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Quince primaveras

Campoamor no era ya ni una pálida sombra de su pasado, la pujanza de su presente había encementado las mangas donde jugaron los niños descalzos y con los ombligos afuera.

La acción comenzó en un baile de quinceañera, la noche de las brujas, en medio del frenesí y el bullicio de los niños disfrazados y con las caritas pintadas, exhibiendo por las amplias calles de Campoamor su carnaval de fantasías.

El desenlace fue en aquella madrugada triste.

Juanito alucinado, iba insensible al frío, sin distinguir tres autos, que se disponían irregularmente en la calle, con los parabrisas nebulosos por el gotereo, o los sauces a lado y lado de la vía, que sienten el frío y encogen sus ramas hacia abajo. La constante de la noche era la lluvia.

A Juanito, se le recuerda lleno de vida, siempre contento, riendo feliz, cantando "Escalera al cielo", en la esquina, caminando sin rumbo fijo al lado de muchos otros Golars, vagos al igual que él, casi siempre sin un peso en los bolsillos y ansiosos por salir de farra todos los días.

Juanito salía del barrio con caravanas de "Golars" desequilibrados, a estrellarse contra la ciudad. Eran adolescentes renegados, que deambulaban por las calles casi en los límites del inconsciente. Trataban vanamente de afirmar sus vidas por encima de normas y prohibiciones.

Partían en grupitos, queriendo matar la tarde bien lejos de la esquina, para regresar de noche a coquetear a las niñas que salían del Femenino o ir al "Palacio del sexo", lleno de foquitos rojos, a bailar con prostitutas en bikini, que no alcanzaban a colmar plenamente sus ardientes fantasías.

Cuando no había dinero, ni nada que vender, Juanito, se quedaba solitario, mirando desfilar con envidia " El tren de las tres", como se decía de las caravanas de pepos desequilibrados, que se desplazaban a dar lora hacia el centro de la ciudad.

Se "aplastaba" solitario, reacio a las cosas del mundo, aunque fuera sentado en esa esquina. Se quedaba evocando con irónicas sonrisas los tiempos de la infancia, cuando fue temible pistolero en las mangas que bordearon a Campoamor y de las cuales brotaron urbanizaciones como por encanto.

Pensaba en sus juegos de niño, en el verdor de las mangas, con sus cuevas, convirtiéndolas en inexpugnables refugios de pistoleros, que utilizaban pañuelos, para medio cubrir el rostro y palos extraídos del follaje, que se convertían en terribles metralletas y revólveres.

Veía el pasado de Campoamor, con todas las casas de una misma fachada color ladrillo, con las calles destapadas y llenas de huecos, con el polvo pegándose a los vidrios de un barrio en construcción y una comunidad envuelta en una atmósfera de sueños, que la unía la pobreza.

Era un barrio niño como él, que salía todas las madrugadas a rezar el rosario de aurora, siguiendo devotamente detrás de la virgen de Chepita, quien agitaba compulsivamente una campana, despertando a los vecinos, muchos de los cuales, salían restregándose los ojos a las puertas de sus casas. Otros como Juanito, se unían a la comitiva, para ganarse un vale ovalado que obsequiaban Los Hermanos Cristianos, evocaba entonces "la Salle" se veía en el tiempo pretérito arrodillado en la capillita, comulgando religiosamente los primeros viernes de cada mes, para no morir impenitente.

Ese día no era su día, estaba flojo para aguantar tanta mezcolanza en su cerebro. Los espacios se le movían. De pronto sintió que perdía el sentido del equilibrio y que las risas festivas y la música bailable, rebotaban en sus oídos, dando vueltas con él y con toda la sala.

Parecía como si una mano misteriosa y prodigiosa le estuviese moviendo el piso. Indeciso asegurando las pisadas y pegándose a las paredes, llegó de nuevo hasta el centro del baile, donde ya no estaban sus amigos y las jovencitas se escurrían a su paso.

Se halló solo y con sueño y partió sin despedirse de nadie. Recordó que antes apretaba a la quinceañera, contra su cuerpo a su princesita como él llamaba, hasta las primeras horas de la madrugada, cuando se dio cuenta que todos Los Golars, se habían esfumado del baile cual fantasmas que al amanecer desaparecen.

Antes daban "lora" colocándose la casa de ruana, contando chistes verdes a todo pulmón, repartiendo el trago y los platos fríos por asalto, apretando y tocando atrevidamente las carnes púberes de las jovencitas, sin importarles novios ofendidos, que se aguantaban más.

De pronto estallaban conatos de pelea, que en un principio eran que escándalos, que pitos y que flautas, pero todo no iba más allá de una Torre de Babel, donde las acusaciones y los insultos desafiantes, iban de parte y parte, a gritos casi, pero sin abandonar la esfera de lo verbal. Hasta que la intervención milagrosa de la bella quinceañera, calmando a los novios ofendidos permitía que las otras jovencitas, dejaran de sufrir, apartando a los ebrios muchachos, que volvían a bailar ocultando el incidente.

Allí estaba Juanito, moviéndose sin descanso pieza sobre pieza, convertido en el rey de la fiesta. Exhibiendo en la mano derecha, una botella de vino barato, rebautizado por los mismos muchachos por sus efectos devastadores como "Tres patadas", ante los que bailan llenos de maicena y aleluya.

Allí estaba Juanito, abrazándose con Laura Cristina, mientras pregonaba a viva voz en medio de las risas.

- ! Atención locos, me voy a beber un nuevo chorrazo, por el chorrazo que me acabo de mandar y cantemos todos las quince primaveras para Laura Cristina mi amor.
- ! 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15 primaveras ! - Contestaron todos golpeando rítmicamente las mesas y marcando el compás con los aplausos.

Solo, con las manos metidas entre los bolsillos, cruzó de punta a punta, un barrio que le pareció desconocido, debido a la densa neblina, acompañada y acompasada, por el monótono y continuo caer de lluvia, que repica, hace eco en los entejados, o se estanca cerca a las alcantarillas.

Caminaba en zig-zag por las amplias calles yéndose hacia los lados y metiéndose entre los charcos, que salpican sus ropas e inundan sus zapatos. Cruzó imprudentemente la avenida Guayabal y una velocidad arrolladora y mortífera, se estrelló contra su humanidad, alzando su cuerpo por los aires como si fuese un monigote.

Mientras caía espectacularmente sobre la trompa del vehiculo, percibió en la atmósfera el olor mágico de Laura Cristina y maldijo el tener que dejar este mundo. Quizás por ser el agua la constante de la noche, sólo tuvo conciencia que se iba, cuando dejó de escuchar el repicar de la lluvia cayendo lentamente sobre su cabeza ensangrentada.

Se percató mientras moría que ese día de brujitos él también cumplía quince años pero no le dijo nada a Cristina, porque últimamente crecía y se estiraba en cuestión de semanas, al contrario que las mujeres no se quitaba años sino que se los ponía.

“Seguro Cristina, no soy un sardino como vos voy cumplir 17”

“Morir a los quince”, pensó cuando su vida se desintegraba tan fácilmente, como las nubes llenas de arreboles, que no aguantaban la velocidad de sus sueños que se iban y se perdían en el infinito azul del firmamento.

Luego, en un instante infinitamente nuevo y desconocido, cuando alzó la vista hacia el frente, su última visión en vida, evanescente y pasajera como todas las demás, fue la de su princesita, como el la llamaba esfumándose en medio de la tristeza y el aguacero.

Después esa ráfaga arrolladora y mortífera, trapeó la calle con su cuerpo, salpicó de rojo la vía, irrigando las llantas delanteras, con las motas frescas de sangre, chorreando un costado del carro gris, como aquella madrugada triste.

Juanito apagó en aquella madrugada de matices grises y lluviosos, debajo de unas llantas el carnaval que hizo de su vida, la cual quiso bebérsela de un solo sorbo.

Fue uno de los muchos adolescentes, que desde hace años se paran en la esquina principal de Campoamor.

Juanito amaba a Laura Cristina, a la vida, a Atlético Nacional y a la música de Led Zeppelin. Murió es cierto, pero en el mundo tuvo un lugar, una presencia efímera, aunque nada de esto se conozca, el periódico local sintetizó en un extremo de la última página, toda una vida, corta pero intensa.


ARROLLADO

Un joven indocumentado del cual solamente se logró establecer que lo apodaban Juanito Golars, de aproximadamente 15 años, murió trágicamente ayer viernes, al ser arrollado espectacularmente por un carro fantasma.

William H Ramírez P
2005

Texto agregado el 09-10-2005, y leído por 304 visitantes. (0 votos)


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