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Este es un texto muy personalizado, basado en la fe que hoy mueve mi voluntad y mis ganas de vivir y amar según sus principios. Espero sepan comprender y analizar el texto omitiendo el que no se sienta identificado con él, toda cuestión espiritual. Gracias.

Cuando uno habla de una Madre es imposible no hablar del hijo; no sólo por lo que significa ella en su camino por la vida sino porque es éste quien le da el privilegio de coronar su vida con el más dignificante de los títulos. Cuando uno reflexiona sobre la Madre es imposible no recorrer su vida y más imposible aún no identificarse con la Virgen Maria.
La Madre del misterio, la Madre de la historia, la Madre de la renuncia, la Madre de la paciencia, la Madre de la esperanza, la Madre del dolor, la Madre de la resignación, la Madre de la fortaleza, la Madre de la aceptación, la Madre del sì, sin peros…,la Madre del silencio…, la Madre del camino, la Madre de la verdad, la Madre de la vida…
De todo el evangelio se desprende algo que es irrefutable: la Virgen es la Madre del misterio; misterio inefable. Dios quiso asumir la naturaleza humana y se digno a nacer de una mujer virgen para hacernos participe de su divinidad.
Para llevar a cabo lo imposible, el Dios de lo imposible dio el primer paso. Y lo que el hombre no podía hacer en su ida hacia Dios, Dios lo hizo con su bajada hacia el hombre. Para que el hombre pudiera entrar en la familia de Dios, Dios entró en la familia del hombre. El eligió vivir la vida del hombre para que los hombres pudieran vivir la vida de Dios. Y ese hombre está irremediablemente ligado al destino pensado desde el principio por Dios, cuyo templo es el de una mujer humilde y de corazón manso a quien la vida bautizó con el nombre de Maria
Lo insalvable fue salvado por primera vez de arriba hacia abajo en la encarnación. Lo que nunca había acontecido (que quien todo lo posee, bajase hasta nosotros) se hizo realidad en la persona de Jesús. Lo invisible se hizo visible. Lo intocable se volvió tocable en Cristo.
Esa Madre es quien hace que la historia trascienda y de por tierra cualquier reflexión y argumento sobre su dignidad. En ella el universo se transformó en hostia cuando el verbo tomó su cuerpo. Dios se hizo hombre, el verbo se hizo hijo, la inmensidad se trazó limites, el infinito se volvió finito, lo incognoscible se hizo cognoscible, la omnipotencia se hizo niño, el inmutable se hizo dolor, la perfección se cubrió de pecado, la vida se introdujo en la muerte, el amor se hizo resurrección… Jesús se convirtió en nuestro hermano
La encarnación es tan extraordinaria que a nadie se le ocurriría pensar que uno de los dos gestos más grandes de amor comienza con una renuncia. El hecho es tan único que justifica toda incredulidad…
La maternidad es uno de los misterio más contradictorios. Toda su historia está signada por la paciencia y ese condescendiente amor de madre; ese amor es quien nos dejó impreso al legado de que tarde o temprano nuestro camino interferirá con la historia y el camino de Jesús. No hay modo de llamar a alguien hijo, si antes no creamos la palabra Madre.
Hay un misterio repleto de dualidades en la Madre: la esperanza. No podemos pensar en ella sin recaer en el misterio del dolor. La virgen recibe como premio el esperanzador saludo del ángel que más allá de ser el anuncio que pone fin a la espera del salvador, ella íntimamente percibe que el destino de la esperanza del hombre está profundamente ligado al dolor. Y Maria como madre y mujer no busca interrogar su destino sino más bien se entrega sin condicionamientos a lo que de ella pretende Dios.
Los misterios que fundan la vida de una madre, son los mismos misterios con que Dios signó el destino de la madre de Jesús. Una madre renuncia infinidades de veces a un sin fin de privilegios por lograr que su hijo alcance su objetivos. No importa cuán grande sea el sacrificio ni los sentimientos que tenga que resignar. Lo importante es que al final del camino su sangre trascienda la vida y el fruto de la maternidad se encuentra en su objetivo.
Cuando uno reflexiona sobre la vida de la Virgen Maria, se torna imposible obviar algún comentario sobre la aceptación que Maria como madre esboza ante la elección de Dios. Ese entregarse sin reservas al que lo amó y lo aparto desde el principio (por eso el ángel cuando la saluda en el anuncio, lo hace diciendo:”Dios te salve Maria, llena era de gracia, el Señor esta contigo”). Ese aceptar voluntariamente el camino asignado por Dios. Esa mujer que acepta y se hace fuerte desde el dolor ineludible, al que inevitablemente la llevará su Hijo. Esa mujer que pese a ser pequeña tiene la madurez de una anciana y la fortaleza de un joven. Esa que no le importa la distancia que tenga que recorrer para estar al lado de quien es sangre de su sangre. Esa que vio crecer, que vio como el agua se tornaba en vino; esa que vio sanar, que vio como el perdón de Dios se derramaba sobre los hombres; esa mujer que fue testigo de la fracción del pan, que sintió traspasar los clavos en sus propias manos y pies a tal punto de que bien ella podría haber dicho al ver en la Cruz a su Hijo: “Este es mi cuerpo; esta es mi sangre”…Esa mujer que enfrento a la muerte cara a cara y que supo que la había vencido porque en su corazón había hallado la palabra resurrección…¿Qué hubiese sucedido si antes del anuncio Ella hubiera antepuesto un “Pero” a su respuesta o bien si su respuesta hubiera sido un “No”? Quizás no estaría escribiendo esta reflexión. Y la verdad, estoy feliz de que un si haya sido la respuesta.
¡Qué misterio inefable el ser Madre! ¡Cuánto que tienen las mujeres por explorar y vivir cuando se encuentren en la oportunidad de dar a luz a un hijo! No encuentro modelo más perfecto de mujer, que el de la Madre de Dios, la Virgen Maria. La Madre del camino, la Madre de la verdad, la Madre de la vida.
Se necesita el valor invencible de la fe para comprender el misterio de Dios hecho hombre en el seno de la siempre Virgen Maria; se necesita la revelación del Padre para creer que Jesús es el Cristo de Dios; se necesita una gran pequeñez de espíritu y humildad de corazón para adentrarse en tal misterio.
Si el misterio de Dios nos seduce y la vocación de ser Madre (o Padre) nos embriaga, es inútil escaparle al destino. Como resultaría inútil exponerlo, inútil discutir…Dejemos púes, entonces, que los hombres busquen, amen, que seguramente encontraran.

Texto agregado el 08-10-2005, y leído por 745 visitantes. (0 votos)


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