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La ciudad se extendía cada noche como una gran barriga atiborrada de seres más o menos humanos que se deslizaban intermitentemente por sus calles y avenidas.
Juana caminaba sola. Con su belleza a cuestas. Perdida en el enigma de la noche. Buscando un paraíso nunca conocido pero intuido en lo más remoto de su esperanza. Sacaba de la soledad un romántico partido. Como si ese tipo de soledad que la envolvía fuese un designio divino y universal. Algo grande la erigía frente a aquellos que tanto la halagaban pero nada captaban de su luz. Algo que la hacía ver en la oscuridad de su subconsciente pero que no evitaba dejarla caer, herida por la daga del amor, en el más despiadado sentimiento de muerte.
Quizás cayeron, junto con las coletas de colegiala que sostenían su pelo aquella errada tarde, todas las creencias en la moral humana. Aquellas coletas que se deshicieron en una cama usada puede que contuvieran la esencia de la ilusión por la vida y la enmarañada melena que quedó se transformó en greñas de desengaño y traición que rasgaron la inocencia de Juana demasiado temprano.
No pensaba en nada de esto cuando ahora caminaba sola, años después, intentando desmenuzar el corazón de los hombres. Escudriñando los deseos para encontrar una fuerza mayor que la apartara de la autodestrucción.
Caminaba sola por la ciudad. Abriendo minas a su paso. Segura de la fuerza de su belleza aunque temblando por dentro por el matiz terrible que iba adquiriendo su vida. A veces, en los momentos en los que el resentimiento remitía, se entregaba, llena de alegría a todo aquel que la necesitase... pero, tanto agujero negro en el corazón comía los senderos por los que un ser humano podría orientarse en su camino hacia la luz.
¿A quién le interesaba descubrir a aquella niña con coletas sumergida en la tormenta del odio reprimido?
¿Cómo podría gritar: - ¡Han dado en el blanco!- cuándo seguían asaeteando su diana interior, esa diana que al final de la vida muestra todas las cicatrices de la existencia?
Sola. Caminando por la ciudad. Como sonámbula. Adicta a los abismos de la noche. Huía de las sombras de sus recuerdos, de esa casa que nunca fue la suya, del miedo, de la locura, del rencor en su más puro estado, para caer en los brazos de los que sólo la podían ver con un ojo, el del pene.
Y no pasaba nada mientras entregaba su cuerpo desnudo porque Juana no estaba. Juana volaba con una copa y otra copa. Con un “chino” y otro “chino” y sobraban las palabras.
-Palabras, palabras, palabras de amor. ¡Mojigaterías de la expresión!
Era mejor el silencio que todo ese campo abierto de mentiras que se encierran dentro de las palabras de amor.
A veces incluso se sentía sexualmente dueña de los hombres y directora de sus destinos. Los podía coger por los huevos y doblegarlos al tiempo que los hacía creerse dioses.
Pero eran ellos los que se llenaban de vida mientras Juana lo hacía de muerte y se vaciaba en un silencio empapado en lágrimas sin sal.
¿Quién reparte los pañuelos en este mundo de mil pares de narices?



*




Vivimos civilizadamente. Sabemos mucho. Y lo que no sabemos lo descubrimos. Y lo estudiamos. Lo estudiamos todo. Lo antiguo. Lo moderno. Lo archí conocido. Lo ignoto. Sabemos que creemos, pero no sabemos qué creemos.
Nos hemos arreglado un traje de moral que nos hace sentirnos seguros, pero en realidad nos queda unas tallas ancho. Nos agarramos el bolsillo interior de la chaqueta para sacar nuestra etiqueta con el logotipo de la justicia. Justicia que, por otro lado, de ciega, corta más cabezas que las que atina a colocar en su sitio. Y ahí el individuo entero, dispuesto a sentarse, o acostarse, en la mesa o bajo de la mesa de la opulencia ética.
Es igual porque acaso a un templo cualquiera trae planchada la muda de estafador de sueños y se le suelta un gas así como si nada.
A Juana todo esto parece no importarle porque cree que se ha redescubierto en otro estadio de la realidad. Se levanta del váter y se seca el líquido elemento. Se sube las bragas y los pantalones. Piensa que todo es más bien una labor de ordenamiento y archivo. Se acuerda de las palabras que alguna vez no colocó en su sitio y decidida a abrir la boca recuerda que la última vez que lo hizo le metieron, por la cara, una cucharada de carne.
Aprende a reconocer a los bisexuales, tri-sexuales, tetra- sexuales etc. Y ve cómo llevan la banderita opuesta.
Mira y también se tira un pedo, pero esto no estaba planeado.

*

Una gota marrón corría por la plata dejando en su camino una estela gris.
Para Juana era como el río de los sueños atraído por el vertiginoso océano de la demencia y sentía de pronto un extraño poder.
Un río de caramelo amargo y misterioso que hacía desaparecer el dolor. Así ya estaba lista para continuar, preparada para otro asalto a la vida. Así se iban sus días, de mentira en mentira, de abandono en abandono, de soledad más soledad.
La amistad de Antonio de poco serviría. Cuántas y cuántas veces la había recogido ex profeso para llevarla a hacer gimnasia. Quería que sudara aquellas sustancias que la iban consumiendo y aunque ella lo admiraba y lo quería, la decepción, las drogas y el alcohol habían calado hondo. Él quería remendar ese alma desgarrada. Como se cose a un torero para que el toro lo vuelva a descoser. Juana se descosía por momentos y no había nada más que hacer. Ella aún creía mandar en su universo y su universo se iba por el tubo plateado que pendía de sus labios. No podía salir de su jardín- infierno. Él se fue.

*


¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué le dejó marchar? Una y otra vez se preguntaba lo mismo. La impotencia le iba corroyendo la razón y las dosis de droga aumentaban para compensar la rabia. Ya no dominaba las situaciones y el pozo se hacía cada vez más negro y profundo. La confusión extendió su manto en la memoria de Juana y los días desaparecían engullidos con el humo de la gota y el bombeo de la jeringuilla.
Ahora sólo mandaban sobre ella las drogas y los traficantes y éstos bien que ejercían su labor.
La fatiga la iba consumiendo. Las mismas piernas que antes la llevaban, ágilmente, por las calles, ahora únicamente pedían descanso. Sólo las fuertes punzadas del mono las hacían funcionar, tensas, en busca de un nuevo paquetillo. El alcohol no le aliviaba, los calambres se hacían cada vez más intensos. La pena la consumía. En su maltratado cerebro la apatía se afincaba, tremenda y terrible, vertiendo los recuerdos en el estanque podrido y nauseabundo de su nueva memoria.
Ya no significaba nada el dolor de su primer sufrimiento. No se manifestaba su alma. Sólo existían los golpes, los abusos, la desolación, el olvido. La belleza se iba difuminando, pobre Juana, perdida en la realidad del espejo. ¿Para qué seguir viviendo?

*

Hay quien puede soportar toneladas de fracasos. Hay quien naufraga en un charco. De la indolencia al patetismo una marea de grises decora el firmamento de los humanos. Es curioso el concepto frágil. Un cristal corta un espejo.
¿Con qué revolución se crea la primera grieta? ¿Cuál es la gota de agua que huella la piedra?
Hay seres como piedras gigantes pero Juana sólo ve piedras gigantes. Juana es un prisma con un lado imposible. Aprende a acomodarse en su dolor. Cualquier mártir lo entiende.

*

La mañana había sido calurosa. Por el resquicio que dejaban las cortinas de la ventana los rayos del sol entraban poniendo al descubierto corpúsculos dorados en el aire. El ojo izquierdo hinchado y amoratado permanecía sellado por una gruesa legaña. Con el derecho miraba, ausente, hacia la luz..
Una lágrima rodó por la mejilla y se coló en su oreja. Intentó incorporarse pero sentía las costillas como cuchillos cortándole los pulmones. De la paliza sólo podía recordar los primeros golpes, cuando intentaba huir, luego eran todos como uno sólo inmenso. Recuerda que pensó cuando su cabeza chocaba una y otra vez contra el suelo que al siguiente golpe moriría. Tengo que levantarme, se decía para sí. Tengo que ir a buscar...
Apañó su pelo como pudo intentando cubrir las hinchazones del rostro, cogió una viejas gafas de sol que encontró en algún lugar de la casa y bajó con cuidado las escaleras hasta la puerta de salida. Afuera el sol era demasiado intenso, le latían los ojos y le daba punzadas la cabeza. Con paso trémulo se dirigió hacia la sombra. –Maldito hijo de puta- pensaba mientras como un autómata se acercaba a la casa de un colega que, seguro, tenia para ponerse.
Cuando llegó a la casa emanaba de sus poros el hielo de sus venas.
-Que “t’a pasao” canija, te has caído por un barranco?- Bromeó con ella.
-¡Déjame pasar por dios canijo que no puedo más!

*


Existe una rara solidaridad entre los que sufren los mismos pesares. Juana, además, poseía un magnetismo especial que aún en sus peores momentos se podía vislumbrar. El canijo hace tiempo que campaba por ella, además, no era la primera vez que le quitaba el mono.
-Siéntate ahí y ponte esto. Ahora me cuentas, niña, que t’a pasao.
Con manos temblorosas cogió el paquetillo; preparó la cucharilla y tomó una jeringuilla del paquete que había en lo alto de la mesa. La sustancia entró en sus venas y el calor sustituyó al escalofrío. El sabor le humedeció la boca y cortó de un tajo el desagradable moqueo que había tenido todo el rato en su nariz dolorida. Él la acompañó con otro y luego otro mientras se iba el día, la tarde y la noche. A la mañana siguiente el canijo le propuso ver a un colega que tenia un negocio “más seguro” para colocar a Juana. –Te puedes sacar todos los días una buena pasta...-

*

Juana es noble. Es más, cree firmemente en la nobleza. En la nobleza intrínseca. Esa que todos deberíamos traer puesta al nacer.
Cree en la libertad, aunque la libertad sólo sea una utopía, sobre todo para ella. Está confusa y malherida. Más herida en el alma que en el cuerpo. Sabe que su problema no tiene fácil solución y aunque no es corta de espíritu si que tiene atrofiada esa parte del cerebro que nos hace tirar para adelante. Intuye que está entrando en una recta final. Esto ha de desembocar en algo. ¿Se limpiará las alas de alquitrán y echará a volar?
Juana no sabe soportar otra cárcel que la suya propia porque piensa que en definitiva sólo ella puede decidir sobre ella misma. ¿Qué secreto paraíso se diluye en el brillo de sus ojos? ¿En que percha colgó su alegría?

*

El día se convirtió en varios y a Juana se le fueron curando las heridas al tiempo que le echaba una mano al canijo en la casa y en la cama.
Cuando tuvo la cara presentable fueron a ver al colega aquel del negocio. El negocio era una casita arreglada como las casas de muñecas y aspecto limpio. En la salita, tres o cuatro chicas reían charloteando sin disimular la curiosidad que suscitó Juana al llegar. En las salas contiguas hombres muy bien trajeados bebían y bromeaban con otras chicas. Al fondo se podía ver el bar. El barman, tras un mostrador de madera sacaba brillo a un vaso con gesto solemne y profesional. La red estaba echada. Juana entró allí a trabajar y en poco tiempo fue de las más solicitadas. Estaba asombrada de que alguno sólo quería conversar.
La cosa parecía tan fácil... Mas el pobre corazón de Juana ya no aguantaba mucho más. La libertad del alma estaba cerca. Casi la podía palpar.
Una noche, después de una tarde muy completa, salió y tomó un taxi. Pensó que con un gramo tendría suficiente, hizo esperar al taxista mientras lo compraba y se dirigió al apartamento que llegó a alquilar junto con otra compañera. En el congelador guardaba una botella de vodka. La abrió y se sirvió un trago. Se preparó un chino para relajarse. Sentía miedo, pero un miedo sospechosamente atractivo. Se sirvió otra copa y tomó las pastillas que guardaba en la mesita de noche. Se sentó en la cama y se preparó un chute tan cargado que apenas si podía mover el émbolo. Tomó las pastillas trago a trago. Luego, lentamente inyectó el contenido de la jeringuilla en su vena. Despacio, muy despacio, saboreando el último momento y se recostó sonriendo.

Texto agregado el 06-11-2003, y leído por 187 visitantes. (0 votos)


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