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Inicio / Cuenteros Locales / clasificada / Ana Toronja; La venganza del cuco

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Ana había jugado el juego del cuco desde toda la vida. Se escondía con los amigos y los primos, con las amigas y las primas (para no excluir los géneros como algunas tías, Ana lo describía todo). Se trataba de hacer que alguno, en principio aceptase ser el famoso y negro, Señor Cuco. Luego la situación era sencilla, el cuco se quedaba fuera de la habitación y entonces los demás niños entraban a esconderse, cada uno elegía un número diferente y cuando ya todos se habían escondido en la oscuridad (era este un juego nocturno, nada de luces ni linternas o lamparitas, había pues que ser valiente), el cuco hacía su aparición magistral que se limitaba casi siempre a un buuuuuuuuu, yo soy el cuco.
El susodicho, iba pidiendo que cada número hablara o cantara o, lo más típico, hiciera el sonido de un animal. “A ver, a ver que el número 3 haga como un pollito…”, eran las típicas tardes que se iban convirtiendo en noche, de los cumpleaños o las fiestas a las que asistían de pronto muchos niños que recién descubrían que eran primos, amigos o conocidos de cuando sus papás hacía mucho…etcétera.

-“O te callas y dejas ya el llanto, o te dejo sola y te lleva el cuco”-. Esa frase quizás era la más conocida dentro de cada casa limeña. En la quinta en donde Ana vivía, aquella se escuchaba desde lejos. Nicolás, el vecino, alcohólico y negro (según el padre de Ana esa era la combinación perfecta de un delincuente) tenía 5 hijas, (Paola, Melisa, Charo, Susy y Aurora) todas a las cuales les gritaban la frase un par de veces al día. La ventana de la sala y comedor de los Cajal, Nico y su aguda y vocifera mujer Aída, daba justo con el patio de la casa de Ana. Era fácil escuchar todo lo que sucedía tras la pared de ladrillos. Las peleas y los gritos, los insultos, golpes y la cantidad de platos, vasos, vidrios que se rompían a diario en aquella casa. Ana había escuchado que para evitarse todo el drama de aquellos vecinos, la solución al problema era el divorcio, pero en la casa nadie hablaba de esa desviación de la vena familiar. Ana conocía muy de cerca el divorcio, con el tiempo sería el cuco de muchas de sus pesadillas. Pero ella no había experimentado ni las peleas ni los gritos, era tan pequeña cuando sus padres se divorciaron que los conocía desde siempre como dos personas completamente independientes, salvo por la razón de que eran sus padres. No conocía eso de la vida familiar y el núcleo de una familia normal, y las profesoras la miraban atentamente cuando se referían a las “familias normales” en las cuales no existen monstruos ni extraterrestres que se divorcian y hacen sufrir grandes tragedias a los chicos cuando son adolescentes.

Cuando se acababa el juego del cuco venían las historias de terror para los más grandecitos porque siempre estaban aquellos primitos cojudos que a mitad de la historia se ponían a llorar y ¡zas! Las nalgadas a Ana y a Magdalena por andar diciendo que a los que lloran se los lleva la muerte. Siempre intrigaban los misterios de la vida y la muerte la mente de Ana, que comenzaba a abrirse como una flor, lenta y vivaz. Los fantasmas y las historias de los aparecidos que su abuela Flora le contaba.
Rezaban el rosario todas las noches pues dormían ambas en el mismo dormitorio y para la hora del rosario y los rezos al santísimo Jesús, no había escape. Ana se acostumbraba, se aprendió varias oraciones, el rosario y los misterios de derecha a izquierda y se quedaba dormida como las viejas de los domingos de misa, con las pepitas marrones y la cruz por entre los deditos. Pero habían noches en que aún después de los maratónicos rezos, ella seguía despierta y entonces recibía de su abuela las historias más espeluznantes, que se aprendía o apuntaba en un cuaderno para contar cuando los primitos cojudos desocupaban entre llantos y gritos, la habitación a oscuras. El miedo parecía un ser juguetón, despiadado pero agridulce, que se escondía en su corazón y despertaba sólo para asustar al resto nunca contra ella misma.

Pero hubo una tarde en que Ana sintió el miedo. Una sensación fría, sutil que erizó los vellos de sus brazos y piernas. Años después describiría este suceso como sentir el aliento de la muerte.
Fue una tarde como cualquier otra y hasta había salido el sol y los carnavales se habían jugado entre los vecinos de la quinta en la Avenida Brasil. Y sin embargo, la abuela Flora había estado muy meditabunda el día entero. Ana no sabía si era la costumbre media teatrera y sicosomática que abundaba en la familia o si en realidad algo estaba por suceder. Su abuela no se equivocaba con las predicciones y los sueños, aparentemente y por lo que escuchaba, siempre daba en el clavo con las señoras que la venían a visitar y a pedir consejo.

Ana ya había entrado a su casa, luego de bañarse y cambiarse, miraba la televisión cuando se escucharon los gritos en toda la quinta y los vecinos asomaban las cabezas por las ventanas. La abuela Flora salió de su taller de pintura (un estrecho cuartucho hecho de madera en el patio), se dirigió lentamente hacia la puerta principal, de vidrio y la abrió.

La ambulancia llegaba con la sirena a todo volumen, la costurera del tercer piso había bajado con los alfileres aún en la boca, el señor Domingo a quien nunca se le veía, había salido enternado y preparado. Ana salió junto con su abuela a la puerta y ahí estaba Nico, con Aurora en los brazos y la muchacha que Ana estaba segura perdía la vida en ese instante, fue llevada al hospital de policía.
No habían pasado más de tres horas desde que se habían llevado a Aurora al hospital, cuando Nico regresó a su casa y se oyeron algunos llantos y carazos muy justos. La niña se había muerto por asfixia. Había estado jugando a las escondidas con sus hermanas y se había metido debajo de un mueble muy pesado, había sufrido un traumatismo en el pecho y sus hermanas la había sacado muy tarde, ya con la boquita azul.

El velorio se propuso tan rápidamente que aquella misma noche cuando la madre de Ana llegó, con las mismas, salían ya las tres mujeres para la iglesia de San Juan María Vianey.
Era la primera vez que Ana entraba a un velatorio, la habían llevado por eso de que eran amiguitas, y bueno, si que pena, por los chicos…Estaban todas las cuatro hermanas vestidas de negro y llorando al lado de su madre Aída que contrario a sus costumbres se hallaba muy callada y muy de negro. Nico fumaba con algunos de sus amigos fuera de la iglesia y la abuela y la madre de Ana se acercaban a las personas diciéndoles que sentían mucho lo sucedido.

Ana se acercó lentamente al cajón de madera blanco. Aurora sólo tenía 5 añitos, su cuerpo azulado y sus ojos tan cerrados y hundidos. Parecía congelada, ida, muerta…
Le tomaron algunos minutos a Ana comprender lo que sucedía, comprender la muerte, la idea de que aquella niña con la que había jugado la misma tarde, aquella que había reído y comido y jugado, ahora, estaba dentro de ese cajón, tiesa y azulada, tan llena de muerte como vacía de cualquier indicio, rastro de color, de vida.
“Estábamos jugando al cuco, y él se la llevó”. Melisa dijo estas palabras al oído de Ana, quizás con la malicia de un corazón herido, quizás por hacerla llorar o quizás porque en algún momento ella lo había creído así. Pero Ana se quedó paralizada y sintió su corazón latir lentamente y sus manos se volvían frías y los pies estaban congelados y pegados al suelo. No quería llorar, no sentía dolor. Después de unos segundos, descubrió muy aturdida que el miedo la había envuelto en aquellos segundos.
Dio una mirada más a la niña, rezó un padre nuestro y un ave maría, la miró una vez más y luego se acercó a su madre.
Aquella noche, Ana pensó mucho en la vida y en la muerte, en lo frágil que es el cuerpo y en lo azul intenso de la muerte, en su mente pequeña aún, dibujaba la muerte como la falta de color y movimiento, y se asustó de nuevo. Se estaba quedando dormida y sintió, que cercana estaba la muerte tan rígida del sueño tan oscuro. ¿Y si realmente el cuco se la había llevado? Ana corrió a la cama de su mamá y la abrazó, cerró los ojos y se durmió.


Texto agregado el 21-12-2005, y leído por 400 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-05-2009 Dulcísima y hermosa historia, llevadera, bella. Un placer haber pasado, mis 5*! Juan. ave_de_paso_
21-12-2005 Excelente narración. Me gustó mucho, mis ***** celiaalviarez
 
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