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Tendido en la cama, en la práctica y ejercicio de su cadáver, José percibe el mundo externo a una velocidad inaudita y permanece horas enteras en la misma postura como si fuesen sólo minutos. Está intentando identificar al dios patronímico de la ciudad de Caracas.

La noche es la voz de los muertos, las lágrimas de los que desean ser que caen del cielo, el suicidio como respuesta al absurdo del día, la silenciosa protesta de los frustrados. En algunas casas hay luces encendidas que no representan otra cosa que el deseo de evadirse de la pesadilla, de caer en la olla de todo el mundo en donde se fritan los sueños. Ante la falta de potencia se yergue inmensa la podredumbre, su brazo gigantesco de policía alza su pistola, tira del gatillo y el sol sale disparado como una bala asesina. Amanece. El cielo sangra por un rato, luego palidece y las hormigas salen de sus refugios de pesadilla para dirigirse hacia el mecanismo de un cadáver continuando con la insaciable y necesaria labor de quitarle un poquito más de vida al mundo.

Erminia se peina frente a un espejo, el cepillo se le llena de cabellos, desconoce la causa, es la falta de vida. José conoce la causa y tiembla, desea estar equivocado. Millones de televisores encendidos en una ciudad sin vida en la que la gente se mata o se teme; es, como el ojo de un insecto poderoso que sale de las entrañas de la ciudad para devorar nuestra conciencia en los momentos en los que nos hallamos más hipnotizados. Lo único que nos distrae de un sol asfixiante en la falta de oxígeno, lo único que nos distrae del sonido de las balas, del temor vuelto rabia y asesinato, esa cosa de allá afuera. Lo único que nos une separándonos, sucedáneo de hormonas, amistades, héroes y heroínas, actuaciones. Practicamos el balbuceo, la ignorancia y la tontería, pero ya ni eso nos interesa. Estamos devorados. Practicamos sin querer la desintegración de nuestro espíritu y salimos a la calle vueltos cosa. Asustamos con nuestro lenguaje, hablamos de pornografía, no nos interesa la delicadeza, espantamos a quienes de todas maneras nos huyen, aprendemos que la feminidad es sólo un torso asequible y silencioso y que la masculinidad es agarrar bien fuerte una botella de cerveza, la bebemos, la botamos y compramos otra. Cambiamos la apatía asesina por la idolatría, pero en el fondo deseamos retornar a la nada, asustados por la turbulencia ¿Quién se atreve a hacer ruido en este cementerio? La burguesía se maquilla de cadáver, sus voces se atrofian, sus pensamientos y argumentos se vuelven ridículos, pasan cien años, quinientos años, los pobres excluidos de la historia sin muchas esperanzas se visten de franelas rojas, poseen una pasión que se apaga con un viento, el chillido de un murciélago, hundidos en el fango sólo pueden querer y practicar sus gritos, sin manera de taparlos nos revientan la cabeza, sobran las razones, han faltado fundamentos; las pasiones carecen de movimiento, se inflan y chillan, repiten un coro, regr4esan a sus casas a sus mansiones de la pesadilla, del insecto que sale, que nos arrastra y nos devora, tantas luces diferentes, repiten el coro, repetimos, buscan algo apasionadamente contra qué luchar y no lo encuentran, estamos aquí, estamos todos enterrados desde hace tiempo. Se impone el silencio, el temor a la calle, la burla hacia el otro. Un chico se enamora y se ahorca, policías hacen fila para cojerse a una loca, el tiro de gracia.

Sangra el cielo nuevamente mientras la bala se pierde. La noche cae pesadamente como los barrotes de una cárcel cerrada brutalmente. Shhh, silencio, lo prohibido penetra en nosotros. Cae la lluvia como la Culpa, docenas de muertos desparramados como maniquíes. Un hombre se masturba como si se hubiese congelado a los catorce años de edad para siempre: una nalga pegada a la pantalla de donde se mira, el insecto pide sustancia. Nuestros deseos no valen ni medio, otra cerveza en la nevera, la imposibilidad de incomunicarse con quién está al lado. Se tienen hijos para odiarlos. Frustrados los que no tienen y frustrados los que tienen al constatar que lo que se tiene es falso, no sirve, no llena, la gente está más ocupada muriendo que envidiando. El conquistador más grande.

No se despierta. José constata que sólo se puede amar siendo cadáver, mira la Cruz y se llena de sagrado silencio. El único dios posible: el más muerto de todos.


Texto agregado el 07-11-2005, y leído por 108 visitantes. (0 votos)


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