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Es martes. Luis está sentado en la banca de la pata rota en el parque. Tiene la cabeza apoyada contra el respaldar. Mira fijamente a un punto vago en aquel cielo color panza de rata.
Una chica en minifalda se acerca. Se sienta justo en aquella banca en la esquina del parque, la misma que tiene la pata rota, la misma en la que está sentado Luis.
La chica cruza las piernas sensualmente. Lo más sensualmente que puedo imaginar. Lo más sensualmente que puede Luis imaginar.
Luis vuelve la cabeza. Ella es de pelo negro, que se corta un ángulo impreciso de su rostro, como un relámpago. Su rostro es precioso. Casi tanto como sus ojos extraños. Su tez es blanca, no como la leche, pero blanca. Lleva una camiseta rosa, justa y apretada, que deja contemplar facilmente la redondez y perfección de sus pechos tiernos. La minifalda contrasta el color de la camiseta, el color del cielo, el color de la piernas que forman una entrecrucijada misteriosa. Son dos piernas, blancas, no como la leche, pero perfectas.
La chica poza la mano suavemente, no quiero repetir la palabra sensualmente una vez más, sobre las piernas. Luis no puede evitar sudar. Luis no puede tampoco evitar sentir deseos. Luis la mira de reojo primero. Luego, se vuelve completamente, y no le quita la mirada de encima.
La chica también lo mira. Luis es un chico bajo. Es flaco. El cabello en su cabeza es castaño. Sus ojos, negros. Se miran. Mantienen los ojos fijos, ambos. No es fácil. Mantienen los ojos fijos, pero nadie dice nada.
Suavemente, muy suavemente, los labios que no pude describir, aquellos labios que sólo pueden tener una dueña, se curvan. Se curvan en el mismo ángulo en que se corta el pelo como relámpago de la chica. Y, sin embargo, lo más increíble es que aquellos labios se acercan. Pero no se acercan solos. Como una constelación de estrellas, el rostro de ella también se acerca. Él responde.
El beso dura aproximadamente lo que dura el tráfico de las seis. Los labios de ambos quedan húmedos. Los labios de ella quedan húmedos y rojos. El rojo más sensual que puedo imaginar. El rojo más sensual que puede Luis imaginar.
La chica se llama Paula. El segundo nombre de Luis es Enrique. Todos los lunes de verano, la banca de la pata rota del parque está ocupada por nostalgia. Lo observo todo desde una banca contigua, aquella de los graffitis.
Es martes. El último martes de verano. Tal vez Luis tenga algo que decirle a ella. Tal vez no sea nada bueno.

Texto agregado el 12-01-2006, y leído por 140 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-01-2006 Es muy buen manejo de la reiteración. No molesta. Excelente pieza cuentística. Te felicito. peco
12-01-2006 muy nostalgico. Me ha gustado. Es exterior a los q ellos piensan. Talvez un par de dialogos le quitarian la parcialidad del narrador a tu texto. iri
 
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