; la compañía de seguros envió un representante que se encargo de todos los tramites relacionados con el coche y su destrucción.
Al parecer, quien me había embestido era un tal Eusebio Villafañe, un pobre diablo que por vez primera se había emborrachado, aunque ya contaba con los años suficientes como para albergar en sus entrañas bordalesas enteras de vino; ese día, al parecer, algún problema familiar lo había sobrepasado y había decidido tomarse hasta el agua de los floreros de la clínica adonde trabajaba.
Así, había terminado embistiéndome, después de haber cruzado un semáforo en rojo en una avenida céntrica.
La misma noche de mi salida del hospital, en la penumbra de mi habitación, me masturbe rememorando la escena vivida.
Una sola vez no me fue suficiente: repetí varias veces, como nunca antes el acto; pensar en el cuerpo despedazado de la mujer, sangrante y convulsionado en el asfalto despertaba en mis sentimientos únicos, placenteros, inenarrables.
Solo la masturbación parecía calmarme.
Lo único que supe a los pocos días era que la mujer perdería la pierna escoriada.
La visión de ese cuerpo mutilado me excitaba de manera desmedida.
Su imagen me acompaño toda la recuperación, y desee visitarla en el hospital.
El abogado de la compañía no me lo permitió; “yo mejor lo pensaría dos veces...esa mujer lo odia” me dijo, y comprendiendo, abandone la idea.
De quien me embistió, al poco tiempo supe que quedo parapléjico y al poco tiempo se suicido.
Después de meses, cobre una buena indemnización por el choque, al igual que la pasajera que yo transportaba decidí que hacer con el dinero.
Durante toda mi vida fui chofer, así que decidí comprar una ambulancia.
Tenia que revivir las imágenes que me había tocado en suerte vivir, y que mejor lugar que ser parte de la acción, solo que del lado activo de quienes acuden sin miramientos y dudas al rescate de los accidentados.
Durante meses vi cuerpos sangrantes y fracturas por doquier, transporte cuerpos tumefactos desprendiendo el dulce olor de la descomposición, vi gangrenas crecer y abarcar a pestilentes almas cargadas de angustia, absorbí con mis fosas nasales las mas nauseabundas heces humanas mezcladas con la razón de su suplicio etc.
Hasta que un día, la conocí.
Corrí con mi ambulancia tras un llamado de alerta producido por un choque en una intersección desamparada de la provincia, junto al medico de guardia y a un camillero que habitualmente me acompañaba todas las jornadas.
Al llegar al lugar, un montón de hierros retorcidos nos dieron la bienvenida; lo que parecía una moto yacía en un terraplén mientras el vehículo que supuestamente lo había embestido mostraba un cuadro espeluznante.
Sobre el capot, un cuerpo aparecía incrustado en el destrozado parabrisas, bañando a la persona que conducía con sangre y vidrios.
El conductor gritaba descontrolado pidiendo ayuda casi al borde del paroxismo; el medico y el camillero corrieron en su auxilio señalándome un bulto, a unos 30 pasos.
Allí estaba ella.
Corrí a asistirla con mis pocos conocimientos de primeros auxilios aprendidos por la fuerza durante tantas horas de ver accidentados y haber colaborado con los medicos; lo primero que debía hacer era inmovilizarla, ya que la accidentada se trataba de incorporar.
Cuando llegue, ya estaba de pie, algo aturdida se sostuvo de mis brazos y me dirigió una mirada que jamás olvidare.
En sus ojos, la angustia, el shock y el miedo se hacían carne, y su cuerpo magullado y semidesnudo despertó en mí una pasión incontrolable.
- ¿adonde esta?- pregunto, y un hilo de sangre corrió por sus labios, iluminado por el sol del atardecer
- quédese tranquila, ya viene el medico- respondí en un susurro que trato de sonar tranquilizador, pero a la vez fue impostado, buscando en mi una seducción inesperada hacia la joven.
Tendría unos 25 años, era de contextura frágil y sus pequeños pechos asomaban por entre los jirones de una camisa blanca teñida en el carmesí de la sangre coagulada.
Vi que podía caminar, y lentamente la fui llevando hacia la ambulancia. El medico se afanaba junto al camillero en atender al conductor de la motocicleta que parecía estar al borde del colapso; por un momento distrajo su atención hacia nosotros, y al ver que la joven caminaba, me hizo una seña para que la inmovilice y la entren la ambulancia.
Deje a la joven por un momento sola y abrí las puertas traseras de la ambulancia, alcanzándole al medico un tubo de oxigeno que me reclamaba desesperado.
Cuando corrí hacia el lugar me encontré nuevamente con la joven, que observaba con detenimiento lo acontecido en el lugar del accidente; vi su mirada perdida en las heridas que tenia el conductor de la motocicleta y en los vidrios y hierros retorcidos que aparecían incrustados en su flanco derecho. De su cabeza manaba abundante sangre y su rostro se encontraba desfigurado, ya que no llevaba casco protector.
Ningún curioso asomaba por el lugar, y una inoportuna lluvia comenzó a caer, dificultando la tarea de salvamento de las victimas.
Tire del brazo de la joven y me la lleve del lugar, retornándola a la ambulancia.
Al principio se negó, si quitar la vista del herido, que supuse su novio. Luego de convencerla por lo bajo, accedió a volver conmigo.
El ulular de una sirena se oia a lo lejos: llegaban los refuerzos pedidos por el medico.
Subí a la joven a la ambulancia y la recosté en la camilla, sin dejar de observar sus bellas piernas, torneadas y musculosas.
- Quédese tranquila...su novio esta siendo atendido-
- no es mi novio...apenas lo conozco- me respondió, y una tenue esperanza ilumino mi corazón.
- recuéstese...-
-NO ¡quiero algo que vos tenes ahí...yo soy así de directa...quiero algo y lo tomo-
Yo no lo podía creer.
Había encontrado mi alma gemela.
Su dedo señalaba mi entrepierna, que denotaba el grado de excitación que yo tenia; aparentemente ella era igual a mí, y decidido como nunca antes lo había estado frente a una mujer saque mi miembro dejándolo a su disposición.
Vi el brillo de la lujuria en su mirada y supe que nunca más amaría a alguien después de haber conocido a esa mujer.
Desde ese día fuimos inseparables.
Ese apresurado acercamiento fue el prologo de nuestra relación, y aunque el peligro de ser vistos estaba latente, este parecía alimentar la excitación de los dos.
Ella me masturbo con desesperación, como tratando de arrancar de mi ser hasta la ultima gota de vida.
Acabe con un resoplido agónico, y enseguida me afane en satisfacer su necesidad.
Lamí sus heridas y su sexo, bese sus agraciados pechos mientras ella se tocaba las heridas mas profundas, mezclando el dolor y el goce en un lastimero grito de satisfacción.
A los pocos minutos llegaron el medico y el camillero, que nos encontraron en nuestros respectivos lugares de chofer y accidentada; la trasladamos a toda velocidad hacia el hospital mas cercano, ya que su compañero de viaje había muerto y el chofer del vehículo estaba siendo atendido por otro móvil.
Ella se recupero de sus heridas lentamente, ya que cada tanto sus lesiones se reabrían debido a los lugares adonde hicimos una y otra vez el amor.
Nos amamos en malolientes baños públicos de estaciones ferroviarias remotas; en mi propia ambulancia con algún ocasional paciente despidiendo el inconfundible olor de la muerte, y en muchas situaciones parecidas.
Pero el sumun llego cuando tuve la idea de provocar accidentes intencionales con el solo fin de podernos amar en lugares adonde la tensión, el miedo, la angustia y el dolor nos alimenten el deseo mutuo.
El momento y lugar perfecto era la autopista, por la madrugada.
Sembrar el pavimento de clavos que provocaran roturas de neumáticos era como tender la cama adonde nuestros cuerpos se entrelazarían procurándose placer y sexo salvaje, irrefrenable.
Lo hemos hecho en varias oportunidades, y por el momento nadie noto la presencia de una ambulancia, junto a las otras que se apersonaban en el lugar de los hechos, que servia de nido de amor para dos amantes furtivos.

Texto agregado el 05-02-2006, y leído por 139 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-06-2006 No sé...yo me he tardado un poco en regresar a leer esta trilogía, pero bueh... vamos al grano. Me encanta la historia, y sabes, es romántica, no sé el final me dejo una imagen (gracias al cine) de una toma desde arriba que se alejaba lentamente de la ambulancia mientras esta se movia, pues los personajes estaban dentro haciendo el amor... me encanta. 5* rafudo_
06-04-2006 Pasamos de la crueldad a lo morboso. Da dentera... pero es lamentable decir que he tenido la ocasión de conocer gente así, gente que en servicios voluntarios de emergencia se pasaba las horas al lado de la central, y con mil antenas de recepción de radio de la policía y otras entidades, esperando escuchar sobre un accidente al que ir a meter las narices... y siempre llevaban las tijeras abiertas, que decían era una cábal que llamaba las desgracias... Más lo recuerdo, más dentera me da. Un abrazo, está muy bien descrito, muy bien llevado. Ikalinen
05-02-2006 bien morboso,lo felicito, un poco largo ,pero fue llevadero, me recordo a crash de ballarg , nose si escribi bien el nombre ,siga queda en sus manos ocupar por un tiempo los negros senderos de las mentes enfermas, usted esta mal , no esta medicado. sorias
 
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