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Aquella tarde rompió con el esquema de la normalidad a la que la ciudad me había acostumbrado, los acontecimientos diarios son tan rutinarios, tan comunes, que me es difícil explicarlos, pero ¿cómo explicar entonces esto? Su simple forma es casi inenarrable.

Todo carece de explicación y, si esto es la definición de lo fantástico, entonces puedo decir que aquello lo fue, ese acto parecía un pensamiento colectivo, el lugar donde el mundo descargaba sus miedos y entonces, ingresé en el pánico del universo.

Había salido del trabajo pensando en lo absurdo, en el dolor que se siente cada día el ir perdiendo aquellos objetivos por los que pensábamos luchar, la calle Orizaba no dejaba de estar congestionada de transeúntes, un ir y venir de carros hacía aún más tedioso el recorrido pero en el trayecto, la casa 23 me jaló hacia ella. En su exterior denotaba una fachada igual al modelo común, su puerta era una puerta de madera como cualquier otra que habita en esta ciudad, la pintura aunque un poco carcomida por el sol destellaba todavía los tonos azul pastel de sus inicios, lo curioso, lo fantástico se encontraba en su interior.

No supe por que toqué, y menos aún se por que el umbral se abrió, cediendo a mi paso aquellos misterios, en sus adentros cohabitaban varias escaleras que no llevaban a algún lado, estaban inconclusas, los marcos se encontraban sin puertas y en cada salón se percibían orbes convexas de donde surgían voces extrañas.

La primera recamara se encontraba al lado izquierdo, franqueada solo por dos escalones.

-Pasa-

No tuve mas que admiración, las cuatro paredes se multiplicaban a si mismas, en cada centro existía un torbellino que inhalaba los objetos del aposento, todo estaba deformado, cuatro niños de aspecto anglosajón -uno por cada pared- se encontraban sosteniendo un ábaco, y sus ropas parecían vendas que cubrían heridas del pasado, no contaban con mas de 8 años, cuando me acerqué, vi que detrás de sus cuerpos había brazas ardientes.

-No lo entiendas-
-Que no entienda ¿Qué?-

En el centro se empezó a revelar un algoritmo; después de eso fue silencio, los torbellinos habían succionado todo y en el instante siguiente las paredes parieron cuatro niños nuevos, de piel negra y parecía que la historia se repetía, quietud y viento surgieron al instante.

No estuve en ese cuarto mas de tres minutos cuando decidí alejarme de aquella moria e ingresar en otro cuarto.

El siguiente se encontraba en la parte posterior, su entrada estaba coronada de humo, mis pasos no terminaban y tuve la impresión de que ascendía, sentí que estuve horas y horas sobre una pendiente muy inclinada, largas espinas rozaban mi piel, pero al final una suave lluvia cubrió mis cabellos y calmó el dolor de mis heridas, desde lejos escuché.

-Este es el paraíso-

Entonces giré y estaba fuera del cuarto.

Tomé una escalera con 11 escalones que a cada paso se iban sumergiendo en el piso, cuando me detuve la escalera desapareció pero el entorno era distinto, solo había un cuarto, dos mujeres se encontraban acariciando sus senos recíprocamente, mientras me acercaba sus cuerpos se hacían más distantes, de su sexo empezó a brotar un falo de enormes proporciones y sus pechos se fueron marchitando hasta el punto en que desaparecieron, tomé la imagen como repugnante pero como el desquicio era constante los hombres empezaron a perder su esencia y se marcharon convirtiéndose lentamente en ángeles, camine unos pasos más y por una ventana encontré la salida.

En el exterior había un jardín de enormes proporciones, los árboles caminaban pausada y quejumbrosamente, años ha que habían muerto, no hablaban sólo recorrían su camino en forma circular, me aburrí del espectáculo y busqué otra puerta.

Retorné a la sala principal, -¿cómo? No lo se- en el siguiente aposento estaban grandes figuras de la historia, busqué iluso la imagen de mi padre pero una nota que brotó del techo me decía que el estaba en el cuarto de los hombres justos, no tenía entonces que hacer ahí.

Una de las recamaras que más me gustó fue la de los idos, sus caras estaban clavadas en el suelo, mi planta se incrustaba en su rostro, cerraban el pecho a cada paso y entonces el fuego se aprisionaba de ellos yo también ardí por unos instantes, todo parecía un sueño donde eso mismo no existía, era miedo, necesidad por salir y yo sin merecimiento me encontraba ahí, a mis anchas, un espectro opaco surgió de pronto, me contó, al igual que el gran Cicerone el por que de esa permanencia.

- Ellos nunca aprendieron a ser felices –

Esas fueron algunas de sus palabras.

El pavor empezó a apoderarse de mi, yo tampoco había sido feliz.

La sala principal se encontraba cubierta por dos litografías, en una se apreciaba una pintura rupestre, en la del lado contrario un mundo futuro donde las máquinas dominaban el ambiente, en un segundo los robots domesticaban a los animales del cuadro contiguo, me estaba volviendo loco, mis manos temblaban y empecé a buscar la salida pero, las puertas no se abrían, cada escapatoria se movía incesantemente hasta que una frase me indicó la ruta de evacuación, una puerta que poseía la sentencia Cogito ergo sum.

No estoy loco, en mi piel aún están las marcas de aquella aventura, escribo esto para el que lo quiera leer, no para quien lo quiera creer.

La rutina sigue siendo la misma, y el hartazgo no me ha abandonado pero, cada tarde camino por la calle Orizaba con miedo a volver a ingresar a la Casa 23.

Texto agregado el 02-02-2006, y leído por 159 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-02-2006 Me he sentido dentro de esa casa vivva y terrible. margarita-zamudio
 
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