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Inicio / Cuenteros Locales / mrhyde1970 / TRILOGIA PERVERSA MORBOSA Y CRUEL:I

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I


PERVERSO





Atado, esas son las palabras exactas. Esa era la manera en que me sentia.
Hasta que un día, todo esto cambio.
A partir de lo sucedido en el accidente, muchas cosas cambiaron en mi vida, pero igual, mi oscura mente siguió galopando inquieta, indómita.
El accidente ocurrió un 5 de abril a las 3 de la madrugada, aunque eso lo supe tiempo después, ya que mis recuerdos se circunscriben a la borrosa mirada del medico que me atendió en el hospital, y al llanto de una mujer lejano y distante, en algún rincón alejado del nosocomio.
Mientras me recuperaba y mi cabeza seguía suspendida en la nebulosa de las dudas y los recuerdos fragmentados, el medico me informo que difícilmente recuperaría la movilidad de la cintura para abajo, debido a una lesión en la columna vertebral; y eso incluía el funcionamiento de mis genitales.
Le doy preponderancia a esto ultimo, porque realmente me importaba mas que la movilidad de mis piernas. Lo que ese apático medico, con su falsa tristeza instalada en sus ojos me dijese era irrelevante ante la posibilidad de perder mi sexualidad activa.
Cualquiera de ustedes se preocuparía si estuviera en mi cómoda posición, con una mujer insaciable y deseada por todo aquel que la vea, además de detentar la posición y la manera en que yo me manejaba.
Cuando la conocí era la mas codiciada de las empleadas de una de las sucursales de la empresa que mi padre me lego, y una vez que la conocí no pare hasta hacerla mía.
Con el tiempo, y una vez en pareja, la lleve por el encanto de todo tipo de relaciones sexuales; practicamos el sexo de todas las maneras que mis instintos dictaban: masoquismo, fetichismo, lesbianismo etc., pero nunca permití que otro hombre posara sus manos sobre ella.
En un principio lo atribuí a mi egoísmo desmedido, pero luego comprendí que se debía a una inseguridad natural a sentirme comparado con un ocasional amante.
Ella lo aceptaba sumisa, y luego entendí que el placer para ella pasaba por verme complacido a mí, lo cual aumento mis pretensiones sexuales; o eso creía yo por esas épocas.
Disfrutaba viendo su rostro al verme poseer otra mujer, provocando que mis incursiones con otras mujeres volvieran a ser cada vez mas frecuentes, obviándola totalmente de estos juegos.
De todas maneras, mis aventuras en solitario con otras las mantuve lejos de su vista, aunque siempre pensé que ella las conocería o supondría.
Me daba igual.
Tenía lo mejor de los dos mundos.
Una mujer increíblemente bella, totalmente a mi merced, y las mujeres que mis conquistas y dinero me posibilitaran.
Disfrutaba el poseer a alguna amiga de ella, sabiendo que estas no podrían confesarlo a nadie, siendo la mayoría casadas, con parejas estables.
El placer de lo prohibido era doble.
Pero eso se acababa con mi accidente.
Cualquiera pensaría que una mujer tan deseada, joven y rica, solicitaría el divorcio y ya.
Pero no.
Andrea me hizo creer que asimilo lo mejor que pudo la fatalidad de mi accidente, superando la prueba que el destino le había impuesto en el camino, a ella y a mi.
No tarde en darme cuenta cuales eran sus intenciones verdaderas.
La comprobación de mis infidelidades se le confirmo el mismo día del accidente.
Ese día yo no estaba solo.
Quien estaba conmigo, en el automóvil, no era otra que una empleada nueva de mi oficina, llamada Elizabeth.
Esa madrugada salíamos de un hotel, adonde ella se había entregado a su jefe sin contemplaciones, ahogándose en complacer todas mis demandas sexuales.
De todas maneras, ella tuvo más suerte que yo.
Elizabeth apenas recibió algunos cortes y magullones, pero en compensación por su silencio social y bajo las amenazas que tiempo después supe le infringieron mis abogados, recibió una buena indemnización que la mantuvo calma y serena.
Pero el engaño fue un detonante en la conducta de Andrea.
Mientras yo me debatía entre la vida y la muerte ella supo los pormenores del accidente y se mantuvo estoica a mi lado, pensando quizás en descargar su ira y dolor contra mí en otro momento, cuando mis fuerzas volvieran.
O quizás, esperando mi muerte, la recompensa a su oprobio.
Eso no lo supe hasta que un día, cuando yo me recuperaba en el hospital, Andrea dijo:
-sabes que se todo lo de esa puta ¿no?
Pensé unos instantes y respondí.
-no esperaba menos de vos... ¿que pensas hacer?
Su respuesta, recordándola hoy, frente a este papel, no deja de mostrarme su cinismo.
-te perdono
¿Por qué lo hizo?
El tiempo me lo demostró.
Andrea era mi criatura, mi posesión, y de esa manera respondió, guardando su ponzoña para el momento adecuado.
Pero no me voy a adelantar.
Primero debo contar la serie de errores y aciertos que cometí a raíz de mi nueva condición de lisiado.
Salteare los 9 meses torturantes en que logre al menos movilizarme en una silla de ruedas, meses en los que replantee la administración de las empresas y busque algo en que desahogar mi libido.
Probé con mirar películas pornográficas, pero estas me aburrían; yo era protagonista, no un voyeur pasivo. Contrate prostitutas a las que citaba durante el día en hoteles recónditos, y trataba de excitarme viéndolas tener relaciones.
Estas escapadas las realizaba con la complicidad de Arturo, mi chofer, lejos de la atención de Andrea.
Debo decir que ella se mantenía cada día más hermosa, seguía con su rutina de gimnasia, agregando clases de tenis, a las que concurría dos veces por semana.
Mi carácter posesivo y controlador hizo que contrate a un detective para que la siguiese.
Por los informes que este me entrego, Andrea solo visitaba a sus amigas, pero concurría con mas asiduidad a la casa de Débora, alguien que ya había pasado por mis manos y en quien yo no confiaba.
Débora no era de mi agrado. Tenía un marido que era un pobre diablo al que exprimía sin misericordia, derrochando el buen sueldo que el cretino traía puntualmente todos los meses.
Decidí hacer investigar también a ella, y mis sospechas se confirmaron.
Débora jugaba una doble vida.
Era lesbiana, o bisexual, o lo que su ambición le marcase.
Cuando se entrego a mí, aun recuerdo, note cierta frialdad, aunque eso no es de extrañar teniendo en cuenta que muchas mujeres que fueron mías seguramente me odiaban, y solo lo hacían accediendo a mis chantajes.
Pero Débora fue mía solo una vez, y que yo recuerde, fue mi decisión.
No me interesaba una mujer que por mas belleza y voluptuosidad tuviese, sea solo una maquina de producirme orgasmos.
Yo quería libar la esencia de mi victima.
Como un vampiro sexual, necesitaba chupar sus miedos, sus apatías y temores para saberme dueño de su voluntad.
Pero esta mujer, témpano hecho carne, era totalmente incontrolable.
Quizás note que en el fondo nos parecíamos demasiado, y esto me halla hecho desistir de seguir teniendo relaciones con ella.
Con Andrea no manteníamos relaciones debido a mi condición, y su falta de interés, al principio, me parecieron sinceras, pero luego, ese sexto sentido que tenemos todos, me confirmo que no era así.
Aproveche sus ausencias para instalar todo un circuito cerrado de vigilancia oculto en toda la casa, siempre con la participación necesaria de Arturo, mi mano derecha.
Lo mismo hice en mis oficinas, y en varias de mis empresas.
Me convertí en un ojo espía en la vida de todo aquel que tuviese algo que ver con mi vida, y así descubrí secretos que me sorprendieron.
Recuerdo esas noches en las que pude ver a Andrea masturbándose morbosamente en el gimnasio que tenemos en la casa, pero el recuerdo mas vivido fue cuando la observe haciendo lo mismo en el baño.
Mientras lo hacia, dejo escapar entre gemidos el nombre de Débora.
Allí mis sospechas se confirmaron.
Débora la tenía en sus redes
Ella necesitaba sexo, y yo no podía dárselo; y esa mujer, con fines que me imaginaba, le estaba dando lo que yo no podía.
Tarde o temprano, las hormonas ganarían la batalla, y conociéndola como yo la conocía, eso tuvo que suceder.
-no vas a poder vivir toda la vida masturbándote- le dije una noche, acostados en la cama, mirando una película- algo vamos a tener que hacer con vos
Ella no me dirigió ni una mirada.
Seguía con la vista fija en la pantalla, esperando mis palabras.
-¿Quién te dijo que yo me masturbo?
-es imposible que no lo hagas. Sabes que yo no puedo satisfacerte, y posiblemente nunca más pueda
-¿y que me propones?- me dijo, y note en sus ojos el brillo voluptuoso de quien esperaba el momento de recibir la libertad
-¿tenes amantes?
- no- respondió desafiante-tu detective te lo debe haber dicho-afirmo con un brillo de odio.
Sabía que no debía subestimarla.
Andrea parecía ingenua, pero no lo era.
-mañana traeré un hombre...contratare uno para que...
-¡NO ¡- me interrumpió como quien se esperaba los acontecimientos. Debo reconocer que ella me conocía lo suficientemente como para esperar una salida de ese tipo por mi parte-...Uno solo no podrá conmigo, no podrá satisfacerme...quiero dos hombres-
Me dejo mudo.
Estaba jugando una carta muy fuerte y adivine en su mirada el desafío que me planteaba.
Yo no podía ceder. Siempre tenía tomado al toro por las astas, en todo orden de las cosas, y ahora, Andrea volvía a redoblar la apuesta.
-¿estuviste alguna vez con dos hombres?-pregunte y la fugaz visión cruzo como un rayo por mi cabeza
-no...Por eso también lo deseo. Quiero que me veas como los demuelo lentamente, como trago todo lo que halla que tragar, como hago terminar a uno, y el otro tiene que relevarlo para intentar acabar con mis deseos, y quiero que vos lo veas e imagines que cualquiera de esos dos podrías ser vos.
Sonreí socarrón, pero por dentro deseaba matarla.
Maldita prostituta.
- esta bien- dije levantando el teléfono- será hoy mismo...llamare a un lugar adonde conseguir dos hombres que se dedican a satisfacer a mujeres como vos...faltas de sexo-agregue viendo como por sus ojos cruzaba un relámpago de rencor.
Odiaba que la trate como a una cualquiera.
Llame a una agencia de acompañantes, especificando que no quería dos hombres cualquiera; quería dos sementales bien dotados que pulverizaran los deseos atrasados de Andrea.
-¿Qué le digo a la sierva que prepare para la cena Carlos?- me dijo indiferente, aunque adivine la ansiedad en su voz.
-lo que vos desees, esta es tu noche
-no, no te equivoques...vas a ver que los dos vamos a disfrutar
Calle para no provocar una innecesaria pelea, y me dirigí con la silla de ruedas hacia la cocina. Odio que me subestimen; y eso estaba haciendo conmigo.
-¡¡Raquel¡¡, prepare para cenar el lomo ese que a usted le sale tan bien, y unas ensaladas livianas...ah, ¡me olvidaba de decirle, prepare la mesa para cuatro...hoy tenemos invitados.
Apenas vi desaparecer a Andrea por el vestíbulo volví a llamar a la agencia especificando más mi pedido.






-¿Qué les pareció la cena muchachos?
-exquisito señora... ¿usted lo preparo?-dijo el mas joven
-les pareció bueno-pregunte interrumpiendo, victima de un creciente cosquilleo en las entrañas-porque aun no han probado el mejor bocado de la noche-
Los dos jóvenes asintieron, y luego de mirarse se pusieron de pie; caminaron hacia Andrea que no se quitaba una libidinosa sonrisa de los labios, y la llevaron hacia el living.
Me sentí aturdido unos segundos, y luego me dirigí detrás de ellos con mi molesta silla de ruedas acuestas.
Apenas trasvase la arcada que daba paso al living los vi besándose.
Andrea besaba a uno de los jóvenes descaradamente, mientras con su mano acariciaba la entrepierna del otro, que sin perder un segundo luchaba por quitarle el vestido.
Sabia de lo que era capaz Andrea, pero esa noche supero todos los límites que yo le imagine.
Fue poseída alternativamente por los dos muchachos, que se esmeraron lo más que pudieron, sin inmutarse por mi silenciosa presencia.
Luego la poseyeron los dos a un mismo tiempo, y Andrea, insaciable, los recibió estoica, sin importarle el tamaño de los dos miembros que su cuerpo recibió.
Desde mi silla, cárcel de mis deseos de participar, mi libido iba in crescendo, mientras apreciaba que mí enajenado cuerpo se transmutaba por el de los dos muchachos que poseían a mi esposa.
Me concebía dueño de sus embates, de su lujuria y desenfreno.
Había pedido a la agencia dos potrillos salvajes, musculosos y bien dotados, y prometí una paga extra si lograban que mi esposa pidiera por favor que termine la orgía. Después de dos horas y media de sexo irrefrenable, sin misericordia, los dos jóvenes perdieron la paga extra.
No podían con las ansias irreprimibles de sexo de Andrea, que era un volcán en una erupción incontenible.
Si uno de los dos se retiraba, ella lo atraía nuevamente, y hacia todo lo posible para tenerlo dispuesto nuevamente.
Cada tanto sus ojos se encontraban con los míos, haciéndome entender que esta era su noche tan ansiada: la de su redención hacia el sexo puro, irracional.
Yo le sonreía, para no mostrar mi perplejidad interna, pero a la vez, la excitación corría por mis venas sin poder canalizarla. Mi postración me alejaba del juego, y mi desgracia se ahogaba en la lujuria. Hasta que algo ocurrió.
En el momento en que Andrea recibía el miembro de uno, mientras saboreaba el otro, yo comencé a sentir el principio de una erección.
Oculte automáticamente, y como pude, el suceso, mientras un jubilo inusitado comenzaba a nacer en mi cuerpo, mientras sentía como mi hombría crecía y crecía.
“puedo”, me dije, y agradecí a los cielos el milagro que ya tenia la forma de un gran bulto debajo de mi bata.
Los tres, absortos en sus quehaceres no notaron que yo me aleje hacia la salida del vestíbulo, para comprobar con mis propios ojos el milagro operado por las escenas que acababa de ver.
Solo un hombre lograría concebir lo que es ver revivir a un compañero de toda la vida al que creía muerto, poder palparlo y sacudirlo lo suficientemente fuerte y certero como antaño.
Y no un hombre cualquiera: solo alguien que halla pasado por lo que a mi me paso, o en su defecto, que una postración lo invalide de uno de los placeres mas hermosos de la vida que es el sexo.
El ultraje premeditado al que se sometía mi esposa había revivido mi goce.
Mis deseos postergados habían reaparecido por el hecho de ver como dos hombres cumplían con mis deberes maritales, reemplazándome en la consumación del acto sexual, desplazándome de ser el centro de la satisfacción de mi mujer.
Mientras ellos se agitaban frenéticos en el living, yo hacia lo mismo con mi miembro en el vestíbulo, buscando el paroxismo.
Sus jadeos me excitaban, confundiéndose con los bramidos de mi respiración.
El entrechocar de las nalgas de mi esposa con los embates de esos cuerpos torneados se mezclaba con el golpeteo húmedo de mis manos, agitando el mástil de mi gloria.
El grito extático de Andrea y uno de ellos se mezclo con la descarga de mí revolver de amor, mientras las lágrimas brotaban irrefrenables en mis ojos.
Sonreía, si, y también lloraba. El hormigueo que recorrió mi espina dorsal era una sensación renovada, divina, sublime.
Así me encontraron los tres, mientras una carcajada brotaba de mis labios, al ver que nuevamente comenzaba a tener una erección.
-¡Carlos¡...no lo puedo creer- susurro Andrea, viendo mis partes erguidas, monolíticas como nunca mas pensamos ella y yo verlas.
-esto lo provocaron ustedes tres...y ahora quiero lo mío- dije entredientes- Andrea... ¿crees poder conmigo?
La tenía atrapada.
Negarse era imposible, y desde mi estupida silla de ruedas volví a tomar el mando de la situación.
Le pedí que se arrodille y lo hizo sin oponerse.
Uno de los jóvenes hizo ademán de retirarse, reclamando su paga.
-no, los contrate por toda la noche...y esto todavía no termino.
Hice que Andrea lamiera los restos de semen de mi masturbación mientras ordene a los dos jóvenes que la acariciasen. La quería excitada.
Me sobo y lamió con desenfreno, tratando de apurar el tramite, hasta que la interrumpí, haciendo que uno de los jóvenes me traslade a un amplio sofá.
Allí, hice que Andrea se monte sobre mi, y me cabalgase; al principio percibí cierta repulsión en ella, pero lo disimulo lo mas que pudo.
El olor a transpiración y semen en su cuerpo y en su aliento me éxito aun mas, haciendo que una nueva oleada de calor partiera de mi estomago y estallara dentro del cuerpo de Andrea.
Cuando ella se retiro de mí, me beso, y ahí percibí la frialdad de saber que ya era parte de su pasado.
Supe que ella permanecía conmigo solo por todo lo que yo podía darle: buena posición social, dinero sin frenos y la posibilidad de quedarse con todo.
Nuestro acuerdo prenupcial le daba solo un porcentaje mínimo en el caso de divorcio, pero la totalidad a repartirse entre ella y mis hijos en el caso de que yo muera.
Hijos no teníamos, así que ella era la beneficiaria única de un imperio financiero.
Mi cabeza volvió a marchar indócil; tenía que averiguar si ella no había tenido nada que ver con mi accidente.
Antes no se me hubiese ocurrido; ahora, la posibilidad era cierta.
Yo era parte de su pasado, si es que ella me había amado alguna vez (cosa que aseguraba).
Después de esta noche, ella lo seria también.
Los tres me miraron como quien no sabe que hacer, esperando mi próxima orden.
-sirvan wisky para los cuatro, que esto no termino aun
Andrea trajo la botella, aprovechando yo ese lapso para atraer hacia mí a uno de los jóvenes, al que comencé a acariciar desprejuiciadamente.
Este no se negó, su función era obedecer, y mi paga era lo suficientemente buena como para disponer de lo que quisiese.
- la paga va a ser doble si se muestran sumisos a mis deseos- susurre al oído de uno de ellos
No hizo falta que agregue nada mas. Comprendieron en el acto que era lo que yo quería.
Andrea vino con el wisky y nos sirvió una buena ración a los cuatro, atrayendo a uno de los jóvenes hacia ella, y derramando gotas de wisky sobre su abdomen.
Al instante, comenzó a lamer el líquido amarillento derramado.
Su lengua recorrió cada centímetro del joven, que comenzó a excitarse, mientras sus ojos seguían fijos en mi, al igual que Andrea.
Atraje al otro muchacho, y de un fuerte tiron lo hice arrodillar, introduciendo mi duro miembro en su boca.
Andrea detuvo su accionar, mientras una mal disimulada mueca de asco se dibujo en su boca.
Yo no me detuve. Tome de los cabellos al manso muchacho y lo hice tragarse todo mi renovado orgullo, agitándolo en un frenético sube y baja.
Andrea trato de desviar su vista de mi accionar, pero le resultaba imposible hacerlo.
Como vi que el otro muchacho quedo excitado, y Andrea se había detenido, lo atraje hacia mi, y comencé a saborear su gruesa vara.
Andrea se llevo una mano a la boca, y trastrabillo hacia la parte mas alejada del sofá. Allí se echo, sin poder dejar de mirarme.
Jamás había tenido sexo con un hombre, y ni siquiera había tenido la tentación de hacerlo.
Pero esto era otra cosa.
Aquí, en este living, estaba en juego el poder.
Si, el poder sobre las personas que yo quería ejercer, y con lo que estaba haciendo, desde mi postración y con mí renovada arma sexual, era jugar con el poder.
Ser dueño de la situación.
Mandar.
Gobernar y regir como un tirano.
Demostrarle a esa maldita prostituta que el dueño del circo era yo.
Como vi que la atención de Andrea no se desviaba, hice que uno de ellos se sentara sobre mi miembro, que relucía en todo su esplendor.
De esa manera lo sodomize.
Sin contemplaciones, hundí mi barra de carne en su musculoso trasero, de la misma forma en que el lo había echo con el de mi esposa, pero a diferencia de ella, el se tenia que mover, empujar y enterrarse palmo a palmo toda mi longitud.
El era mi victima física, pero Andrea era la síquica.
Cuando vi su primera arcada sonreí de satisfacción, y cuando su vomito se derramo por la alfombra, mi semen estallo en las entrañas del muchacho.
No pude parar de reír.
Andrea me insulto y salio, desnuda como estaba de la casa, metiéndose en su auto y huyendo de la casa.
Le pague de buena forma a los dos muchachos y los despedí agradecido; algo habían tenido que ver en mi renacer.
Yo, por esa noche, me quede solo y satisfecho.
Andrea volvió al otro día, y retiro sus pertenencias.
Poco me importaba; tiempo después supe que su idilio con Débora termino al poco tiempo de separarnos.
Sabía que a los pocos días, llegaría su abogado pidiendo formalmente el divorcio.
De eso se ocuparían los míos.
Ahora yo, era una persona remozada.
El sexo había vuelto, y desde mi silla de ruedas dirijo las mayores orgías que mi perversión pudo y puede elucubrar.
Desde esa experiencia con los hombres, jamás volví a repetirla, no por vergüenza no, ¡POR DIOS¡ sino por que mi atención viro hacia las jovencitas.
Si, las niñas... ¿y que?
¿No son las futuras prostitutas de alguien?; bueno, alguien debe iniciarlas.
Arturo las busca en las villas miseria o barrios pobres, las alimenta, las baña y les promete regalos que yo, como un moderno “santaclaus-vampiro en silla de ruedas” les da, a cambio de caricias y besos.
¿Me creen un depravado por esto?
Es su problema.
Matar, aun no mate a nadie, pero no descarto nada.
El mundo es un nuevo laboratorio de experiencias para mí.
Tal vez, algún día, alguna de las niñitas, o de lo que desee en ese momento, me motive tanto como para que intente volver a ponerme de pie y caminar.
¿Quién lo sabe?
Ah... volver a caminar.
No estaría mal.
Debo encontrar la motivación...

Texto agregado el 20-01-2006, y leído por 416 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-05-2006 Vaya, lo que una persona es capaz por el Poder... no me imagina que fuera capaz de llegar a tal extremo... jajaja que buena onda que el amigo volvió a la vida, y bueno me recordo a ese chiste que dice que homosexuales hay muchos, lo que falta es el presupuesto. Muy buen cuento, atrapante, y perverso. Saludos. rafudo_
25-01-2006 Vale, sí, querías llegar a los límites, eso me lo afirmaste. Lo consigues muy bien en verdad. El personaje en sí es de lo más desagradable que uno se puede imaginar. El final es lo que más me echó para atrás, más que tod el texto anterior, infinitamente más, pero por cuestión de principios supongo... Aunque los grados de perversión son muchísimos... Con esto dejo caer la bomba detonante, pero todavía no explotará... algún día, quizás. Un abrazo Ikalinen
20-01-2006 bien, sexo y descontrol oscuro ,aunque la vista grita y como amigo. sorias
 
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