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Terminará de preparar sus apuntes de biología para la clase del día siguiente. Se posará frente al televisor para hacer su acostumbrado y meticuloso recorrido por la programación pero como es tan selectivo con los sonidos ahuyentara con un pequeño botón el del televisor.

El mismo tipo de programa de todos los días, su pasión por los animales. Hoy un documental, no cualquiera. Más bien sobre los rastros de los suburbios, los rastros que abastecen la ciudad de carne. Aquellos donde a las tres de la mañana comienzan a llegar los camiones repletos de reces. Solo un par de horas después yacen cientos de reces, puercos, borregos y qué sé yo de que tantas cosas más, colgados de cara al infierno como presintiendo que ellos nunca descansarán en paz sino sobre un estomago. No podrá ser de otra forma, no tienen derecho a descansar en paz y menos sobre la tierra porque han osado ser inhumanos.

Los ojos del espectador estallarán en un silencioso llanto que colocará su cuerpo en posición fetal sobre el lado derecho. Ajeno a la sociedad que se mueve fuera de su casa está horrorizado, la madrugada avanzará, el cansancio lo ira traicionando hasta arrojarlo al sueño no deseado, a las pesadillas más temidas hasta encontrarse colgado en el rastro caminando al infierno en castigo al sentir dolor por lo inhumano.

Raquel se asustará al verlo en esa posición, tratará en vano de hacerlo despertar. Un aire frío llegará por la ventana acariciando su espalda, su piel se pondrá nerviosa y cerrará la ventana para refugiarse en la esperanza que al acostarse al lado del feto, éste le proporcionará un poco de calor.

En esa peculiar oscuridad se alumbra del televisor mudo. El documental de los rastros volverá a comenzar, ella, Raquel cerrará los ojos pensando que apenas es la sexta noche después de la boda y la primera en su nueva casa, debe ser eso solo eso y se va quedando dormida.

Allá, afuera la luna es torturada por una tinieblas de nubes y ha decidido no salir más esa noche. Ella dormirá mientras sueña, lo que sueñan las mujeres que se duermen mojadas y con frío, dormirá hasta que sienta un pequeño lamido en los pies que le ira recorriendo el cuerpo pero con el primer gemido el aire frío volverá a posarse sobre su espalda. Y está vez un conjunto de sonidos irritantes serán peor que el propio frío.

Mirará a la ventana y la mirará abierta, no querrá caminar pero caminará intentando cerrarla, las manos sudan frío y al lograr el objetivo, la tele perderá la imagen y recuperará el sonido y a todo volumen te repetirá constantemente esas voces que has querido dejar fuera. Es evidente que alguien juega con el control de los sonidos.

Te asustarás en tanto el feto te observa entretenido: “aquí no se oye nada, estas loca” y se volverá a dormir. Ella se quedará en vigilia tratando de pensar en la comida del día siguiente y hubiese querido ser salvada pero salvará al feto por la mañana cuando cruce esa puerta vieja de caoba para decirle que el desayuno esta listó por instinto volteará lleno de angustia para posar sus ojos en el televisor solo entonces habrá despertado completamente, cuando la pantalla este llena de rayas de colores, de esos colores que no alcanzará a comprender y no por eso dejarán de transmitirle tranquilidad.

Raquel lo esperará en el comedor mientras algo inhumano maúlla por lo pasillos. Él llegará al comedor y juntos degustarán un plato de vegetales. Se marchará al trabajo como una pausa cotidiana que se prolonga hasta las seis.

Al llegar a casa vera en la entrada la cara pálida de Raquel, la rata muerta frente a ella y en comedor cuatro platos con carne como esperando a alguien… No preguntarás

Iras donde Raquel y la golpearas contra la ventana. Tus manos comenzarán a sangrar y aun muerta ella también se seguirá desangrando. Lo inhumano seguirá maullando por los pasillos hasta encontrar al nuevo huésped y en un intentó por ser más humano gozará de trozos de carne de Raquel, trozos que pasará con sangre.

En otro pasillo, en otro cuarto, en el mismo momento un carnicero es arrojado a los cerdos que se abalanzan hambrientos sobre la presa, un escalofrío lo paralizará y el silencio será testigo hasta que alguien active el volumen y digas basta “tengo que terminar de preparar mi clase de biología para mañana”.

Texto agregado el 17-12-2005, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


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