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Había una vez un artesano al cual le encargaron hacer unas obras bellísimas y le dieron la orden de que debían de ser mágicas.

El artesano respondió que estaba bien e inyectó de su sangre al barro que debía moldear.

Con cada obra maestra que hacía el artesano se ponía cada vez más feo a medida que sus obras se embellecían.

Quedaron hechas cinco esculturas de belleza inefable, pero el artesano quedó tan increíblemente feo que su rostro hubo de cubrir.

Entregó las obras las cuales sirvieron para decorar un lujoso jardín. Parecían vivas, con chispazos fulgurantes en sus ojos, pero aún no se podían mover.

Quedó tan feo el pobre artesano que nada más pudo hacer y se retiró pensando que sólo su esposa o el mismo Dios serían capaces de le reconocer desde el fondo de su alma.

Como esposa no tenía y su estado era absoluta y absurdamente feo, fué el artesano a ver a Dios.

Dios lo vió y lo reconoció como el artesano aquel que hacía obras tan hermosas, y Dios no le permitió hablar y lo mató.

"¿Po qué?" "¿Po qué Dios mató a un hombre bueno?" - Os preguntareis vosotros ñiños compasivos. La razón es muy sencilla: Poque si deseas que sean realmente bellas las cosas que haces debes de estar dispuesto a morir por ellas.

Pero Dios lo dijo así: "Poque todo creador debe morir para dar aliento de vida a sus obras". A partir de ese momento, de la palabra de Dios y de la muerte del artesano, las cinco esculturas comenzaron a bailar desnudas y hermosas en medio del lujoso jardín.

Texto agregado el 18-10-2005, y leído por 125 visitantes. (0 votos)


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