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URGENCIAS


A las 19’05 h sonó el teléfono móvil del hijo mayor.
-- Sí?
-- Bueno, si lo veis grave habrá que acercarlo a “Urgencias” del Hospital “Peset”. Podríais llamar ya a la ambulancia
-- Bien. Me cambio y me acerco a vuestra casa. .- Al otro lado, la voz de su anciana madre temblaba y asentía.

19’10 h, Pedro se dirige a casa de sus padres buscando atajos por la ciudad. Siempre hay más vehículos cerrando el paso cuando más se necesita correr.

--¡Mamá, abre, soy yo!
--¿Desde cuándo tiene esos dolores?
-- Desde hace una hora aproximadamente. He llamado a tu hermana para que ella también lo viese y decidiéramos qué hacer. Juana, la madre de Pedro, tiene 84 años y padece de hipertensión. En estos momentos sus mejillas están rojas y, en general, la cara.
-- Tranquila, mami, con una inyección se le pasará todo ese dolor. ¿Habéis llamado a la ambulancia?
-- Si. Ya venían hacia acá. Indica Rosa, la hija segunda, con la mirada inquieta.

El anciano se contrae en un gesto de dolor, conteniendo un grito y haciéndolo quejido.
A sus 96 años su anatomía ha sufrido un infarto de miocardio y varios cerebrales. Su memoria no alcanza ni los diez segundos anteriores, apenas puede caminar, no por falta de fuerza en las piernas sino por que no le llegan bien las órdenes del cerebro a las extremidades.
Últimamente ha visitado el hospital con frecuencia. Fue ingresado con neumonía de la que se salvó por lo fuerte que estaba su cuerpo en general. A consecuencia de ella, encontraron una mancha en uno de los pulmones, por cuyas características nos aseguraron, en un 95%, que era cáncer.

Relaciona la familia estos dolores con el despertar de la oscura enfermedad.

Llama Julián, el tercero de los hijos y la madre le informa de lo que le está sucediendo al padre. Cuando salga de trabajar irá al hospital.

De nuevo la cara crispada, el cuerpo encogido y un lamento hondo reteniendo un mayor desahogo, indican que ha vuelto la punzada.

La chicharra del teléfono interno del edificio avisa de la llegada de la ambulancia.
El abuelo pasa del sufrimiento al sueño en fracciones de segundo. Su cuerpo le reserva así sus energías. En estos momentos se agradece que no tenga memoria.

“URGENCIAS”

“HOSPITAL DR. PESSET”

Antonio, el padre y Rosa, llegan antes en la ambulancia y Juana y Pedro más tarde en el coche de este.
Un enjambre de sillas de ruedas, ocupadas y no, en el vestíbulo. Más que murmullo de gente, son las voces que sobresalen en todos los tonos posibles. Mostradores de recepción con enfermeras y enfermeros explicando o pidiendo papeles. Otra habla por megafonía con la mirada hacia el techo:”Familia de Lorenzo Martín” y lo vuelve a repetir.

Un vigilante jurado flanquea la entrada al corredor donde se encuentran varias camillas con gente, esperando ser atendidas de urgencia.

Pedro y su madre se aproximan y señalan al guarda la camilla de Antonio, dialogan un poco y les deja pasar.

Rosa debe abandonar el lugar junto al padre y esperar fuera, en recepción.

De nuevo, Pedro trata de rebajar la tensión de su madre con una frase de aparente seguridad. La anciana lo mira desde su pequeña estatura con ojos de confiar a penas.

Entra al pasillo en camilla una muchacha de unos 20 años con convulsiones que le hacen saltar hacia arriba con el pecho en un temblor imparable. Ataque de ansiedad. Una amiga trata de decirle algo al oído, la paciente tiene la cara totalmente contraída y los ojos se le salen de las órbitas.

Dejan la camilla delante de la de Antonio. La madre avisa a Pedro para que no permita que entren antes a la consulta de la doctora que les tocó. Una menuda mujer de no más de 28 años que parece que dejase los libros anteayer, pero dibujado en la mirada su afán por remediar en lo que pueda a quien le pongan delante.

Vuelve a abrirse el portón automático, el guardia, plantado, observa pasar rauda la camilla con un herido de motocicleta con varias brechas sangrantes en la cara y manos, el casco entre los pies, vestido, pantalón de cuero y zamarra de cuero. Observándolo más se puede percibir una mueca de dolor en una cara sanguinolenta y que pronuncia torpemente, mueve los dedos torpemente. Lleva alcohol en la sangre. Una de sus manos se la pone sobre la clavícula mientras gime y grita alternativamente.

Un nuevo dolor agudo traspasa como una lanza al viejo y le fuerza a doblarse.

--¡Ya se pueden ir! Si, salgan y siéntense en la sala de espera. Tiene que decir con cierto retintín la joven médica a una pareja de mediana edad que se habían quedado en la consulta, quizá aprovechando el turno que tuvieron, hasta que los tirasen de allí, sin la menor conciencia de quienes estando más graves esperan en el pasillo.

--Pasen. Indicó a los acompañantes de Antonio.

Si hay algo que no tolera el anciano de cerebro acorchado es que le hagan daño. Y la enfermera le tuvo que hacer para ponerle el catéter.


--¡Hostia!
-- Sujétele el brazo, por favor. Si no, no puedo y le hago daño.

Asintió Pedro e intentó distraer a su padre mientras repetía la sanitaria.

Hora y media duró la consulta, con electrocardiograma incluido.

--Ahora han de bajar a hacerle unas radiografías.

De nuevo en el pasillo.

No estaba la chica de las convulsiones. Sí el motorista.

Otro anciano con sonda en la nariz habla con su hija mientras es conducido por el pasillo. No parece que su hija le entienda. Él se enfada.

Un médico de guardia, muy joven, asomado a una de las consultas que dan al pasillo, ríe la gracia de un camillero que conduce una silla de ruedas con alguien que está unido a un gotero por un tubo de plástico transparente. Rompe el ritmo de sufrimiento y tensión nerviosa que domina la zona.

El auxiliar conduce la camilla de Antonio con destreza y la coloca en un suspiro dentro del ascensor.

Durante la espera, se ven llegar camillas con personas de edades diversas y así como sus dolencias. Todos para hacerse placas de RX.

En una de ellas un anciano de pelo como la nieve, aspecto inteligente y mirada clara, mostraba alguna herida en la cabeza que había teñido de rojo las canas. Su hijo, un hombre de unos 50 años, le hablaba y le escuchaba.

-- Que sí, papá, que te he recogido del suelo debajo de la escalera. ¿No recuerdas cómo caíste?
-- No recuerdo nada, hijo.

Un bebé de menos de un año en los brazos de su joven papá, ríe las gracias que le hace el hijo del señor que no recuerda su caída.

El padre se siente halagado y lo mece de pie.

Ya sale Antonio. Acuden su mujer y su hijo. Él, al verlos sonríe como un niño que viene de un largo viaje y se reencuentra con sus seres queridos. Juana adivina su intención y le arrima los labios llenitos de arrugas a los suyos y se unen en un beso largo desinhibido de las miradas de los que esperan en sillas y camillas a que los radiografíen.


A mi amigo Rodrigo en su cumple









Texto agregado el 05-12-2005, y leído por 326 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
11-01-2006 Qué bien contado. Cómo me he identificado con Pedro y con las sensaciones de las Urgencias. Y hermoso final con beso que dure menos de diez segundos para que no se olvide. Enhorabuena al escritor y felicidades al homenajeado. juanrojo
15-12-2005 Narrador omniciente, prosa fluída que no se detiene, avanza, analiza, retrata el momento. Un abrazo. mariamorena
14-12-2005 Tus ojos son lúcidos, tu pluma clara. Ver y Escribir todo es lo mismo. Cualquier experiencia en una sala de urgencia, marca de lo lindo. Con todo su monotonía puede distraernos y no calar que nuestra vida depende de un hilo. azulada
12-12-2005 Has puesto la dosis justa de detalles como para meter a quien te lee en ese límite entre la vida y la muerte que es la sección de urgencias. Te aseguro que cuando finalicé la lectura fue como si por unos minutos hubiera estado allí, en el hospital, compartiendo de algún modo ansiedades, angustias, temores y demás. ***** Iwan-al-Tarsh
10-12-2005 Trepidante narración que desarrollas en la sala de urgencias de un hospital cualquiera. La parte burocrática, el ir y venir de pacientes, los diagnósticos, las pruebas médicas, etc... son un fondo de peso para la historia pero lo es aún más la agonia y angustia de esa familia que observa tremendo panorama mientras espera los resultados médicos de su familiar. El beso lleno de arrugas ha sido un gran acierto, nos haces terminar con una sonrisa tan dramática y actual historia. Mis felicitaciones y todas las estrellas. Un abrazo. ***** claraluz
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