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ENCARNACION

Dedicado a Juan y Nieves, a Luis y a Pilar. Ellos saben...

Delgada, pelo suelto, negro, caído hacia los lados y un con pequeño fleco que cubre su frente, mira intranquila, por el ventanal, hacia el puerto. Las grúas semejan gigantes dinosaurios que llevan y traen su comida de un nido a otro. Impresionantes.

Meditaba sobre su nombre: Encarnación. No le gustaba, sencillamente, que en la oficina los compañeros le dijeran Encarna, pero con apellido: Bastante.

La naturaleza le había dado un cuerpo delgado; más que delgado diría que fino. Brazos delgados, piernas delgadas, extremadamente delgadas. Por detrás... nada. Era tan delgada que, para algunos, para sentarse necesitaba solamente media silla, y sobraba espacio.

Pero... la misma naturaleza la había dotado con una sección frontal impresionante. Dos prominencias monumentales, de escándalo. Vistas de frente parecían dos melones y de lado... dos sandías. Intentaban escaparse del sostén y de la blusa, a la menor inclinación. Eran la envidia de las sintéticas y la admiración de compañeros y extraños, de cualquier sexo. De allí lo de Bastante.

Lo peor es que su compañero de trabajo más cercano era don Juan A. Beteta, funcionario público de manos pequeñas y finas que, abiertas, abarcaban escasamente la grandeza de un huevo frito, por lo que se murmuraba que para palpar un solo pecho de una mujer, necesitaba las dos manos con la ayuda de un guante de béisbol, o una cesta de pelota vasca.

Y así, de pie frente al ventanal, mirando las grúas, su pensamiento era el mismo: Pronto, si el crecimiento mamario continuaba, tendría que usar una de esas grandiosas máquinas para transportarlas.

Mientras tanto Beteta, se paseaba haciendo honor a su singular apellido y contemplaba arrobado aquellas maravillas de glándulas mamarias, anhelando el momento en que pudiese abarcar, como fuese, una de ellas... o un pedacito. No importaba.

Encarna soñaba con la cirugía que corrigiese lo que ella sentía era una aberración. Pero no tenía el dinero, Era caro. Y, disimuladamente, pregonaba sus deseos, a “soto voce” pero para que fueran oídos por propios y extraños en su trabajo.

Juan A., después de sopesarlo bien, decidió hacer el acercamiento final.

-Encarnita- le dijo un día, con voz trémula- Te invito a cenar mañana, y he de conversar contigo de algo sumamente importante. Hace tiempo que quiero decirte algo.- Dio media vuelta y se marchó sin esperar respuesta. Llegó a su despacho, descolgó el teléfono y llamó a Encarnita. -¿Y... aceptas? - susurró al oír la suave voz de la muchacha al contestar la llamada.

-Sí- Fue la lacónica respuesta. Le daba igual, ya que lo único que le molestaba de Beteta era su insistencia en mirarle, casi con descaro, y constantemente, a sus inmensas protuberancias. - ¿Dónde? –Concluyo.

-¿Te parece frente al hotel AC, en la calle Francia?- A las 8 de la tarde.

-Vale. Y colgó el teléfono.

Ese día Beteta lo pasó nervioso. Quería y no quería que llegase la hora. Le iba a proponer a Encarnación algo grande. Pero las horas pasaron rápidamente. A las siete tomó el autobús y a las 8 menos diez estaba en el sitio convenido. Tuvo que esperar poco. Del siguiente autobús se bajaron primero dos tetas, y detrás de ellas venía Encarnita, inclinada por el peso, pero orgullosa en su caminar.

Se dieron dos besos y, casi sin pronunciar palabras empezaron a caminar despacio. Pronto hablaron del trabajo y cosas sin importancia. Pasaron frente a la gran tienda por departamentos y entraron a un pequeño bar, bien arreglado y cómodo y se sentaron en una mesita apartada. Juan pidió una copa de vino tinto y Encarna un Martíni. Algo de picar... dos montaditos de jamón serrano y media ración de croquetas.

-¿Y bien...?.- Arrancó frontalmente la muchacha- Dime tu propuesta..., me intrigas.-

Al calor del vino tinto, el hombre se decidió.

-Bien sabes de mi debilidad contigo...-

-Creo saber- E inclinó la cabeza.

-Quieres operártelas. No tienes con qué. – Te hago un trato... dijo titubeante.-

-Anda- le animó ella. Intrigada.

-Te pago la operación con el mejor cirujano plástico de la ciudad- Pero... pero... me dejas mirártelas y tocártelas todo el fin de semana a mi antojo.- Y se sonrojó. Pero soltó la petición casi de corrido.

Ella tuvo la intención de darle una bofetada, sonora, pero se contuvo a último momento. Hizo un largo silencio durante el cual pensó y repensó.

-Eres un cabrón, Beteta. Pero acepto.

Cenaron casi en silencio. Al salir del bar, se tomaron de la mano y regresaron el camino andado. Se registraron en el hotel AC, habitación 310, y pasaron un fin de semana completamente encerrados. El comiendo melones y sandías y ella dejándose comer.

El domingo, se separaron, para verse de nuevo en el trabajo, en los Puertos.
Todos se concluyó como pactado.

Ahora Encarnita luce unos pechos de cine. Nadie sabe de dónde sacó los fondos para la operación. Camina erguida, con su delgadez, pero con la espalda derecha. Ya nadie la mira, pero es feliz.

Beteta, desde entones, luce abstraído, casi ausente, pero con una sonrisa perpetua. Todas las noches sueña con dos grandes balones de baloncesto a los que intenta coger, pero sus pequeñas manos no los alcanzan. Entonces, sencillamente, los muerde.


THE END (Feliz)
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Texto agregado el 21-10-2005, y leído por 417 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
20-01-2007 Que picaro, el muchacho, pero muy bien relatado. ***** tequendama
28-02-2006 Buena redacción, excelente estilo, estupenda historia... luna-lunera
30-01-2006 buen cuento, buena proposicion, mejor final, me esperaba la negativa posterior de Beteta y bueno, el sueño del pibe, el de jugar con un par de balones de basket, dicen que los hombres que en su primerisima infancia alimentados con leche de tarro, siempre buscan mujeres muy tetonas ***** curiche
30-01-2006 No esperaba la propuesta... es un excelente cuento... Lo escribió un médico? Muy bueno ctapdb
29-10-2005 Excelente si el dinero un misterio. gatelgto
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