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Inicio / Cuenteros Locales / bru / El día que nadie quiere que llegue jamás

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Había dejado de llover y todo diría que sería un hermoso día de verano. En las calles, en la plaza y en la vieja estación todo se encontraba como siempre, el sol comenzaba a despuntar detrás del monte y las sombras de los postes se alargaban sobre la desolada ruta, lentamente las casas y las calles del pueblo se iluminaban con los primeros rayos del sol. Un semáforo emitía señales confusas y discontinuas, sin que nadie le prestara atención. Frente a la plaza las puertas de la iglesia se encontraban abiertas de par en par y un resplandor color azul del vitral iluminaba el rostro del cristo de madera suspendido sobre el altar. Al final de la calle principal, el galpón de madera recortaba su silueta sobre un cielo gris y en su interior aguardaban los baldes de zinc y los banquitos del ordeñe. Un gran cartel con la leyenda “Peluquería” se suspendía del balcón de la casona de paredes sin revoques de la esquina, y desde el ventanal de vidrio se veían dos sillones y un amplio espejo preparado para recibir a los clientes, cruzando la calle, la farmacia con su caja registradora que indicaba el último vuelto de tres pesos con cincuenta. El reloj y la campana de la estación custodiaban el andén, alertas para recibir el primer tren de donde descendería algún pariente de la ciudad con sus valijas y cajas envueltas en papel madera de los regalos tan esperados.

Daría la sensación que todo el pueblo se encontraba preparado para comenzar como siempre un día de mucha actividad, las aulas de la escuela se llenarían de gritos y risas, y el camión de reparto de leche recorrería las calles con su ensordecedor bochinche de tarros, las camionetas de los chacareros comenzarían a llegar de un momento a otro en busca de comprar, semillas, insecticidas y herramientas, algunas gallinas cruzarán nuevamente la polvorienta y ancha calle principal picoteando algún grano suelto. Todo esta preparado para un nuevo día de trabajo, y una vez mas saldrán las vecinas escoba en mano y batón de verano con la excusa de repasar la vereda, a cuchichiar de las aventuras amorosas del carnicero y la nueva novia quince años mas joven de Adolfo el peluquero.

Todo se encontraba como siempre, para disfrutar, reír y protestar de tantas cosas que ocurren en un pueblo de campo.

El día había transcurrido en silencio y un intenso color rojizo teñía el caserío, sobre el mostrador, la radio encendida no emitía ningún sonido, solo la tenue luz de su dial iluminaba la primera plana de un viejo diario que con grandes letras negras anunciaba:

“Ha comenzado la guerra, las proyecciones de bajas son muy elevadas y se estima que serán muy pocos los sobrevivientes, pueblos enteros quedarán desiertos”.

En el amplio salón solitario y en penumbras suena la campanilla de un teléfono, pero no hay nadie para atender.



Texto agregado el 20-11-2003, y leído por 195 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
20-11-2003 me gustó, pero me hubiera gustado sentir el viento en ese pueblo desolado, ese pueblo me recuerda a uno que visite hace un tiempo en el sur de Chile, a las 7 de la tarde estaba completamente vacio, se sentia como tu cuento. Pd lee mis cuentos, y deja un comentario, un poco de feedback no le hace mal a nadie. T-BONNES
 
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