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*La tranquilidad de la modesta casa de familia fue interrumpida por unos estruendosos gritos que surgían desde la calle, disonantes pero llenos de energía al mismo tiempo.
El "Dale campeón! Dale campeón!" cada vez se sentía más cerca, cosa que hizo que el pequeño Enrique se acercara a la ventana y, en puntas de pie, corriera la cortina para ver llegar a su padre envuelto con una bandera blanca y celeste y el mismo gorrito sucio y desprolijo con el que lo había visto partir hace unas horas. Notó también que uno de los
improvisados coreutas no era otro que su enfervorizado padre quien venía de la cancha con una alegría inusual.
Desconcertado por tamaña escena, Enrique, el más chico de una familia numerosa, preguntó a su padre apenas lo tuvo a tiro.
- ¿Qué pasa papá? Qué son esos gritos con los que andás despertando a todo el barrio?
- ¡¡Hijo!!, ¡¡Hijo!! Hoy pasó un milagro, no lo vas a poder creer. Fue algo religioso.
- ¿Pero cómo? - preguntó más desconcertado que antes - ¿No habías ido a la cancha a ver un aburrido partido de fútbol?, No sabía que habías ido a la iglesia
- .
- Pero no Quique - echando una buena carcajada - Tus ojos han visto bien, hoy nos juntamos con los muchachos y fuimos todos para el estadio. Cómo se te ocurre eso de la iglesia, ¿acaso te lo imaginás al gordo Escorza yendo a misa? jajaja.
- Y entonces qué es eso del milagro? No entiendo nada.
- No te acordás todo lo que te estuve contando esta semana sobre el gran partido y todo eso. Pues bien, allí, en nuestro humilde y descolorido estadio sucedió lo que nadie esperaba.
- ¡Ah, era algo importante no? - dijo Quique dándole poca importancia al asunto.
- Claro, hoy jugábamos contra Deportivo Lugano en el último partido del campeonato - le explica con excitación.
- ¿Cuál campeonato?
- ¡¡El de 5° división hijo!! - Agarrándose los pelos al borde un ataque - No puede ser que seas tan distraído, y menos aún que te interese tan poco el fútbol, justo a vos que venís de una familia tan futbolera como nosotros. Por ejemplo, sabías que tu abuelo fue el primer jardinero que cortó el cesped en la cancha de Atlético Luján o que yo tengo el record de la amonestación más rápida en el campeonato de fútbol cinco del barrio - con admiración hacia si mismo.
- Sí, el abuelo y vos lo cuentan a cada rato, pero mamá dice que esas son tonterías y que es un gasto de vida el escucharlas.
- Ya veo de dónde sacaste el poco interés hacia la pelota. Pero bueno, desde hoy eso va a cambiar, te voy a contar una historia sobre once guerreros, once leones que dejaron todo en la cancha para regalarnos un milagro - al borde del llanto.
- Ah, ya sé, te referís a ese equipo, ¿cómo dijiste? ¡¡¡Deportivo Lugano!!!
- ¡NOOOO! Ese es el otro equipo hijo, los once leones somo nosotros, bueno, yo no, pero me refiero a nuestros jugadores, al glorioso Club Atlético La Tablada.
El tono de voz usado por su padre llamó la atención de Enrique quien se sintió invadido por la curiosidad y dejó de lado su leche chocolatada para sentarse cerca del más enfervorizado hincha del Azul, tal como le llaman al Atlético La Tablada.

- ¿Y qué pasó entonces Papá?
- Bueno, te lo voy a contar todo otra vez.

- Era el último partido del campeonato de la 5° divisón Argentina y jugábamos contra Deportivo Lugano, ¿sí?
- Sí, papá - contesta el pequeño con cara de "dejé mi chocolatada por ésta gansada, más vale que sea interesante".
El padre comienza a desesperarse al ver que pierde la atención de su hijo y retoma la historia con más emoción.

- Nuestro rival estaba primero en la tabla de posiciones, y si ganaba podía salir campeón, aunque también dependía del Sportivo Desamparados de Once, que tenía los mismos puntos aunque menos goles.
Y nosotros... si perdíamos nos íbamos al descenso. Era algo muy complicado, imaginate, ¡jugábamos contra el equipo más goleador, con menos goles en contra, y encima, a punto de salir campeón en nuestra cancha! Eso no podía ser, muy humillante para un cuadro tan grande como el nuestro.
- Ahá.
- Además, nosotros también dependíamos de otros resultados, ya que con los tres puntos que podíamos llegar a ganar estábamos condiciones de luchar la permanencia contra otros dos clubes. ¿Me vas siguiendo?
- Como un pie a otro papá, jaja.
- Así me gusta. La cosa es que comenzó el partido y a los 3 minutos nuestro número 10 disparó al arco contrario pero su arquero la sacó sobre la línea. La tribuna estaba como loca! Era un buen comienzo según mi punto de vista, pero el yeta de tu tío exclamó "pero no, si con ese arquero no vamos a poder meter ni uno, son demasiado buenos".
- No le digás así al tío, el no es ningún yeta - exclamó Quique.
- Bueno, bueno, lo que quieras hijo, pero a partir de ahí no pudimos cruzar la mitad de la cancha, corrían jugadores del otro equipo de un lado para otro, hacían jueguito, taquitos, chilenas, lo que se te ocurra, una maravilla que más de uno de los nuestros se puso a aplaudir.
- Estamos perdidos papá!! - tomando un súbito interés por el equipo.
- Sí, todos pensamos eso, en especial tu tío que ya estaba repartiendo pañuelos entre los muchachos de la barra. Pero no, por esas cosas del destino una pelota quedó boyando en la mitad del campo de juego y allí llegó Camilo Leobardi,
nuestro volante por derecha quien de un tremendo zapatazo habilitó cerca del área a Ubaldo Lehior, nuestro máximo artillero. Este tomó el balón y con un amague que dejó parado al defensor, encaró hacia el arco.
- ¡Ya los tenemos! GOL!!!!!! - gritó Quique.
- No. En el momento justo llegó el marcador central y barrió con todo.
- Con todo?
- Sí, con pelota, pierna y jugador. Y el árbitro marcó penal.
- Ya veo, y ahora sí, ¡GOL!!!!! Ya imagino a todos festejando nuestra victoria, por eso venían cantando, ¿no?
- Tampoco hijo - con muestras de amargura en su cara - El encargado de patearlo fue Abascal, el número 10, un tipo con nervios de acero, pero no sé qué le pasó que le detuvieron el disparo. Parece que se distrajo o algo.
- Pucha papá, y uno que se empieza a sentir parte del equipo, pero con lo perros que son no dan ganas.
- Jaja, veo que estás agarrando la onda, ya parecés tu tío.
La cosa es que el partido siguió en dominio del Lugano quien nos tenía metidos en nuestro arco, por suerte Bittor andaba derecho y arruinó un par de ocasiones de gol.
- Todo mal.
- Sí, y se puso peor, porque al terminar el primer tiempo escucho por la radio que
nuestro número 6, "el sueco" Hamstrong planea retirarse al fin del partido. ¡Eso cayó como un balde de agua fría en toda la popular. Se nos iba el capitán!
- No lo conozco, pero ya empezaba a quererlo - dijo apesadumbrado Enrique.

- Bueno, sigamos. Pero al comenzar la segunda mitad nuestros muchachos salieron más enchufados que nunca, yo pienso que la futura renuncia del capitán los hizo llenarse de coraje y los animó a dar más de lo que podían, fue así que por culpa e una ráfaga de viento y un certero rechazo, ¡"la garza" Lehior acaparó la pelota y con un zurdazo extraordinario llenó de gol la red y nuestras bocas!
- ¡GOOOOL!!!
- Sí, ahora sí hijo, jaja, al fin. ¿Te das cuenta? ¡Le estábamos ganando al puntero, nos estábamos salvando del descenso!
- ¡Sí!!!!! Ya veo el milagro.
- Pero no es ese. Todavía falta. Luego de eso todo volvió a la normalidad, los delanteros del Lugano ponían en aprietos a nuestra defensa, que en esta tarde fueron verdaderas fieras. Increiblemente, el árbitro no sacó ninguna tarjeta, pero reconozco que varios de los nuestros lo hubieran merecido, metieron hacha!
Todos nosotros estábamos como locos, no parábamos de alentar, ¡hasta el gordo Escorza estaba subido en un paravalancha!
- ¿Ese es el milagro?
- Jaja, ¡no! Aunque no sé bien cómo hizo para aguntar ese paravalacha los 130 kilos del gordo.
- Ya sé, el tío también se puso a alentar.
- Nooo, tampoco, ese seguía igual de amargo diciendo que no festejemos todavía. Y nomás dijo, ¡pum! Gol del Lugano.
No sé a quién puteé más, si a mi hermano o al hijo de pu** del "lainman" (Lineman) que no levantó la bandera, era un tremendo orsai (off side) más grande que una casa.
La habitación quedó en silencio, padre e hijo se miraban consternados, aunque claro, todavía faltaba el milagro.
- Entonces el tiempo transcurría, ya no nos quedaban esperanzas. Encima nos enteramos por radio que uno de los dos equipos con los que luchábamos el descenso estaba perdiendo, por lo que nuestra victoria nos sacaba del pozo.
- Ya sé, entonces estaban cantando "dale campeón" porque se hicieron hinchas del otro equipo, no? Yo también me voy a hacer del Deportivo Lugano como vos.
- Sacrilegio!!! Cómo osás a decir eso! Mocoso malcriado, tu padre nuncá será de otro que no sea "La Tablada", porque sólo en equipos como este pueden pasar cosas tan pequeñas que generen alegrías tan grandes.
Cuando todo parecía terminado y muchos ya comenzaban a marcharse del estadio, un rayo de sol iluminó el centro del campo como si todo estuviera preparado para una gran función. Fue así que Aureliano Aurre, el magistral 5 cortó un pase largo y con suma habilidad se la pasó a Abascal quien encaró con todas sus fuerzas, como si hubiera toda una ciudad corriendo él. Era increíble, avanzaba encarando rivales y dejándolos en el camino con amagues y engaños. Yo no sé lo que sentiría él en ese momento, pero yo podía ver a cada uno de nosotros a su lado, picando por las puntas, molestando a los rivales o tapándole la visión al arquero para que él, nuestro subcapitán, nos llevara a la gloria.
Y así fue, eludió a todos y cada uno, y cuando estaba por rematar, nuevamente llegó el golpe certero del arquero, quien ante la urgencia derribo a nuestro jugador.
El árbitro entonces tomó su silbato y cuando todos penzamos que iba a terminar el partido, marcó penal. Sí, un penal a los 95 minutos.
- ¡Sí!!!!! saltó Quique de la emoción - ¿y quién lo pateó? No me digas que fue Abascal otra vez? Porque él ya había errado uno.
_ Así es. Todos sus compañeros lo volvieron a elegir a él porque confiaban en su talento. Incluso "el sueco" se acercó y le dijo algo al oído.
Entonces fue que tomó la pelota y la acomodó en el punto del penal. Se secó el sudor mientras cada simpatizante y fanático de ambos clubes observaban callados y sumidos en un mar de nervios. Nunca nada dependió tanto de una pierna izquierda hijo.
Fue entonces cuando con una pequeña carrera se acercó al balón y con un amague apenas visible pero efectivo colocó suavemente nuestras emociones y gritos de alegría junto a un palo, lejos de un arquero vencido que se había tirado para el otro lado!
- ¡GOOOOOOL!
- ¡Sí!, GOOOOL!
Y fue así como padre e hijo se abrazaron. Y fue así también como Enrique, el más pequeño de una numerosa familia, comprendió lo que era hinchar por el Club Atlético La Tablada, el Azul.*

Texto agregado el 15-01-2006, y leído por 125 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-01-2006 El árbitro entonces tomó su silbato y cuando todos penzamos que iba a terminar el partido, marcó penal. Sí, un penal a los 95 minutos. q bueno¡¡ felicidades ms5* saludos monilili
15-01-2006 Jajaja, por Dios amor, ¡¡te atreviste a escribir y a ponerlo en esta pàgina!! Siempre copiàndome, ¿no? Ni me imaginè que podìa ser una historia de fùtbol, pensè que podrìas poner alguno de esos cuentos fantàsticos que hacìas (el de las vacas por ejemplo). Te quiero decir que debes poner las palabras completas, aunque sea un garabato. No te pongas conservador, jaja. Y no sè si esto es una novela, es màs que nada un cuento, una narraciòn o ¿esto es el comienzo para una novela que mandaràs a Clarìn?, jaja. Està muy tierno y lindo el cuento. Si me pides una crìtica màs profunda, dejame terminar el primer año de Letras y hablamos. Te amo. Psyche
 
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