Un soliloquio estallando en las paredes del alma; esa suave melodía que se acrecienta en concatenados espasmos; la espuma del oleaje bañando un arrecife; ese caudal de instintos plasmados en lo amado; la eternidad cubriendo el hemisferio de los Dioses; la vida que renace en cíclicos instantes de felicidad...


Como alegoría...


Dentro, la oscuridad nos habita. Acostumbrados a ella, vivimos asiduamente sus reglas. Cuando ese resplandor comienza a iluminarnos, entonces, aunque cegados por la insipiente luz, emergemos de esas cavernas para conocer otras experiencias. Y allí estamos, eclipsados por lo distinto; acostumbrándonos lentamente a concordar actitudes humanas, en el cruce de lo individual con lo absoluto, para complacer y complacernos mutuamente. En lo paulatino que se hace eterno, bajo ese temblor que nos legaron para obtener placer por medio del clítoris, como única función de dicho órgano. Mientras la mente nos invoca con su torrente de emociones a corporizar la libido que fluye por el cuerpo, desde el interior, nuestros brotes van germinando en innumerables ramificaciones... “Eso es un orgasmo; quien lo probó, nunca lo podrá olvidar...”

Ana Cecilia. ©