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El jeep, un sobreviviente de la segunda guerra mundial, gruñía como animal asmático presintiendo la proximidad del vado. El río estaba cerca; podíamos sentir la humedad que soltaba el cuerpo de agua. El niño se había portado bien, pero su ronroneo zumbaba en los oídos y, el calor que desprendía el motor, se sumaba al sol vivo de un trópico, a las tres de la tarde.

Traíamos las nóminas de pago del personal de salud de la sierra. Habíamos resuelto con relativo éxito la primera parte; para la segunda, era necesario cruzar el río; detuvimos el jeep en la orilla y salimos a estirar las piernas; me alejé y vi al niño casi metido en el arroyo: a la distancia, parecía una bestia metálica bebiendo agua.

Hicimos cálculos, e identificamos huellas del paso de los vehículos que habían rodado sobre el vado. Reinaldo accionó una serie de palancas y entró la tracción delantera correctamente. Avanzamos a vuelta de rueda y, a la mitad, el niño se fue llenando de agua. El vapor se hizo denso y corría por nuestra cara mezclado con el sudor y la ansiedad.

Reinaldo se desordenaba, gesticulaba; se mentaba la madre y, con los ojos desorbitados, le daba ánimos al niño. Un sudor lo envolvió, como si él mismo fuera parte del río y estalló.
-Me siento mal doctor.
-Saca la cabeza fuera de la ventanilla y respira profundo; yo aplastaré el acelerador para que no se mate la máquina.
Mi pierna izquierda sustituyó a la de él; en el momento del cambio, una avalancha de agua sobrevino y el motor convulsionó dando un último gruñido que nos dejó a merced de la corriente.
Vino un frío silencio y después escuchamos el chapoteo del agua, haciendo minúsculas olas en el regazo de nuestros cuerpos. Las veía sin poder apartar los ojos de ellas, pero la voz de mi compañero me volvió a la realidad.
-Ya nos llevó la chingada doctor... ya nos llevó.

Poco a poco, veíamos con angustia cómo el agua se balanceaba y hacía perlitas y burbujas que estallaban en espumas.
-Doctor, este río crecerá cuando pardee la tarde, pues al sobrante del agua de la presa que está río arriba la expulsan y, si no salimos, les dará más trabajo encontrarnos mañana.

A esa hora no se veía nada: el sopor de la tarde callaba el ruido de los vaqueros y hasta el aleteo de las garzas; por más que estirábamos los ojos, no se veía ningún cristiano; sólo uno que otro vientecillo que nos llegaba de la sierra. El sol le sacaba lustre a las piedras, el silencio sesteaba con el ganado, y nosotros goteábamos incertidumbre cada vez que se nos inflaban las venas de la frente.

Una hora después oímos el primer zumbido y, momentos más tarde, apareció un tractor Ford tumbando agua. Eran zancadas sin temor a la corriente; se aparejó al jeep y, sin detener la máquina, nos gritó.
-¿Tiene problemas Doctor?
Se adelantó, amarró las cadenas al chasis del niño y, como a chamaco malcriado, lo sacó de la oreja hasta la ribera.

-¿Todavía te sientes mal?
-Se me fueron las fuerzas, parece que soy de trapo.
-Es por el susto.
-Yo creo que es por el humo chamuscado que desprendió el motor. -Vamos, por ahí debe de andar el remedio.

Mientras al niño lo secaban en el taller, Reinaldo y yo nos curábamos el susto con una caña que los lugareños revuelcan con una frutilla para darle un sabor dulzón, y un olor, que se te pega a la boca aún después que ha pasado el trago.
Dice la gente, que sirve para curar fiebres, y los brujos la untan para sacar los sufrimientos de la soledad.
Nosotros la ingerimos y, en cada trago de fuego, nos daba por rescatar de la memoria a los amores lejanos; en el sueño, concluíamos lo que, en el recuerdo, se dejó de hacer.

Texto agregado el 29-10-2003, y leído por 658 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
10-08-2008 ah su narrativa un ejemplo vivo de buena literatura mexicana. rescatas nuestros lugares, nuestras costumbres y las expones de manera magistral...me gustò. luzyalegria
02-06-2007 Ya no me queda que decir. Maravillas con tu innata calidad para escribir. adriana73
05-11-2003 Estupendo texto, con la riqueza que le distingue. Un saludo, FALCON
30-10-2003 Ruben...sus relatos son siempre como una "película de palabras"...jeje, qué cosas raras se me ocurren pero es que Ud... tiene ese don. Uno lo lee y alucina...se conmueve y se traslada a la escena como por arte de ... de su pluma...y otra cosita...eso de la caña como unguento para la soledad...mmmm, no me lo sabía...será efectivo?? piquitos con estrellas, como siempre gaviotapatagonica
30-10-2003 Un relato bien bonito, pleno en imagenes que me llenan de recuerdos de esta tierra que aunque dista de la suya se me antoja tan similar a veces. Un abrazo. ades_io
30-10-2003 Esta vez el Jeep reemplazó a la mula. Hermoso relato. "El sol sacaba lustre a las piedras", genial esta expresión. Besos y gracias por deleitarnos con tus relatos. marimar
30-10-2003 Muy bonito tu relato, ensoñador; te dejo un besito AnaCecilia
30-10-2003 Ahhhh, doctor, que vuelo por la memoria de médico rural tan rico ha dado su pluma hoy!El preciosismo con que acompaña con detalles la acción, lo vuelve un trabajo de fina orfebrería. Por otra parte, me complace ver las similitudes de nuestra América interior. Talvez el tractor no sea un Ford, quizas algún John Deere, y la caña estará quemada con duraznos en lugar de con frutillas, y los brujas le agregarán alguna ramita de ruda macho para espantar soledades...pero es igual. Bello trabajo. gracias por compartirle hache
 
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