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Primera parte

Esto debe haber ocurrido por producto del calor. Pero, pensándolo mejor –si es dable brindarle una mirada lógica a este asunto sin que se me ericen los cabellos- la elevada temperatura ambiente no tuvo nada que ver con esto y lo que les voy a contar no es parte de los devaneos de la imaginación. Yo sólo narraré lo acontecido con la mayor fidelidad posible y al final de mi relato, les pido, si han tenido la gentileza, la fortaleza o simplemente la curiosidad de seguirlo, les solicito, reitero, que me ayuden a desentrañar esto que para mi es un profundo misterio.

Esperaba yo el cambio de luces del semáforo, apretujado entre una abigarrada multitud. El calor abrumaba a las tres de la tarde en esa calle céntrica y la gente se abanicaba con diarios, revistas y cuanta cosa sirviera para enfriar esas bocanadas tórridas que amenazaban con deshidratar a quien estuviese a la intemperie. El aparato cambió con un sutil parpadeo del rojo al verde y la masa humana que esperaba en ambas aceras se abalanzó con paso resuelto para escabullirse de aquel infierno. Pronto ambos bandos se entremezclarían y seguirían su curso pero cuando ello ocurrió ¡Oh sorpresa! La gente se detuvo medio a medio de la calzada y como si todos estuvieran concertados, los varones se doblaron aparatosamente para hacerle una gentil reverencia a la dama que les había tocado en suerte y luego, ofreciéndoles su brazo, iniciaron un breve paseo mientras, vaya uno a saber de donde, se escucharon los acordes de algo que para mi era un anticuado minuet. Entonces, corpulentos varones, esmirriados ancianos, desarrapados jovenzuelos ataviados de coloridos bermudas, severos señores de terno y corbata que bien podrían ser jueces o simples oficinistas, un sacerdote y hasta un policía, comenzaron a danzar con gitanas, empleadas de banco, vendedoras ambulantes, ancianas y colegialas. Yo, inmerso en esta situación tan irreal, contemplaba la expresión estólida y absurdamente abstraída de la gente, como si este hecho fuese pan de cada día en todas las esquinas de la gran ciudad. Este despropósito, este absurdo quiebre de las convencionales costumbres del diario quehacer, me produjeron un serio retortijón de estómago, era acaso mi reacción ante lo inimaginable, la respuesta de mi organismo ante una repentina alienación de la muchedumbre. Pensé entonces que todo esto podría ser producto de algún químico, de cierto desconocido gas que súbitamente provocaba en las personas un instinto dancístico. Por cierto –pensé- existe el gas hilarante, la droga de la verdad, el gas mostaza, todos elementos que tienen por objeto inducir reacciones instintivas. Pero ¿Por qué yo no fui afectado entonces? ¿Acaso poseía un gen extra que me hacía resistente a este tipo de cosas? Abrumado, con una inmensa interrogante royéndome el pecho, abandoné esa esquina tan propicia para un guión de Ionesco y me introduje en un café de esos que son atendidos por esas chicas guapas tan mezquinas de vestimenta. Allí, guarecido de la realidad dislocada de la calle, pedí un café cortado y ocurrió algo que me arrojó de cabeza en un fondo siniestro en el cual se alojaba seguramente la esencia de Satanás. Un ser de aspecto fetoide, cuyos ojos saltones parecían traspasarme, tan calvo como una sandía y de labios que no eran más que una línea sinuosa, me contempló como catando mi aterrada expresión y después musitó algo parecido a una oración y se volteó a la máquina, por lo que pude contemplarlo con detenimiento. El cuerpo del engendro era similar a una cebolla invertida ya que sus piernas, apenas esbozadas en su curiosa morfología, finalizaban en unos pies tan pequeñísimos como los de un bebé. Volviese al cabo, extendiéndome un vaso que contenía un líguido verdoso de pestilente olor. Reprimiendo las arcadas, me escapé presuroso de aquel siniestro lugar y me entreveré en la multitud que avanzaba veloz, tal si se dirigiera a un importante evento. Me imaginé braceando en un río de tórridas y caudalosas aguas. Engañado por el subconsciente o acaso entregado a la idea de que en esa jornada infernal cualquiera cosa podía suceder, comencé a bracear, imitando el estilo sincronizado de un avezado nadador, con tan mala suerte que uno de mis dedos dio de lleno en el ojo azul aturquesado de una dama alta y de rubia cabellera. Ella, sorprendida, se llevó sus manos al rostro, preguntando con tono airado: What is this? Y de inmediato extrajo de su cartera un pequeño revolver con el cual me apuntó a la cabeza. Creí que caería allí mismo desmayado por el terror. Afortunadamente, un señor regordete se abalanzó sobre la mujer y le arrebató el arma después de un corto forcejeo. Con el arma en su mano disparó tres veces al aire y al instante emergieron de la nada cinco orientales vestidos a la usanza de los karatecas. Suspiré aliviado al comprobar que los hombres se llevaban en vilo a la rubia. El gordo, satisfecho, exclamó: -Es extraño como reaccionan los habitantes del noroeste de California. Yo asentí temblando aún por el violento incidente. –Figúrese usted –prosiguió diciendo el obeso- que no hace más de dos días, una anciana, probablemente vecina de esta lady, agredió a mansalva a mi esposa, aduciendo a grandes voces que nada de lo que ocurría en este mundo tenía sentido y que su hijo mayor llamado George o Gregory, no recuerdo bien su nombre, giraba en ese instante a miles de kilómetros sobre su cabeza, buscándole una razón a su existencia. Aclaró, mientras golpeaba con fiereza a mi cónyuge que su primogénito había abrazado la poco usual profesión de astronauta -¡Extraña manera de evadirse!- proclamaba la anciana, en el preciso momento en que con habil golpe ponía fuera de combate a mi desvalida esposa. Demás está decir que la descontrolada mujer recibió su merecido. ¡Ah! Olvidaba agregarle que George, o Gregory, no lo tengo claro, antes de ser astronauta se había dedicado al sacerdocio. Se dice que ejerció en una pequeña iglesia de su condado y que fue acusado de blasfemia por proclamar a los cuatro vientos que Dios no bajaba a escuchar a los humanos salvo en el caso puntual de que estos gritasen con todas sus fuerzas. Personalmente, estimo que nadie abjura así como así-prosiguió el gordo- su nuevo oficio no es sino una excusa para tratar de invocar a su santo padre en el espacio. Y el no ha sido el único que ha trocado la sotana por la escafandra, no señor, la vocación mística no se pierde de un día para otro.
El gordo se quedó callado unos segundos, acaso para darle respiro a esas neuronas suyas que de seguro luchaban por no sucumbir en ese océano lípido y luego prosiguió: -Este individuo a quien no me atrevería a catalogar porque se escapa a todos los parámetros, también tiene hijos y así como su padre, también ellos sufren graves conflictos internos. Pero para esos niños, no es Dios el principal tema de sus inquietudes sino Joy Búster Clement, un basquetbolista de la NBA que vive en Nueva York y que es venerado por ese par de rapaces ¿No piensa usted que eso es una verdadera tragedia?- me preguntó el gordo dejando su grotesca boca entreabierta. Moví mi cabeza afirmativamente y urdí sobre la marcha una excusa para deshacerme de este señor tan particular, pero la solución apareció desde el fondo de una calle principal ya que cuatro árabes dirigieron sus cabalgaduras en nuestra dirección y el señor voluminoso, al percatarse de ello, sacó de su bolsillo la pistola de la gringa y disparó dos veces al aire. De inmediato, los karatecas se colocaron en abanico frente a él. Perdida definitivamente mi capacidad de asombro, di media vuelta y me interné en una galería oscura, atiborrada de locales comerciales, los cuales estaban cerrados herméticamente. Ya todo me parecía ordinario y si en ese momento hubiese aparecido un ser con cuatro ojos y cinco manos, ello no me habría llamado la atención. Alguien gritó de pronto: -¡Está lloviendo! Y una oleada de personas ingresó en tropel en ese que yo consideraba mi salvador refugio de tal suerte que muy pronto me encontré asfixiado entre esa muchedumbre...

(Continuará)

Texto agregado el 25-11-2005, y leído por 270 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-12-2005 jajaja, una tarde muy particular sí seño! sigo leyendo y dejo estrellitas por este magnífico exponente de tu ingenio. Magda gmmagdalena
28-11-2005 ops! pensé que derepente no más iba a aparecer Genne Kelly o John Travolta al mejor estilo de los musicales, claro despues agregas elementos del tipo Mago de Oz y personajes revueltos, chuta voy a terminar de leer la historia que hasta ahora pinta pa buena anemona
 
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