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En busca de la noche

Margarita caminó largo rato y quiso dormir. Se fue al parque y se tiró al suelo. “No hagás eso”, le decían sus hermanos mayores. No le importaba. Tirarse en el parque sin dormirse pero sin estar despierta por completo, para ella, era como uno de esos placeres que se hacen vicio.

Margarita pasaba horas en ese estado entre vegetal y consciente hasta que la noche fuera apareciendo. Pero en esa ocasión, la noche no llegó. Pasaron horas y horas y horas... pero la noche no llegaba. Al principio, no fue extraño, pero cuando ya le dolió la espalda, decidió levantarse y esperar a que algo sucediera. Margarita no era alguien de acción, si la noche no llegaba no era su culpa ni su problema. Además, ella no la necesitaba. Si quería dormir, lo hacía y ya. No era muy complicado.

El mundo a su alrededor comenzó a moverse muy rápido. Más bien, las personas. Todos se comenzaron a desesperar por el paradero de la noche. La gente estaba cansada de la claridad. Los relojes biológicos de cada quien se habían alterado. Había un estado de angustia alrededor de Margarita que ella decidió ir a su casa.

El sol se había parado a medio día. Brillaba justo sobre las cabezas de todos. Margarita estaba indiferente, como siempre, a lo que pasaba. Al llegar debajo de un puente le preguntó a un niño que estaba ahí: “¿tu estás preocupado por lo de la noche?”. “Sí, mucho”, respondió el pequeño. Margarita se desilusionó. Creyó que por ser un chico le iba dar una respuesta afín a sus sentimiento. Estaba bien, al fin, qué importaba.

Siguió caminando y se encontró con una anciana. Vio en los ojos de la señora mucha tristeza acumulada. “¿Qué le pasa?”, preguntó Margarita. “Estoy esperando a la noche con mucho dolor?”, respondió la mujer. “¿Por qué con dolor?”. “Porque es bajo su manto que yo llora a mis siente hijos que se me han perdido, estoy tan acostumbrada a hacerlo así que sin la noche no siento la confianza de llorar”, dijo la viejita.

Margarita siguió unos pasos más adelante sin pensar en nada. No pensaba, pero miraba en todos los rostros la desesperación de aquella señora. El mundo estaba triste. Ella no estaba triste, pero el mundo sí. ¡Qué cosa más incómoda!

Por fin, se le ocurrió algo: como ella era la única que no estaba preocupada, era la más indicada para ir a buscar a la noche. En tal caso, sus cinco sentidos no la traicionarían. Ya sabía que nadie le había pedido que hiciera nada. Pero no perdía nada.

Margarita dio vueltas por toda la ciudad buscando a la noche. A veces la llamaba con gritos avergonzados. Es que no se acostumbra a gritarle a la noche para que aparezca. Se subió a unos árboles para ver si estaba en el horizonte, pero nada. Después de más de 48 horas de búsqueda sin descanso, Margarita decidió pasar al parque. Quería descansar. Llegó y se tiró al suelo. “No hagás eso”, le decían sus hermanos mayores. No le importó. Tirarse en el parque sin despertarse, pero si poder decir que aquello era estar dormida, fue su último placer. Cuando alguien por fin la encontró en aquel estado, la noche apareció.


Texto agregado el 15-10-2003, y leído por 188 visitantes. (1 voto)


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