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Todo comenzó durante mi viaje a París, el primero y último que he realizado, por razones que usted comprenderá. "¡Douce France, cher pays de mon enfance...!" dice Charles Trenet en su canción "Le fou chantant"... ¿cómo? ¡oh sí! usted me ha de disculpar, eso significa algo así como "dulce Francia, país querido de mi infancia" y el título de la composición es "El loco que canta"; ¿no la ha escuchado? bueno sí, no lo culpo, es que no es de lo más conocido de Trenet, pero le apuesto a que sí ha escuchado esa magnífica tonada que se titula "El Mar"... No, sí... sí... tiene usted razón, yo tampoco soy afecto a realizar apuestas, sólo fue un decir, sí... volvamos al tema.
Desde que era un adolescente nació en mí la ilusión de visitar París, por eso, en cuanto pude me metí a una agencia de viajes y me inscribí en una excursión; sí, un tour de esos que recorren diez países en dos continentes durante ocho días... es que, como no soy viajero frecuente, bueno, en realidad nunca había salido de mi tierra, y mi presupuesto era un poco limitado... pues por todo eso me pareció la mejor oportunidad.
El asunto es que salí de aquí lleno de emoción, feliz porque al fín podría realizar el sueño de mi vida; no me importaron las previsibles incomodidades del viaje, ni el hecho de tener que convivir durante once días con 50 desconocidos mientras hacíamos meteóricas visitas por Nueva York, Londres, Roma, Florencia, Venecia, Madrid, Sevilla... si al final terminaríamos en Paris. ¡oooh! París y sus Champs Elysés, su Sena con sus 30 puentes irrepetibles; calles arriba, una parada indispensable en el bar Fouquet´s, con su toldo rojo y dorado que divide la avenida en dos, en donde se da cita el mundo cinematográfico y teatral de París; el magestuoso Arc de Triomphe en la plaza l´Étoile; el obelisco de la plaza Concorde; su enigmática catedral de Notre Dame; Les Grands Boulevards; El Lido; la Sorbonne y la famosa Tour Eiffel; sus mil almacenes que marcan la monda en el mundo... y entre el Pont Royal y la iglesia Saint Germain I´Auxerrois, mi gran ilusión... el Louvre. Paradógicamente, el causante de que hoy esté aquí.
Sí... sí, me explico: Sucede que mientras los integrantes del grupo paseábamos por la concurrida plaza de Tertre, en el punto más alto de la colina de Montmartre, rodeada de cafés y restaurantes, punto de reunión de estudiantes y artistas, me llamó la atención una mujer... No puedo decir que fuera muy bella, pero tampoco era fea, reflejaba una gran personalidad, de cuerpo excitante, eso sí, suculento, diría que era provocativa... una mujer mmm... madura, de grandes pechos y muchas curvas, bien rellenita, no como las modelos más cotizadas de esta época. Cuando la descubrí entre el gentío, estaba contemplando la obra pictórica expuesta por un muchacho que, lleno de ilusiones en la vida, trataba de abrirse camino por el difícil mundo del arte. En principio me pareció estrafalaria su vestimenta... llevaba un vestido muy vaporoso en color ocre claro, muy amplio; por accesorio, una cinta guinda amarrada a la cintura; ¡Que estamos en París... ! me dije, y pronto me dejó de parecer extraña.
Pues bien, mientras paseábamos por La Concorde, justo en el lugar donde fue emplazada la guillotina que términó con la vida de muchos hombres en tiempos de revolución, se me ocurrió comentar, en tono de chiste: Dicen que en este lugar María Antonieta y Luis XVI perdieron la cabeza... como todos mis compañeros de viaje soltaron una sonrisa, creí haber alcanzado mi objetivo, pero resulta que a mi derecha, y sin que yo lo hubiera notado antes, aquella mujer tenía clavada su mirada sobre mí, inexpresiva, pero de mirada penetrante, sentí como alfileres que se clavan lentamente; sin pronunciar palabra me deslicé del lugar antes que me fuera a llegar tremendo bofetón que, sin duda, mandaría mis muelas hasta el fondo del Sena; tal fue la sensación de culpa que me produjo.
Pasado el mal rato, el cual no sé por qué debió ser, y siguiendo nuestro recorrido, ingresamos por los guichets, tres magníficos arcos que dan al imponente patio central donde se levanta la enorme A de vidrio, la última construcción monumental realizada en el palacio destinado a las reformas; estábamos por fín en el Louvre, gran cofre que atesora algunas de las obras maestras de las principales civilizaciones del mundo, desde finales de la civilización sumeria, en el 2250 a.C. hasta principios del siglo XIX, a excepción del arte de Extremo Oriente, la que se encuentra en otra parte de la ciudad, en el Musée Guimet.
Lo confieso, no soy un gran conocedor de arte, pero en su presencia la siento, me causa mil sensaciones agradables, creo que eso es el arte ¿o no? Así me ocurrió cuando estuve frente a La Victoria de Samotracia, marmol del arte griego helénico, o ante otro mármol, éste de la época romana imperial, se le identifica como Octavio Augusto orador; Santa María Magdalena, pieza de madera de principios del siglo XVI pintada y dorada, obra del alemán Gregor Erhart; y mil piezas más que apenas pude contemplar "de pasadita" para no perder a mi grupo, que a la vez trataba de dar alcance a nuestro guía.
Así, contra mi voluntad, pero por conveniencia, fui dejando atrás ese magnífico lienzo de Rigaud "Retrato de Luis XVI", ejemplo de la adulación y la ceremonia de aquella época; el autoretrato de Nicolás de Larguilliére con su esposa y su hija, obra que refleja el gusto "noble" al través de la actitud y el ropaje... ¿cómo dice? sí, sí, tiene razón, me estoy saliendo del punto, creo que debo volver a lo que nos ocupa.
Bien, resulta que mientras contemplaba la imponente belleza de aquel palacio, sus inmensas galerías, sus majestuosas escalinatas, los salones de baile... vinieron a mi mente mujeres como Catalina de Médicis, o Diana de Poitiers, la soberbia y todopoderosa amante del rey Enrique II, Gabriela de Estrée, quien murió envenenada y dejó inconsolable a Enrique IV, mujeres que como yo en ese momento, caminaron por esos mismos pasillos, observaron las mismas obras de arte que yo estaba mirando y pusieron sus manos en los mismos pasamanos que yo estaba tocando... ¡magnifique! me decía, cuando la extraña mujer volvió a pasar frente a mí... yo, a esas alturas, debo confesarlo, ya le tenía miedo, así que volví sobre mis pasos y me reincorporé a mi grupo.
Entonces, entré al salón que resguarda, y muy bien protegida de tanto loco que hay en el mundo, La Gioconda... sobre un fondo que muestra un paisaje de atmósfera poética y vaporosa, una figura vigorosamente compuesta por un gran artista, un grande entre los grandes, Leonardo De Vinci, quien tuvo la acertada idea de difuminar las líneas para resaltar las manos y un rostro de expresión enigmáticamente humana... pues allí, ante La Gioconda encontré de nuevo a la extraña mujer, y créalo, estaba conversando con la florentina... ¡sí, lo puedo jurar! No, no, no era una expresión o una forma de respuesta ante el arte esplendoroso, era una verdadera conversación, pero acepto sus dudad, porque yo también las tuve, así que me acerqué a un guardia que estaba junto y le pregunté: Qui est la fille á droite? sí, sí, eso quiere decir ¿quién es la muchacha que está a la derecha? a lo que el guardia sólo volteó y miró hacia dónde le señalaba, volvió a mirarme y con un encogimiento de hombros me dio a entender que nadie estaba allí.
Ante las circunstancias, comenzaba a sentirme incómodo en el Louvre, parecía que esa mujer me seguía por todas partes, y pensaba ¿cómo es que una loca ha venido a estropear el sueño dorado de toda mi vida? así que traté de sobreponerme y me dediqué a seguir admirando el arte, trataba de no prestar atención a la desconocida. De tal forma llegué a otro de los grandes tesoros del Louvre, así lo clasifica el catálogo del museo, como si alguna de las piezas que resguarda no fuera un tesoro, pues bien, estaba ante La Libertad Guiando al Pueblo, dramático cuadro que inspira las jornadas revolucionarias de 1830, obra maestra de Eugéne Delacroix, obra considerada, en aquellos años, peligrosa por su poderoso y exaltado simbolismo; con Frederic Villot, conservador del Louvre y amigo de Delacroix empuñando un arma, y a la derecha la figura legendaria de Gavroche, hijo del pueblo, armado con un par de pistolas, avanzando los dos al frente de la multitud arapienta, teniendo que pasar sobre cadáveres mutilados... magnífica composición.
Me retiraba después de contemplar tan bien lograda imagen cuando, ya de espaldas al lienzo, recordé algo que me heló la sangre... ¿acaso no falta algo allí?
mi pregunta me paralizó, quería voltear y salir de dudas, pero a la vez me lo impedía el temor de no estar equivocado. Debí pasar así varios segundos, pero por fín me sobrepuse, con cierto sigilo miré hacia atrás y... ¡No está La Libertad! grité a todo pulmón... ¡Falta La Libertad! Mis gritos atrajeros la atención de todos los asistentes a la sala, los guardias de seguridad corrieron hacia mí; sonaron un sinfín de alarmas, puertas que se cerraban de manera automática y... y en el lienzo, el espacio que debió ocupar el cuerpo escultural de La Libetad con la bandera de Francia en alto... permanecía vacío. La gente corría a mi alrededor, el alboroto que se produjo en un segundo fue mayúsculo, me rodeó una docena de guardias y les señalé el cuadro en donde... ¡ya estaba allí La Libertad! con su vestido vaporoso, color ocre y una cinta guinda amarrada a la cintura, mostrando los pechos y empuñando una bandera mientras guiaba a la multitud... Pero ¿qué es esto? No, no, ¡a dónde me llevan! apenas me di cuenta cuando me colocaron unas esposas en las muñecas y, a empellones, me conducían fuera de la sala, la gente mi miraba y gritaban ¡loco! ¡sáquenlo de aquí¡ entre otras "lindezas" que no me atrevo a repetir. Y antes de abandonar el lugar... se lo juro doctor, no estoy loco, volví la cara hacia la pintura y La Libertad me guiñó un ojo...



Cancún, México.

Texto agregado el 07-11-2003, y leído por 807 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
08-05-2005 Te gusta el arte, conoces de historia y escribes muy bien. Gravias por compartirlo. mis estrellitas merche
14-04-2005 Lo leí hace ya bastantes días pero lo recuerdo. Con el anterior, acerca del arte en Toledo y éste, créeme si te digo que estás despertando en mí también esa afición. Tu narración la encontré muy imaginativa, aparte de bien llevada. Recuerdo el cuadro de la Libertad, una mujer destacando sobre el resto, enarbolando una bandera, creo recordar y símbolo revolucionario para Francia. Su lectura me dio el incentivo d escribir algo un día sobre esta idea, pensé en Velázquez, cuadro de Las Meninas. Y paso a leer el anterior. Ruth
12-03-2004 ¡que texto tan extraordinaro!...me ha encantado eloisa
24-11-2003 Tu relato me ha hecho viajar de nuevo a Paris, se nota que cuidas mucho los detalles, las descripciones son sencillas pero suficientes para transportar al lector. Por otra parte, me encanta la idea de la mujer misteriosa, inquietante que persigue al viajero...la libertad que se escapa de la pintura, que es "libre" paseando por la ciudad. El final inesperado, ¿cómo saber donde empieza la locura? quizá los locos son los demás...Enhorabuena! tabata_25
08-11-2003 Ahhhhh! Estimado! Un viaje exquisito por un Paris luminoso, de la mano de un escritor estupendo, y por si todo esto fuese poco, un recurso imaginativo de impecable factura. Le dejo un Trenet que ojalá le devuelva un quinto del deleite que Ud me produjo con este cuento" ¿Qué queda de nuestros amores? ¿Qué queda del mes de abril? ¿De aquellas citas? Un recuerdo que me persigue sin cesar. Charles Trénet" El tren del buen gusto llegó a horario, y me encontró afortunadamente en el andén. Gracias por compartirlo hache
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