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He comprendido que de noche no hay asfalto, siento como el lodo cada vez más me entierra sin pertimirme caminar como lo desearía. Sé que en la mañana todo pasara, seré yo el mismo de todos los días pero con un dolor más y unos cuantos días menos. La cabeza me explotará pero mientras tanto tengo que soportar como el suelo me traga y siembra gusanos dentro de mi que se irán moviendo con el mismo vaivén con el que yo lo haré. Parece que voy directo al suelo pero no aún, todavía me quedan fuerzas para sostenerme de pie. La gente me mira como si fuera extraño lo que la noche provoca en un hombre joven como yo. Solo vivo cada día y dejo vivir, solo muero cada noche y dejo morir. Y al fin los gusanos hacen efecto, y el elixir que me embriagó supura por mi boca con una fermentación que hasta asco da. Sigo caminando, sé que me quedan menos pasos para llegar a mi casa, o a mi auto, o a la calle, no recuerdo como llegué aquí, eso es lo de menos, sé que lo peor que me puede pasar es que nunca más regrese a mi casa. Es obvio que si no estoy en ella es que tampoco quisiera estarlo. Solo estoy adelantando el juego de la vida, no quiero ser Dios, no quiero jugar en su juego tampoco, solo le doy fuerzas para hacer lo que el muy canalla nos niega a mucho que lo merecemos. No aguanto más, me desplomo, caigo al lugar entre la acera y la calle, en la cuneta, por unos instantes la siento cómoda hasta el punto que me hace cerrar los ojos. Los abro nuevamente, veo una luz en mi frente, la del poste, la que me dice que aún no estoy en casa. Me levanto y continuo, me adoso al auto aunque no estoy seguro si es el mío, las llaves en el bolsillo me dejan saber que sí es el mío. Entro y lo enciendo como puedo, me pongo en marcha. Veo luces blancas que se me acercan, veo luces rojas que se me alejan, me siento cada vez más cerca del cielo y más lejos del infierno, siento como el diablo en cada pisotón se aleja más de mí. Llegó a mi casa, la reconozco porque es la única que aún en julio tiene los adornos de navidad. Y justo cuando voy a entrar, justo cuando el Sol amenaza por quemarme las pestañas, una mujer le dice a su hijito que esta vestido de colegio, "no lo mires amor, ahí va un ebrio que no tiene valor para enfrentar sus problemas y trata de ahogarlos en alcohol". Como quisiera callarla de un puñetazo en la boca, pero las energías son tan reducidas que prefiero tirarme al suelo y entre el ir y el venir de la lucidez, ver como pierdo a mi esposa y a mi hijo día tras día. "Perdónenme, estoy borracho otra vez".

Texto agregado el 04-12-2005, y leído por 335 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
11-05-2006 El alcohol es un problema grave, que a lo mejor no tenga solución, pero la angustia no nos la quita ni Dios ni el diablo, ni nosotros mismos. Nos la bebemos sorbo a sorbo con los años. eneas
16-01-2006 Dejo tres estrellas porque la narración en sí no es tan mala marBin
16-01-2006 Otra vez... mucha moralina... marBin
14-12-2005 espero no sea autobiografico, es lo mas triste que leí en tiempo.. un susurro* susurros
04-12-2005 Excelente descripción de la angustia de un alcohólico . cuando_nieva_sobre_los_cedros
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